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Authors: Mario Conde

Tags: #Ensayo

El Sistema (2 page)

BOOK: El Sistema
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—Yo que tú me lo pensaría, creo que no escribiría el libro ese, porque, ya sabes, tienen todo en las manos, a la policía, a los jueces, y son los dos, el uno y el otro, así que me da miedo que te metan en la cárcel si lo publicas…

La cárcel... Estaba tan seguro de que esa historia terminaría con mis paseos por los patios de presos de una o varias prisiones españolas que las palabras de Matías Cortés, el abogado granadino, el asesor de Polanco, no consiguieron alarmarme más allá de lo imprescindible en admoniciones de un corte tan severo como aquellas. Porque, como digo, es persona de las que manejan información de calidad, debido, entre otras cosas, a sus proximidades a Jesús Polanco, el presidente y principal accionista del Grupo Prisa en aquellos días, lo que le atribuía un marchamo de calidad a sus comentarios. Persona notable, Matías. Sobre sus atributos morales se puede debatir. Sobre su inteligencia y habilidad, no. Es incuestionable.

Y, a pesar de los deseos de algunos y los terrores de otros,
El Sistema
no fue concebido como un libro para desenterrar secretos guardados en ciertas tumbas o nichos donde se almacenan los horrores del poder. No quería definir a la casa por su fosa séptica, porque en todas las edificaciones humanas tiene que existir ese apartado —nunca mejor dicho— para recoger detritus, pero no por ello la enseñamos continuamente a nuestros invitados. Pretendía teorizar, definir, sentar las bases conceptuales de las cuales se derivaba un modo de pensar que condicionaba el modo de comportamiento, conforme a la espléndida distinción de Jospin.

Pero, como digo, no todos pensaban así. Fernando Almansa fue compañero mío en Deusto. Por una serie de circunstancias que ahora no toca relatar llegó a jefe de la Casa del Rey a finales de 1992. Y en ese puesto estaba cuando me intervinieron, y en él seguía aquella tarde de junio, mayo o julio, que no recuerdo bien. Su voz sonaba con algún tinte dramático de cierta artificialidad al otro lado de la línea.

—Estoy preocupado, Mario, por tu libro.

—¿Y eso, Fernando? ¿Qué te preocupa?

—Que me ha llamado Manglano.

—¿Quién?

—Manglano, el jefe de los servicios secretos, el director del Cesid.

—Ya, sí, ya sé quién es, no lo conozco de nada. ¿Qué le pasa?

—Que tiene información de que tu libro puede afectar a la seguridad del Estado y me ha pedido a mí, como amigo tuyo, que te diga que mejor no publicarlo o por lo menos que me entere de qué va la cosa.

Dejemos ahora la presión ejercida desde un puesto de semejante envergadura sobre un hombre —léase, yo— que se limita a escribir experiencias. Olvidémonos de que quiere relatar experiencias de poder con el fin de mejorar la convivencia. Obviemos que quien veladamente amenaza, o aconseja, para no ser tan duro, es el director del Cesid. Lo peor no es eso, lo peor es que el hombre de los secretos de Estado tuviera un grado de incompetencia en su trabajo del tamaño que demuestra su voluminosa ignorancia acerca de mi libro.

—Joder, Fernando, si ese hombre es el responsable de la Inteligencia de este país, la cosa está muy mal...

Fernando no entendía, un poco abrumado por las circunstancias que le tocaba vivir, ese tono jocoso cuando transmitía una preocupación, seguida de admonición encubierta, de un general encargado de los servicios secretos, es decir, palabras mayores donde las pronuncien. Así que, con una voz un poco más debilitada y tenue que la del comienzo de nuestra conversación, acertó a decirme.

—¿Por qué me dices eso? La cosa va en serio, Mario…

—Claro que va en serio, y en serio te digo que nada de lo que cuento tiene que ver con trapicheos sucios del Estado. Es solo una reflexión sobre el poder y sobre el modo y manera de ejercerlo. Hay cosas sobre Banesto, claro, y sobre espionajes de mi persona, pero eso ya se sabe. Dile a ese hombre que no se preocupe y, de paso, que se rodee de mejores informadores.

Entregué el libro a la editorial. Por cierto que, un par de años atrás, Javier de Juan, editor del libro, me comentó la paranoia —esa es la palabra— que rodeó la entrega del libro y la recepción en la editorial, en donde lo encerraron en una caja fuerte como si de un artificio capaz de demoler el universo se tratara... En fin, lo publicaron, firmé un montón de ejemplares, se vendió muy bien, sobre todo teniendo en cuenta las críticas que le fueron formuladas, pusieron en marcha el mecanismo del Sistema, nombraron a un juez ad hoc, ordenaron al fiscal que copiara la querella de los escritos de dos inspectores del Banco de España, me encerraron y descatalogaron el libro, que rondaba, si no recuerdo mal, los 80 000 ejemplares vendidos. Así que, muerto el perro (léase el libro), se acabó la rabia (entiéndase el conocimiento de cómo funciona el poder).

Pero por lo visto el perro no ha muerto. Casualmente, a raíz de la publicación de
Memorias de un preso
, muchos demandan
El Sistema
. Quieren leerlo. Por lo menos intentarlo, para tratar de entender qué nos sucede, por qué hemos llegado hasta aquí. Y aquí estamos, con el perro rescatado de una artificial cámara de difuntos. Pensé en actualizarlo, esto es, en describir ahora, a la vista de la vida que nos toca vivir, las premoniciones que en el libro se contienen. Pero eso es, en mi modesta opinión, algo que debe efectuar el lector por sí mismo. El libro, sobre todo en su estructura de conceptos, se entiende hoy mucho mejor que antes. Y, siento decirlo por si el comentario encierra vanidad de la mala, que no creo, algunas de sus prevenciones siguen estando lamentablemente vivas. Se cumplieron con exceso muchos de los peores pronósticos.

Ellos sabían que ese perro (entiéndase el libro) no se confeccionó con imaginación, sino con experiencia. Por eso fue enviado al limbo de los libros perdidos. Pero ahora renace de entre unas artificiales cenizas para quien quiera leer sus páginas y entender en ellas cómo funciona el poder en nuestro país. Insisto, hoy es más fácil, porque lo evidente es ya incuestionable, además de otros atributos... Y seguirá siéndolo, porque una cosa es que el Sistema no sea lo que era y otra que no sea nada. Claro que es. Y mucho. No todo, pero mucho. En fin, no me extiendo más. Solo recordar que el precedente intelectual de este libro se contiene en dos documentos para mi vida fundamentales. El primero, el discurso pronunciado en 1992 en el Vaticano, en presencia de Juan Pablo II, acerca del código de valores imprescindibles para el sistema de mercado. El segundo es el discurso del doctorado honoris causa, «Sociedad civil y poder político», pronunciado en la Universidad Complutense de Madrid en 1993, con presencia de todo el Sistema y de su majestad el Rey. Así que el libro responde a un planteamiento de continuidad intelectual que sigue vivo hoy, agrandado por eso que llamo la verdad de la experiencia. Mucha suerte y paciencia a quienes quieran navegar por estas páginas.

M
ARIO
C
ONDE

INTRODUCCIÓN

El 16 de diciembre de 1987, el Consejo de Administración de Banesto acordó que asumiera la presidencia de esa institución financiera, cargo en el que he permanecido hasta que, el 28 de diciembre de 1993, el Consejo Ejecutivo del Banco de España acordó intervenir Banesto mediante el procedimiento de sustituir a todos los miembros del anterior Consejo de Administración por ejecutivos de otros bancos de la competencia.

Acababa de cumplir treinta y nueve años cuando asumí la presidencia de uno de los núcleos de poder financiero más importantes de España. Hasta ese momento, mi experiencia financiera era escasa, y en el campo empresarial mi vida se había centrado fundamentalmente en la empresa químico-farmacéutica Antibióticos, S. A. Un
curriculum vitae
corto para la importancia del puesto a desempeñar, pero una serie de circunstancias azarosas, mezcla de suerte y voluntad, había provocado ese resultado, ciertamente insólito para la historia del sistema financiero español.

En España, el acceso a los cargos de responsabilidad en el sector financiero obedecía a un planteamiento de cierto corte endogámico: era necesario pertenecer al cuadro de profesionales bancarios o a alguna de las familias que tradicionalmente formaban parte de los consejos de administración de los bancos privados. Además, en mayor o menor grado, era imprescindible obtener la aprobación o consentimiento del Banco de España. Por ello, el que una persona de treinta y nueve años, sin pertenecer a ninguna de las familias tradicionalmente vinculadas al mundo financiero y enfrentada a la autoridad monetaria, accediera al puesto de presidente de Banesto rompía el esquema diseñado para el sector que había estado vigente durante muchos años.

Digo eso de «enfrentada a la autoridad monetaria» porque es rigurosamente cierto. Después de la venta de Antibióticos, S. A., al grupo italiano Montedison, decidimos invertir una parte muy sustancial del producto de la venta en la compra de acciones de Banesto. Esa vieja «casa» atravesaba un momento especialmente delicado, puesto que, como consecuencia de una serie de factores prolijos (malas operaciones de adquisición de bancos, sustancialmente Coca y Madrid), había tenido que aceptar el nombramiento como primer ejecutivo de una persona designada por el Banco de España: José María López de Letona, antiguo gobernador con quien Mariano Rubio, gobernador en aquellos momentos, mantenía excelentes relaciones personales.

Supongo que alguno se preguntará qué relación existe entre unas malas operaciones financieras y un cambio de poder de ejecutivos bancarios. Pues simple: el Banco de España controla la contabilidad de los bancos privados. Determina sus beneficios y sus pérdidas. Las auditorías no se atreven a contradecirlo. Así que el Banco de España puede colocar a una entidad financiera en una situación insostenible a nada que tenga un trozo de percha al que acogerse. Y también puede permitirle subsistir dilatando las provisiones, mirando un poco para otro lado. Y si hace esto último es a cambio de algo. Es así como una mala operación financiera se convierte en instrumento de trueque: el Banco de España admite las cuentas pero exige cambio de poder. No es demasiado complicado. En España funcionó de manera muy evidente cuando se quitó a Luis Usera del Banco Hispano y se propició la llegada a la presidencia de Claudio Boada y de José María Amusátegui. Tocaba ahora hacer lo propio con Banesto.

Quisiera dejar constancia de que, en lo que a mí respecta, no tenía en aquellos momentos ningún tipo de ambición de ser presidente de Banesto. Es cierto que deseábamos un puesto en el Consejo de Administración del banco, porque habíamos invertido mucho dinero en su capital, y, dada la importancia de nuestro paquete de acciones, era bastante razonable que solicitáramos una cierta distinción, como la que atribuye una vicepresidencia. Pero eso era todo. Insisto en que mis planes personales no caminaban en la dirección de asumir, ni a corto ni a medio plazo, la presidencia de Banesto. Quizá en un futuro, pero, sinceramente, no me lo planteaba.

Entonces ignoraba que había contribuido a alterar el diseño que «alguien» había hecho del sistema financiero español, de forma que estaba dificultando el regreso de Banesto a eso que en este libro defino como el «Sistema». El banco tenía para mí un atractivo, puesto que, además de su dimensión financiera, Banesto disponía de una serie de activos industriales constituidos por participaciones en empresas de distintos sectores económicos. Este dato, como decía, me resultaba atrayente, no solo porque podría dedicarme a ordenar ese universo empresarial, sino, además, porque en él existía un valor que, gestionado adecuadamente, podía contribuir a dar mayor solidez financiera al balance de la entidad. En el fondo, por tanto, existía un cierto reto empresarial y el deseo de invertir en un buen negocio.

Mis intenciones y proyectos no iban más allá. En cualquier caso, estaba convencido de que en un sistema de economía de mercado cualquier persona tiene derecho a invertir su dinero allí donde le parezca mejor y, desde luego, a ser nombrado miembro de un consejo de administración de un banco privado. Mi primera sorpresa se produjo cuando, poco antes de entrar en Banesto, fuimos llamados por Mariano Rubio a su despacho oficial como gobernador. Allí nos expuso que nuestro proyecto no le parecía adecuado, dado que Banesto se encontraba en una situación delicada y era preferible esperar a que López de Letona fuera nombrado presidente, lo cual, según lo programado, iba a tener lugar el 16 de diciembre de 1987. Le contestamos que no había razón para la espera, que no teníamos nada en contra de López de Letona y que solo queríamos ser accionistas y consejeros de Banesto. Supongo que en ese primer encuentro surgió un cierto grado de enfrentamiento con la autoridad monetaria. En todo caso, fue mi primera experiencia de un modo de actuar propio del Sistema.

En aquellos momentos no sabía hasta dónde puede llegar la fuerza del Banco de España en relación con los bancos privados. El impulso de los treinta y nueve años y la ignorancia del poder del instituto emisor fueron los dos factores básicos para decidir seguir adelante. Pero una de las claves de este libro consiste en relatar la experiencia, no digo la creencia o la opinión, sino la experiencia del enorme poder del Banco de España en un modelo como el nuestro en el que el sistema financiero es tremendamente poderoso. Por ello, el Banco de España es pieza básica de ese modelo de poder al que llamo el Sistema.

Poco después de mi nominación como consejero y vicepresidente de Banesto, el Banco de Bilbao, en una operación que, como posteriormente se indicará, era una respuesta del Sistema, planteó una opa hostil sobre Banesto. Es evidente que entre uno y otro acontecimiento existió una relación de causa y efecto. El día de la publicación del intento de adquisición por parte del Banco de Bilbao tuve una conversación telefónica con el gobernador Mariano Rubio, quien me conminó a aceptar el ofrecimiento del banco vasco utilizando expresiones gruesas para referirse a los anteriores gestores de Banesto. Por tanto: primero, nuestra negativa a esperar la consolidación de López de Letona en Banesto y, después, el rechazo a la oferta hostil del Banco de Bilbao. En ambos casos, en contra de la recomendación expresa y contundente del gobernador. A nadie debe extrañar que desde mis inicios en Banesto tuviera que convivir con una clara enemistad del gobernador Mariano Rubio.

La situación no era fácil, puesto que, como más adelante diré, el hacer caso al gobernador, es decir, aceptar la oferta del Banco de Bilbao, significaba, además, obtener una importante plusvalía en muy poco tiempo. Porque me ofrecieron, nos ofrecieron a Juan Abelló y a mí, mucho dinero si vendíamos y dejábamos Banesto a su merced. Y es comprensible, porque cuando se trata de cosas del Poder con mayúscula, el dinero tiene menos importancia. Al fin y al cabo el Estado siempre dispara con pólvora del Rey.

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