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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

El sol desnudo (2 page)

BOOK: El sol desnudo
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Con voz circunspecta preguntó:

—¿Tendría usted inconveniente en decirme adónde se me destina y cuál es la índole de mi misión? ¿En qué consiste mi tarea?

Trataba de adivinar qué habría querido decir el subsecretario con aquellos de «muy lejos de Nueva York», y se perdía en conjeturas acerca de cuál sería su nueva base de operaciones. Minnim pronunció aquellas palabras con énfasis, lo que hizo pensar a Baley: «¿Será Calcuta? ¿O acaso Sidney?»

Entonces observó que Minnim sacaba el cigarro y lo encendía reposadamente.

«¡Caramba! —se dijo Baley— Eso indica que le cuesta hablar del asunto.»

Minnim se sacó el cigarro de entre los labios y contemplando las volutas de humo dijo:

—El Ministerio de Justicia le envía a usted en misión temporal a Solaria.

Por un momento Baley trató de recordar dónde se hallaba aquel lugar. ¿Estaría en Asia? ¿Tal vez en Australia? De pronto se levantó del asiento y exclamó con voz tensa:

—¿Se refiere usted a uno de los Mundos Exteriores?

Minnim evitó mirar a Baley:

—Exactamente.

—¡Pero esto es imposible! A los terrestres no les está permitido visitar un Mundo Exterior.

—A veces las circunstancias son las que mandan, agente Baley. Se ha cometido un asesinato en Solaria.

Los labios de Baley se entreabrieron en una sonrisa maquinal.

—¿No le parece que ese lugar queda un poco lejos de nuestra jurisdicción?

—Han solicitado nuestra colaboración.

—¿Nuestra colaboración? ¿A la Tierra?

Baley se debatía entre la confusión y la incredulidad. Resultaba difícil imaginar que un Mundo Exterior mostrase con respecto a los terrestres otra actitud que no fuese de desdén. o, en el mejor de los casos, de condescendiente malevolencia. ¿Cómo era posible que pidieran ayuda al despreciado planeta materno?

—¿A la Tierra? —repitió con un tono de voz en el que se mezclaban el aturdimiento y la incredulidad.

—Sí; reconozco que es un tanto insólito—dijo Minnim—¿pero así es. Quieren que un detective terrestre se ocupe del caso. Nos lo han solicitado por vía diplomática, a través del mismísimo embajador.

Baley volvió a sentarse.

—¿Y por qué me han elegido a mí? Ya no soy joven. Tengo cuarenta y tres años. Estoy casado y con un hijo. No puedo dejar la Tierra.

—No hemos sido nosotros quienes le hemos elegido, amigo mío. Han sido ellos mismos los que han requerido sus servicios.

—¿Los míos?

—Sí, los del inspector Elías Baley, grado C-6 de las fuerzas policiales de la ciudad de Nueva York. Sabían perfectamente lo que querían. Tal vez usted conozca la razón.

Baley no quería dar el brazo a torcer.

—Yo no reúno las condiciones necesarias para este servicio.

—Ellos opinan que sí. Por lo visto les impresionó profundamente la manera en que llevó usted el caso del hombre del espacio asesinado.

—Creo que están en un error. Exageran mi habilidad en resolver este caso.

Minnim se encogió de hombros.

—Sea como sea han solicitado sus servicios y nosotros hemos accedido. Tiene usted un nuevo destino y su documentación está preparada. Debe partir inmediatamente. Durante el tiempo que dure su ausencia nos ocuparemos de su familia, que recibirá el trato correspondiente a un C-7, pues ésta será su graduación provisional durante el tiempo que tarde usted en realizar este cometido. —Hizo una pausa significativa—. Si sale airoso de la prueba esta graduación será definitiva.

Todo se sucedía con vertiginosa rapidez. Aquello parecía imposible. É1 no podía dejar la Tierra. ¿Acaso no lo comprendían?

Aparentando una calma que no sentía, preguntó:

—¿Qué clase de asesinato? ¿En qué circunstancias se ha producido? ¿Por qué no pueden resolverlo por sí solos?

Minnim ordenó algunos objetos de su mesa con el mayor cuidado, mientras negaba con la cabeza.

—No sé una palabra sobre ese asesinato. Ignoro totalmente los detalles.

—¿Quién los conoce, pues? No esperará usted, señor subsecretario, que vaya por ahí sin saber una palabra.

Un pensamiento angustioso surgió de lo más profundo de su ser: «¡No puedo dejar la Tierra!»

—Nadie sabe nada sobre este asesinato, por lo menos aquí en la Tierra. Los solarianos no han dicho nada al respecto. La misión de usted será descubrir qué tiene de particular ese asesinato para que

hayan decidido encomendar la resolución del caso a un terrestre. a, mejor dicho, esto sólo será parte de su misión.

Baley estaba lo bastante angustiado como para atreverse a preguntar:

—¿Qué ocurriría si me negase?

Sin embargo, conocía de antemano la respuesta. Sabía que podía significar la degradación para él y, lo que era aún peor, para su familia.

Minnim no mencionó el término degradación, sino que se limitó a decir con voz queda:

—No puede negarse, agente. Tiene usted una misión que cumplir.

—¿En Solaria? Por mí, esa gente puede irse al infierno.

—No es por usted, Baley, sino por
nosotros
. —Minnim hizo una pausa y luego prosiguió diciendo—: Ya sabe usted en qué situación se halla la Tierra con respecto a los hombres del espacio. Supongo que huelga toda explicación ¿no?

Baley, como cualquier otro terrestre, sabía cuál era esta situación. Los Cincuenta Mundos Exteriores, que en conjunto tenían una población mucho menor que la de la Tierra, mantenían una potencia militar quizá cien veces mayor. Con sus mundos casi despoblados, basados en una economía de robots positrónicos, su producción de energía por ser humano era miles de veces superior a la de la Tierra. Y era precisamente la cantidad de energía que el ser humano podía producir lo que determinaba el potencial militar, el nivel de vida, el goce personal y todo lo demás.

Minnim dijo:

—Uno de los factores que contribuyen a mantenernos en esta posición de inferioridad es la ignorancia, nada más que la ignorancia. Los hombres del espacio lo saben todo acerca de nosotros. Por desgracia, envían a la Tierra cuantas expediciones les viene en gana. En cambio, nosotros sólo sabemos de ellos lo que quieren contarnos. Hasta el momento, ningún habitante de la Tierra ha puesto los pies en un Mundo Exterior. Usted será el primero.

Baley balbuceó:

—No puedo...

—Lo hará. Su posición es privilegiada. Irá a Solaria como invitado para cumplir una misión que ellos le han encomendado. A su regreso traerá usted una información de vital interés para la Tierra.

Baley miró con recelo al subsecretario.

—¿Quiere eso decir que seré un espía de la Tierra?

—No se trata de espionaje en el sentido tradicional del término, puesto que no es preciso que haga cosas que ellos no le pidan. Limítese a ver y a observar con atención. De vuelta a la Tierra, un grupo de especialistas analizará e interpretará sus observaciones.

Baley aventuró:

—Presumo que hay una crisis de por medio, señor subsecretario.

—¿Por qué dice usted eso?

—Me parece arriesgado enviar a un terrestre a un Mundo Exterior. Los hombres del espacio nos odian. Aunque vaya animado de las mejores intenciones y a pesar de que hayan sido ellos los que han requerido mi presencia, puedo desencadenar un incidente interestelar. Si el gobierno terrestre lo deseara encontraría el modo de evitar mi partida. Por ejemplo, podría aducir que estoy enfermo. Los hombres del espacio le tienen verdadero pánico a las enfermedades.

—¿Sugiere usted que recurramos a ese ardid?—preguntó Minnim.

—No. Si el gobierno no tuviese otro motivo para enviarme ya hubieran pensado en eso o en algo mejor sin necesidad de que yo lo indicase. Por ello deduzco que se me envía a Solaria en calidad de espía, en cuyo caso tendré que hacer algo más que limitarme a ver y a observar para justificar el riesgo.

Baley casi esperaba una explosión de cólera, cosa que hubiese acogido con agrado, pues habría aliviado la tensión que experimentaba; pero Minnim se limitó a sonreír fríamente y a decir:

—Por lo visto no se le escapa a usted ningún detalle. Aunque, por otra parte, siendo usted quien es no puedo decir que me extrañe.

El subsecretario se inclinó hacia Baley por encima de la mesa.

—Voy a confiarle un secreto que, por supuesto, no debe comentar con nadie, ni siquiera con otros funcionarios gubernamentales. Nuestros sociólogos han llegado a ciertas conclusiones con respecto a la actual situación galáctica. Por una parte están los cincuenta Mundos Exteriores, con baja densidad de población, robotizados, poderosos, habitados por seres que gozan de fantástica salud y cuyo promedio de vida es elevadísimo. Por otra, nosotros, la Tierra, superpoblada, atrasada tecnológicamente, con una esperanza de vida muy baja y sometida al dominio de estos mundos. En fin, lo que se dice una situación muy inestable.

—Todo es inestable a largo plazo.

—No; la situación es inestable a corto plazo. Digamos que en un período máxima de cien años. Nuestra generación no será testigo de los acontecimientos, pero sí nuestros hijos. La cierto es que llegaremos a ser un peligro tan grande para !os Mundos Exteriores que éstos no tolerarán nuestra supervivencia. En la Tierra hay ocho mil millones de seres que albergan un odio mortal hacia los hombres del espacio.

Baley observó:

—Los hombres del espacio nos excluyen de la Galaxia, manejan nuestro comercio para su única y —exclusivo beneficia, dictan condiciones a nuestro gobierno y nos tratan con el mayor desprecia. ¿Qué esperan de nuestra parte? ¿Gratitud acaso?

—Lo que usted dice es muy cierto, pero lo malo es que ya se han trazado las líneas maestras del plan. Los terrestres se rebelan y ellos sofocan la rebelión. Vuelta a rebelarnos y nuevo exterminio... En el término de un siglo la Tierra quedará borrada del Universo en cuanto mundo habitado. Por lo menos esta es la conclusión a que han llegado los sociólogas.

Baley se revolvió inquieta en su asiento. Él no tenía autoridad para poner en duda las afirmaciones de los sociólogas ni de sus computadores electrónicos.

—Pero, entonces, qué esperan ustedes de mí?

—Que nos traiga información. El fallo principal de nuestras previsiones sociológicas radica precisamente en 1a falta de datos sobre las hombres del espacia. Tenemos que basarnos en presunciones y en la observación de los pocos representantes que nos envían. Se nos obliga a confiar en lo que a ellos les interesa que sepamos, con el resultado de que sólo conocemos su lado fuerte y no su punto flaco. Es cierto que tienen a sus robots, que son relativamente pocos y que poseen gran longevidad. Pero deben de tener también sus debilidades. Es muy posible que exista algún factor, o varios, que de sernos conocido tal vez podría cambiar el signo ineluctable de nuestra destrucción como comunidad, algo capaz de guiar nuestras iniciativas y de aquilatar las posibilidades de supervivencia de la Tierra.

—¿No sería mejor que enviasen a un sociólogo, señor subsecretario?

Minnim negó con la cabeza.

—Si hubiésemos podido elegir, hace diez años que habríamos mandado a uno de los nuestros, aprovechando que fue entonces cuando se llegó a las conclusiones que acabo de exponerle. Esta es la primera ocasión que se nos presenta de enviar a un terrestre. Ahora bien, ellos nos piden un detective, lo cual nos viene como anillo al dedo. Un detective es también un sociólogo, un sociólogo práctico, o de lo contrario no sería un buen detective. Su hoja de servicios nos indica que es usted la persona idónea.

—Gracias, señor —dijo Baley maquinalmente—. ¿Y si me veo en un aprieto?

Minnim se encogió de hombros.

—Es un riesgo que hay que correr. —Hizo un ademán, como para quitarle importancia a la cosa, y añadió—: De todos modos tiene usted que ir. Se ha fijado ya la fecha de partida. La nave que ha de transportarle le está esperando.

Baley enderezó el cuerpo.

—¿Dice usted que está esperando? ¿Para cuándo está prevista la partida?

—Para dentro de dos días.

—Debo regresar en seguida a Nueva York. Mi esposa...

—Nosotros nos ocuparemos de su esposa. Ella no debe saber el motivo de su misión, compréndalo usted. Le diremos que no cuente con recibir noticias suyas.

—Pero esto es inhumano. Debo verme con ella. Tal vez sea la última vez que lo haga.

Minnim objetó:

—Quizá lo que voy a decirle aún le parezca más inhumano, pero ¿no es cierto que cada vez que sale usted de servicio se expone a no volver a ver a su esposa? Agente Baley, todos tenemos una tarea que cumplir.

La pipa de Baley llevaba quince minutos apagada y él ni siquiera lo había advertido.

No pudo obtener más detalles. Nadie parecía estar enterado del asesinato de marras. Todos los funcionarios con los que se entrevistó se limitaron a acelerar los trámites de su partida, hasta que se encontró al pie de la astronave, aturdido todavía por el rumbo de los acontecimientos.

La nave semejaba un gigantesco cañón apuntando al cielo. Baley, expuesto a la temperatura exterior, tiritaba de frío. La noche cayó como un negro muro que se difumina hasta formar un techo oscuro, lo cual le produjo una sensación de alivio. Era una noche brumosa, y aunque había estado en Planetaria, la súbita visión de una estrella fulgurando entre las nubes le hizo dar un respingo.

Era una chispa débil y lejana. La contempló con curiosidad, sin apenas sentir miedo. Parecía muy próxima e insignificante, y, sin embargo, a su alrededor giraban planetas cuyos habitantes eran los dueños de la Galaxia. El Sol, se dijo, era una estrella semejante, si bien mucho más próxima, y en aquellos momentos iluminaba la otra cara de la Tierra. De pronto, ésta se le representó como una bola maciza recubierta por una película de vapores y gases, expuesta al vacío por todos sus lados, con las Ciudades precariamente soterradas en la corteza exterior, entre la roca y la atmósfera. Un escalofrío recorrió su piel.

La nave pertenecía a los hombres del espacio, por supuesto, ya que dominaban por completo el comercio interestelar. Baley se encontraba en un punto alejado del cinturón de la Ciudad. Le dieron un baño, le restregaron y le esterilizaron hasta que les pareció que ya no era peligroso y que, según el criterio de los hombres del espacio, estaba en condiciones de subir a bordo. Aun así, enviaron a un robot a su encuentro, pues como habitante de una superpoblada Ciudad terrestre se le suponía portador de un centenar de gérmenes patógenos, gérmenes a los que él era inmune, pero que podían afectar a los hombres del espacio, auténticas flores de invernadero de la eugenesia.

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