Kerwin asintió.
—He visto cómo las medían. Nosotros llamamos a ese instrumento un electroencefalógrafo…
Pronunció la palabra en terrano estándar, ya que no sabía si los darkovanos tenían alguna palabra para ello, y empezó a explicar cómo medía y hacía visible las energías eléctricas del cerebro. Ella se encogió de hombros con impaciencia.
—Un instrumento simple y torpe. Bien, en general, las ondas mentales, incluso las de un telépata, no ejercen demasiado efecto sobre el universo material. La mayoría ni siquiera pueden mover un cabello. Hay excepciones, fuerzas especiales… Ya lo aprenderás. Pero, por lo común, las ondas cerebrales no pueden mover por sí mismas ni un cabello. Sin embargo, los cristales matrices actúan de alguna manera que convierte la fuerza en forma. Eso es todo.
—Y las Celadoras…
—Algunas matrices son tan complejas que una sola persona no puede manejarlas. Esa tarea requiere la energía de varias mentes, vinculadas para alimentar el cristal, formando un nexo energético. Una Celadora maneja y coordina las fuerzas. Eso es todo lo que puedo decirte —dijo abruptamente y se volvió, señalando la escalera—. Márchate.
Dio la vuelta y se alejó con un remolino de telas transparentes. Kerwin la observó irse, alarmado. ¿Otra vez habría hecho algo que la había ofendido? ¿O sería algún capricho infantil? ¡Sin duda ella
parecía
bastante infantil!
Bajó la escalera y volvió a encontrarse en el gran salón con chimenea en el que lo habían recibido al amanecer. ¿Le habían dado la bienvenida al
hogar
? ¿A su hogar? La habitación estaba completamente vacía. Kerwin se dejó caer en una de las sillas tapizadas, sepultando la cabeza entre las manos… ¡Si alguien no le explicaba las cosas enseguida, se volvería loco de frustración!
Kennard lo encontró allí en esa posición. Kerwin alzó la vista y le dijo con impotencia:
—Es demasiado. No puedo asimilarlo todo. Es demasiado, todo de una vez. ¡No comprendo, no comprendo nada!
Kennard le miró con una curiosa mezcla de compasión y diversión.
—Sé cómo es. Viví algunos años en Terra y conozco muy bien el
shock
cultural. Déjame sentarme. —Con cuidado se apoyó en la masa de cojines y se recostó con las manos cruzadas detrás de la cabeza—. Tal vez pueda aclararte un poco las cosas. Te lo debo.
Kerwin había escuchado que los darkovanos, la nobleza en todo caso, tenían poco que ver con el Imperio; la novedad de que Kennard había vivido de verdad en Terra le había sorprendido, pero no más que cualquier otra cosa de las ocurridas durante el último día, no más que su propia presencia en ese sitio. Era prácticamente inmune a cualquier otro
shock
.
—Empecemos por esto: ¿Quién soy? ¿Por qué demonios estoy aquí? —inquirió.
Kennard ignoró la pregunta, fijando la mirada en el espacio, por encima de la cabeza del otro. Al cabo de un rato dijo:
—¿Sabes qué vi aquella noche en el Sky Harbor Hotel?
—Lo siento. No estoy de humor para adivinanzas.
Kerwin quería hacer preguntas directas y obtener respuestas también directas; no quería responder a ninguna pregunta.
—Recuerda que yo no tenía ni la menor idea de quién eras. Parecías uno de nosotros, y yo sabía que no lo eras. Vi a un terrano, pero soy un Alton y tengo una percepción temporal tortuosa, desfasada. Así que miré al terrano y vi a un niño, un niño confundido, que nunca había sabido quién ni qué era. Me gustaría que te hubieras quedado y hubieras hablado con nosotros entonces.
—También a mí —replicó Kerwin lentamente.
Un niño que nunca había sabido quién ni qué era
. Kennard lo había expresado con gran precisión—. Crecí, es cierto. Pero me dejé a mí mismo en alguna parte.
—Tal vez te encuentres aquí.
Kennard se puso de pie con lentitud. También Kerwin se incorporó y tendió una mano para ayudar al hombre mayor, pero éste se alejó. Al cabo de un momento, Kennard sonrió con timidez y dijo:
—Te preguntas por qué…
—No —repuso Kerwin, comprendiendo de pronto que todos ellos habían evitado hábilmente el contacto físico con él—. Odio que la gente me empuje; nunca me he llevado bien con la gente a poca distancia. Y me siento como el demonio en las multitudes. Siempre me ha ocurrido.
Kennard asinqtió y dijo:
—
Laran
. Tienes lo suficiente como para que el contacto físico te resulte desagradable…
Kerwin soltó una risita.
—Yo no iría tan lejos como para decir
eso
…
Kennard agregó, con un sardónico encogimiento de hombros:
—Desagradable excepto en situaciones de intimidad deliberada, ¿verdad?
Kerwin asintió, pensando en los raros encuentros personales de su vida. Sabía que había apenado profundamente a su abuela terrana, debido a su violento desagrado por las demostraciones de cariño. Sin embargo, la anciana había llegado a gustarle; la había amado a su manera. A sus compañeros de trabajo… los había tratado igual que Auster a él en el avión: rechazando con violencia el menor contacto personal, eludiendo cualquier roce físico casual. Eso no le había hecho popular precisamente.
—¿Qué edad tienes? ¿Veintiséis? ¿Veintisiete? Por supuesto que sé cuántos años tienes según el calendario darkovano. Fui uno de los primeros a quien Cleindori se lo dijo. Pero nunca sé convertirlos al tiempo terrano. Hace ya mucho que viví en Terra. ¡Un tiempo condenadamente largo para vivir fuera del medio adecuado!
—¿El medio adecuado? ¡Un cuerno! —le replicó Kerwin—. Dime en qué lugar encajo en este lío, ¿quieres?
—Lo intentaré.
Kennard se dirigió a una mesa que estaba en un rincón, se sirvió una copa del grupo de botellas que allí había y arqueó las cejas con curiosidad en dirección a Kerwin.
—Vamos a tomar una copa cuando bajen los demás, pero yo tengo sed. ¿Y tú?
—Esperaré.
Nunca había sido un gran bebedor.
La pierna enferma de Kennard debe de dolerle bastante si quebranta las costumbres de esta manera
. Esa idea pasó como una instantánea por su mente. Con impaciencia, se preguntó de dónde habría salido, mientras Kennard volvía con gran cautela a su asiento. Una vez en él, bebió, dejó la copa y entrelazó meditativamente los dedos.
—Elorie te lo dijo. Hay siete familias de telépatas en Darkover, cada una de ellas gobierna uno de los Siete Dominios: los Hastur, los Ridenow, los Ardais, los Elhalyn, los Alton, que son mi familia, y los Aillard, que son la tuya.
—Esas son seis —replicó Kerwin, que había ido contando.
—No mencionamos a los Aldaran. Aunque algunos de nosotros tenemos sangre Aldaran, por supuesto, y dones Aldaran. Incluso se han llevado a cabo algunos matrimonios… Bien, no hablemos de eso; es una historia larga y vergonzosa. Los Aldaran fueron exiliados de los Dominios mucho tiempo atrás. No podría contártelo todo ahora, ni aunque lo supiera, ni aunque tuviéramos más tiempo… Y ni lo sé todo ni tenemos suficiente tiempo. Pero, al existir tan sólo seis familias telépatas…, ¿te imaginas hasta qué punto estamos emparentados entre nosotros?
—¿Quieres decir que como norma todos se casan dentro de la propia casta? ¿Entre telépatas?
—No del todo. No… deliberadamente —dijo Kennard—. Pero, al ser telépatas y estar aislados en las Torres, nada más que con otros iguales a nosotros…, es como una especie de droga. —Su voz no era muy firme—. Eso te incapacita por completo para… para el contacto con los de afuera. Uno se pierde en eso y, cuando sale a buscar aire, como se dice, descubre que ya no puede respirar más el aire común. Uno descubre que ya no tolera estar rodeado de otros, de gente que no está sintonizada con tus pensamientos, con gente que… que apretuja tu mente. No puedes acercarte a ellos; no son del todo reales para ti. Oh, la sensación desaparece al cabo de un tiempo, pues si no nadie podría vivir fuera de una Torre, pero… pero es una tentación. Los no-telépatas te parecen bárbaros o como animales extraños, ajenos, equivocados… —Miraba el espacio, por encima de la cabeza de Kerwin—. Te arruina cualquier contacto con gente común. Con las mujeres. Supongo que incluso en tu nivel has tenido problemas con las mujeres que no pueden… no pueden compartir tus sentimientos ni tus pensamientos. Después de diez años en Arilinn, cualquier otra cosa es como… como acostarse con una bestia bruta…
El silencio se prolongó mientras Kerwin pensaba en eso, en la curiosa alienación, en la sensación de
diferencia
que se había interpuesto entre él y todas las mujeres que había conocido. Como si tuviera que existir algo más, más profundo que el contacto más íntimo…
De repente, con un leve estremecimiento, Kennard se recobró y prosiguió con voz áspera:
—De cualquier manera, estamos vinculados mentalmente, más que en lo físico, y todo a causa de esa incapacidad de tolerar a los de afuera. El emparentamiento físico ya es bastante dañoso: han aparecido algunas recesiones muy extrañas. Algunos de los antiguos Dones están prácticamente extinguidos: en toda mi vida, no he visto más que uno o dos telépatas catalizadores. Ése es el antiguo don de Ardais, pero Dom Kyril no lo tenía o, si lo tenía, nunca aprendió a usarlo; y ahora está loco como una
banshee
durante el Viento Fantasma. En los Aillards, el Don se ha tornado asociado al sexo: sólo aparece en las mujeres; los varones no lo tienen. Y cosas por el estilo… Si estudias un poco de genética, comprenderás lo que te digo. Un sólido programa de matrimonios exógamos todavía podría salvarnos, si es que pudiéramos concretarlo, pero la mayoría de nosotros no podemos. Así que… —Se encogió de hombros—. En cada generación hay menos que nacen con los antiguos Dones del
laran
. Mesyr te lo dijo: en una época hubo aquí en Arilinn tres círculos, cada uno de ellos con su propia Celadora. Alguna vez existieron más de una docena de Torres, y Arilinn no era la más grande. Ahora… hay otras tres Torres que operan con un círculo de mecánicos; nosotros somos la única Torre que tiene una Celadora cualificada; lo que significa que Elorie es virtualmente la única Celadora de Darkover. Y en el Comyn, y dentro de la nobleza menor relacionada por lazos de sangre con nosotros, no alcanzan en cada generación las personas adecuadas para mantener las Torres con vida. De modo que en el Comyn hay dos tendencias. —Ahora hablaba con brusquedad, y ya no había en su voz rastro alguno de su anterior ensueño—. Una facción sostiene que debemos aferramos a nuestras antiguas costumbres mientras podamos, resistiéndonos a cualquier cambio hasta extinguirnos, lo que inevitablemente ocurrirá dentro de una o dos generaciones, y ya no tendría importancia, pero al menos seguiríamos siendo lo que siempre fuimos. Otros opinan que, como el cambio es inevitable, o es al menos la única alternativa a la muerte, deberíamos introducir todos los cambios que pudiéramos tolerar antes de que nos obligaran a hacer otros intolerables. Esa facción sostiene que la ciencia de matrices debería enseñarse a todos los que tuvieran los rudimentos de la capacidad del
laran
, que serían desarrollados y entrenados de la misma manera que los de un telépata del Comyn. Una generación atrás, hubo algunos miembros de esta facción en el poder dentro del Comyn, y, durante esos pocos años, la mecánica de matrices se convirtió en una profesión. Durante esa época descubrimos que la mayoría de las personas tienen un poco de poder psi… suficiente para operar una matriz, en cualquier caso, y que podían ser entrenadas en el uso de las ciencias de matriz.
—Yo conocí a un par de ellos —dijo Kerwin.
—Tienes que recordar —prosiguió Kennard— que todo esto se vio complicado por una gran cantidad de actitudes emocionales muy intensas. Se trataba virtualmente de una religión, y en esa época el Comyn era casi una casta sacerdotal. Las Celadoras, sobre todo, eran objeto de un fanatismo religioso que llegaba a la veneración. Y ahora llegamos al punto en que tú entras en la historia. —Incómodo, cambió de posición, suspiró y miró con fijeza a Jeff Kerwin, antes de continuar—. Cleindori Aillard era mi hermana de crianza. Era
nedestro
de su clan, lo que significa que no había nacido de un matrimonio legítimo, sino que era la hija de una mujer Aillard y de un Ridenow, un hijo menor de ese clan. Llevaba el nombre de Aillard porque entre nosotros un hijo adopta el nombre del progenitor de mayor rango, no necesariamente el del padre como ocurre en Terra. Ella y yo nos criamos juntos desde que era muy pequeña. Estaba prometida —una especie de compromiso de matrimonio que se hace más entre las familias que entre las personas en cuestión— a mi hermano mayor, Lewis. Después fue elegida para ser entrenada como Celadora en Arilinn.
Kennard estaba inmóvil. Su rostro había vuelto a reflejar la actitud remota y amarga de antes. Calló un momento y luego dijo:
—No conozco toda la historia. Además hice un juramento. Me obligaron a jurar, cuando regresé a Arilinn. Hay cosas que no puedo decirte. De todas maneras, durante parte de los acontecimientos estuve lejos, en Terra; ésa también es una larga historia. Mi padre eligió un hijo adoptivo terrano. Yo fui a Terra como lo que podríamos llamar un estudiante en intercambio, mientras Lewis era educado aquí. Por eso no vi a Cleindori durante seis o siete años. Cuando regresé, ya era Dorilys de Arilinn. Celadora. Cleindori era, en cierto sentido, la persona más poderosa del Comyn, la mujer más poderosa de Darkover. La Dama de Arilinn. Era una
leronis
de extraordinaria habilidad y, como todas las Celadoras, había hecho votos de virginidad y debía vivir recluida, en severo aislamiento… Fue la última. Ni siquiera Elorie fue entrenada como Cleindori, a la antigua usanza. Al menos Cleindori logró eso. —Por un momento volvió a caer en ese ensimismamiento triste. Después, incorporándose sobre los cojines, con voz seca y sin emoción, continuó—: Cleindori era una luchadora, una rebelde. Era una reformadora de corazón y, como Dama de Arilinn y como una de las últimas mujeres sobrevivientes de Aillard en línea directa, tenía considerable poder y jerarquía en el Concejo por derecho propio. Luchó duramente contra el nuevo Concejo y contra la convicción que ellos sostenían: que las Torres del Comyn debían conservar su carácter secreto y su antiguo y protegido status semi-religioso. Ella trató de introducir plebeyos en las Torres… y lo logró en algunos casos. La torre de Neskaya, por ejemplo, acepta a cualquiera que posea poder telepático, ya sea Comyn, plebeyo o un mendigo de la zanja. Pero… hace cincuenta años que no tienen una verdadera Celadora. Después, Cleindori empezó a atacar los tabúes referidos a su propio status especial. Eso ya fue demasiado; tal herejía produjo una rebelión… Cleindori quebrantó una y otra vez los tabúes, insistiendo en que podía quebrantarlos con impunidad porque, como Celadora, sólo era responsable ante su propia conciencia. Y finalmente se escapó de Arilinn.