El sol sangriento (32 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: El sol sangriento
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¿Le habrían plantado entre ellos, como un espía inconsciente dentro de la Torre de Arilinn?

—Nunca escuché algo tan condenadamente tonto —dijo Kennard con irritación—. ¡Tanto me daría creer eso de ti, Auster, como de la misma Elorie! ¡Pero, si hay entre nosotros esta clase de sospecha, sólo los terranos saldrán beneficiados! —Tomó el mapa—. Es más probable que sea uno de los aldaranes; tienen algunos telépatas allí y trabajan con matrices no monitoreadas, fuera de la red de transmisión de las Torres. Tu barrera puede haber fallado, Auster, eso es todo. Digamos que es mala suerte y hagamos otro intento.

12. LA TRAMPA

Trató de eliminar la idea de su mente. Después de todo, Kennard le había garantizado que era inocente tras del examen telepático. Sabía que eso era una defensa legal en cualquier parte, pero, una vez suscitada, la idea persistía como el dolor de un diente enfermo.

¿Podría llegar a saber si los terranos me habían insertado aquí?

Me alegró tanto liberarme de la Zona terrana que ni siquiera pregunté nada. Además, ¿por qué la computadora del Orfanato no tenía registro de mí? Dijeron que también Auster nació entre los terranos. ¿Habrá algún registro suyo allí? ¿Hay alguna razón para que un telépata con una matriz, como dijo Ragan, no pueda borrar el banco de memoria de una computadora… para eliminar un registro en particular?

Por todo lo que sabía de computadoras y por lo que sabía de matrices, le parecía que esa tarea no sería en absoluto difícil.

Pasaba los días silencioso y concentrado, se quedaba en cama durante horas, trataba de no pensar en nada o cabalgaba solo por las colinas. Era consciente de que los ojos de Taniquel le vigilaban siempre que estaban con los otros y sentía su comprensión
(¡maldita perra, no quiero su lástima!)
y su dolor. La evitaba siempre que podía, pero el recuerdo de su breve período de amantes le hería como un cuchillo. Como había sido para él mucho más profundo que cualquier relación casual, no podía descartarlo espontáneamente; permanecía en él como un dolor.

Tenía cierta consciencia de que ella intentaba encontrarse con él a solas y sentía un placer perverso en evitarla. Una mañana, sin embargo, se encontraron frente a frente en la escalera.

—Jeff —dijo ella, tendiéndole la mano—. No huyas, por favor, no sigas huyendo. Quiero hablar contigo.

Él se encogió de hombros, mirando más allá de ella.

—¿Qué tenemos que decirnos?

Los ojos de Taniquel se llenaron de lágrimas y se desbordaron.

—No soporto esto —se dolió con voz quebrada—. Vernos como dos enemigos, ¡y la Torre colmada de… puntas de flecha de odio y de sospecha! Y celos…

El hielo del resentimiento de Kerwin se fundió ante lo genuino del dolor de ella.

—Tampoco a mí me gusta, Tani. Pero recuerda que no fui yo quien lo hizo.

—¿Por qué tienes que…? —controló su estallido, mordiéndose un labio y agregó—: Lamento que seas tan desdichado, Jeff. Kennard me explicó un poco lo que sientes. De veras que lo lamento. Yo no comprendí…

—Si soy suficientemente desdichado —le respondió él, cargando sus palabras con denso sarcasmo—, ¿volverías conmigo? —La tomó con muy poca suavidad de los hombros—. Supongo que Auster te ha hecho pensar lo peor de mí: que soy un espía terrano o algo así.

Ella permanecía quieta entre sus manos, sin hacer ningún esfuerzo por desasirse.

—Auster no está mintiendo, Jeff. Sólo dice lo que cree. Si piensas que es feliz por eso, estás muy equivocado.

—Supongo que se le rompería el corazón si consiguiera alejarme de aquí…

—No lo sé, pero no te odia de la manera que tú crees. Mírame, Jeff. ¿No te das cuenta de que te digo la verdad?

—Supongo que debes de saber lo que siente Auster.

Los hombros de Taniquel temblaban. De algún modo, el espectáculo de Taniquel, la pícara, la alegre, llorando, le dolía más que todas las sospechas de los otros. Pensó que eso era lo peor: si Auster había estado mintiendo por maldad, si Taniquel lo había dejado por Auster para herirlo y ponerlo celoso, él al menos podría haber
entendido
esa clase de motivación. Pero, tal como parecía, todo era un completo misterio para él. Taniquel ni lo atacaba ni lo defendía, ni siquiera con el pensamiento; simplemente compartía su dolor. Cayó contra él, sollozando, y le asió con desesperación.

—¡Oh, Jeff, éramos tan felices cuando viniste! ¡Significó tanto para nosotros tenerte aquí! Y ahora todo se ha arruinado. ¡Oh, si tan sólo pudiéramos saber, si tan sólo pudiéramos estar seguros!

Él les hizo frente esa noche en el salón, esperando hasta que se reunieron para la copa de la noche antes de ponerse agresivamente de pie, con las manos unidas a la espalda. Desafiante, se había puesto sus ropas terranas; desafiante, habló en cahuenga.

—Auster, me has hecho una acusación. Me he sometido a un examen telepático que debería haber terminado la cuestión, pero no has aceptado mi palabra ni la de Kennard. ¿Qué prueba exigirías? ¿Qué aceptarías?

Auster se puso de pie, esbelto, gracioso, delgado como un gato, y dijo:

—¿Qué quieres de mí, Kerwin? No puedo desafiar tu inmunidad de Comyn…

—Que la inmunidad de Comyn se vaya a la… —Kerwin utilizó una palabra que procedía directamente de las alcantarillas del espaciopuerto—. Me pasé diez años en Terra. Allí tienen una expresión que puede ser traducida groseramente como cerrar el pico. Dime, aquí y ahora, qué prueba
aceptarías
y dame oportunidad, aquí y ahora, de cumplirla para tu satisfacción. O cierra el pico sobre eso para siempre. Y créeme, hermano, que si escucho una sola condenada sílaba… o si capto una sola insinuación telepática, ¡te moleré a palos!

Se quedó de pie, con los puños apretados. Cuando Auster se hizo a un lado, Jeff también se movió para mantenerse directamente frente al otro.

—Te lo digo otra vez: habla o cierra el pico para siempre.

Hubo un silencio consternado en la habitación, que Kerwin percibió con satisfacción. Mesyr soltó una exclamación de reproche, casi una admonición:
Vamos niños…

—Jeff tiene razón —dijo Rannirl—. No puedes seguir con eso, Auster. Prueba lo que estás insinuando o pide disculpas a Jeff y cierra la boca después. No sólo por el bien de Jeff. Debes hacerlo por todos nosotros. No podemos vivir de este modo; somos un círculo. No pretendo que hagas con él el juramento de
bredin
, pero de alguna manera debéis arreglároslas para vivir en armonía. No podemos vivir así, divididos en dos facciones y cada bando ladrándole al otro. Elorie ya tiene bastante de qué preocuparse.

Auster miró a Kerwin. Si las miradas pudieran matar, pensó Kerwin, Auster ya no tendría más problemas. Pero, cuando habló, su voz fue tranquila y considerada:

—Tienes razón. Todos nosotros debemos averiguar la verdad de una vez por todas. El mismo Jeff ha prometido atenerse al resultado. Elorie, ¿puedes construir una trampa matriz?

—Puedo —espetó ella—. ¡Pero no lo haré! ¡Haz tu propio trabajo sucio!

—Kennard puede hacerlo —dijo Neryssa.

—Sí —replicó Auster, frunciendo el ceño—, pero está prejuiciado… a favor de Jeff. ¡Actúa aquí como su padre adoptivo!

La voz de Kennard fue calmada y peligrosa.

—Si te atreves a suponer que yo, que he sido mecánico en Arilinn desde antes de los Cambios, quebrantaría mi juramento…

Rannirl levantó una mano para interrumpir a ambos.

—Yo la construiré. No porque esté de tu lado, Auster, sino porque tenemos que zanjar esta cuestión de alguna manera. Jeff —se volvió hacia Kerwin—, ¿confías en mí?

Kerwin asintió. No estaba seguro de qué era una trampa matriz, pero, si Rannirl estaba encargado de construirla, estaba seguro de que esa trampa no estaría tendida para
él
.

—Muy bien —dijo Rannirl—. Ya está arreglado. Mientras tanto, hasta que la trampa matriz se prepare para el próximo círculo, ¿no podéis declarar una tregua?

Jeff tenía ganas de decir:
infiernos si puedo
, y supo, mirando el rostro hosco de Auster, que el otro tampoco estaba bien dispuesto. ¿Cómo podían fingir dos telépatas? Pero, al ver a Taniquel al borde de las lágrimas, Jeff repentinamente se encogió de hombros. Qué diablos, no le haría ningún daño ser cortés. Auster sólo quería saber la verdad y, de todas maneras, en eso estaban todos de acuerdo.

—Le dejaré tranquilo —comunicó— si él me deja tranquilo a mí. ¿De acuerdo?

El rostro tenso de Auster se distendió.

—De acuerdo.

Una vez que se tomó la decisión, la tensión se hizo más leve y la siguiente etapa de trabajo empezó con una atmósfera que era, por contraste, casi amistosa. Esta vez tenían que construir una pantalla matriz para la tarea conocida como «limpieza», que no se había llevado a cabo en esta escala desde los grandes días del Comyn, cuando las Torres marcaban la tierra, dando poder y tecnología a todos los Dominios.

Habían localizado minerales y depósitos de metales y habían señalado su riqueza y accesibilidad. El próximo paso sería separar los depósitos de otros minerales que los contaminaban, para que el cobre y otros metales fueran extraídos en su forma más pura, sin necesidad de refinado. Gota a gota, átomo a átomo, en las profundidades de la tierra, por medio de minúsculos desplazamientos de energía y de fuerza, los metales puros serían separados de otros minerales y rocas. Corus se pasó más tiempo con sus modelos moleculares, preocupado por los pesos y proporciones precisos. Esta vez Elorie, con Rannirl, pidieron de una manera especial la ayuda de Kerwin para colocar los cristales dentro de las pantallas. Le pidieron que sostuviera complejas estructuras moleculares claramente visualizadas en una pantalla monitora, para que Elorie y Rannirl pudieran poner los cristales vacíos en sitios precisos dentro de las amorfas capas de vidrio. Kerwin aprendió cosas de la estructura atómica que ni siquiera los científicos terranos sabían. Su educación en física, por ejemplo, no le había dicho nada acerca de la naturaleza de los
energones
. Era un trabajo agobiante, monótono y que destrozaba los nervios, más que físicamente exigente; y siempre, en un rincón de su cabeza, se hallaba la idea de que habría una prueba con la trampa matriz, fuera de lo que fuese.

Quiero saber la verdad, sea cual sea.

¿Sea cual sea?

Sí. Sea cual sea.

Un día estaban trabajando en uno de los laboratorios de matrices, y Jeff, que sostenía la compleja estructura interna del cristal que se visualizaba en la pantalla monitora, de repente vio que la estructura de la pantalla se hacía borrosa, se fundía en un centelleo azul y se rajaba. El dolor le apuñaló. Sin saber lo que hacía, actuó por puro instinto. Rápidamente cortó el contacto telepático entre Rannirl y Elorie, vació las pantallas y alcanzó a sostener el cuerpo exánime de Elorie cuando caía. Durante un breve momento de pánico, pensó que la joven no respiraba; después vio que sus pestañas se movían y que la joven suspiraba.

—Trabajando demasiado, como siempre —dijo Rannirl, mirando la pantalla—. Ella
quiere
seguir y seguir, aun cuando le ruego que descanse. Menos mal que la sostuviste justo en ese momento, Jeff. De otra manera hubiéramos tenido que reconstruir toda la pantalla, lo que nos hubiera llevado diez días. ¿Qué tal, Elorie?

Elorie sollozaba débilmente, de agotamiento, y yacía en brazos de Jeff. Tenía el rostro muy pálido, y sus sollozos eran tan débiles como si no tuviera siquiera fuerzas para respirar. Rannirl la tomó de brazos de Jeff, alzándola como si fuera una niña pequeña, y la sacó del laboratorio.

—¡Haz subir a Tani, rápido!

—Taniquel se fue con Kennard en la aeronave —dijo Kerwin.

—Entonces será mejor que suba y trate de localizarlos con los transmisores —repuso Rannirl y abrió con un pie la puerta más próxima. Era una de las habitaciones que no se utilizaban, parecía que nadie había puesto un pie allí durante décadas.

Acostó a la joven en una cama cubierta con un tapizado polvoriento, mientras Kerwin se quedaba impotente junto a la puerta.

—¿Puedo hacer algo? —preguntó.

—Eres émpata —respondió Rannirl— y estás calificado como monitor; yo no lo he hecho durante años. Iré arriba y trataré de encontrar a Neryssa. Pero será mejor que la monitorees mientras tanto y veas si su corazón está bien.

De repente, Kerwin recordó lo que Taniquel había hecho por él la primera noche de prueba, tomando el dolor para sí cuando él se desmayó al caer sus barreras.

—Haré lo que pueda —dijo y se acercó a la joven.

Elorie movía la cabeza de un lado a otro, como una niña caprichosa.

—No —protestó con irritación—. No, déjame tranquila, estoy bien.

Tuvo que respirar dos veces para pronunciar esas palabras; tenía el rostro blanco y demacrado como un hueso.

—Siempre es así —dijo Rannirl—. Haz lo que puedas, Jeff, mientras yo voy a buscar a Neryssa.

Jeff se acercó y se inclinó sobre Elorie.

—No creo que sea tan bueno como Tani o Neryssa, pero haré lo que pueda.

Rápidamente, aguzando su sensibilidad, pasó la punta de los dedos sobre su cuerpo, a unos centímetros de distancia, captando la profundidad de las células. Su corazón latía pero de manera débil e irregular, casi en un hilo; su pulso era débil, casi imperceptible. Respiraba tan flojo que casi no podía sentirlo. Con gran cautela, buscó el contacto telepático, para ver con su conciencia exacerbada los límites de la debilidad de la joven, tratando de tomar para sí el agotamiento de Elorie, tal como Taniquel había hecho antes con su dolor. Ella se agitó e hizo un leve movimiento, extendiendo las manos en busca de las de Jeff; éste recordó que Taniquel también le había tomado las manos. El gesto de Elorie permaneció, por lo que, al cabo de un momento, Jeff le dio sus manos y sintió el esfuerzo que ella hizo para cerrar los dedos sobre los suyos. Estaba casi inconsciente. Pero poco a poco, mientras él permanecía arrodillado junto a ella sosteniéndole las manos, pudo percibir que la respiración de la joven se hacía más regular y que su corazón empezaba a latir con más normalidad; vio que la mortal palidez de su rostro empezaba a transmutarse una vez más en un color más saludable. No advirtió cuán asustado había estado hasta que sintió su respiración pausada y regular; la joven abrió los ojos y le miró. Todavía estaba un poco pálida, aunque sus suaves labios empezaban a cobrar color.

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