—Gracias, Jeff —susurró débilmente.
Entonces le estrechó las manos y, para asombro de Kerwin, le tendió los brazos para atraerlo hacia ella. Respondiendo con rapidez, él la estrechó contra sí y sintió que ella deseaba la confirmación del contacto; la sostuvo por un momento, sintiéndola muy próxima, suave y dócil, débil todavía. Después, sin sorpresa, Kerwin notó la suave y exquisita fusión de sus percepciones, mientras sus labios se encontraban.
Lo sintió con la intensidad duplicada de sus dos conciencias; el cuerpo delgado y flexible de Elorie en sus brazos, su fragilidad mezclada con acerada fuerza, la cualidad infantil mezclada con la tranquila sabiduría sin edad de su casta y de su entrenamiento.
(Y vagamente, por medio de todas estas cosas, sintió lo que sentía Elorie: su debilidad y lasitud, el terror que había sentido cuando le falló el corazón y se sintió cerca de la muerte, su necesidad de la confirmación del contacto, la fuerza de sus propios brazos al abrazarla; sintió la lasitud y la ansiedad con que ella aceptó su beso, un extraño despertar de sus sentidos, comprensible a medias; compartió con la mujer su perplejidad y su sorpresa ante el contacto, el primero que ella había conocido que no fuera paternal e impersonal; compartió su tímida y desvergonzada sorpresa ante la fuerza del cuerpo del hombre, ante la súbita oleada de calor que la invadió; sintió que la joven le buscaba, inconfundiblemente, en pos de un contacto más profundo, y respondió…)
—Elorie —susurró. Pero fue como un grito triunfal—. Oh, Elorie…
Y sólo para sí susurró
mi amor
. Por un momento sintió que toda la mujer se movía hacia él, sintió su súbita calidez y su anhelo de otro beso…
Después hubo un momento espasmódico de convulso miedo, que le apuñaló con angustia cada nervio; el contacto telepático que había entre ellos se astilló como un vidrio, y Elorie, pálida y aterrada, quiso alejarse de él, debatiéndose como un gato entre sus brazos.
—No, no —jadeó—. Jeff, suéltame, suéltame… No, no…
Atontado por el
shock
, Kerwin la soltó; ella se puso rápida y torpemente de pie y se alejó de él, con los brazos cruzados sobre los pechos, que se alzaban y caían por los sollozos inaudibles, angustiados. Tenía los ojos muy abiertos por el horror, pero ya estaba amurallada otra vez. Su boca infantil se movía silenciosamente y su rostro mostraba un gesto de niña que no desea llorar.
—No —susurró una vez más al fin—. ¿Has olvidado… has olvidado lo que soy? ¡Oh, que Avarra tenga piedad de mí! —dijo en un murmullo jadeante.
Se cubrió el rostro con las manos y salió corriendo de la habitación, a ciegas, tropezando con un banco, eludiendo automáticamente la mano que Jeff había extendido para sostenerla, hasta que traspuso la puerta y siguió huyendo por el corredor. Muy lejos, en lo alto de la Torre, él oyó que una puerta se cerraba.
No volvió a ver a Elorie durante tres días.
Esa noche, por primera vez, Elorie no se reunió con ellos para el ritual vespertino de las copas en el gran salón. Jeff, desde el momento en que Elorie huyó de él, se sintió aislado y solo, un extranjero en un mundo repentinamente frío y extraño.
A los otros les parecía natural la reclusión de Elorie; Kennard dijo, encogiéndose de hombros, que todas las Celadoras lo hacían en ocasiones; formaba parte de ser lo que eran. Jeff, sosteniendo con cuidado sus barreras para evitar una traición involuntaria (¿de él mismo? ¿de Elorie?), no dijo nada. Pero los ojos de Elorie, luminosos e invadidos de pena y de ese miedo súbito, así como el recuerdo de su calor cuando la abrazó, parecían danzar ante los suyos en la oscuridad cada noche antes de dormirse; sentía, con una memoria casi táctil, su beso sobre su boca, su cuerpo frágil y asustado en sus brazos y el
shock
después de que ella se alejó y huyó de él. Al principio se había enojado un poco:
ella
había iniciado el contacto. ¿Por qué ahora se alejaba como si él hubiera intentado violarla?
Luego, lenta, penosamente, empezó a comprender.
Había quebrantado la ley más estricta del Comyn. Una Celadora hacía votos de virginidad y se entrenaba mucho tiempo para su tarea; su cerebro y su cuerpo recibían un prolongado condicionamiento para la tarea más difícil que había en Darkover. Para todos los hombres de los Dominios, Elorie era inviolable. Una Celadora,
tenerésteis
, que jamás debía ser rozada por la lujuria y ni siquiera por el amor más puro.
Él los había oído hablar —y, peor aún, había sentido lo que ellos sentían— acerca de Cleindori, que había quebrantado su voto. (Y también ella con uno de los despreciados terranos.)
En su antigua vida, Kerwin hubiera podido defenderse, diciendo que Elorie había incitado sus insinuaciones. Ella le había tocado primero, ella le había ofrecido sus labios. Pero, después de un tiempo de entrenamiento en la ascética honestidad de Arilinn, no había para él evasiones tan simples. Conocía el tabú y la ignorancia de Elorie: era consciente de la manera directa en que ella demostraba su afecto a todos los otros miembros del círculo, completamente confiada en el tabú que la protegía; para todos ellos, era asexuada y sacrosanta. Había aceptado a Jeff de la misma manera… ¡y él había traicionado su confianza!
La amaba. Ahora sabía que la había amado desde el primer momento en que la vio o tal vez antes, cuando sus mentes se tocaron a través de la matriz y él escuchó que ella le decía con dulzura
te reconozco
. Ahora sólo veía ante sí el dolor y el renunciamiento.
Taniquel… Su chifladura por Taniquel le parecía ahora un sueño. Sabía que había sido gratitud por su aceptación, por su amabilidad y su calidez; todavía la quería, pero lo que había existido entre ellos por un tiempo no podía sobrevivir a una interrupción del vínculo sexual. Nunca había sido algo parecido a esta cosa avasalladora que engullía toda su conciencia; sabía que amaría a Elorie durante el resto de su vida, aunque no pudiera volver a tocarla y ella no mostrara ni el menor indicio de corresponder a su amor.
(Pero lo había hecho, lo había hecho…)
Pero peor aún era el miedo terrible que apuñalaba su conciencia. Kennard le había advertido acerca de los peligros del agotamiento nervioso, aconsejándole que estuviera separado de Taniquel durante los días anteriores a algún trabajo con matriz, para evitar así el agotamiento de sus energías. Las Celadoras, él lo sabía, se sintonizaban completamente, en cuerpo y alma, con las matrices que operaban; por eso no debían ser tocadas jamás con un signo de emoción, y menos aún con la sexualidad. Su memoria regresó a la primera noche pasada en Arilinn: el pesar de Elorie ante el menor indicio de coquetería o de galantería, su comentario acerca de que las Celadoras se entrenaban toda la vida para su tarea y que a veces perdían su capacidad en un lapso muy breve. Neryssa había subrayado que no había otras Celadoras, por lo que Elorie, a diferencia de sus antecesoras del pasado, no estaba en libertad de dejar de lado su alto cargo por el matrimonio… o el amor.
Y ahora, cuando tal vez el destino mismo de Darkover dependía de la fuerza de la Torre de Arilinn —y tal vez de Elorie sola, ya que la fuerza de Arilinn descansaba sobre la fortaleza de su amada Celadora—, él, Jeff Kerwin, el extraño, el ajeno al que habían aceptado como uno más, los había traicionado y había quebrado las defensas de su Celadora.
Al llegar a este punto de sus pensamientos, Kerwin se incorporó y se cubrió el rostro con las manos. Trató de vaciar por completo su mente. Esto era peor que la acusación de Auster, quien le había dicho que era un espía y que enviaba información al Imperio.
Solo en la noche, se abrió camino hasta el final de una batalla duramente ganada. Amaba a Elorie, pero su amor por ella podía destruirla como Celadora. Y sin Celadora, fracasarían en el trabajo que estaban haciendo para el Sindicato Pan-darkovano, que tomaría ese fracaso como un permiso para admitir a los terranos, expertos en remodelar Darkover a imagen del Imperio.
Una parte traidora de sí mismo preguntó:
¿Y eso sería tan malo?
Tarde o temprano, Darkover se incorporaría al grupo. Todos los planetas lo hacían.
Hasta para Elorie, se dijo, sería mejor. Ninguna joven debería estar obligada a vivir de esta manera. ¡Ninguna mujer debería creer que su cuerpo era tan sólo una máquina destinada a transformar las energías del trabajo con matriz! Hasta Rannirl se había rebelado, eso que era el técnico jefe de Arilinn. Rannirl había dicho que las Celadoras como Elorie eran un anacronismo en esta época. Si la Torre de Arilinn y la tecnología de matrices no podían sobrevivir salvo gracias al sacrificio de las vidas de mujeres jóvenes como Elorie, tal vez no merecieran en absoluto la supervivencia. Si el trabajo para el Sindicato Pan-darkovano fallaba, Elorie no tendría necesidad de ser Celadora y quedaría en libertad.
¡Traidor!
, se acusó amargamente. La gente de Arilinn le había acogido, a él, un extraño sin hogar, exiliado de dos mundos, y le había dado su amabilidad, su amor y su aceptación. ¡Y él estaba preparado para herirlos en su punto más débil! ¡Estaba dispuesto a destruirlos!
Yaciente, en la noche, deseó poder renunciar a Elorie. Ella era quien importaba, y su única opción era seguir siendo Celadora. Por alto que fuera para él el precio de su renuncia, por grande que fuera su dolor, no podía poner en peligro la tranquilidad mental de la joven.
La mañana del cuarto día escuchó la voz de la joven en la escalera. Había luchado hasta llegar a la aceptación, pero ante el sonido de su suave voz todo volvió a resurgir en él; regresó a su cuarto y se echó en la cama, tratando de calmarse en medio de ese ciego dolor y de la rebelión que se alzaba en él.
Oh, Elorie, Elorie…
Todavía no podía situarse cara a cara con ella. Más tarde, escuchó la voz de Rannirl ante su puerta.
—¿Jeff? ¿Quieres bajar?
—Dame tan sólo un minuto —dijo Jeff.
Rannirl se marchó. A solas, Kerwin luchó por aplicar todas las técnicas de control que le habían enseñado, regulando su respiración y obligándose a relajarse. Cuando supo que podía encararse a todos sin revelar su dolor o su culpa, bajó.
El círculo de Arilinn estaba reunido ante el fuego, pero Kerwin sólo tuvo ojos para Elorie. Se había puesto otra vez su vestido transparente bordado con cerezas, sostenido en el cuello por un único cristal; su pelo cobrizo estaba elaboradamente recogido en trenzas, reunidas por una flor azul salpicada de oro; la flor de
kireseth
, coloquialmente llamada campanilla azul:
cleindori
. ¿Estaría poniendo a prueba su control? ¿O el de ella misma?, se preguntó súbitamente.
Cuando la joven alzó los ojos, él recordó que debía respirar. La sonrisa de ella fue amable, distante, indiferente.
¿Entonces ella no había sentido nada? ¿Todo había sido imaginación suya? ¿Su reacción sólo habría sido miedo, como si hubiera vuelto a despertar aquel viejo miedo?
Recordó la historia de Neryssa: uno de los compañeros de tropelías de su padre loco le había puesto las manos encima, y su hermano la había traído aquí para que estuviera a salvo y protegida.
Kennard puso con suavidad una mano sobre el hombro de Jeff; de alguna manera, a través de ese contacto, una idea sin palabras se transmitió entre los dos.
Las Celadoras están entrenadas, de maneras que ni siquiera podrías imaginar, para mantenerse libres de toda emoción.
De algún modo, durante esos tres días de reclusión, Elorie había logrado recobrar esa calma remota, esa paz intocable. Su sonrisa era casi la de siempre.
Casi
. Kerwin percibía que era frágil, controlada, una delgada capa de control sobre el pánico. Con una oleada de compasión y dolor pensó:
No debo hacer nada, nada que la perturbe. Ella así lo quiere. No debo transgredir su control ni siquiera con un pensamiento.
—Hemos establecido que la operación de separación se hará esta noche —dijo ella con suavidad—. Rannirl me ha dicho que la trampa matriz está lista para ti, Auster.
—Estoy dispuesto —repuso Auster—. A menos que Jeff quiera echarse atrás.
—Dije que aceptaría cualquier prueba a la que quisieras someterme. ¿Pero qué demonios es una trampa matriz?
Elorie hizo uno de sus gestos infantiles.
—Es una sucia perversión de una ciencia honesta —explicó.
—No necesariamente —protestó Kennard—. Hay algunas válidas. El Velo de Arilinn es una clase de trampa matriz; no permite entrar a nadie que no esté aceptado como Comyn y con relación consanguínea. Y hay otras en el
rhu fead
, el lugar sagrado de Comyn. ¿De qué clase es la tuya, Auster?
—Una trampa tendida en la barrera —respondió Auster—. Cuando pongamos la barrera grupal en torno al círculo, sincronizaré con ella la trampa matriz. Entonces, si hay alguien que esté en contacto con alguna mente fuera del círculo, quedará atrapado e inmovilizado, y después podremos echarle un vistazo en el monitor.
—Créeme —dijo Kerwin— que si alguien está espiando a través de
mi
mente… ¡estoy tan ansioso de descubrirlo como tú!
—Empecemos, entonces —ordenó Elorie. Vaciló, se mordió el labio y se dirigió hacia el armario donde se guardaban las bebidas—. Quiero un poco de
kirian
.
Bajo la mirada de desaprobación de Kennard, la joven pasó junto a él y se sirvió.
—¿Hay alguien más que no confíe en sí mismo esta noche? ¿Auster? ¿Jeff? ¡Deja de mirarme de ese modo, Neryssa! Sé lo que estoy haciendo, y no eres mi madre.
—Lori —dijo Rannirl con aspereza—, si no te sientes en condiciones para la operación de limpieza, podemos demorarla unos días.
—Ya la hemos demorado tres días. Estoy todo lo dispuesta que podría estarlo. —Dicho esto, se llevó la copa de
kirian
a los labios. Luego miró a Jeff, cuando creyó que él no la veía, y sus ojos llegaron al corazón del joven.
De modo que también a ella le ocurría. A él le había herido creer que ella había podido dejar todo de lado, que había sido capaz de olvidar o de ignorar lo que había ocurrido entre ellos. Ahora, al ver el dolor en sus ojos, Kerwin deseó con todo su corazón que Elorie no hubiera sido afectada por lo ocurrido. Él podía soportar su propio sufrimiento, si debía hacerlo. Pero no sabía si podría soportar el de ella.
Podría, porque debía hacerlo. La observó terminar el licor de
kirian
y subió con los demás a la cámara de matrices.