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Authors: Jincy Willett

Tags: #Intriga

El taller de escritura (33 page)

BOOK: El taller de escritura
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—O la asesina —leyó Tiffany, y el resto de la clase empezó a reírse por lo graciosa que resultaba su entrada, al ser tan propia de Tiffany.

—¡Esa ha sido buena! —susurró Marvy a Dot.

Tiffany la miró fijamente.

—No se te escapa una, ¿verdad? —dijo ella fuera de guión. Había bebido más durante el receso y se estaba volviendo agresiva. Amy intentó llamar su atención para mirarla a los ojos.

—Por favor, Tiffany, no improvises —dijo Dot sin levantar la vista de su página.

Esta nueva afabilidad contrastaba enormemente con su anterior vehemencia, algo que alarmó a Amy. Ella misma habría dejado a un lado el guión para calmar la confrontación que amenazaba en ciernes, pero Chuck evitó la cuestión. En vez de decir sus líneas desde su posición, de pie, se metió en el sofá entre las dos mujeres.

—Señorita Cunning, me intriga que diga usted «asesina» puesto que todos los indicios me llevan a creer que tiene razón. Pero ahora estoy empezando a preguntarme cómo lo sabe usted…

—Me temo que se está equivocando de persona, capitán —dijo Edna—. Nuestra Zirconia no tolera el lenguaje sexista ni siquiera cuando es para beneficio propio.

—Debo apoyar a la señorita Makepeace al respecto —dijo Harry B.—, para Zirconia no es más que una cuestión de principios. —Los demás se rieron exagerando sobre Tiffany. Al parecer, también se estaban divirtiendo. Incluso Edna sonrió, aunque solo fuera un poco, ante la inteligente venganza de Dot.

—¿Y qué quiere decir con eso, capitán? —preguntó Tiffany, que no echaba humo por las orejas aunque bien podría haberlo hecho—. ¿De quién sospecha?

—Realmente es muy simple —dijo Chuck, que se puso en pie y empezó a deambular entre las personas que permanecían sentadas—. Verá. Cuando el joven Georgie regresó al camarote que comparte con su padre en búsqueda de su tan sobada copia de
Las minas del rey Salomón
, dieron cuatro campanadas, las seis de la tarde para ustedes, marineros de agua dulce. En su camino se cruzó con tres personas: el señor Lasagna, el doctor Merriwether y la señora Darkspoon.

—Sí, eso lo sabemos —dijo Amy—, pero no vemos qué tiene que ver con…

—Tenga paciencia, profesora Scribner. Los caballeros estaban respondiendo a sus necesidades fisiológicas, y la señora Darkspoon iba de camino a la biblioteca, donde se había dejado su medicación para el asma. En quince minutos todos habían regresado a la mesa, y después de eso nadie se marchó hasta que no dimos por iniciada la búsqueda de la señora Spitz.

—Ya hemos hablado de eso antes, capitán —objetó el doctor Surtees.

—Pero —dijo Chuck dando un paso para posicionarse al lado del doctor—, pasamos por alto una pieza que no encajaba del todo bien en el puzle. Recordarán que, según el señor Rumbelow, la sala de billar de la cubierta dos había estado cerrada entre las doce del mediodía y las quince cuarenta y cinco, tal y como bien recuerda. La señorita Makepeace nos ha asegurado que en esos quince minutos dos cigarrillos se consumían en un cenicero de la cubierta tres sin ser reclamados por nadie…

Mátame ahora
, pensó Amy, que había empezado a contar números según se iban sucediendo: tres, quince, uno, dos… Si conseguía salir ilesa de esa velada, tenía intención de añadir una nota al pie de página en su lista de homilías de obras de ficción: «La aritmética es la muerte de la historia». Seis páginas más y habrían terminado. Seis era un número genial.

—Así que resulta ineludiblemente obvio —dijo Chuck—, que la única persona entre ustedes que posiblemente pudo dejar la huella de lápiz de labios en aquel cigarrillo humeante, y verdaderamente la única con un motivo para callar de una vez por todas a Hester Spitz, fue también la persona lo suficientemente inteligente para tender una trampa a Lasagna. La única persona de ojos negros que me hacía señas cada noche mientras, alardeado, toqueteaba aquella fotografía obscena que amenazaba con vender a los tabloides y dejarme a mí y a mi querida hija en la estacada.

Chuck había soltado su discurso con tal ímpetu que lo hizo todo seguido, hasta el final, de forma extraordinaria, sin trabarse. Entonces se detuvo y miró la hoja, y también la anterior y después otra vez la posterior. La habitación permanecía en silencio, casi de forma reverente, porque todos contenían la respiración, expectantes. Cosa que, en cierta forma, era apropiada puesto que Dot jamás podría haber escrito una frase semejante sin intervención divina. Ella era una mujer sorprendente, pero, por desgracia, no era una escritora sorprendente. Así que Amy abrió la boca para señalar lo evidente: debía de haber una página descolocada o traspapelada en el guión de Chuck. Pero por el contrario, Amy se echó a reír. Fue algo imperdonable. No fueron la fotografía obscena o la hija en la estacada, ni si siquiera el eco estentóreo y apasionado de Chuck. Se había quedado con la imagen de la trampa de Lasagna, eso fue lo que le causó la risa y animó al resto a que también se dejaran llevar. Incluso Pete.

Aquello fue fatal para Dot, que casi había conseguido entrar en el grupo. Había estado a punto de convertirse en un miembro del grupo… Sin embargo ahora se había puesto en pie súbitamente, de manera que el guión se le había caído del regazo a la alfombra. Caminó hasta el centro de la habitación, dándoles la espalda a todos. Amy se preparó para lo que, estaba claro, iba a ser una terrible confrontación.

—Vamos, Dot —dijo Marvy—. No nos estamos riendo de ti. Chuck se ha perdido. Eso es todo…

—Sí —afirmó Amy—. Venga. Vamos a acabar con esto.

Dot se dio media vuelta y los miró a todos. Su rostro estaba terriblemente oscuro, de un color casi granate, y tenía los ojos en blanco.

—¿Dot?

Dot se abrazaba con fuerza a sí misma. Cayó de rodillas al suelo haciendo temblar toda la estancia. El color rosado de la punta de su lengua, que le sobresalía entre los labios, contrastaba con el color berenjena de su piel.

El doctor Surtees, que gritó que llamaran a emergencias, la agarró por detrás intentando practicarle la maniobra de Heimlich, aunque Dot no estaba ahogándose, al menos no mecánicamente. Ella los miraba directamente, pero sin verlos. De repente, cayó hacia un lado lentamente, mientras el doctor se soltaba de su espalda. Dot no se sacudió, no agonizó. Simplemente se desvaneció. Lo único que movió mientras el doctor intentaba reanimarla fueron las manos, que abrió y cerró hasta que la ambulancia finalmente llegó. Entonces abrió las manos por última vez, y permanecieron así, abiertas. Todo sucedió muy deprisa, pero se les hizo eterno.

¡
Hola, Amy
!

Dependiendo de cuando encuentres esto, te darás cuenta de que lo deslicé por debajo de tu puerta antes o después de la última clase, mientras dormías, o quizá por la mañana en el camino hacia el trabajo en __________, pero no me oíste porque estabas en la ducha. Bueno, no, supongo que eres el tipo de mujer que toma baños con sales de sándalo
.

Digamos que podrías pedirles a tus vecinos que te describieran mi vehículo o incluso que intentaran describirme. Eso asumiendo que aparcara en la calle y no caminara hasta tu puerta con un disfraz. Pero por otra parte, tampoco conoces demasiado a tus vecinos como para preguntarles. No eres una persona muy sociable, ¿verdad? ¿Y qué me dices del mensaje del felpudo? Lárgate. ¿De verdad te asedian las visitas
?

De cualquier manera, sobre Frank, básicamente decirte que fue un accidente, como el descubrimiento del velcro. Ahí lo tienes. Frank era un buen tipo, pero demasiado curioso. En lugar de emplear su tiempo deforma provechosa creando historias, encontrando su voz interior o evitando la exposición en el diálogo, decidió averiguar la verdad sobre lo que vosotros llamáis «el francotirador». Resulta que tenía un viejo amigo (o amiga), un administrativo de una de las publicaciones literarias más infames (me perdonarás que no mencione cuál) con el (o la) que empezó a remover la mierda. Una tarde se le ocurrió contarle mis travesuras, y antes de que pudiera continuar, el tío (o tía) le dijo: «¡Eh! Eso me resulta muy familiar». (Aunque, literalmente, salta a la vista que los administrativos de este tipo de publicaciones literarias no son tan elocuentes
).

Lo que no sabía era que, como una semana después más o menos, nuestro Frank recibió una carta de esa persona. A continuación reproduzco un resumen de lo fundamental
:

Frank
:

¡
Ha sido estupendo saber de ti
!

Gracias por enviarme la lista de alumnos de tu clase de escritura. Lo siento, pero fui al departamento equivocado y por eso me ha llevado más tiempo. Efectivamente, reconocí el nombre de la persona de la que te hablé. En los viejos tiempos, cuando yo trabajaba en el departamento de lectura, __________ __________¹solía enviarnos un relato al mes. Siempre el primer lunes del mes, podrías incluso fijarlo en tu reloj.²En realidad no escribe mal, aunque su estilo nos resulta bastante conservador: realismo psicológico, argumentos lineales, etc., pero __________ parecía saber __________ abrirse camino entre las frases, y siempre supuse que, antes o después, elegiríamos³uno. Pero entonces recibimos aquella cosa, increíblemente vomitiva, en el correo
.

¹Lo siento, pero no puedo incluir esto. De cualquier forma, estaba mal escrito, véase que nuestro iluminado (o iluminada) no sabe escribir.

²¡Claro! Siempre y cuando tu reloj tenga calendario.

³¡Mentira, mentira!

Parecía un buen diccionario
4
nuevo. De hecho, pensé que lo habíamos encargado nosotros. Pero cuando lo abrí, había sido vaciado con una cuchilla y rellenado con una bola de pelos largos, blancos y sucios. Eso ya era bastante asqueroso, pero cuando saqué la bola (sí, lo hice, qué puedo decirte, solo tenía veintiún años), se deshizo dejando al descubierto un montón de dientes que albergaba en su interior. ¡Repugnante! La secretaria pensó que eran humanos (yo creo que eran de perro),
5
y se puso tan mala que tuvimos que darle el resto del día libre
.

4
Era el
Modern English Usage
de Fowler, pero qué carajo.

5
De nuevo, se equivocaba.

Naturalmente el paquete venía sin firmar, así que no teníamos forma legal de probar de dónde provenía __________. Aun así __________ vive en una ciudad pequeña en __________, la única persona de nuestros colaboradores que nos enviaba manuscritos desde allí, y aunque el paquete había sido franqueado en __________, había olvidado quitar la pegatina del establecimiento donde había comprado el diccionario. La tienda estaba en __________. Así que estábamos bastante seguros
.

Y después ya nunca volvimos a saber de __________. Se acabaron los manuscritos de los lunes
.

Ahora que lo pienso, aquello fue lo más escalofriante de todo.
6
Lo más ingenioso para __________ hubiera sido seguir enviando los manuscritos, ¿no crees? Para acabar con todas las suposiciones. De todas formas no podíamos probar nada, así que todo se quedó en eso
.

6
No, lo más escalofriante fue cuando los dientes ensangrentados se cayeron de la bola de pelo.

Así que vosotros tenéis las manos llenas. Será mejor que se lo digáis a vuestra profesora para que ella se encargue del asunto. Para eso la pagáis
.

Y ya me contarás qué pasa. Quizá podamos quedar a cenar la próxima vez que estés en la ciudad. Invito yo
.

P. D.: ¿Sigues todavía con B__________? Dale recuerdos
.

Bueno, pues resulta que nuestro Frank era un tipo verdaderamente honesto, en el sentido de que no pudo pasarme por alto e ir directamente a ti sin primero darme la oportunidad de explicarme. Me llamó esa mañana y dijo que quería quedar conmigo para hablar. «Hablar de qué», le pregunté, pero él se negó a decirme nada excepto a que era algo que, naturalmente, concernía a la clase. Fue él, lo juro por Dios, quien sugirió quedar en Moonlight Beach, ya que estaba lo suficientemente cerca de su trabajo para poder acercase a la hora de la comida, tener esta extraña charla, y volver a tiempo para seguir con su tarea, fuera lo que fuese que hiciera
.

Intenté encontrar una explicación propicia para aquel encuentro. Pero la imaginación nunca ha sido uno de mis puntos fuertes
.

Así que allí estaba yo, en la mesa de un merendero, observando ociosamente a los surferos y sus tablas relucientes bajo el sol invernal. O quizá fueran sus trajes lo que relucían… No, estoy contando una mentira. Hacía frío y estaba lloviznando. Tenía absolutamente todo el lugar para mí, esa era la pena. Y entonces llegó Frank, preparado para una confrontación, y puso la estúpida carta enfrente de mí, invitándome a leerla
.

Obviamente, traté de contestar con evasivas. «¿Y tú realmente crees esto?», le pregunté. «¿La conclusión de tu colega no te parece endeble? Sí, lo hice. Es cierto que envié algunos relatos a esa revista. Me tomo la escritura en serio, Frank. Cuando acabo un relato, me siento satisfecho con él y lo envío a una lista de publicaciones previamente seleccionadas, una de las cuales resultó ser esa. Pero eso fue antes de que tu coleguita trabajara allí. Así que me resulta sorprendente que __________ reconociese mi nombre. Y, sinceramente, ¿me ves rellenando un diccionario con pelos y dientes

«
Ahora sí», dijo Frank
.

Aún no he sido capaz de entender qué quiso decir con eso. Lo único que me hubiera parecido lógico es que, al verme allí, algunas de sus suposiciones cobraran sentido. En todo caso, parece ser que entonces me vio como el tipo de persona que bombardea a los simplones con paquetes grotescos, hace llamadas obscenas y escribe cartas envenenadas. Obviamente, tenía razón, pero aun así resultaba desconcertante. Al parecer, me había desenmascarado
.

Yo iba a seguir negándolo todo. Funciona con los políticos, así que, ¿por qué no iba a hacerlo conmigo? Entonces me levanté y lo miré con perplejidad, con pena. Abrí la boca para excusarme. («Lo siento», le diría, «pero me tengo que ir, tengo una cita en el dentista, y si estás decidido a contárselo al grupo, no te lo impediré, aunque lo más seguro es que quedes como un idiota». Le diría: «lo siento Frank», y después haría el intento de estrecharle la mano, porque soy un buen tipo, porque tenía que irme). Y entonces dije: «Lo siento, Frank», y entonces me moví para estrecharle la mano, pero él hizo algo de lo más extraordinario. Se estremeció
.

Después se levantó y cogió la maldita carta de la mesa, apartándose de mí. Yo no había hecho nada para provocar aquella respuesta. De hecho, iré más lejos y diré, sinceramente (cosa que casi nunca hago), que no hice nada para provocar una respuesta agresiva. En toda mi vida jamás lo he hecho. Soy un ser humano civilizado. Conocidos y extraños me miran con gentileza, ¿y por qué no? Di otro paso más hacia él, con mi mano aún extendida, y ¡maldita sea si daba otro paso hacia atrás
!

Llegado ese punto tengo que admitir que empecé a divertirme. Viendo lo que había sucedido, puede sonar mal, pero imagínate a ti misma, de repente, dotada de un absurdo poder sobrenatural: vas a lamer un sello y sale fuego de tu lengua, o piensas en un batido de mora y aparece uno frente a ti. ¿Podrías resistirte a materializar o incinerar una cosa tras otra simplemente porque te da la real gana? Por supuesto que no, y tampoco pude yo dejar de avanzar hacia nuestro Frank. Pasito a pasito, el incipiente latido de mi corazón aumentaba robóticamente por la expresión de su rostro. Él estaba, literalmente, luchando por permanecer en su sitio, pero no podía, tenía que escapar. ¡De mí! ¡Qué hombre tan tonto
!

De nuevo, me moví hacia él, con una amplia sonrisa de pura travesura, lo juro. Aunque ocurre algo cuando muestras tus dientes a propósito, y es que los dientes, como espadas desenvainadas, hacen rememorar recuerdos. Efectivamente, la respuesta de Frank fue mirarme con los ojos como platos, pero aun así retrocedió. Lo más fácil habría sido hacerme a un lado y salir pitando hacia el aparcamiento. ¡Demonios! Podría haberme empujado para quitarme de en medio. ¿Qué iba a hacerle yo? ¿Sonreírle hasta matarlo
?

Al final, Frank chocó con un arbusto al retroceder, una fila de hibiscos de playa que bordeaban aquel parquecito. Más allá de sus hombros y su cabeza yo simplemente podía ver el mar de color gris, o quizá simplemente la bruma de ese tono. Salvo por la ridícula expresión de su cara, él representaba un bonito retrato bajo aquella delicada luz grisácea, rodeado como estaba, de hojas verdes y flores amarillas. Incluso me sentí con ánimos para extender el otro brazo. Tan solo un empujoncito más, y después podría agarrarlo de los hombros y sacudirlo para hablarle al fin y romper el hechizo. Le diría: «Frank, ¿qué demonios te pasa?» o «¿Qué te parece si tomamos un café y hablamos de todo esto?» o «Agárrate con fuerza, tío
».

Esto es lo que estaba intentando explicarte. El arbusto era una ilusión óptica. Naturalmente que estaba allí, pero era muy endeble. Tenía más extensión que grosor. De verdad. El arbusto era mera decoración
.

Así que cuando Frank empezó a desaparecer a través de él, a cámara lenta, el efecto resultó más mágico que alarmante. Todavía puedo verlo. Tengo ese momento grabado en mi memoria. ¡De hecho lo estoy visualizando ahora! Un fotograma y después otro, otro y otro mientras Frank se funde con el hibisco. Aquellas hojas húmedas, su rostro, sus ojos, reubicados, primero uno, después el otro, aquellas flores de color amarillo pálido en el centro, y entonces extiende su mano hacia mí y el tiempo se detiene
.

Después, cayó
.

Nadie lo oyó. No había nada que oír. No hubo gritos ni llantos. No había nadie caminando abajo, por la playa. No hubo consecuencias
.

Bueno, hasta esta noche. Porque, aun siendo inocente de la muerte de Frank, sé que la causé. Y encontré en la experiencia algo de lo que podría prescindir. Un objetivo no deliberado, feliz, mejor que el velcro y el descubrimiento de la penicilina. Vale, lo disfruté. Permanecí allí, frente al vacío que Frank había dejado. Intenté localizar el horror, la pena, la culpa, pero solo di con la dicha
.

Ahora, mientras te escribo, estoy visualizándolo otra vez, fotograma a fotograma. Y también mientras lees esta carta
.

O quizá estoy visualizando algo más: lo que ha sucedido esta noche, que no ha sido un accidente
.

¡
Tú también puedes hacerlo! Cierra los ojos y ahí está su cara, una y otra vez
.

Bueno, por mi parte eso es todo. ¡Hasta pronto
!

P. D.: Adoro a tu perro
.

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