Controlaba seis mil llamadas telefónicas por segundo, a la búsqueda del registro vocal del sujeto Beta. Podía estar en cualquier parte, pero en algún momento tendría que utilizar el teléfono. Cuando hiciera la llamada, Crowe y su equipo estarían allí. David Caine podía ser muy listo, pero hasta entonces también había tenido mucha suerte, y eso era algo que no le duraría eternamente.
Era así como funcionaban las probabilidades.
Caine entró en el
podvaal
y de inmediato una manaza lo sujetó por el hombro. No le hizo falta mirar para saber que era Sergey Kozlov.
—¿Dónde te habías metido, Caine? Vitaly está preocupado.
—Tuve que hacer un viaje, Sergey —respondió Caine mientras se volvía para mirar al gigante ruso—. Vengo a pagar la segunda cuota.
Kozlov pareció decepcionado al ver que ese día no sería necesario recurrir a la violencia. Masculló algo en ruso y luego acompañó a David al despacho de Nikolaev.
—Caine. —Nikolaev se levantó, sorprendido—. Sergey estaba seguro de que te habías largado de la ciudad, pero yo sabía que serías incapaz de hacer algo así.
—Por supuesto que no, Vitaly —afirmó Caine. Metió la mano en la mochila. Sacó dos fajos de billetes de veinte dólares y los dejó sobre la mesa—. Para ti.
Nikolaev utilizó el abrecartas para cortar las fajas que sujetaban los billetes. Los abrió en abanico y cogió uno de cada montón. Les hizo una marca con un rotulador y los sostuvo a la luz. Cuando se convenció de que no eran falsos, guardó el dinero en un cajón de la mesa.
—El plan de pagos está funcionando mejor de lo que esperaba —comentó—. ¿Nos vemos la semana que viene a esta misma hora?
—Creo —manifestó Caine—, que te pagaré el resto esta misma noche.
Nikolaev enarcó las cejas.
—Vaya. ¿Tienes mi dinero en esa mochila que llevas?
—No exactamente. —Caine sacó el último fajo de billetes de veinte—. Tengo mil dólares.
—Me debes otros diez. —Nikolaev frunció el entrecejo.
—Lo sé. Voy a ganarlos ahora mismo.
Kozlov soltó una risotada y en el rostro de su patrón apareció una sonrisa. Dijo algo en ruso y el guardaespaldas se rió de nuevo.
—Caine, si tienes estos mil, tendrías que dármelos a mí en lugar de jugártelos. No se puede decir que últimamente estés de racha.
—Te agradezco el interés por mi bienestar, pero de todas maneras quiero jugar. Si tú no tienes ningún inconveniente, por supuesto.
Nikolaev levantó los brazos bien separados.
—Ninguno. —Le arrebató de la mano el último fajo—. Yo mismo te lo cambiaré.
Kozlov acompañó a Caine hasta su mesa de siempre en el rincón más apartado de la sala. Walter estaba recogiendo el bote y reía por lo bajo. La hermana Straight cruzó una mirada con Caine y lo saludó con un gesto. Stone se limitó a un guiño. Los otros dos hombres sentados a la mesa lo calaron de una mirada y volvieron a sus copas. Walter fue el último en mirarlo.
—Vaya, ésta es mi noche de suerte —exclamó con una risita—. Bienvenido, Caine. ¿Vienes dispuesto a regalarme tu dinero?
—Esta noche no, Walter. —Caine se sentó. Deseó que su tono de voz transmitiera una confianza mayor de la que sentía de verdad. Dejó las fichas en la mesa. Intentó mantener la calma mientras su estómago comenzaba a segregar ácido. Podía hacerlo. Si mantenía la concentración, lo conseguiría. «Pero ¿qué pasará si de nuevo me pierdo en el Instante como me ha pasado otra vez? ¿Qué pasará si tengo un ataque? ¿Qué pasará…?»
Caine hizo callar bruscamente la voz nerviosa en su cabeza.
—Quiero cambio de doscientos —le dijo al crupier, y le entregó dos fichas negras.
—Cambio doscientos —anunció el crupier. Recogió las fichas negras y le acercó dos pilas de fichas rojas y verdes.
Caine cerró los ojos por un momento y luego, después de haber visto lo que necesitaba ver, los abrió. Estaba preparado. Echó dos fichas al montón del centro de la mesa.
—Reparta.
—Escalera de jotas —declaró Caine y se inclinó hacia delante para recoger las apuestas.
—¡Mierda! —exclamó Walter y tiró sus cartas a la mesa—. Es la tercera vez que me ganas con la cuarta carta.
Caine no le respondió. Estaba utilizando toda su concentración para acceder al Instante. Cerró los ojos para contar las fichas. Llevaba ganados seis mil quinientos treinta dólares en las últimas siete horas. Era una máquina. No estaba mal, pero no bastaba para conseguir lo que necesitaba para salvar a Jasper. Había llegado el momento de subir las apuestas.
Sintió que lo invadía una sensación conocida. Había estado antes allí; en la cumbre de una racha ganadora, absolutamente seguro de que nada ni nadie podía derrotarlo. Entonces se había encontrado apostando un dinero que no tenía a la ilusión de conseguir un full y había acabado marchándose sin nada y endeudado.
Esta vez no sería así. Esta vez era diferente. Casi se echó a reír al pensarlo, porque recordó todas las «esta vez» que se había dicho estas mismas palabras. Pero esta vez era del todo diferente. Esta vez sabía que lo conseguiría. Sólo debía mantenerse concentrado —eso, y no vomitar— y todo iría rodado.
—Hagamos que esto sea interesante —propuso Caine, y empujó todas sus fichas al centro de la mesa—. Aquí hay siete mil quinientos dólares y algo de calderilla. ¿Qué tal si nos los jugamos mano a mano? Cinco cartas, tú barajas, yo corto, el ganador se lo lleva todo. ¿Qué dices, Walter?
Walter enarcó las cejas. Caine casi podía sentir cómo debatía para sus adentros si debía o no aceptar el desafío. Caine sabía que Walter había ganado varios miles de dólares la semana anterior, así que tenía el dinero. Pero aun en el caso de no tenerlo, Walter era un jugador compulsivo. No había manera de que rechazara el desafío. Aun así, Caine decidió presionar un poco a su contrincante.
—Si no quieres hacerlo, no tienes más que decirlo, viejo.
Walter torció el gesto. Caine sabía que era una chiquillada burlarse de la edad de Walter, pero no dudaba que funcionaría. Después de unos segundos, Walter contó sus fichas y luego llamó a Nikolaev. Mantuvieron una rápida conversación en voz baja, y luego el ruso asintió. El crupier le entregó a Walter tres fichas rojas que él añadió a su montón. Las empujó para ponerlas junto a las de Caine.
—Adelante.
Walter tendió la mano y el crupier le entregó una baraja nueva. Walter comenzó a barajarlas. Caine con los ojos cerrados vio traspuesto cómo las cartas se mezclaban.
…
El cuatro de diamantes está encima de la jota de corazones. Baraja. El cuatro está entre dos reinas. Mezcla. Está debajo del as de tréboles. Baraja. Está sobre el cuatro de picas. Baraja.
…
—Despierta y corta —dijo Walter y dejó la baraja delante de Caine con un manotazo. Éste no abrió los ojos. En cambio, se inclinó hacia delante y cerró la mano sobre la baraja, con la conciencia todavía en el Instante.
…
Sus dedos acarician los bordes de las cartas mientras intenta encontrar el lugar exacto para el corte. Si lo hace aquí tiene una pareja de cincos pero Walter tiene trío de ochos. Aquí tiene un rey pero.
…
—Déjate de coñas y corta —dijo Walter y descargó un puñetazo en la mesa.
El golpe lo arrancó del Instante, Caine abrió los ojos involuntariamente mientras sus dedos se cerraban alrededor de la baraja con una sacudida. Durante un segundo mantuvo las cartas en el aire, mientras notaba una tremenda sensación de vacío en el estómago.
—¿A qué esperas? Déjalas de una vez.
Caine bajó las cartas, con miedo a cerrar los ojos. Tenía miedo de ver, Walter sonrió mientras repartía, al intuir el nerviosismo de Caine.
—¿Qué pasa? ¿Ahora te ha entrado miedo?
—Cállate, Walter —dijo la hermana Straight.
Caine agradeció que ella estuviera allí, pero disimuló la emoción. Intentó mostrarse relajado, a pesar del sudor que le perlaba la frente. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Jasper estaba atado a una mesa y allí estaba él, jugando para conseguir el dinero para rescatarlo? Caine le pareció que era una locura cuando lo vio por primera vez en el Instante, pero dejó las dudas a un lado y decidió creer. Ahora estaba de nuevo en lo mismo de siempre, dispuesto a arriesgar su futuro en una partida de naipes.
Vaya demonio que había resultado ser.
—Es para hoy. —Walter le señaló las cinco cartas que estaban delante de Caine. Él las recogió y las acomodó en la mano, una tras otra. Cada nueva carta hundía sus esperanzas un poco más.
Cinco de picas.
Siete de tréboles.
Jota de picas.
Dos de corazones.
Nueve de diamantes.
Nada de nada.
Cerró los ojos en un intento por repetir lo que había sucedido cuando había disparado contra Leary en el callejón, para cambiar el corte y poner las cosas en orden. Pero cuando cerró los ojos, vio.
…
Caine tiene un cinco, un siete, una jota, un dos, un nueve. Walter tiene una pareja de reyes.
Caine tiene un cinco, un siete, una jota, un dos, un nueve. Walter tiene una pareja de reyes.
Caine tiene un cinco, un siete, una jota, un dos, un nueve. Walter tiene una pareja de reyes.
…
Era inútil. El corte, el reparto, ya habían ocurrido. No podía volver atrás y cambiar el pasado. Sólo podía utilizar el Instante para adoptar una decisión sobre lo que podía ser si escogía el futuro correcto.
—¿Cuántas cartas quieres? —preguntó Walter. En una mano normal, la decisión era obvia. Descartar el dos, el cinco y el siete. Quedarse con la jota y el nueve. Con seis fuera (tres jotas y tres nueves) de cuarenta y siete cartas, la probabilidad de hacer una pareja con cualquiera de las dos cartas que tenía en la mano era del 13 por ciento.
Pero sólo había una probabilidad del 0,5 por ciento que pudiera convertir la jota o el nueve en un trío —que era lo que necesitaba para superar la pareja de reyes de Walter— siempre y cuando por supuesto que Walter no mejorara su mano. Caine cerró los ojos en un intento por ver cuáles eran las próximas tres cartas de la baraja.
…
Seis de corazones. Ocho de corazones. As de picas. Nada de nada.
…
Su mente soltó un alarido de protesta mientras el ácido chapoteaba en su estómago. Se había acabado. Había perdido. Después de siete horas de un juego brillante, se las había apañado para estropearlo todo. Cerró los ojos para encontrar una manera, pero no había nada… nada excepto.
…
La manera de ganar.
…
Sin vacilar, Caine movió la mano por debajo de la mesa y le pellizcó el culo a la hermana Straight.
—¡Oh! —exclamó ella, y levantó bruscamente los brazos. Golpeó con el codo en la mano de Stone, que al recibir el impacto soltó la botella de cerveza y el líquido se derramó por toda la mesa y cayó sobre los muslos de Walter. En el segundo en que la cerveza helada le mojó la entrepierna, Walter dio un salto, golpeó con la rodilla contra la mesa y el mazo de cartas cayó al suelo.
—¡Mierda! —chilló Walter—. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Se puede saber qué coño le pasa, hermana?
La hermana abrió la boca para responderle pero espió de reojo a Caine, y se contuvo.
—Ha sido una rata —mintió—. Me ha pasado por el pie. —Apuntó a Nikolaev con el dedo en un gesto de reproche—. Debería darte vergüenza, Vitaly.
El propietario del garito se encogió de hombros.
—Es el Village. A las ratas les encanta este lugar. ¿Qué puedo hacer?
Walter se inclinó hacia un lado en la silla y comenzó a recoger las cartas, Caine dejó las suyas en la mesa boca abajo.
—Mano anulada.
—¿De qué diablos hablas? —preguntó Walter.
—Dejaste caer la baraja —explicó Caine—. Has visto algunas de las cartas. Eso anula la mano.
—Ni hablar. Aunque las hubiese visto no hubiese afectado mi decisión. Tengo un par de reyes, ¿los ves? —Walter le enseñó la mano—. Iba a pedir tres cartas. Pediré tres cartas. Puedes volver a cortar si quieres, pero ésta no es una mano nula.
Caine miró a Nikolaev.
—Vitaly, creo que necesitamos la intervención de un árbitro.
—Mano nula —afirmó el ruso.
—¿Qué? Yo…
Nikolaev levantó una mano para hacerlo callar.
—Es mi club, y mis normas. Si no te gustan, vete a otra parte.
Caine, que hizo lo imposible por no sonreír, dejó sus cartas en el centro de la mesa. El crupier las apartó y le dio a Walter otra baraja nueva. Walter rezongó por lo bajo mientras mezclaba. Cuando acabó, las dejó sobre la mesa de un manotazo. Esta vez Caine estaba preparado y sabía exactamente lo que buscaba.
…
Sus dedos tocan las cartas.
Hasta la mitad del mazo.
Tres más.
Las toca.
Está seguro.
…
Caine cortó la baraja exactamente en la mitad y Walter comenzó a repartir. Cuando Caine miró sus cartas, no se preocupó. Sabía cuáles eran y que eran las ganadoras. Descartó la jota y la reina y se quedó con la pareja de cuatro junto con el ocho de corazones.
Walter sólo pidió una. El viejo intentó disimular el entusiasmo cuando vio lo que tenía, pero eso no importaba. Caine ya lo sabía, lo había dispuesto de esa manera.
—¿Preparado para enseñarlas, Walter?
—¿Qué te parece si doblamos la apuesta? —replicó Walter, con los ojos resplandecientes.
Caine miró a Nikolaev, pero el ruso se limitó a mover la cabeza.
—Me encantaría, Walter, pero no tengo crédito en esta casa.
—Serás mariquita —murmuró Walter.
—Un momento —pidió la hermana Straight—. Yo respaldaré a Caine —le dijo a Walter. Después miró a Nikolaev, que se encogió de hombros y asintió. Luego, ella se dirigió a Caine—. Con la mitad de las ganancias de mi apuesta, por supuesto.
Éste sonrió. Era una jugadora fantástica.
—Por supuesto —aceptó. Esperaron a que Nikolaev repartiera las fichas por el importe de la apuesta. Entonces llegó el momento. Walter mostró sus cartas con una expresión de triunfo.
—Escalera de jotas —anunció, exultante.
—Full —dijo Caine, y dejó las cartas en la mesa—. Cuatro y ochos. —Se inclinó para darle un beso a la mujer en la mejilla—. Gracias, hermana.