—¿Jasper? Soy yo, Doc.
Jasper movió la cabeza hacia la voz y vio a Doc inclinado sobre él. Sonreía. Jasper comenzó a esbozar una sonrisa pero entonces se contuvo. Algo estaba mal, aunque no alcanzaba a recordar del todo qué era. Rondaba en el límite de su mente, justo fuera de su alcance. Deseó que su hermano…
—¿Dónde…? —carraspeó, con una voz débil.
—Bebe esto. —Doc le puso una pajita entre los labios. Jasper bebió tres pequeños sorbos. Sintió el paso del agua por la garganta como un torrente helado—. ¿Mejor? —preguntó Doc.
Jasper asintió.
—¿Dónde está David? ¿Consiguió escapar?
Doc negó con la cabeza, con una expresión de profunda pena.
—Nos cazaron a todos, Jasper.
Jasper cerró los ojos. No lo comprendía. La Voz le había dicho que David conseguiría escapar. Él lo había hecho todo bien y aun así había salido mal. Él debía proteger a David, proteger su don. Pero en cambio lo había llevado a una trampa. Ahora los conspiradores lo tenían prisionero. Una parte de él siempre había sabido que sucedería. Siempre lo había sabido. Sin embargo…
—¿Cómo es que estás libre-vibre-mimbre? —preguntó Jasper, desconcertado.
—Querían operar a tu hermano… abrirle el cráneo.
—No —exclamó Jasper—. No pueden… déjame que hable con ellos… necesito protegerlo. —Jasper intentó levantarse pero las ligaduras se lo impidieron.
—Tranquilo, tranquilo, no pasa nada. Les convencí para que por ahora lo dejen descansar.
—¿Has hecho eso? —Sí.
—Bien…, —Jasper se relajó en la camilla.
—Pero tuve que prometerles que tú los ayudarías —añadió Doc.
—¿Ayudarlos a hacer qué?
—Quieren ver lo que tú ves, Jasper. Quieren comprender.
—Pero ¿cómo-romo-pomo? —replicó Jasper. Estaba confuso, cansado, terriblemente cansado.
—Con esto. —Doc le mostró una resplandeciente moneda de plata—. ¿Si la lanzo, puedes decirme si saldrá cara o cruz?
Jasper negó con la cabeza.
—No puedo ver el futuro excepto cuando la Voz me lo dice… pero David puede… él puede ver…
Doc frunció el entrecejo.
—Entonces, ¿cómo es que llamaste a mi móvil en el coche?
—Algunas veces —dijo Jasper, con un evidente esfuerzo por recordar—, puedo conocer el Ahora.
—¿Así que si lanzo una moneda puedes decirme qué saldrá sin mirar?
—Creo que sí… pero estoy muy cansado, Doc.
—Lo sé, Jasper. Pero tienes que hacerlo… por David.
—Vale —respondió Jasper, consciente de que casi farfullaba—. Vale-dale-tale.
Doc se miró en el espejo por encima del hombro y enarcó las cejas antes de mirar de nuevo a Jasper.
—¿Estás preparado?
—Preparado.
Jasper cerró los ojos. Oyó el suave roce de una uña contra la moneda, seguido del susurro cuando Doc cogió la moneda en el aire y el leve chasquido cuando se cubrió la palma con la otra mano.
—¿Qué es?
—Cruz —contestó Jasper, con los ojos cerrados.
—Cruz. Buen trabajo, Jasper. Otra vez.
Se repitieron los mismos sonidos.
—Cruz-pus-bus.
—Bien. Sólo un 25 por ciento de probabilidades de dos seguidos. De nuevo.
—Cara.
—Bien… un 12,5 por ciento de probabilidades de tres. Otra vez.
I —Cruz.
—Excelente. Un 6,25 por ciento de probabilidades.
Nueva tirada.
—Cara-para-tara.
—Fantástico. Un 3,125 por ciento de probabilidades. Ahora Jasper, quiero que sólo lo hagas una vez más, pero con los ojos abiertos.
Jasper lo miró, intrigado.
—Pero entonces no podré ver el Ahora.
—Sólo inténtalo. Venga, Jasper. Por David.
Jasper abrió los ojos. El resplandor de la habitación lo cegó.
Se oyó la sucesión de sonidos.
Jasper intentó ver qué era, pero le fue imposible.
—Cara —arriesgó.
—Bueno, no tiene importancia. —Doc destapó la moneda para mostrarle que había salido cruz—. Creo que ya es suficiente. Puedes seguir durmiendo.
—Vale-sale-cale —dijo Jasper. Ansiaba desesperadamente dormirse de nuevo, pero antes necesitaba hacerle una pregunta más—. ¿Cuándo… cuándo podré ver a David?
—Pronto, Jasper —contestó Doc—. Estará aquí en cualquier momento.
Caine durmió hasta las tres de la tarde. Cuando se despertó en la habitación del motel, se dio una ducha y regresó a su apartamento. A pesar del dolor en la rodilla, disfrutó del paseo y del fresco aire invernal, consciente de que quizá podría ser el último. Entró en su casa y cerró la puerta. No se molestó en echar el cerrojo. No tenía sentido.
Cuando llegaran, el cerrojo no sería ningún obstáculo. El reloj de la pared marcaba las 4.28.14. Tenía hasta las 4.43.27 antes de que aparecieran. Quizá un par de segundos más. Podía saberlo exactamente si quería, pero no era necesario. Sólo tenía que arreglar un par de cosas y luego dejaría que el universo siguiera su curso.
Las probabilidades de que continuara con vida durante las veinticuatro horas siguientes eran del 43,9 por ciento, lo que no estaba mal, pero las probabilidades de vivir según sus propias condiciones, y no como un conejillo de Indias de Doc, eran de sólo el 13,9 por ciento. Intentó no pensar mucho en la traición. Si salía con vida de esto, tendría todo el tiempo del mundo; incluso más.
Si no era así, bueno… entonces ya no tendría ninguna importancia.
—¡Me cagó en Satanás! —Grimes se volvió en la silla y apretó el botón que lo comunicaba con Crowe—. ¡Lo he encontrado!
—¿Dónde?
—No se lo va a creer —dijo Grimes mientras miraba el monitor—. ¡Está en su apartamento!
—Reúne al resto del equipo. Que se reúnan en el helipuerto dentro de tres minutos con todo preparado.
—Recibido.
En cuanto acabó de hablar con Dalton, Grimes llamó al doctor Jimmy.
—Tengo localizado al objetivo.
—Llama a Crowe…
—Ya está avisado. Su equipo despegará dentro de un minuto.
—¿Le has dado la posición del sujeto? —preguntó Forsythe.
—No. —Grimes miró al techo—. Le dije que lo adivinara.
—Ponme con el equipo de Crowe.
Grimes apretó un par de interruptores y Forsythe desapareció de la línea. «A mandar», dijo delante del micro desconectado. Nada de «Buen trabajo» o un simple «¿Cómo lo has hecho?». Sólo «Ponme con el equipo de Crowe». Como si Grimes fuese una puta operadora. Jimmy no tenía ni idea de su talento. Creía que era coser y cantar. Como si fuese la cosa más fácil del mundo colarse en el programa de la ANS y piratearles la señal del equipo de vigilancia que había escondido en el apartamento del objetivo.
«Pues que te den por culo, Jimmy. Que te zurzan».
Sin nada más que hacer, Grimes se acomodó para ver la acción en directo en su sesión «privada» de cámara oculta. De acuerdo con las lecturas del GPS del helicóptero, Crowe y sus muchachos saltarían a la azotea del objetivo al cabo de unos diez minutos. Siempre y cuando Caine permaneciera en el lugar, esta vez no se escaparía. Incluso si lo intentaba, ese día el cielo estaba despejado, así que el KH-12 no tendría ningún problema para rastrearlo. Grimes ya se había asegurado de que el satélite Keyhole estuviera en posición.
Por desgracia no creía que Caine fuera a escapar. Era una pena. Le gustaba verlos correr. Sin embargo, ver cómo Crowe derribaba la puerta sería divertido. Joder… no envidiaba a David Caine. No lo envidiaba en lo más mínimo.
Caine caminó lentamente hasta la cocina para buscar algo donde escribir. Lo único que encontró fue un sobre. Menos daba una piedra. Escribió una nota con grandes letras mayúsculas y garabateó su firma al pie. El mensaje sólo tenía veintiuna palabras, pero era muy posible que lo cambiara todo. La probabilidad de que lo leyera su destinatario era alta —el 87,3246 por ciento— pero no era seguro.
Caine ya había aprendido que nunca había nada que lo fuera.
Aún le quedaban nueve minutos y diecisiete segundos. Dio vueltas por el apartamento hasta que encontró lo que buscaba. Colocó la silla en la posición correcta, delante del micro oculto, y comenzó a hablar. Cuando acabó, empezó de nuevo por el principio, como una medida de seguridad. Después de repetirlo una tercera vez, decidió que ya estaba bien. La probabilidad de que no hubiesen escuchado el monólogo era todavía del 8,7355 por ciento, pero repetirlo de nuevo era muy arriesgado.
Puso el sobre con la nota boca abajo sobre su regazo y cerró los ojos. Había hecho todo lo posible. Si funcionaba o no era algo que ya no estaba en sus manos. Le resultaba extraño renunciar a controlar las cosas. A pesar de que había vivido los primeros treinta años de su vida completamente sujeto a los hados, en esos momentos le parecía aterrador.
Una parte de su mente le gritaba que huyera. Aún disponía de cuatro minutos. Tiempo más que suficiente para salir del apartamento y desaparecer. Podía hacerlo. Si lo hacía, las probabilidades de escapar del país —y de Forsythe— para siempre eran del 93,4721 por ciento. Pero eso significaría dejar atrás a Jasper, y eso era algo que no haría. Así que permaneció sentado, como pegado a la silla, con las manos temblorosas, el dolor en la rodilla, el corazón desbocado y la mente a la espera.
A la espera de ver si su gran plan funcionaría.
O si acababa muerto.
Nava se despertó cuando sonó el teléfono. El doctor Hanneman se apresuró a atender la llamada.
—¿Hola? Sí, espere un momento. —Le tendió el teléfono a Nava, que se lo arrebató de la mano.
—¿Nava Vaner? —preguntó un hombre con un fuerte acento ruso.
—¿Quién es? —preguntó Nava, con la carne de gallina. De pronto recordó la amenaza de Chang-Sun de comunicarle al SVR su identidad. Pero incluso si había informado al gobierno ruso, era imposible que ellos supieran donde estaba, ¿o no?
—Me llamo Vitaly Nikolaev. Soy amigo del señor Caine. Me pidió que me pusiera en contacto con usted.
—¿Dónde está David?
—No lo sé. Sólo dijo que debíamos encontrarnos.
—¿Cómo sé que usted es quien dice ser?
Se oyó una risa chirriante al otro extremo de la línea.
—El señor Caine me dijo que usted era una persona muy desconfiada, Tanja.
A Nava se le detuvo el corazón. Caine conocía su nombre ruso, pero también los norcoreanos.
—También dijo —añadió Nikolaev— que llega un momento en el que debemos confiar.
Nava suspiró. Eran las palabras que ella le había dicho a David en el tren. El mensaje era auténtico.
—¿Cuándo y dónde? —preguntó Nava.
—Sergey va de camino hacia allí ahora mismo.
—¿Es su chófer?
—Sí. —Nikolaev se rió—. Es mi chófer. Llegará en media hora. Esté preparada. —Se oyó un clic y se cortó la comunicación. Nava colgó el teléfono.
—¿Todo está en orden? —preguntó Hanneman, con una voz que reflejaba su inquietud.
—No lo sé. Pero estoy a punto de descubrirlo.
—¿Ya han llegado?
—No —respondió Grimes y pasó del avance rápido del vídeo a la velocidad normal.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Forsythe.
—¿Que ha sido qué?
—La cinta ha saltado. Hace un segundo Caine estaba delante de una planta y ahora está al otro extremo de la habitación.
—Es cosa del tiempo —mintió Grimes—. Hay ocasiones en que las interferencias eléctricas provocan interrupciones en la señal. No es nada importante.
—¿Dónde está Crowe? —preguntó el científico, al parecer satisfecho con la explicación del informático.
Grimes le señaló un punto verde que parpadeaba en otra pantalla.
—Está volando por encima de Central Park. Llegarán al objetivo dentro de un par de minutos.
—Bien —dijo Forsythe. Cruzó los brazos sobre el pecho y se inclinó sobre la pantalla, donde aparecían las imágenes del apartamento de Caine—. ¿Qué está haciendo?
Grimes miró la imagen en blanco y negro. David Caine estaba sentado en una silla, en medio de la habitación, de cara a la puerta. Tenía los ojos cerrados, pero era evidente por la posición de su cuerpo que no dormía.
—Da toda la impresión… —La voz de Grimes se apagó. No tenía sentido, pero después de lo que acababa de oír a través del auricular, nada tenía sentido—. Da toda la impresión de que espera.
El helicóptero vuela muy alto por encima de los árboles y vira al oeste. Los cinco hombres permanecen en silencio, rodeados por el ruido ensordecedor de los rotores. Cada uno se está preparando mentalmente para el combate. Juan Espósito y Charlie Rainer anhelan entrar en acción. Ron McCoy está inquieto; sólo quiere salir de esto sano y salvo. Frank Dalton ansia que haya sangre. Martin Crowe… reza por su hija.
Es diferente al resto de sus hombres. Aunque la diferencia lo hace mejor, también hace que sea más peligroso que los otros cuatro. No se detendrá ante nada para realizar la misión, si bien, a diferencia de los demás, su misión no tiene nada que ver con David. Caine es sólo un medio para un fin. Su hija es su única misión.
Martin Crowe sabe que las probabilidades de que pueda salvarla son mínimas. Pero no renuncia al empeño. Caine lo respeta. Cualquiera que no esté dispuesto a rendirse cuando se enfrenta a algo prácticamente imposible merece ser admirado y temido. Él y Crowe no son diferentes. Ambos están dispuestos a arriesgar sus vidas por otra persona. Es una pena que sus respectivas misiones los sitúen en posiciones opuestas. Caine sabe que, en el otro mundo, son amigos.
…
Caine oía en esos momentos el ruido del helicóptero. Era débil, pero inconfundible, como el batir de unas alas inmensas. Poco a poco, el sonido se fue haciendo más fuerte hasta que llenó el apartamento. Los platos tintinearon en la cocina y un adorno de porcelana cayó de la estantería y se astilló en ciento veinticuatro pedazos cuando se estrelló contra el suelo.
Ya faltaba muy poco.
—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!
Los hombres vestidos de negro se deslizaron por las cuerdas y saltaron a la azotea. Crowe miró por un segundo a Dalton y McCoy; ambos continuaban sentados en la cabina del helicóptero. Sabía que Dalton estaba cabreado por estar como reserva, pero a Crowe no le importaba. Si el objetivo intentaba escapar, necesitaba un par de hombres en el aire para que lo siguieran. Sin embargo, esta vez no parecía que el objetivo fuera a escapar. Según Grimes, los estaba esperando.
Eso hacía que Crowe se sintiera más nervioso, y por eso había dejado a Dalton en el helicóptero. Si el objetivo intentaba plantarles cara, Crowe quería controlar la situación sin tener que preocuparse por Dalton. Siempre había sabido que éste era peligroso, pero después de que le hubiera metido una bala a Vaner en el cerebro, sin hacer caso de sus órdenes, Crowe había pasado a creer que era un psicópata. No quería que volviera a hacer lo mismo con Caine.