El tercer brazo (11 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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»Nombrado oficial subalterno en el Departamento de Negocios de la Comnionwealth al graduarse en la Universidad de Nueva Harvard en 3014, ha permanecido de manera continua en el servicio público desde entonces hasta la actualidad. Admitido como Comandante de la Orden Imperial, 3028; Caballero de San Miguel y de San Jorge, 3033. Accedió al rango de barón civil a la muerte de su padre en 3038.

»Tuvo una serie de puestos de Estado hasta ser nombrado Teniente de Gobernador de Franklin en 3026. Cuando asesinaron al Gobernador en un ataque Exterior, Mercer se convirtió en Gobernador Interino y fue confirmado en dicho puesto en 3027. A partir de entonces ascensos rápidos. Fue Jefe de Misión con rango de Embajador en las negociaciones que condujeron a la reincorporación de Nueva Washington en 3037. Consejero del Rey después de 3038. Secretario de Estado para los Asuntos del Trans-Saco de Carbón, 3039 hasta la actualidad. Miembro de la junta de directores del Instituto Blaine, 3040 hasta la actualidad.

»Nombramiento como Virrey, Sector Trans-Saco de Carbón, entrada en vigor a su llegada a Nueva Caledonia.»

—Más —musitó Bury—. ¿Motivaciones y ambiciones?

«Riqueza personal moderada. Prefiere honores a incremento de fortuna. Ha escrito dos artículos queriendo demostrar que su familia tuvo el título de marquesado durante el Primer Imperio. Espera recuperarlo.»

—¿Evidencia?

«Calvin se ha convertido en cliente de Servicios Genealógicos Haladay, y en miembro de la Sociedad Augusta. No ha guardado en secreto su ambición. Haladay es una subsidiaria de Servicios Confidenciales, Inc.»

—Suficiente —dijo Bury.

Riqueza personal moderada, y no se convertiría en Virrey hasta que arribara a Nueva Caledonia. Seguro que no viajaría con ningún lujo notable. Bury esbozó una tenue sonrisa.

2
Turistas

Hemos explicado de diversas formas todas las cosas a los hombres en este Qur’an; pero de todas ellas el hombre es lo más pendenciero.

Al-Qur’an

Se suponía que el autobús aterrizaría en el techo del hotel a las 08.30. Kevin y Ruth subieron con cinco minutos de antelación. Una docena de personas esperaba que comenzara la excursión.

El techo aún se hallaba en sombras debido a las montañas al este, pero al sur y al oeste el puerto estaba iluminado por la brillante luz del sol. Aun tan temprano las aguas de la enorme bahía ondeaban por las estelas de los barcos grandes y los veleros, Montones de navíos pequeños, a motor y a vela, muchos de ellos de cascos múltiples, embotellaban la zona de atraque más próxima al hotel. La mayoría parecían yates, pero también había juncos de cascos cuadrados cubiertos de ropa colgada y de niños.

Las crestas de las montañas al este y al norte estaban escondidas entre nubes.

Renner señaló. Lejos al sur podían ver dónde terminaba el continente en montañas escarpadas.

—El Instituto Blaine se encuentra allí. Según los mapas, hay más de cien kilómetros al océano.

—Uno de los beneficios del Imperio —comentó Ruth. Renner enarcó una ceja—. Aire limpio. En las provincias nuevas aún queman carbón.

—Es verdad. Bury hace fortunas introduciendo plantas de fusión y satélites de energía. Ayuda si tus clientes tienen que comprar…

—No tienen que comprarle a Bury. Y aunque tuvieran que hacerlo, ¡vale la pena!

Renner respiró hondo.

—Seguro.

El autobús aterrizó en el techo del hotel exactamente a las 08.30. Cuando Kevin y Ruth subieron, un hombre pequeño de cara redonda y nariz llena de venas rojas los miró con curiosidad.

—¿Sir Kevin Renner?

—Soy yo.

—Durk Riley. Soy su guía, señor. Y usted debe ser la capitán de fragata Cohen.

—¿Pedimos un guía? —preguntó Ruth.

—Nabil —explicó Renner.

—He reservado sus asientos, señor —Riley indicó tres sitios cerca de la parte delantera del autobús—. Siempre me gusta llevar a gente de la Marina. Serví casi cuarenta años. Me retiré como timonel hace unos veinte años. Habría seguido, pero mi mujer me convenció para retirarme. La vida civil no es buena, ya sabe. No hay nada que hacer. Nada importante. Bueno, no me refiero a como suena.

—Lo entendemos —Ruth sonrió.

—Gracias, señora. Por lo general no hablo tanto de mí. Sí que me alegra ver gente de la Marina. ¿Usted es de la Marina, sir Kevin?

—Reserva. Jefe de Navegación. Pasé al servicio inactivo casi al mismo tiempo que usted se retiraba.

Kevin y Ruth ocuparon sus asientos y se acomodaron. Riley sacó una petaca de bolsillo.

—¿Un traguito?

—No, gracias —repuso Kevin.

—Piensa que es un poco temprano. Supongo que sí, incluso para Esparta, pero con los días cortos, aquí tendemos a hacer las cosas de una forma distinta.

—Bien, ¿por qué no? —Kevin alargó la mano para coger la petaca—. Es bueno. ¿Irlandés?

—Lo que llaman irlandés en la mayoría de los sitios. Nosotros simplemente lo llamamos whisky. Mejor que se ajusten las correas.

El cielo estaba tan atestado como el mar. El autobús se elevó por entre un enjambre de vehículos ligeros y naves pesadas de carga y otros autobuses de estructura aerodinámica, se apartó en una amplia curva de una zona vacía un minuto antes de que una especie de nave espacial pasara silbando, y se dirigió al este en dirección a las montañas. Subió siguiendo las hileras de casas y residencias hacia las nubes. Atravesaron el manto de nubes para ver que las cumbres negras de las montañas continuaban muy por encima de ellos.

—Es bonito —dijo Ruth—. ¿Cómo llaman a esas montañas?

—Drakenbergs —informó Riley—. Recorren casi toda la extensión de Serpens. Serpens es el continente.

—Desnudo aquí arriba —dijo Renner.

Serpens tenía un espinazo muy ondulado, flancos negros de montaña vacíos de vida. Esparta no había desarrollado follaje para manejar esa tierra, y contenía demasiado metal pesado para la mayoría de las plantas terrestres. El director de la excursión les contó eso y más mientras volaban a lo largo de la columna vertebral del continente.

El autobús descendió por debajo del manto de nubes y siguió la curva de las montañas hasta donde se sumergían en el océano, bajó a una altitud de medio kilómetro y se encaminó hacia el sur a través del puerto.

—A la izquierda tienen Esparta Vieja —dijo Riley—. Algunas partes se remontan a los días del CoDominio. ¿Ven ese trozo verde con el edificio alto a su alrededor? Es la zona de Palacio.

—¿Nos acercaremos más? —preguntó Ruth.

—Me temo que no. Aunque hay excursiones de Palacio.

Barcos de todos los tamaños se movían al azar por las aguas tranquilas. Siguieron con rumbo sur. El agua tranquila del enorme puerto cambió bruscamente de verde a azul. El fondo del mar era visible, todavía poco profundo; los barcos más escasos y más grandes.

—No lo parece —comentó Ruth.

—No —Renner había adivinado lo que quería decir—. Gobiernan mil mundos desde aquí, pero… Es como el zoo en Paja Uno. Claro que es un mundo diferente, claro que no hay otro igual en ninguna parte del universo, pero te acostumbras a eso cuando viajas lo suficiente. Esperas diferencias mayores. Pero no es justo, Ruth. Buscamos mundos como la Tierra porque es ahí donde podemos vivir.

Riley los miraba con fijeza. Otras cabezas se habían vuelto de las ventanillas. ¿Zoo en Paja Uno?

—Defensas —indicó Ruth—. Hay una diferencia. Esparta debe ser el planeta más defendido de todos.

—Sí. Y lo que eso significa es que hay partes a las que este autobús no puede ir. Y preguntas que el señor Riley no contestará.

—Bueno, desde luego —repuso Riley.

Ruth sonreía.

—No le ponga a prueba, ¿de acuerdo? Le conozco. Estamos de vacaciones.

—De acuerdo.

—En cualquier caso, no sé nada de las defensas de Esparta —dijo Riley incómodo—. ¿Señor Renner? ¿Usted estuvo en la expedición a la Paja?

—Sí. Riley, no guardé ningún secreto al respecto, y todo ha sido desclasificado. Puede conseguir mi testimonio en Lo que hice en mis vacaciones de verano, de Kevin Renner. Publicado por Athenæum en 3921. Recibo derechos de autor.

Había una tormenta al este. El autobús se dirigió hacia el oeste y descendió todavía más (el viaje se tornó agitado) para volar por encima de un enorme barco de carga. Grandes aletas estabilizadoras quedaban al descubierto con la ondulación de las olas, olas del tamaño de colinas pequeñas. También había barcos de recreo, gráciles veleros que avanzaban mientras subían y bajaban en las montañas de agua; sus velas no paraban de deslizarse por los mástiles.

El autobús sobrevoló una isla grande configurada en rectángulos de tierra de cultivo.

—Es la Cangrejo del Diablo —dijo Riley—. Dos plantaciones de cañas de azúcar y quizá unos cien independientes. Me encantaría ser granjero. No pagan impuestos.

Renner dio un salto.

—¿Eh?

—La población es densa en Esparta. El precio de la tierra en Serpens es…, bueno, nunca intenté comprar ninguna, pero es alto. Si los granjeros no recibieran algún tipo de facilidades, venderían sus tierras a la gente que construye hoteles. Entonces habría que importar toda la comida desde muy lejos, ¿y dónde conseguiría el Emperador su fruta fresca?

—¡Vaya! Sin impuestos. ¿Qué me dice de la gente de ahí abajo?

—Tampoco paga. Los costes de transporte son muy altos, y el producto no es tan fresco cuando llega a Serpens. Los granjeros de Serpens todavía pueden competir. Aun así, yo funcionaría de este modo. Alquilaría una isla a mil klicks de Serpens y criaría ganado. No hay espacio para producir carne roja en esta parte de Serpens.

Se desviaron de otra isla rocosa que parecía estar cubierta con una mezcla de bloques de cemento y cúpulas.

—Ahí hay parte del material de defensa —dijo Renner—. Radares de control de batalla, y apostaría que algunos láseres pesados.

—Es una buena conjetura, pero lo desconozco —comentó Riley.

Al rato el autobús viró al norte y al este y voló hacia la lengua de tierra estrecha y con forma de gancho que cercaba el puerto desde el oeste.

—Ésa era la colonia prisión en la época del CoDominio —explicó Riley—. Si miran atentamente, pueden ver dónde estaba el viejo muro. Atravesaba la península.

—¿Allí? En su mayor parte son parques —dijo Ruth—. O…

—Rosales —indicó Riley—. Cuando Lysander II derribó los viejos muros de la prisión, le regaló toda la zona al público. Ahí se celebra el festival de la rosa cada año. Compiten fraternidades de ciudadanos, y es importante. Si están interesados, realizamos excursiones todos los días restantes.

—¿Dónde está el Instituto Blaine? —inquirió Ruth.

—Hacia el este. Allí a la derecha. ¿Ve la montaña cubierta de edificios?

—Sí… se parece a un viejo cuadro que vi una vez.

—¿Ése es el Instituto Blaine? —comentó Renner—. El capitán Blaine es más rico de lo que sospechaba. Y pensar que le conocí…

—¿De verdad, señor? —Riley sonó impresionado—. Pero ésa es la sección de Biología de la Universidad Imperial. El Instituto es la zona más pequeña que hay al lado. —Ofreció sus binoculares—. Y la Mansión Blaine se levanta sobre la colina que hay justo al este. ¿Querría una excursión por el Instituto?

—Gracias, pero iremos allí esta tarde —dijo Ruth.

El autobús atravesó la lengua de tierra estrecha y luego se mantuvo bastante lejos del puerto. El sol había evaporado la mayor parte del manto de nubes sobre la ciudad. La línea del horizonte era una mezcla de formas: en el centro y al sur había enormes rascacielos cuadrados, torres finas, edificios altos conectados por puentes a trescientos metros por encima del nivel de la calle. Hacia el norte había edificios de cemento más bajos, con un estilo clásico. En el centro estaban los parques verdes del distrito de Palacio.

Renner pareció pensativo.

—Ruth, piense en ello. El Emperador está ahí. Sólo tire una bomba de fusión en la dirección general del Palacio… —Calló porque todo el mundo en el autobús le miraba—. ¡Eh, soy oficial de la Reserva de la Marina! —se apresuró a explicar—. Lo que intento es descubrir cómo evitas que lo haga otra persona. Con tanta gente en Esparta, y con visitantes de todas partes, ha de haber dementes.

—Tenemos nuestra cuota, sir Kevin. —Riley recalcó el título para que los demás pudieran oírlo.

—Comprobamos a la gente que viene a Esparta —dijo Ruth. Había bajado la voz—. Y no resulta tan fácil comprar una bomba atómica.

—Eso podría detener a los aficionados.

—Oh, de acuerdo —concedió Ruth—. Déjelo, ¿bien? Es un pensamiento deprimente.

—Es algo con lo que vivimos —comentó Riley—. Miren, tenemos formas de localizar a los locos. Y, por lo general, los profesionales no lo intentan porque no les serviría de nada. Todo el mundo sabe que la familia real jamás se encuentra reunida en un mismo sitio. El Príncipe Eneas ni siquiera vive en el planeta. Haga volar Serpens y conseguirá que la Flota se ponga como mil demonios, pero no aniquilará al Imperio. Una cosa que no hacemos…, señor…, ¡es hablar a la gente en una excursión de autobús de nuestras defensas!

—Y una cosa que no hago yo —respondió Renner, y también su voz había bajado— es callarme. Me impediría enterarme de cosas. Aun así, lo siento.

—Sí, señor —gruñó Riley—. Miren ahí. Ésas son las granjas piscícolas. —Señaló una serie de trozos de mar de colores brillantes y divididos por muros bajos—. Ése es otro buen negocio. Los peces de otros planetas no se adaptan a los océanos de Esparta. Si quiere rodaballo de mar o gatos de océano, vendrán de ahí o de otro sitio parecido.

La limusina esperaba en el hotel. Bury no sonreía. Cuando emprendieron el vuelo, miró a Ruth.

—¿Qué hizo Kevin esta vez?

—Oh —comentó ella—. Bueno, habló de lanzar una bomba atómica contra el Palacio.

Bury no se mostró divertido.

—Preferiría que no me expulsaran de este planeta.

—No ayudaría mucho a mi carrera —afirmó Ruth—. Mire, quizá sea mejor que yo hable con ellos.

—No necesita molestarse —indicó Bury—. Una vez que estuvieron seguros de su identidad, perdieron interés.

—Ahora sé que quiero ver su historial, Kevin —dijo Ruth.

La limusina voló bajo sobre las afueras del distrito central. Había grandes edificios de cemento junto a parques.

Ruth miró a través de binoculares.

—Departamento de Salud Pública —leyó—. Bolsa. ¡Vaya, ésa es la Oficina Colonial! No parece lo bastante grande.

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