El tercer brazo (12 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Y no lo es —comentó Bury—. Ese edificio alberga los departamentos que pueden ser de interés para el público en general, y la secretaría de estado. La computadora y la mayoría de las oficinas están diseminadas por toda la ciudad. Muchas se hallan bajo tierra.

—Quizá algún día construyan un nuevo edificio y pongan todo en un sitio —dijo Ruth.

Bury se rió entre dientes.

—Ése es el nuevo edificio. No se imaginaría lo que costó, casi todo pagado con impuestos del comercio interestelar.

—No parece nuevo —comentó Renner.

—Ningún edificio del gobierno parece nuevo —repuso Bury—. Se construyen a propósito en estilos clásicos. Algunos muestran influencia rusa.

—Sin embargo, veo abundancia de rascacielos y muros altos —indicó Renner.

—Por supuesto. Esparta es el centro financiero del Imperio —dijo Bury—. Aterrizar cerca de la ciudad es muy caro. Sólo el gobierno podría permitirse el lujo de algo tan ineficaz como la arquitectura clásica. Ah. Para ilustrar… —Señaló—. El Instituto Blaine.

El Instituto miraba al sur a costas oceánicas. El complejo de edificios se alzaba por la cara de un risco escarpado. Los balcones rompían las líneas abruptas, y a mitad de camino había un techo grande y plano moteado de árboles pequeños y mesas de picnic.

La limusina aterrizó en el techo. Dos hombres jóvenes muy rígidos abrieron las puertas y ayudaron a Bury a ocupar su silla de viaje. La brisa del océano era fresca allí. Abajo, la luz del sol danzaba sobre las crestas de las olas. Ruth se estiró y respiró hondo. Se volvió hacia Renner, pero él no la estaba mirando.

Observaba con fijeza a un hombre mayor y grande en uniforme de policía que iba hacia ellos.

—Kelley —dijo—. El artillero Kelley.

—El mismo, sir Kevin. Su Excelencia.

—Maldición, es usted. Ruth, le presento al artillero Kelley. Marines Imperiales. Estaba en la
MacArthur
. Kelley, le presento a la capitán de fragata Ruth Cohen.

—Encantado de conocerla, señora.

—Creí que ése era un uniforme de la policía —comentó Renner.

—Bueno, más o menos lo es —repuso Kelley—. Soy jefe de seguridad del Instituto. Pero no hay mucha necesidad de eso, así que dispongo de un montón de tiempo para recibir a los visitantes. Al conde le alegrará verles.

—¿Conde? —preguntó Renner—. ¿No es Blaine marqués de Crucis?

—No, señor —dijo Kelley—. Todavía no. El marqués no es tan joven como antes, pero aún va al Parlamento. —Hizo un gesto con la mano. Uno de los hombres uniformados abrió la puerta al interior. Otro condujo la silla de viaje de Bury.

El corredor interior era corto. Escenas de Paja Uno decoraban las paredes. Al final del corredor había una mesa de recepción semicircular. La recepcionista llevaba una versión con falda del uniforme de Kelley, y un arma de fuego eficiente. Les ofreció unas placas gruesas en una bandeja. En ellas ya estaban inscritos sus nombres y sus fotografías.

—Bienvenidos, Su Excelencia. Sir Kevin. Capitán de fragata —saludó—. Si son tan amables de imprimir la huella de su pulgar en las placas… —Cuando Renner apoyó el pulgar en la suya, ésta brilló suavemente de verde—. Gracias. Por favor, cerciórense de llevarla en todo momento. Disfruten de su estancia.

Había tres ascensores detrás del escritorio de recepción. Kelley llamó a los tres e indicó un cuarto a la vuelta de la esquina, con el letrero de PRIVADO. Renner notó que había botones para treinta y ocho pisos. Kelley usó una llave antes de apretar el del vigésimo cuarto.

Cuando se hallaron dentro, Renner frunció el ceño.

—Creí que dijo que no había mucha necesidad de seguridad.

—No, dije que no había mucha necesidad de un jefe de seguridad —corrigió Kelley—. Y es verdad. Dispongo de un buen personal.

—Entonces, ¿tienen problemas a menudo? —preguntó Bury.

—No demasiados, Su Excelencia. Pero hemos recibido algunas amenazas. Hay gente a la que no le gustan los pajeños. No quieren que los estudiemos.

El piso veinticuatro estaba recubierto por unos frisos de madera oscura, y tenía una alfombra gruesa. De las paredes colgaban fotografías. Ruth miró fijamente una.

—Kevin… Kevin, ése es usted.

Renner miró.

—Sí, en el Museo de Paja Uno. Esa estatua…, ésa era la máquina del tiempo.

—¿Qué? —Empezó a reír, cambió de parecer y miró con más detenimiento.

—No funcionó.

—Ugh. ¿Qué están atacando esas cosas? ¿La, eh, máquina del tiempo?

—Son siniestros, ¿verdad? Los pajeños nos contaron que eran demonios míticos defendiendo la estructura de la realidad. Luego averiguamos que se trataba de pajeños de la clase de los Guerreros. No le gustaría tenerlos sueltos por el Imperio.

Kelley los condujo al final del corredor, llamó a una puerta de nogal y la abrió.

—Milady. Milord, sus visitantes.

Rod Blaine se puso de pie cuando entraron. Se hallaba lo suficientemente lejos como para no tener que estrechar manos.

—Bienvenido al Instituto, Su Excelencia. Es un placer verle de nuevo, Kevin, tiene buen aspecto. La vida civil debe de sentarle bien.

Bury consiguió levantarse y hacer una reverencia.

—Milady. Lord Blaine. Permitan que les presente a la capitán de fragata Ruth Cohen. Viaja con nosotros.

Kelley se excusó y cerró la puerta.

—Milady —dijo Ruth. Le hizo una reverencia a Rod.

Éste le cogió la mano y la besó.

—Bienvenida al Instituto, capitán.

Las orejas se le estaban sonrosando. «Se ruboriza con facilidad», pensó Rod. Viajar con Kevin Renner debería haberla curado de eso.

Bury se sentó con cuidado.

—Si me disculpan…

—Oh, desde luego —dijo Sally.

—Ha pasado tiempo —comentó Rod—. Kevin, ¿cómo le han ido las cosas?

—No tan mal como creí. A propósito, Ruth conoce nuestro terrible secreto. Casi todo, en cualquier caso —Renner se volvió hacia Sally—. Nos enteramos de lo de su tío. Lo siento. Era un buen hombre, a pesar de que me forzara a una carrera de espionaje.

Sally asintió.

—Gracias. El tío Ben jamás cuidó de sí mismo.

Los ojos de Ruth se abrieron mucho.

—Tío Ben… debe de tratarse del senador Benjamin Fowler. ¿Kevin, el Primer Ministro le reclutó para el Servicio Secreto?

Renner rió.

—No, eso lo hizo Lord Blaine. El senador Fowler declaró una emergencia para que mi licencia no tuviera valor.

—¿Qué podemos hacer por usted, Excelencia? —preguntó Rod.

—Vaya, nada, en realidad…

—Su Excelencia, ha sido un día ocupado, y así como comprendo la costumbre de dar un rodeo al tema antes de mencionarlo, Lady Sally y yo tenemos mucho más trabajo que hacer.

—Ah, gracias milord —dijo Bury. Su sonrisa no pareció forzada—. Espero persuadirle para que use su influencia con la Marina. Milord, el bloqueo ahora ya tiene un cuarto de siglo de antigüedad. No estamos de acuerdo sobre los pajeños. Usted ve oportunidades allí donde yo veo amenazas. No obstante, usted aceptó embotellarlos dentro de su propio sistema solar. También usted, milady. Todos estamos de acuerdo en que la situación no puede continuar para siempre.

—Sí, podemos aceptar eso —dijo Rod—. Ganamos un poco de tiempo.

—¿Qué quiere de nosotros? —inquirió Sally. Ya no intentaba mostrarse cortés.

—Más tiempo —repuso Bury con firmeza—. Milady, debo averiguar si el bloqueo es efectivo. Deseo verlo por mí mismo. Quiero hablar con aquellos que están más cerca del problema. Quiero buscar alternativas, ver lo que nosotros —lo que el Imperio del Hombre— podemos hacer para cerciorarnos de que los pajeños no se liberarán y explotarán por todo el Imperio.

—Ésa es una petición importante —dijo Rod.

—Horace quiere autorización de la Marina para ir a echarle un vistazo al Escuadrón de Eddie el Loco —indicó Renner.

Bury asintió con movimientos ínfimos.

—Exacto.

—No es decisión nuestra —se apresuró a decir Sally.

Bury miró con firmeza a Rod Blaine.

Éste estiró las manos sin encogerse de hombros.

—Como dice Lady Sally, no es nuestra decisión. Entregamos nuestros escaños en la Comisión hace años, cuando trasladamos el Instituto a Esparta. Pero considere esto, Excelencia. ¿Cómo puede demostrar alguien que los pajeños se hallan seguramente encerrados?

Bury hizo caso omiso del tono de voz de Blaine.

—Debo verlo. —El comerciante parecía muy viejo, muy cansado—. He defendido al Imperio. He ignorado la amenaza real mientras me limité a desbaratar la traición y las tramas Exteriores. Estorbos. Seguiré haciéndolo, pero he de saber si la frontera real está defendida. Usted piensa que nunca quedaré satisfecho. Quizá incluso tenga razón. Pero he de verlo por mí mismo. Me he ganado ese derecho. —Rod miró a Sally—. Me lo he ganado —insistió Bury—. Dudo que el Imperio goce de un equipo de inteligencia más eficaz que el que formamos Kevin Renner y yo. ¡Y se lo repito, Lord Blaine, debo verlo!

—Ha dejado claro su deseo —dijo Rod—. Entiendo que considera éste un asunto serio. —De nuevo miró a Sally—. También aquí ha habido algunos desarrollos.

Sally se aclaró la garganta.

—Rod, tenemos una reunión…

Blaine observó el reloj de pared.

—Lo siento, estoy dejando que pase el tiempo. Excelencia, es un placer verle, pero sí tenemos una reunión con un comité parlamentario. ¿Les gustaría ver lo que estamos haciendo aquí?

—A mí sin duda que sí, capitán —afirmó Renner—. Quiero decir, milord.

Blaine se rió entre dientes.

—Bien. Pensamos que les gustaría. —Alzó la vista al techo—. Fyunch (click).

—Señor —contestó el techo.

—Pídele a Jennifer que venga. Estoy seguro de que a todos les gustará su guía. Es una estudiante graduada en xenobiología, y tenía muchas ganas de conocer a otra gente que ha estado en la Paja.

—Rod…

Blaine esperó hasta que la puerta se cerró detrás de Renner.

—Sí.

—¡No quiero a ese hombre ahí afuera! Nuestro hijo sirve en esa flota.

—Lo pensé.

—Es un traidor —afirmó Sally—. De acuerdo, lo usamos, pero no siente ninguna lealtad verdadera por el Imperio. Dinero. —Frunció la nariz—. Es lo único que le importa. Nos vendería a los pajeños por el suficiente dinero.

Rod asintió pensativo.

—Me parece que no causará ningún daño intercambiar unas palabras con nuestros amigos en Palacio. —Sonrió.

—Ésa es una expresión malvada.

—Su Excelencia recibirá un impacto.

—Sí… ¿Estás seguro de que quieres decírselo?

—Sally, vamos a anunciarlo en cuatro días. Bury lo sabrá. Puede que tal vez obtengamos alguna ventaja al contárselo. Demonios, quizá ya lo sepa.

—No, no lo creo.

—De todas formas… Sally, cometió traición hace un cuarto de siglo, pero en esta ocasión tiene razón. El bloqueo ganó tiempo, pero no es ninguna solución. Tarde o temprano tendremos un Imperio de dos especies inteligentes o una guerra de exterminio. Sally, el Imperio va a tener a un montón de gente que piense como Bury, ¡Por lo menos él ha estado allí! Quizá pueda ser de utilidad.

—Antes preferiría convertir a ratas a la Iglesia —dijo Sally—. Pero tienes razón, lo averiguará tarde o temprano, y es un buen caso de prueba. Quiero ver su cara. ¡Entonces sabremos lo buenos que son sus espías!

Jennifer Banda sobrepasaba la altura de Renner en tres centímetros; era delgada y oscura, con apenas el suficiente largo de cabello para sugerir un antepasado blanco. Cuando fueron presentados, se mostró afable con Ruth Coben, deferente con Renner y casi aduladora con Horace Bury.

«Genes watusi —especuló Renner—. Si no es lo bastante oscura, se debe a la débil excusa de Esparta para tener una estrella.»

—¿Qué les gustaría ver? —había preguntado, y cuando nadie supo qué contestar, continuó—: Podemos empezar por algunas de las colecciones de especímenes. Más o menos dentro de una hora hay una especie de reunión en la sala de estudiantes graduados. ¿Les gustaría asistir?

—Sí, por favor —se apresuró a responder Renner.

—«Más o menos» —repitió Ruth Cohen, imitando la peculiar forma en que Jennifer había pronunciado las palabras—. Vancouver, Nueva Washington.

Jennifer Banda se volvió, sobresaltada.

—Sí…

Ruth sonrió.

—Yo soy de Astoria. Me alegro de que no jugara al baloncesto cuando tuvimos que enfrentarnos a Vancouver.

Renner observó a Jennifer marchar delante de él hacia los ascensores. Bonito balanceo el de la joven. Buen control muscular… y la gravedad de Nueva Washington tenía alrededor de 0,93 g estándar. Debió de haber sido una atleta extraordinaria. También debió de pasar un infierno para adaptarse a la gravedad de Esparta, pero estaba claro que lo había conseguido.

El ascensor se abrió a un corredor alineado con vitrinas de exposición. Jennifer abrió el camino dejándolas atrás. Al llegar al extremo más alejado dio media vuelta para encontrar a Renner andando con pausa, escudriñando hongos parasol de Mai Tai, serpientes deslizadoras de cabezas enormes y estanques con agua de color extraño con pantallas de microscopio unidas… Suspiró y aceleró la marcha para unirse a ellos.

Allí en el extremo había una sala de conferencias con refrescos, una mesa grande y un mural para hologramas.

—Tenemos especímenes de cuatrocientos mundos Imperiales y treinta planetas Exteriores —dijo Jennifer—. Demasiados. No hay espacio para montar demostraciones en vivo, de modo que la mayoría son hologramas. ¡Wanora!

—Preparado —repuso el techo.

—Mi secuencia uno, por favor.

En el rincón más alejado de la sala se formó una serie de hologramas.

—Éstos son de planetas de agua —explicó Jennifer—. Casi todos son iguales. Cuatro aletas, una cabeza y un rabo. Como nosotros. —Se formó otra serie—. Luego hay formas evolucionadas de planetas sin mucha agua. La teoría afirma que salieron a rastras antes. Formas con seis y ocho extremidades. Los Patalocos de Tabletop con dieciocho. Pero también todos son simétricos.

—Dispone hologramas de… ¿Cuántos tiene? —preguntó Bury.

—Excelencia, tratamos de ser completos.

—¿Tiene el Cazamiel Levantino?

—¿Mmhh? ¡Wanora! Cazamiel Levantino.

La pantalla mostró lo que parecía un cilindro muy deformado, con flores brillantes en la parte superior. Criaturas pequeñas parecidas a pájaros aleteaban a su alrededor. Bruscamente, unos zarcillos delicados salieron disparados desde el borde del cilindro para enredar a una de las criaturas y arrastrarla fuera de la vista.

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