—No, milady…
Ella asintió.
—Kevin Christian. Casi todos le llamamos Chris. A mamá no le gusta que hablemos mucho de la familia. ¿Se lo contaron alguna vez, Kevin? Pero usted de todas formas lo adivinó. Kevin, aún conservo la copa de bautizo que envió. Gracias, y gracias también a usted. ¡Su Excelencia! Durante años no hubo parecido en el mercado.
—Fue hecho en nuestros laboratorios, milady —dijo Bury. Su sonrisa era auténtica—. Me complace que lo recordara.
—Aún proporciona la leche con mejor sabor de Esparta —Glenda Ruth señaló la pantalla del reloj de pared de las zonas oscuras e iluminadas de Esparta—. Nos esperan. Mmh… se supone que no debo contárselo, pero espero que estén preparados para una sorpresa. —Mantuvo la puerta abierta para la silla de viaje de Bury.
Había algo en la sonrisa de Jennifer Banda cuando ella y Glenda Ruth les condujeron al despacho de Lady Blaine. Los dos Blaine exhibían la misma sonrisa de conspiración. La atmósfera de misterio estaba exasperando a Renner.
Había otro ocupante.
Se levantó despacio de su silla de viaje de peculiar diseño e hizo una reverencia. Era un enano peludo, sonriente y jorobado, no sólo bajo sino también grotescamente deformado. Uno no se queda mirando con fijeza a un enano, y Renner mantuvo el control sobre su expresión; aunque lo perdió cuando el desconocido inclinó la cabeza. Le sobresalía la columna vertebral, rota en dos partes.
La mente siempre malinterpretará esa primera visión.
Medía un metro y treinta y cinco centímetros. Era peludo. Las marcas marrones y blancas todavía resultaban visibles, aunque en su mayor parte se habían tornado blancas. Había una oreja grande en el lado derecho, y nada de espacio para una en el izquierdo; los enormes músculos de los hombros subían hasta formar unas protuberancias en la parte superior del cráneo deformado. Tenía dos brazos derechos delgados. La sonrisa de delfín era, sencillamente, la forma de su cara.
Renner se quedó boquiabierto. Durante un momento no pudo quitarle los ojos de encima… y entonces recordó a Bury.
La cara de Horace Bury exhibía todos los colores equivocados. Había abierto la tapa del brazo de su silla de viaje, pero las manos le temblaban demasiado para ocuparse de la manga de dignóstico. Renner la colocó en su lugar. En el acto el sistema comenzó a alimentar a Bury con tranquilizantes. Renner estudió las lecturas un instante antes de alzar la vista.
—Capitán, ha sido algo desagradable. Quiero decir, milord. ¡Milord Blaine, podría haberle matado, maldita sea!
—Papá, te dije…
El conde Blaine se mordisqueó el labio.
—No lo imaginé. Su Excelencia…
Bury estaba furioso, pero bajo control.
—Una excelente broma, milord. Excelente. ¿Quién es usted?
—Soy Jock, Excelencia —contestó el pajeño—. Me alegro de verle con semejante salud.
—… Sí. Considerándolo, debe de ser así. A mí me resulta asombroso verle con semejante salud. ¿Nos mintió? Dijo que los Mediadores mueren alrededor de los veinticinco años. Todos los pajeños mueren si no pueden quedar preñados, y los Mediadores son mulos. Estériles, afirmó.
—Entre las piernas —indicó Renner.
Bury miró.
—¿Macho? La… bendición de Alá. Lord Blaine…, Lady Blaine… éste es un logro asombroso. ¿Cómo?
—Fyunch(click) —dijo Sally Blaine—, pásanos Charlie 490.
Había un mural para hologramas, De manera comprensible, Renner no lo había notado. En ese momento mostró lo que parecían las sombras de una exploración CAT, el interior de algo que no era humano. Un pajeño, por supuesto. Las caderas: una articulación complicada y grande en columnas vertebrales tan sólidas como los huesos de una pierna humana. Paja Uno jamás había inventado las vértebras.
La cámara se acercó al interior del abdomen. Una punta de flecha blanca señaló diminutas formas de renacuajo aferrándose a la pared abdominal.
—Eso —dijo Lady Sandra Fowler Blaine—. es la lombriz A-L. Le modificamos los genes a un simbionte en el tracto digestivo. Ahora secreta hormona masculina. Ya estaba secretando algo muy parecido. Esto no fue lo primero que intentamos, sino que probamos todo tipo de cosas, y ésta no recibió la suficiente atención. Iván murió antes de que estuviéramos preparados. Creemos que Charlie murió por el cambio fisiológico, de hembra a macho. Era demasiado viejo.
El color de Bury se veía mejor.
—Han roto el ciclo de procreación pajeño.
—Hemos reparado el ciclo, Su Excelencia —afirmó Lady Blaine con frialdad—. Está roto en los Mediadores. Niño, macho, hembra, embarazo, macho, hembra, embarazo, así es como funciona con las clases pajeñas. Pero los Mediadores son mulos estériles, de modo que sólo son machos una vez, y mueren jóvenes.
»Únicamente disponíamos de tres pajeños para probarlo; sin embargo, podíamos formular preguntas. Cuando un pajeño ha sido macho un tiempo, el único testículo se marchita y el pajeño se convierte en hembra. Dar a luz estimula las células en el conducto de parto, y se forman más testículos, pero sólo uno crece hasta la madurez.
—Tiene más de una de sus lombrices —señaló Renner.
—Eso nos preocupó, aunque no es un problema —comentó Glenda Ruth—. El riñón elimina la hormona adicional. Se trata de un viejo y bien establecido parásito pajeño. Ya había evolucionado prácticamente a la fase de simbionte. No se excederá en la procreación dentro de su huésped. La misma hormona lo inhibe, y hace mucho que la lombriz desarrolló otros mecanismos para proteger a su huésped.
Los ojos de Bury saltaron a los de Renner. Debían haber estado pensando lo mismo: no habría problema en transportar al simbionte.
—¿Qué viene después, milady? —preguntó Bury.
Sally se mordisqueó el labio.
—No lo sabemos. ¿Kevin? Creo que usted comprendió el concepto de Eddie el Loco mejor que la mayoría de nosotros. ¿Querrán esto?
—¡Por supuesto que sí! —exclamó Glenda Ruth.
Sally miró a su hija con frialdad, luego se volvió de nuevo a Renner.
—¿Los vuelve fértiles? —inquirió Kevin.
—No. Por lo menos, no a los Mediadores —respondió Sally.
—Guardianes —dijo Renner.
Bury asintió. Los Guardianes eran Amos machos estériles, con menos ambición territorial que la mayoría de los Amos pajeños. El título procedía de los Guardianes de los Museos y otros servicios públicos, y tres guardamarinas habían muerto por averiguarlo.
De pronto Renner sonrió.
—Los Mediadores lo querrán. Los Amos lo querrán para sus enemigos. Pero desconocen si funciona en ellos.
—Así es. No obstante, funciona en los Mediadores. Y si tuviéramos un Amo para probarlo…
—Kevin —interrumpió Bury.
—¿Sí? —Horace aún parecía enfermo. Renner miró la superficie del reloj de la silla de viaje. Brillaba con una luz naranja apagada—. Sí, debes prepararte para la cena de la Sociedad de Comerciantes. Milord, milady…
—Hablaremos más del asunto —Bury parecía tener problemas moviendo los labios—. Más adelante. Tienen un…, una herramienta extremadamente poderosa.
—Lo sabemos —dijo Rod Blaine—. No lo olvidaremos. ¿Cuánto tiempo va a permanecer en Esparta, Kevin?
—Unas dos semanas. Tal vez tres.
«El tiempo que haga falta —pensó Renner—. Si antes no era ése el caso, ahora sí.»
—Kevin, cenemos juntos —dijo Glenda Ruth—. Quiero decir, nadie podrá enfadarse si una muchacha cena con el padrino de su hermano. —Miró a su madre y sonrió con dulzura—. ¿Verdad?
Renner dormía como un bebé, pero el timbre de la puerta le despertó de golpe.
—Horvendile, ¿se halla presente Bury? —preguntó.
Ruth se movió.
—¿Kevin? ¿Qué fue eso?
—Creo que debería ir a consolar a Bury. —Se encontró con Nabil en la puerta del salón—. ¿Cómo se encuentra? —preguntó—. ¿Deseará hablar?
—Pidió chocolate caliente —indicó Nabil.
—De acuerdo. Que sean dos.
La silla de viaje estaba en el centro de la alfombra. Bury tenía la mirada clavada delante, inmóvil, como una momia embalsamada. Al rato dijo:
—Fui cortés.
—Estoy impresionado. ¿Cómo era Su Alteza?
—No será «Su Alteza» hasta que asuma el cargo de Virrey —sacudió levemente la cabeza—. Nos sentamos a la misma mesa, pero separados por varias sillas. Más tarde, muchos se arracimaron en torno a él en los salones del club. Me formé la impresión de inteligencia y carisma, aunque eso es obvio por su carrera. En realidad, no averigüé nada que no supiera, pero por lo menos fuimos presentados de manera formal, y no detecté señal alguna de desagrado.
—Entonces, ¿qué harás a continuación?
—Le persuadí para que viniera a cenar el jueves. Era el único momento libre de que disponía. Podrá escucharnos a Jacob y a mí recordar viejos tiempos.
—Eso le permitirá saber si quiere viajar con nosotros a Nueva Cal.
—Sí. Horvendille, determina las preferencias de Lord Andrew Mercer Calvin en comida y entretenimiento. Kevin, debemos ir. ¡Estos señores felices jamás comprendieron de verdad el problema, y ahora creen que tienen una solución!
—Debes reconocer que tienen parte de una.
—Hoskins ve beneficios en la Paja. Los Blaine querrán probar su nuevo juguete. El estudiante graduado, Boyarski, quiere hacer de turista. Tenía razón. Sin duda habrá otra expedición, si es que el bloqueo no fracasa primero.
—Lo sé. Lo que la gente sabe hacer, con el tiempo lo hará. Fíjate en la Tierra.
—Hay otra cosa. La hija de los Blaine querrá ir a la Paja. Con la influencia de su familia…
—Sí. De acuerdo, Glenda Ruth heredará poder. Un gesto bonito de su parte recordar nuestro regalo.
—Kevin, desde luego que recuerda, porque sabe que te proporciona placer que ella recuerde. Igual que se mostró deliciosamente al borde de la familiaridad informal conmigo.
Le llevó a Renner un momento comprender lo que quería decir.
—Oh, Dios mío. Educada por Mediadores pajeños. Va a ser una diplomática extraordinaria.
Nabil trajo tazas de chocolate. Bury usó la suya para calentarse las manos.
—El Escuadrón de Eddie el Loco. Si supieran lo importante que es su trabajo. La expedición a la Paja, cuando tenga lugar, deberá atravesar el bloqueo.
—Olvídalo, Horace. La Marina cumple las órdenes.
—Pronuncia un juramento.
Manejó el teclado de la silla. La pared se iluminó. «Solemnemente juro mantener y defender el Imperio del Hombre contra todos los enemigos extranjeros e internos y extender dicha protección del Imperio a todos los humanos; obedecer las órdenes legales de mis superiores, y mantener y defender como soberanos a los legítimos herederos descendientes de Lysander el Grande; y de fomentar la unidad de la humanidad dentro del Imperio del Hombre.»
—¿Lo ves? Si yo les demuestro que representa un peligro, su juramento les obligaría a detener la expedición.
—Olvídalo, Horace. Los juramentos son una cosa, una corte marcial otra. Pero míralo de esta manera. Si sucediera lo peor… digamos, si una expedición consiguiera ir y trajera de vuelta a un Amo y a toda su casa; o si una nave pajeña pasara por los puntos de Salto y llegara tan lejos como Nueva Cal y llegara tan lejos como, oh, prestarse a entrevistas personales con los medios de comunicación interestelares… podría tornarse políticamente imposible aniquilarlos. Tú has albergado tales pensamientos, ¿verdad?
—Sí. Una casa pajeña con un Mediador que jurara que dejaron a sus Guerreros…, y Relojeros… en casa.
—Pero ya podríamos esterilizarlos sin lastimarlos. Es mejor, Horace. Y ahora, ¿por qué no te vas a dormir? El Servicio Secreto espera que mañana estemos con los ojos despiertos y lozanos.
La mirada que le lanzó Bury habría imbuido a una estatua de piedra de piedad; o, por lo menos, de miedo.
He vivido para darle las gracias a Dios por no haber contestado a todas mis oraciones.
J
EAN
I
NGELOW
Era obvio que la Ayudante de Primera Clase estaba impresionada. Bury supuso que nunca antes había conocido a un magnate imperial; por lo menos, no estaba familiarizada con sus títulos. Aun así, se esforzó por mostrarse indiferente, y por ocultar el hecho de que Bury llevaba esperando diez minutos después de la hora fijada para la cita.
—El capitán Cunningham le verá ahora, Su Excelencia —anunció—. Lamento la demora. Hemos estado muy ocupados esta semana, jamas vi algo parecido. —Se levantó y abrió la puerta del despacho de Cunningham mientras Bury guiaba su silla de viaje.
En veinticinco años Bury sólo había tenido tres casos de oficiales. No tuvo problema en reconocer al capitán Raphael Cunningham. Jamás se habían conocido; sin embargo, habían intercambiado mensajes holográficos. Cunningham parecía un niño: una cabeza redonda como una bola de bolos, circundada por una mata de pelo blanco, con una nariz de botón y boca fruncida. Conocía todo lo publicado sobre el pasado y la carrera de Cunningham; por añadidura, lo que sabía de la infancia del oficial y de las relaciones de familia podría o no haberle sorprendido. Era probable que la Marina comprendiera que Horace Bury dejaba poco a la casualidad.
Su investigación había sido decepcionante, aunque no sorprendente. No había mucho donde se pudiera presionar a Raphael Cunningham. Su carrera de cuarenta y dos años en la Marina no era particularmente distinguida, pero sí resultaba inmaculada. Los agentes de Bury sospechaban que no le había sido del todo fiel a su esposa; no obstante, no pudieron probarlo.
Idiotas, pensó Bury. A la Marina le preocupaban más las apariencias que la realidad.
Fue un esfuerzo levantarse en la gravedad de Esparta, pero Bury lo consiguió sin una sola mueca de dolor. Hizo una ligera reverencia; bastante tiempo atrás había aprendido a esperar algún gesto antes de ofrecerle la mano a ningún oficial Imperial.
La sonrisa de Cunningham fue amplia, y salió de detrás de su escritorio para acercarse a Bury.
—Excelencia, es un placer conocerle después de todos estos años.
Su apretón de manos fue firme pero breve. «Así que —pensó Bury— me mantiene esperando diez minutos, pero su secretaria se disculpa. Y sale a mi encuentro a mitad de camino. El capitán Cunningham es un hombre muy correcto.»
—Excelencia, confieso que nunca esperé conocerle.
—Por desgracia, mi trabajo no me permite visitar Esparta a menudo.