El tercer brazo (18 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Otro de ese excelente brandy, por favor. Gracias, Bury. En Palacio no hay ninguno mejor. Ahora bien, sir Kevin, a ver si lo he comprendido. Durante un cuarto de siglo el Imperio ha gastado miles de millones de coronas para mantener un bloqueo que contuviera a los pajeños, como alternativa a enviar una flota de batalla para exterminarlos. Ahora usted dice que si la teoría del doctor Buckman es incorrecta, ese bloqueo no servirá para nada. De repente. ¿He hecho una exposición correcta?

—Como siempre temí —comentó Bury. Renner asentía, con una mueca que mostraba los dientes.

—Tonterías —insistió Buckman—. ¡Esa estrella no se colapsará en nuestras vidas, y no me importa lo buenos que sean sus doctores!

—Eso me resulta consolador —dijo Mercer—. ¿Entiende que como nuevo Gobernador General del Sector del Trans-Saco de Carbón, de forma automática pasaré a ser presidente de la comisión que establece la política sobre los pajeños? Yo creí que dicha política estaba establecida y consolidada. Las cuestiones políticas respecto de Nueva Escocia y Nueva Irlanda son más que suficientes para que se me vuelva a abrir la ácera. —Bebió de la enorme copa que le había traído Hazel.

—Jacob —Bury sonó muy viejo—. Una vez tuviste una idea distinta de la protoestrella.

—Oh, no lo creo.

—Fue hace mucho tiempo, y los recuerdos son falibles —dijo Bury. La mano se deslizó a la bola de información de su silla, y los dedos tocaron acordes complejos con los botones. La pared interior del casco del salón se hizo transparente.

Se formaron dos imágenes. Bury y Buckman, ambos veinticinco años mas jóvenes, vestidos con ropas de a bordo de moda tanto tiempo atrás.

—Buckman, de verdad debería comer —dijo la imagen de Bury—. ¡Nabil! Trae sandwiches.

—Los oficiales me dejan usar el telescopio sólo cuando les viene bien a ellos —comentó el Buckman más joven—. Y también las computadoras. ¿Están disponibles ahora para usted?

—No. Tiene razón, por supuesto. Gracias. Lo que pasa… Bury, ¿es tan importante?

—Claro que lo es. Hábleme de ello.

—Bury. ¿conozco algo de astrofísica? —La imagen de Buckman no aguardó una respuesta—. Ni siquiera Horvath piensa que él sabe más. Pero los pajeños… Bury, tienen un montón de teorías nuevas. Acompañadas por unas matemáticas nuevas. El Ojo. Hemos estado estudiando el Ojo desde la época de Jasper Murcheson. Siempre hemos sabido que algún día explotaría. ¡Los pajeños saben cuándo lo hará!

La imagen de Bury pareció aprensiva.

—Espero que no sea pronto.

—Dicen que el 27 de abril de 2.774.020 d. de C.

—Doctor…

—Oh, tratan de ser graciosos, pero, maldición, Bury, se encuentran mucho mas próximos a ella que lo que estuvimos nosotros, ¡y eso sí que pueden probarlo! Y luego está la protoestrella. —La imagen de Bury enarcó una ceja—. Hay una protoestrella ahí afuera —dijo Buckman—. Se está formando en el Saco de Carbón. Puedo probarlo. Está a punto de colapsarse.

El Bury mas joven sonrió educadamente.

—Le conozco un poco, Jacob. ¿Qué quiere decir con está a punto? ¿Tendrá tiempo para comer?

—Bueno, quise decir en algún momento en los próximos quinientos años. Pero los pajeños la han estado observando largo tiempo. Mi… estudiante… ¿cómo se llaman?

—Fyunch(click) —dijo la imagen más joven de Bury. (Los ojos se volvieron al Bury vivo. ¿Podría un ser humano haber producido ese sonido?)

—Sí. Dice que le llevará mil años, con un margen de error de más o menos cuarenta.

Un Nabil más joven apareció en la pantalla con sandwiches y un termo antiguo.

Bury tocó los controles y las imágenes se desvanecieron de la pared.

—¿Lo ves, Jacob? Fuiste conducido a tu teoría. Si te hubieran dejado solo, ¿qué podrías haber formulado?

Buckman frunció el ceño.

—No por los pajeños. Sus matemáticas.

—También informes de observación —intervino Renner—. De ellos.

—Bueno, sí… sí, desde luego. Pero Kevin, usted…

—¿Qué?

—Está sugiriendo que mi Fyunch(click) me mintió.

—Jamás se me habría pasado por la cabeza —dijo Bury con suavidad— que mi Fyunch(click) no me mentiría. Kevin le gastó bromas, por supuesto. Lady Blaine ciertamente le mintió. Está grabado.

—Sí —Buckman no se veía contento—. Entonces Arnoff tiene razón.

—¿Jacob? Ven conmigo a bordo del
Simbad
al Ojo de Murcheson. Puedes obtener datos nuevos. Si eres capaz de destruir la reconstrucción de ese Arnoff, podrás pulirla, mejorarla, hasta que media civilización piense que es tuya.

—Iré —repuso Buckman con presteza.

—Ese nerviosismo es un mal hábito, Jacob —dijo Renner.

—De cualquier modo, estoy cansado de repasar datos viejos.

—¿Cuándo afirma Arnoff que es la primera posibilidad… que este evento puede suceder? —preguntó Mercer.

—El mes pasado —respondió Buckman.

Mercer se mostró desconcertado.

—Entonces ya podría haber acontecido y nosotros no lo sabríamos. Creo que usted dijo que su protoestrella se hallaba a años luz de cualquier observador, ¿no?

—Oh —intervino Cziller—. No, milord. Desde los tiempos del CoDominio se ha sabido que las líneas Alderson se forman de manera casi tan instantánea como pueda serlo algo en este universo.

—Hay una velocidad de propagación —informó Buckman—. Lo que pasa es que no sabemos cuál es. No hay modo de medirla. —El astrofísico se quedó pensativo—. Todos los sucesos realmente interesantes acontecen en la última docena de años.

—Ahora. Podrían estar teniendo jugar ahora —dijo Renner—. ¿Sabe lo que significa eso? Quizá sea importante hacer que una nave del Escuadrón de Eddie el Loco entre en el sistema de la Paja el tiempo suficiente para conseguir datos de la protoestrella.

—Alá sea misericordioso —dijo Bury. Se irguió de manera visible. Bueno, milord, le prometí una cena entretenida.

—Ha mantenido esa promesa —afirmó Mercer.

—¿Me permite ofrecerle más? Hace tiempo que albergo la intención de ir a Nueva Caledonia. Sería más que un placer tenerle como invitado para el viaje.

—Es muy generoso de su parte —dijo Mercer—. Y me gustaría aceptar.

—Pero ¿no lo hará? —preguntó Bury.

Mercer suspiró.

—Excelencia, soy un político, Creo que con éxito, pero aún un político. No sé cómo sucedió, pero se ha ganado un enemigo muy poderoso.

—El capitán Blaine —dijo Renner.

—El conde Blaine. Exacto. No necesito recordarle a nadie en este salón lo poderosa que es la familia Blaine. Como primeros miembros de la Comisión Imperial, ellos establecen la política de nuestras relaciones con los pajeños. El viejo marqués disfruta de una invitación permanente a Palacio. Con franqueza, no puedo permitirme el lujo de tener la oposición de ellos.

—No hay discusión alguna sobre ese punto —comentó Cziller.

Mercer se encogió de hombros.

—Excelencia, veo grandes beneficios en disfrutar de su amistad, y un viaje cómodo y directo con toda probabilidad sea el más insignificante de ellos, pero ¿qué puedo hacer?

—Deje que aclare una cosa —intervino Cziller—. La gran, eh… desconfianza de Su Excelencia hacia los pajeños es bien conocida. Mi último puesto fue en OfPlaDoc —perdonen, la Oficina de Planificación y Doctrinas de la Marina—, y Bury, usted tenía a media docena de caros relaciones públicas de Autonética Imperial tratando de convencer a todo el mundo en la Marina.

—Imagino que me convertí en algo así como una broma —dijo Bury.

—Eso no, Excelencia. En absoluto eso. Pero tal vez dejamos de darle a sus hologramas una prioridad alta cuando mencionaban a los pajeños. Kevin, nunca supe que usted los consideraba una amenaza. Su informe de vídeo no lo da a entender.

Renner asintió.

—Lo pasé muy bien en la expedición a la Paja, y supongo que eso es lo que se reflejó. Ese informe fue para los medios de comunicación. No lo hice para la Marina. En cuanto a eso, a veces he de calmar a Bury.

»Aun así, en la Compra de Maxroy fui yo quien se puso a gritar “¡Que vienen los pajeños!”. No estoy ciego. Permítanme que aclare un par de puntos, ¿de acuerdo? Me encantan los Mediadores. En especial mi propio Fyunch(click), e imagino que se debe a mi narcisismo natural. Todos experimentamos lo mismo. A menudo me tengo que recordar que aquel que cree que le gustan los pajeños en realidad lo que le gustan son los pajeños Mediadores. Son los que llevan toda la conversación. Pero los Amos son los que toman todas las decisiones, y únicamente hablan con y a través de los Mediadores. ¿Ha quedado claro?

—Un punto que merece ser tenido en cuenta —comentó Cziller—. Milord, ¿sabía que los hijos de los Blaine tuvieron niñeras pajeñas? No fue algo a lo que se le diera publicidad.

—Sí —dijo Renner—. Segundo, me gusta Bury. Los gustos difieren, pero me cae bien Horace Bury. No lo sabías, ¿verdad, Horace?

Bury sintió que las mejillas se le encendían.

—Nunca lo dijiste.

—No. Pero es peligroso. Miren su historial. Y también los pajeños son peligrosos, y ahora no me refiero a los Mediadores, sino a una docena de especies que piensan como señores feudales que roban a todo aquel que pase por sus dominios, y construyen como ingenieros idealizados, y llevan una tonelada de material en sus hombros, y ejecutan sus tareas agrícolas con un pulgar verde congénito, y luchan como sólo Dios sabe. Jamás hemos visto luchar a los Guerreros, pero si son tan buenos en la guerra como lo son los Ingenieros con sus remiendos… uff.

—No hay que olvidar su ciclo sexual —indicó Bury.

—Sí. Si no quedan embarazados, mueren de manera horrible. ¿Es ése un problema de población, o qué?

Cziller descartó la pregunta con un gesto.

—No nos hace falta esa disertación. Todo el mundo lo sabe. También sabemos cómo lo solucionan. Guerras. Es el motivo por el que en primer lugar nos vimos obligados a encerrarlos. ¡Maldición! Supongo que es… alarmante pensar en Mediadores dando conferencias en el Instituto Blaine y educando a los pequeños Blaine. También hubo un Amo, pero tengo entendido que murió pronto.

—Los hijos de los Blaine. Nos encontramos con la joven Glenda Ruth. Se mostró agradecida por un regalo que le envié.

Cziller pareció pensativo.

—Milord, usted dijo que podía ver ventajas en la amistad de Su Excelencia.

—Bueno…

—Excúseme, milord. No lo cuestionaba. Yo también puedo ver ventajas. —La expresión de Cziller fue sombría—. Miren, yo soy tan leal como cualquiera, pero no soy ciego. El Imperio no es tan eficiente como lo era hace treinta años. Cuando se descubrió por primera vez a los pajeños, Merrill era Virrey allí afuera, detrás del Saco de Carbón. Un viejo hombre de la Marina. Reunió una flota de batalla incluso antes de que Esparta supiera que había un problema. Usted ahora no podría hacer eso, milord.

—No, almirante, es probable que no pudiera —aceptó Mercer.

—Ni siquiera sería capaz de conseguir que Esparta reaccionara con tanta rapidez —continuó Cziller—. Es como si tuviéramos grasa en las arterias. Milord, si los pajeños de verdad son peligrosos, y si esa maldita estrella está a punto de permitirles salir, va a necesitar toda la influencia que pueda conseguir. Blaine y Bury juntos no serían demasiado.

Mercer asintió.

—No se lo puedo discutir, pero tampoco se me ocurre qué hacer. No sé por qué el conde desaprueba de manera tan rotunda al comerciante Bury.

—Yo sí —dijo Cziller—. Maldición, le prometí a Jennifer que no me metería en esto. Excelencia, ¿le pediría a su computadora que me ayude a realizar una llamada? A la Mansión Blaine.

—¿Tiene acceso? —preguntó Renner.

—Lo tenía. No puedo abusar del privilegio o cambiarán los códigos para mí. —Se volvió hacia Bury—. Excelencia, creo que ya es hora de que usted y Rod Blaine mantengan una charla sobre Nueva Chicago.

El hielo subió por la columna vertebral de Bury, y vio que los indicadores se disparaban.

6
Las semillas de la traición

Cada hombre ha de decidir por sí mismo qué está bien y qué está mal, qué curso es patriótico y cuál no lo es. No se puede esquivar eso y ser un hombre.

M
ARK
T
WAIN

La sala de almuerzo informal del Deakenberg Club tenía unos frisos de nogal y estaba decorada con un tema que Renner no reconoció: cuadros de hombres con uniformes extraños, con pertrechos peculiares que incluían un guante muy grande para una mano y una pelota pequeña y blanca.

El mayordomo del club le condujo a una mesa. Glenda Ruth Blaine ya le esperaba. El mayordomo hizo una reverencia formal.

—Milady, su invitado.

—Gracias, William —dijo ella—. William, te presento al padrino de mi hermano, sir Kevin Renner.

—Ah. Encantado de conocerle, sir Kevin. ¿Envío al camarero, milady?

—Por favor. —Glenda Ruth aguardó hasta que el mayordomo se hubo ido; luego esbozó una sonrisa repentina y amplia—. Le hemos alegrado el día. A William le encanta codearse con la aristocracia.

Kevin Renner se sentó. No pudo evitar pensar qué joven notablemente bonita era Glenda Ruth. No era hermosa al estilo de las revistas de moda. Era algo distinto, algo en torno a su sonrisa contagiosa. Por supuesto, sólo tenía diecisiete años estándar, pero parecía mayor. ¿La influencia de los pajeños? Su madre no había sido mucho mayor, no más de veinticinco años, cuando fue al mundo de la Paja. Renner trató de recordar cómo había sido Sally Fowler.

Señaló la media docena de tenedores que había delante de él.

—¿No es demasiado caprichoso para el almuerzo?

Glenda Ruth le guiñó un ojo.

—Un sitio pomposo, pero fue el único que se me ocurrió donde te sería imposible pagar la cuenta.

—¿Eso es importante?

La sonrisa de ella se desvaneció ligeramente.

—Podría serlo. A papá no le gusta que aceptemos favores de Horace Bury. Suponemos que dispones de una cuenta de gastos.

—La tengo, pero ésta no es una cita de negocios. ¿O sí?

Ella se encogió de hombros.

—Podría serla. Yo cogí la llamada del almirante Cziller. Después de que hablara con papá, le llamé de vuelta.

—Sí, imaginaba que le conocerías.

—Se puede decir que sí —soltó una risita—. Le llamé tío Bruno hasta los diez… Aquí viene el camarero. Para mí un cóctel de champán. ¿Kevin?

—Un poco temprano para beber. Café, por favor.

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