—¿Qué es eso? —preguntó Ruth Cohen.
—Confieso que es nuevo para mí —repuso Jennifer. Iba apareciendo texto en la pantalla—.
Kaybo Sietzus
. El nombre local ánglico es Cazamiel Levantino. Mayormente un animal carnívoro sesil.
—El Cazamiel es una de las formas más grandes de vida animal conocidas que muestra simetría radial y no bilateral. Se creyó que su bioquímica era única hasta 3030, cuando Ricardo haLevy describió el ciclo de la Lamprea de Tierra de Tabletop, cuya forma larval utiliza procesos enzimáticos similares.
—Qué bicho más feo —dijo Renner.
—No son muy corrientes —indicó Bury—. Nunca hay más de uno en un oasis. Por lo general ninguno. No pueden moverse deprisa, y a los perros les gusta comérselos. —Leyó rápidamente—. Interesante. Cuando fui a la escuela, se usaba al Cazamiel como ejemplo de por qué la panespermia no era verdad. Del todo unico y esas cosas. No sabía que hubiera algo parecido.
—¿Es verdad que el Instituto Blaine acepta la teoría de la panespermia?
—La mayoría de nosotros, Excelencia —repuso Jennifer.
Bury se rió entre dientes ante el tono de sorpresa.
—Los comerciantes no pasan todo su tiempo leyendo informes de precios de mercancías.
—Esta claro.
—¿Panespermia? —repitió Ruth Cohen.
—Una vieja teoría, anterior a los tiempos del CoDominio —explicó Jennifer Banda—. La idea es que la vida es tan improbable que puede pasar sólo una vez en la galaxia.
—
Omnia cellula e cellula
—musitó Renner. Ruth le miró con el ceño fruncido—. Lo siento. Una frase que enseñaban en el colegio. Todas las células proceden de células. Ninguna generación espontánea de vida. Fue un experimento temprano en el descubrimiento científico.
—Correcto —dijo Jennifer—. De modo que la teoría es que a la larga todas las formas de vida exitosas desarrollan un medio de reproducirse a través de distancias interestelares. Cuando salimos al espacio, descubrimos que había elementos orgánicos por todas partes, y que podían cruzar las distancias interestelares dejándose llevar con las nubes de los cometas. En algún momento por ese entonces, creo que durante el inicio del Primer Imperio, un científico llamado sir Fred Hoyle postuló que un ente inteligente estaba enviando deliberadamente mensajes bioquímicos por la galaxia.
—No cree eso, ¿verdad? —preguntó Ruth.
Jennifer se encogió de hombros.
—En realidad, no; pero, ¿sabe?, a pesar de toda esa gente que no paró de decir que sir Fred debía de estar loco, jamás hemos sido capaces de refutarlo. El espacio abunda en improbables elementos orgánicos. —Calló un momento—. Me parece que los pajeños lo creen.
Bury la miró con expresión crítica.
—¿Cómo puede estar segura de ello?
—Oh. Lo siento. Llevo tratando de pensar como una pajeña durante tanto tiempo que a veces lo olvido. Quiero decir, me parece que los pajeños lo creen. —Los hologramas continuaron. Una veintena de mundos tenían plantas de un negro azabache—. Su base es el selenio y son mucho más complicadas que las de clorofila —comentó Jennifer—. Pero de nuevo somos capaces de encontrar copias en los elementos orgánicos interestelares. Si éstos se enraízan primero, los de clorofila no tienen ni una posibilidad, porque las plantas negras usan mejor la luz amarilla del sol. Los mundos secos son distintos. Por lo general, hay más extremidades. Pero sigue existiendo la simetría —prosiguió—. Siempre la simetría. Ése es el enigma. ¡Si tan sólo hubieran traído algunas semillas o algo de Paja Uno!
Renner se rió (y Bury no).
—El almirante Kutuzov hizo lo posible para impedirlo. Jennifer, prácticamente no dudamos en aceptar que todas las formas asimétricas derivaban de la clase de los Ingenieros, y éstos desarrollaron los tres brazos después de ser inteligentes.
—Sí, también creen eso. Pero, desde luego, no recuerdan.
Bury le lanzó una rápida mirada, pero ella se había vuelto hacia las exhibiciones holográficas.
Cuando dijimos a los Ángeles:
«Postraos ante Adán en adoración»,
todos se inclinaron menos Iblis.
Era uno de los genios y se rebeló
contra la orden de su Señor.
Y sin embargo, a él y a su descendencia
los aceptáis como vuestros amigos.
Al-Qur’an
—Por aquí —dijo Jennifer.
Los condujo a una sala con ventanas del piso veinticuatro que abarcaban casi toda la extensión del Instituto. Una docena de personas que rondaba los veinte años estaban sentadas a mesas o se servían café de una cafetera de Autonética Imperial. Una pared de la sala era una puerta acristalada que daba a un balcón voladizo sobre la zona de la playa que había muy abajo. El viento fresco olía a agua salada.
—Una vista hermosa —comentó Ruth Cohen.
Kevin Renner asintió con gesto ausente. La atmósfera era rara. Una docena de estudiantes graduados. Todos sabían que Kevin Renner y Horace Bury habían estado en Paja Uno… y lo único que hacían era mirarse entre sí o el paisaje espectacular que sin duda ya habían visto antes.
—McQuorquodale.
Diario filosófico
, hace unos seis meses —dijo alguien—. Estudios de un dragón sinsonte en movimiento.
—Pero ése no es mi campo.
—Pues estará en el test. Tenlo por seguro.
Jennifer los llevó al balcón. Renner se acercó a la barandilla y miró abajo, luego se dio cuenta de que Ruth se había quedado cerca de la puerta.
—¿Acrofobia?
—Quizá un poco.
Se sentó a una mesa próxima a la pared, y después de un rato Bury movió su silla de viaje para unirse a ella. Renner se apoyó en la barandilla y disfrutó de la vista mientras escuchaba las conversaciones a su espalda.
Una voz femenina se mostró elocuente sobre la importancia de los parásitos en las ecologías, mientras su compañero fingía interés. Renner recordó charlas similares cuando él tenía esa edad y sintió simpatía.
Dos estudiantes en la mesa de al lado bebían té.
—Sigo diciendo que no es justo. Yo estudio ciencias políticas, por el amor de Dios. Nunca me hará falta saber algo de química orgánica que no pueda encontrar en la computadora.
—Eso es lo que tendrás que demostrar la semana próxima —dijo otro. Se rió entre dientes—. Me ofrecí a ayudar, Miriam Anne.
Renner ocupó un asiento entre Ruth Cohen y Jennifer Banda.
—Bonito lugar. —Se rascó la cabeza—. De acuerdo, me rindo —Jennifer Banda enarcó una ceja—. Nos encontramos en el Instituto Blaine, el principal centro para el estudio de los pajeños. Aquí hay dos personas que han estado en Paja Uno. Y nadie se muestra interesado en nosotros.
—Educación —indicó Jennifer—. Se les advirtió que no les molestaran.
—Ah. —Era la explicación que había esperado Renner, pero aún sentía que algo iba mal.
—Todos hemos estudiado su película, sir Kevin. Y cada uno de los informes de Autonética Imperial que mencionan a los pajeños.
—Meritorio —comentó Bury—. Y, claro, tuvieron a los pajeños para estudiar. Supongo que se hicieron hologramas de cada cosa que dijeron.
La respuesta de Jennifer quedó ahogada cuando la chica de la mesa de al lado se atragantó con su bebida, dejándola luego con exagerado cuidado.
—¿Qué han aprendido? —inquirió Bury.
—Bueno, hemos compilado una historia general de la Paja —repuso Jennifer—. Hasta donde Jock y Charlie fueron capaces de recordar.
—¿Jock y Charlie? —preguntó Ruth.
—Jock, Charlie e Iván fueron los embajadores de Paja Uno —contestó Jennifer—. El almirante Kutuzov no pudo denegárselo a los pajeños. Pero han de recordar que no representan a todo el sistema; ni siquiera al planeta. Sólo a un gobierno, incluso a una familia extensa, quizá de unas decenas de miles de miembros.
—El Rey Pedro —dijo Bury—. Por supuesto, no era en realidad un rey y el gobierno tampoco una monarquía, pero ése es el nombre que eligieron con la esperanza de que a nosotros nos sonara familiar. Así de bien nos conocían, aun entonces.
Jennifer asintió.
—Ciertamente aprendieron más de nosotros que nosotros de ellos. Enviaron a tres embajadores, un Amo y dos Mediadores. Ruth, ¿sabe algo de los Amos y los Mediadores? Los pajeños son una especie diferenciada con un montón de castas distintas. Los Amos dan las órdenes y los Mediadores hablan por ellos. En cualquier caso, llamaban «lván» al Amo —es probable que se debiera a que el almirante Kutuzov estaba al mando de la expedición y creyeron que los rusos eran Amos en el Imperio—, y los Mediadores recibieron los nombres de Jock y Charlie. Iván murió primero, pero jamás habló mucho salvo a través de los Mediadores, de modo que no aprendimos gran cosa de él. Después… bueno, como dijo Su Excelencia, hicimos holos de todo lo que pudimos. Desde luego, una vez que retrocedes un par de ciclos ya no hay muchos detalles.
—Ciclos —repitió Ruth—. Dimos mucho de eso en el colegio. Es casi todo lo que recuerdo de los pajeños.
—Exacto —intervino Renner—. Todo acerca de la Paja eran cielos. Las civilizaciones suben y caen.
—A veces a increíble velocidad —dijo Jennifer—. ¡Y lo intentaron todo! Feudalismo industrial, comunismo, capitalismo, cosas que nosotros ni siquiera hemos imaginado. De cualquier modo, conseguimos un montón de cuentos, lo que llamaríamos leyendas populares, aunque no mucha historia.
—No puede haberla —afirmó Ruth Cohen—. Hace falta continuidad para hacer la historia. Soy capaz de sentir pena por los pajeños.
—Yo también los compadezco —coincidió Bury—. ¿Quién no? Mueren en agonía si no pueden quedarse embarazados y dar a luz. Una expansión interminable de la población, guerras interminables por unos recursos limitados. A veces pienso que sólo yo soy capaz de ver lo peligrosos que los vuelve eso. Jennifer, visitamos Paja Uno. Un mundo atestado más allá de cualquier descripción, con complejas rivalidades en busca de poder y prestigio. Se nos dijo que no tardaría en colapsarse, y les creímos. También vimos señales de una civilización en el cinturón de asteroides. Jacob Buckman me contó que muchos de los asteroides habían sido movidos.
—Me sorprende que lo notara —comentó Renner.
—Perdió interés en ellos una vez que lo averiguó —dijo Bury.
Jennifer se rió. La pareja de la mesa de al lado había guardado silencio. Ahora les acompañaban otros dos estudiantes, que también fingían no escuchar.
—No averiguamos nada importante sobre la civilización del asteroide —prosiguió Bury—. Eso siempre me ha preocupado. Quizá ustedes ahora sepan más.
—No mucho —repuso Jennifer—. Los… nuestros pajeños nunca habían visitado los asteroides. Jock creía que los Troyanos Secundarios se hallaban en una fase imperial ascendente, pero nunca estuvo seguro.
—El feudalismo industrial en Paja Uno hace tiempo que debe haberse colapsado —dijo Bury—. Estarán emergiendo otros sistemas. O quizá nada más que el salvajismo.
—Oh, seguro que no —dijo la chica de la mesa de al lado.
—Círculos —comentó Renner—. Usted no los vio.
—¿Círculos? —preguntó Ruth Cohen.
Antes de que Renner pudiera contestar, la joven de la mesa de al lado se levantó e hizo una ligera inclinación de cabeza.
—Soy Miriam Anne Vukcik. Historia política. Éste es Tom Boyarski. ¿Podemos unirnos a ustedes?
—Por favor —indicó Bury.
—¿Círculos? —volvió a preguntar Ruth.
—Los círculos era lo primero que veías desde la órbita —repuso Renner—. Cráteres por todas partes, grandes y pequeños, y todos viejos, por doquier en Paja Uno. Mares y lagos. Un cráter asimétrico sesgado por una línea imperfecta de terremoto, uno atravesando una cordillera montañosa… Ya se hace la idea.
—La gran guerra de los asteroides. Nuestros pajeños no recordaban nada de ella —explicó Miriam.
—Ellos también piensan en círculos. Cielos. Subida y caída. Crecimiento de la población y luego una guerra. Mantienen sus museos para que ayuden a la siguiente civilización a formarse. Ya ni siquiera intentan pararlo. Son demasiado viejos. Lleva sucediendo desde hace demasiado tiempo.
—Eddie el Loco… —comenzó Miriam.
—Sí, Eddie el Loco intenta detenerlo.
—Creo que ya no entiendo la figura-mito de Eddie el Loco. Nosotros tenemos abundancia de leyendas sobre la llegada del Mesías, y casi igual cantidad de locos sagrados; sin embargo, ninguna cultura humana cifró jamás todas sus esperanzas en el futuro en un salvador que tenía que estar loco.
—¿Don Quijote? —Ruth Cohen sonrió.
Jennifer asintió en gesto de acuerdo.
—Buen punto.
—Los humanos intentan lo imposible. Es parte de nuestra naturaleza —intervino Tom Boyarski—. Someterse a lo inevitable es una parte importante de la naturaleza pajeña.
—Pero a Jock le gustó mucho Don Quijote —dijo Jennifer Banda.
—Les gustó la historia persa sobre un hombre que le dijo al rey que podía enseñarle a cantar a un caballo —expuso Tom—. Y quizá la entendieran intelectualmente. Pero no a un nivel orgánico. —Se rió—. Está bien. También nosotros sabemos mucho de ellos, pero en lo más profundo siguen siendo un gran misterio.
—Y siempre lo serán —dijo Miriam.
—No —se opuso Tom—. La próxima vez sabremos más sobre qué estudiar. La próxima vez lo averiguaremos.
—La próxima vez —dijo Bury—. ¿Planean una nueva expedición a la Paja?
Tom se mostró sobresaltado, luego rió.
—No poseo los fondos. —Durante un momento debió de haberlo considerado; pero no era lo bastante joven como para sugerir que Horace Bury sí los tenía—. Nadie los tiene —añadió—. Nadie que yo conozca, en cualquier caso. Pero tarde o temprano deberá haber alguien.
La computadora de bolsillo de Jennifer Banda repicó. Pareció avergonzada; sin embargo, se levantó y dijo:
—Excúsenme. Me han pedido que les lleve de vuelta al despacho de Lady Blaine.
Bury puso su silla en movimiento. Renner se incorporó.
—No lo entienden, y ésa es la verdad —comentó—. Se espera que Eddie el Loco fracase.
En vez de la recepcionista había otra mujer, mas joven, rubia y vestida con ropas caras, en la zona de recepción en el exterior de la oficina de Lady Blaine. Renner había visto una fotografía de Glenda Ruth Fowler Blaine, aunque no le habría hecho falta para reconocerla. Tenía los mismos rasgos finamente marcados y los ojos penetrantes de su madre.
—Sir Kevin, Su Excelencia —dijo. Le brillaron los ojos—. Pensé en presentarme antes de que mis padres lo convirtieran en algo formal. —Su sonrisa era contagiosa—. ¡Kevin, es un placer conocerle! Su Excelencia, ¿sabía que mi hermano recibió su nombre en honor de su piloto?