—Cinturones locales de asteroides.
—Sí, exacto. Los trajes espaciales y los hábitats mejoraron. Los hijos de los colonos fueron entrenados como astronautas. Por supuesto, la siguiente generación comenzó a establecer minas en sus propios cinturones locales de asteroides. Nueva Chicago había construido fundiciones y astilleros y enseñó a su gente los conocimientos, pero, mientras tanto, todos los sistemas solares colonizados construían sus naves espaciales en los asteroides. Nueva Chicago estaba preparado para una prosperidad que jamás tendría lugar.
»Entonces el Primer Imperio se vino abajo. A Nueva Chicago le fue bastante bien fuera de las Guerras de Secesión.
—Oh —musitó Lord Blaine.
—¿Lo comprende? La prosperidad de Nueva Chicago surgió durante la primera crisis. Ahí fue cuando mi abuelo estableció su primer contacto con el planeta. Él fue uno de los fundadores de la OLA.
—Sigo sin entenderlo —dijo Sally—. ¿Qué quería la OLA de Nueva Chicago?
—Naves.
—¿Por qué?
—Todo el mundo necesita naves. Ciertamente Levante y los otros mundos árabes las necesitaban. Entonces, más adelante, cuando se proclamó el Segundo Imperio, hubo otra razón para ello. Nueva Chicago era nuevo para el Imperio. Ahí había una fuente de naves que jamás había figurado en ningún archivo Imperial.
Lord Blaine se mostró desconcertado.
—¿Imposible seguirle la pista? —preguntó Sally.
Bury asintió.
—Un mundo Exterior preparado para fabricar naves, desesperado por clientes.
Sally alzó la vista al techo.
—Fyunch(click).
—Listo.
—¿Bajo qué clase se admitió a Levante en el Imperio?
—Primera. Pleno autogobierno, con capacidad interestelar.
—¿Con naves de Nueva Chicago? —preguntó Blaine.
Bury se encogió de hombros.
—De cualquier planeta cuando el soporte vital falla.
—Pero eso fue mucho antes de la revuelta —indicó Blaine.
—Sin duda, milord. Fue en época de mi padre. Ahora bien, analícelo en términos de hace treinta y cinco años. Hoy usted ve al Imperio en pleno éxito. Le invito a que lo haga como lo veíamos nosotros entonces.
—¿Cómo era? —inquirió Rod Blaine.
Vio que Sally asentía.
«Lady Sally está entrenada en antropología. ¿Será de utilidad eso?»
—Milord, su Segundo Imperio se hallaba en sus inicios. Se había proclamado cristiano, y si no recuerda la historia de los cruzados, ¡le aseguro que nosotros, los árabes, la recordamos! Ya habían incorporado a Dyan al Imperio, y ascendido a judíos a altos puestos en su ejército y armada. ¿Por qué, en nombre de Alá el Misericordioso, alguno de nosotros habría confiado en ustedes?
—Cálmate —pidió Renner.
Bury bajó la vista a los resplandecientes gráficos.
—Estoy bien. De acuerdo, milord, por fin lo sabe. Sí, yo ayudé a instigar la revuelta de Nueva Chicago, y para usted debió haber sido según los motivos más siniestros. Habría sido un mundo Exterior, con una economía basada en la fabricación de naves y sed de clientes. Naves no registradas, en caso de que Levante las necesitara. En caso de que las negociaciones con el Imperio fracasaran, o en caso de que el Imperio se colapsara bajo sus propias ambiciones elevadas. ¡En verdad, el Imperio del Hombre! Bien podríamos habernos visto obligados de nuevo a proclamar una
jihad
sin ejércitos, sin naves, sin nada salvo el valor de nuestros jóvenes por las armas.
—¿Y ahora? —preguntó Blaine.
Bury se encogió de hombros.
—El Imperio ha tenido éxito. Nosotros no les caemos bien. Socialmente somos de segunda clase, pero legalmente tenemos los derechos que nos prometieron. Nuestros planetas se autogobiernan, con gente de nuestra propia religión. La amenaza ahora proviene de la Paja, no de Esparta. Ya no hace falta la Organización de Liberación Árabe, y durante los últimos doce años he dirigido su liquidación.
—¿Tú eres su presidente, Horace? —demandó Renner.
—No de nombre.
—Claro. Tampoco eres el presidente formal de la Asociación Imperial de Comerciantes. ¡Santo barbo!
—Kevin, nosotros hemos dirigido la liquidación del grupo de Nassari. No quiso abandonar sus ambiciones. Yo hice…
—Hiciste que yo descubriera datos y le entregara a los Imperiales. Tú no podías ir a decirles «Nassari ya no acepta mis órdenes», ¿verdad?
—Hice lo que tenía que hacer, Kevin —Bury se volvió hacia Blaine—. ¿Lo comprende? Disponíamos de un medio para conseguir naves desconocidas. Nueva Chicago ya no tiene sitio para tales intrigas, pero sí podría existir en otro mundo, o en un cinturón de asteroides, o en una nube de Oort cerca de una vieja supernova. Si los hombres quieren naves, o si los pajeños quieren naves de fabricación humana, entonces… entonces usted debe usar a Horace Bury, el espía.
En un silencio incómodo el conde Blaine preguntó:
—Su Excelencia, de forma específica, ¿cuáles son sus ambiciones?
—¿Planes o ambiciones? —quiso saber Bury.
—¿Eh?
—No sé lo suficiente para tener planes específicos. Pero ya he averiguado más sobre la amenaza pajeña que lo que Mercer sabía. O usted, milord. Poseo alcance, dinero, y entre Alá, mis médicos y esta silla, poseo energía. Me propongo emplear todo eso al servicio Imperial.
Entonces aguardó.
—Retiraré mis objeciones —anunció Blaine, ignorando un leve sonido de protesta de Lady Blaine—. Eso es todo lo que haré, pero espero que les permita llegar hasta la flota de bloqueo. Dios sabe qué pretende conseguir allí. No pierda más tiempo que el que sea imprescindible.
—Gracias, milord —dijo Bury.
Sally esperó a que se cerrara la puerta. Entonces exigió:
—¿Por qué?
—Tú lo oíste todo.
—Pero, Rod, ¿qué ha cambiado? ¡La revuelta en Chicago, el baño de sangre, los campos prisión, él lo provocó todo! ¡Violó a un mundo y mató a Dorothy!
—Quizá yo hubiera hecho lo mismo al servicio del Imperio. Yo podría haber estado en la tripulación de la Lenin cuando Kutuzov incineró Istvan hasta sus cimientos rocosos. Bury ya no es un delincuente oportunista. Defendía su tierra natal.
—Levante.
—¿Mmh? Pero es su mundo. La clave es la lealtad. Era un enemigo; ahora es un aliado. Protege al Imperio para proteger a Levante. El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Ve al Imperio como a un amigo, la única esperanza contra los pajeños.
—Podría cambiar de nuevo.
—¡Ja! Sí. Pusimos a Renner a vigilarlo, y Renner lleva haciéndolo durante un cuarto de siglo. Quizá exista algo que pueda hacer cambiar la lealtad de Bury. Pero no en el bloqueo. Allí no conseguirá nada, salvo una exhortación y algo de política, pero no causará ningún daño. El bloqueo es lo único que se alza entre Levante y los pajeños.
—Si Bury pudiera ver a los pajeños como nosotros… ¿Rod? ¿Cómo ves tú a los pajeños? —Rod no respondió—. Destruyeron tu nave, y nunca lo olvidarás. Creo que amabas a la
MacArthur
más que lo que nunca me has amado a mí. ¡Pero hemos encontrado la solución!
—¿De verdad? Funciona en los Mediadores. Lo desconocemos respecto a los Amos. No sabemos si los Amos la aceptarían aunque funcionara. La llamarían una respuesta de Eddie el Loco.
—Funcionará. Tiene que funcionar.
—Sally, dependemos del bloqueo. Dentro de unos pocos años quizá ya no tengamos uno… o dentro de cien años, o de uno. Y ya sabes el tiempo que tardará Esparta en decidirse a hacer algo. Renner y Bury…
Ella asintió despacio.
—Acción, no charla. —Miró hacia el techo—. Fyunch(click).
—Listo.
—Instrucciones generales, a todos los jefes de departamento. Listar equipo y personal esenciales para traslado del Instituto a Nueva Caledonia.
—Recibido.
El foso alrededor del Ojo
A la pregunta: ¿qué deberemos hacer para ser salvados en este Mundo? , no hay otra respuesta que no sea ésta: Contemplad vuestro Foso.
G
EORGE
S
AVILE
Marqués de Halifax
El necio preguntará: «¿Qué es lo que ha hecho que el fiel se desvíe de la alquibla hacia la cual solía rezar?».
Responded: «A Dios pertenecen Oriente y Occidente. El guía a aquel que desea el sendero que es recto».
Al-Qur’an
El hiperespacio enlaza sólo puntos específicos. El tiempo necesario para viajar de un punto Alderson a otro es inmensamente breve; pero una vez que se ha dado ese Salto, la nave debe avanzar por el espacio normal hasta el siguiente punto Alderson. Ello puede requerir desde semanas a meses, dependiendo de la geometría Alderson, la velocidad de la nave y la logística.
Simbad
era más veloz que la mayoría de los cruceros de pasajeros, y Bury había arreglado un encuentro con otras naves de su flota que portaran suministros y combustible, de modo que el
Simbad
pudiera ir por la ruta más directa posible; y aun así el viaje duraba lo suficiente como para poner nerviosos a todos. Mantenían las formas de cortesía; pero todo el mundo estaba contento de que el tamaño del
Simbad
permitiera cierta intimidad.
Sin embargo, Renner notó que la singular amistad entre Bury y Buckman se mantenía tan fuerte como siempre; y si el nuevo Virrey se estaba cansando de que le contaran historias del comercio Imperial por un lado y las insensateces de la política científica Imperial por el otro, no mostró señales de ello. Hacía tiempo que Renner se había acostumbrado a excusarse rápidamente después de la cena de etiqueta.
Le alegró poder anunciar el último Salto.
—Tendrá lugar alrededor de la medianoche, hora de la nave —dijo—. Tomen sus pastillas para dormir y pásenlo descansando.
—Ojalá pudiera —dijo Ruth Cohen—. Y no creo que alguna vez me acostumbre a la conmoción del Salto.
—Puedes pasarlo durmiendo, pero no te acostumbrarás a él —comentó Renner—. No es algo a lo que uno sea capaz de acostumbrarse. En cualquier caso, éste es el último durante algún tiempo.
—Una de mis naves debería estar esperando —dijo Bury.
Renner asintió.
—Sí. Llevará un rato aguardándonos. Hemos recibido un mensaje que informaba que pasó hace tres semanas.
Bury hizo una mueca.
—Una cita cara. Ah, bueno. Gracias, Kevin.
Una voz débil y chillona sonó por toda la nave, primero en árabe, luego en ánglico: «¡La oración es mejor que el sueño! ¡Venid a rezar! Yo doy testimonio de que el Señor nuestro Dios es el único Dios. Yo doy testimonio de que no hay otro Dios que Alá, y Mahoma es el Profeta de Alá. Venid a rezar. ¡Dios es grande! ¡La oración es mejor que el sueño!».
Ruth Cohen se irguió de golpe.
—¿Qué diablos…?
La nave se hallaba en caída libre. El cobertor de velero la había mantenido cómodamente en la cama, y se había acostumbrado tanto a los cambios de gravedad durante las últimas semanas que el que quitaran la rotación de la nave no la había despertado. Debió hacerse con mucha suavidad. Se dio cuenta de que estaba sola en la cama. «Y también dormí durante el Salto.»
Kevin Renner entró flotando desde el camarote contiguo en el momento en que la débil y monótona recitación cesó.
—Shh.
—Pero…
—Horace tiene visitantes. Socios, o parientes, quizá las dos cosas, que vienen de Levante en la nave de suministro. Bury se encarga de que Nabil haga de almuecín cuando quiere parecer un musulmán convencional. Lamento no haber podido avisarte, nos enteramos cuando acoplamos las naves, y entonces estuve ocupado.
—Pero…
Renner sonrió.
—No apreciarían que el piloto del
Simbad
duerma con una concubina.
—Yo no soy…
—Bueno, yo lo sé, y tú lo sabes, pero ellos no lo sabrán. De todas formas, lo retiro. No les escandalizará que tenga una concubina. Puede que no les emocione tu nombre.
—¿Nombre?
—Tú eres de Dyan.
—No soy de Dyan. Soy de Nueva Washington.
—Lo sé.
—Y soy una oficial de la Marina, en misión. —Bajó la vista a su conjunto transparente de harén e intentó sonreír—. Bueno, no de servicio en este momento… Kevin, esto no es gracioso.
—Bueno, quizá no. Por lo menos no resultó difícil calcular la dirección.
—Kevin…
—Apunta hacia la Tierra y quedas de cara tanto a Jerusalén como a La Meca. No hay diferencia desde aquí. La misma alquibla.
—¿Qué tiene eso que ver con todo?
—En una ocasión leí sobre el tema —dijo Renner—. Cuando Mahoma fue por primera vez a Medina, predicó que los judíos y los fieles eran un solo pueblo, todos descendientes de Abraham, y que todos tendrían un Mesías. Tal vez él mismo, pero ese punto no quedó establecido. Un Dios, Alá, que era igual que el Jehová judío. Mahoma honró el Torá. Rezó mirando a Jerusalén.
—¿Jerusalén? Kevin, ¿por qué estamos hablando de esto?
—Para que no caviles con tristeza por ser insultada.
—Sigue sin gustarme.
—Claro que no. Tampoco le gusta a Bury. Eres una invitada. Si insistes en comportarte como tal, Bury cooperará. No obstante, sólo Dios sabe qué le costará.
—Oh. —Ruth subió una sábana hasta la barbilla y se contoneó metiéndose más aún bajo el cobertor que la sujetaba al colchón—. De acuerdo. Cuéntame más. ¿Te lo estás inventando?
Renner sonrió.
—No. Tengo entendido que en Medina hay una mezquita famosa que se llama las Dos Alquiblas…
—Alquibla. ¿Dirección?
—Sí, aspecto. Dirección hacia la que mira la mezquita. Mahoma envió cartas a los líderes judíos invitándolos a que se unieran a él. No aceptaron. Dijeron que uno tenía que ser un hijo de Jacob para heredar el reino y obtener todos los beneficios de las profecías, y los árabes no cumplían con los requisitos, ya que sólo eran hijos de Abraham.
—Y a nadie le importaron las hijas.
—En lo más mínimo. Y durante un par de años se pusieron de cara a Jerusalén, no a La Meca, para rezar sus oraciones. Pero cuando los judíos rechazaron su oferta, Mahoma meditó con amargura en ello. Una mañana, Mahoma se encontraba en medio de sus oraciones, de cara a Jerusalén, y de pronto giró para quedar de cara a La Meca. Todos los demás también lo hicieron, por supuesto. Y ésa es la razón por la que luchan los árabes y los judíos.
—Jamás había oído esa historia.
—No obstante, es verdad —Renner pareció pensativo—. Y también una buena cosa. ¿Te imaginas qué le habría pasado a Europa si los judíos y los musulmanes hubieran estado del mismo lado? En cualquier caso, ésa es la historia de las Dos Alquiblas. Y ahora pasemos a la parte divertida.