El tercer brazo (23 page)

Read El tercer brazo Online

Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
10.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Creo que ese aspecto nunca pasa de moda.

—¿Eh?

—Nada de maquillaje. Lo más probable es que tú pensaras que era descuidada. Parece un ratón; no obstante, lleva un vestido tenue sin ropa interior. Atrae a los hombres. Funcionó contigo, ¿no?

—Recibido.

Ruth suspiró.

—Sólo funciona cuando eres joven. Quizá acepte la oferta de Bury. Mira, malabaristas.

—¿Te gustó?

—¿Trujillo? No se supone que deba gustarme. No es amiga de la Marina. Pero la respuesta sincera es que no tuve muchas ocasiones de hablar con ella.

—Las tendrás.

—¿Kevin?

—Hace unas semanas ella solicitó pasaje para el Escuadrón de Eddie el Loco. Todos llegamos a la conclusión de que podía viajar a bordo del
Simbad
.

—Oh.

—Fue idea de Bury. Quiere convertirla y que odie a los pajeños —Renner se rió entre dientes—. Sangre fresca para Su Excelencia. Mercer oyó el discurso de Horace tan a menudo que estaba dispuesto a gritar si alguien mencionaba a los pajeños. Ya le ha enviado una invitación.

—Hmm. Y no me has dicho si te atrae. Creo que será mejor que vaya de compras. ¿O no debo molestarme?

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que los dos sabemos que esto no dura para siempre. ¿Cansado de mí?

—Todavía no. ¿Quieres cortar?

—Todavía no. —Ella asintió pensativa, y, luego, sonrió—. Entonces lo dejaremos así.

Renner sacó su computadora de bolsillo.

—Según el artículo de la señorita Trujillo, la Luna de Ladrillo sirve alcachofas de dieciocho maneras distintas. Servicio de habitaciones en el hotel de al lado. ¿Interesada?

—Mmh. Maldición, has conseguido que piense como tú.

—¿De qué modo?

—Quiero ver cómo reacciona el conserje cuando te vea entrar con competencia extraplanetaria.

2
La Comisión Alta

El arte de poner al hombre adecuado en los puestos adecuados es lo primero en la ciencia del gobierno; pero el de encontrar el puesto para el descontento es lo más difícil.

T
ALLEYRAND

NUEVA ESCOCIA: Tercer planeta del sistema de Nueva Caledonia. Originalmente sin vida, con una atmósfera cargada de metano y vapor de agua, Nueva Escocia fue terraformado por masivas infusiones de microbios creados por ingeniería genética.

Los primeros colonos vivieron bajo cúpulas…

La ciudad principal de Nueva Escocia estaba dominada por el Palacio Virreinal. Se erguía en el centro de una serie de anillos concéntricos; de forma muy parecida a las ciudades medievales de la Tierra, el crecimiento de Nueva Escocia se veía dominado por las tecnologías de defensa de la ciudad.

Renner puso a la pequeña nave de aterrizaje a volar en un amplio círculo para disipar su velocidad. Señaló hacia un conglomerado de complejos más pequeños fuera del último anillo.

—Eso es todo lo que hay de nuevo desde que estuve aquí. Para que construyan fuera del Campo de protección, deben creer que la guerra por fin ha acabado.

—Eso es lo bueno que han conseguido los pajeños —comentó Ruth Cohen—. Han hecho que Nueva Escocia y Nueva Irlanda piensen «nosotros» el uno del otro. Salvo en los partidos de fútbol.

—Suelen ser bastante duros, ¿verdad? Pero es mejor que tirarse bombas entre sí…, bueno, un poco mejor, en cualquier caso. —Pero los pajeños no construirían de ese modo, pensó. No construirían lo que no pudieran defender.

El vehículo completó su circuito de la ciudad. Renner lo llevó a la zona de aterrizaje fuera del complejo de granito negro de la Residencia del Gobernador. Unos aburridos marines de guardia se fijaron en el uniforme de la Marina de Ruth Cohen y en las caras ropas de civil de Renner; con indiferencia cogieron sus tarjetas de identidad y las insertaron en los lectores de la computadora, miraron la pantalla y les dejaron pasar al patio. Atravesaron una puerta acristalada abierta que los condujo a un laberinto de pasillos. Renner intentó abrir el camino hacia la sala de reuniones de la Comisión, pero pronto se perdió. Por último dejó de buscar.

—Ah. Ahí hay un guardia. —Les indicó que debían ir a otra parte del edificio. Ruth Cohen se rió entre dientes—. La última vez que estuve aquí fue para una asamblea en la Sala del Consejo —indicó Kevin—. El salón grande con una cúpula. Cualquiera era capaz de encontrarlo. ¿Cómo iba a saber que habían trasladado la Comisión al Anexo?

En contraste con la Gran Sala del Consejo, el salón de reuniones de la Comisión era estrictamente funcional. No había ningún trono. El sitio del Virrey era sólo un sillón en el centro de la mesa enorme. La mesa del consejo era sólida. Podría haber sido de madera, pero a Kevin no se lo pareció. Las sillas para los consejeros se hallaban detrás de ésta. Delante había asientos para un público de alrededor de cincuenta personas. Unas pantallas grandes, ahora en blanco, dominaban ambas paredes.

Apenas habían entrado en el salón cuando un hombre alto, que empezaba a quedarse calvo, vestido con un traje oscuro y conservador, avanzó y extendió la mano.

—Kevin. Por Dios, tiene buen aspecto. —Calló para mirar a Renner—. Y también llamativo.

Renner frunció el ceño durante un momento; luego sonrió.

—Jack Cargill. Me alegro de verle. —Se volvió hacia Ruth—. El capitán…, supongo que ahora es «almirante», ¿verdad? —Cargill asintió—. Ruth Cohen, te presento al almirante Cargill. Jack era el segundo comandante de la
MacArthur
—explicó Kevin—. ¿Sigue aún con el Escuadrón de Eddie el Loco?

—No, estoy en la Comisión Alta.

—Cielos. Es usted importante. Y pensar que en una ocasión compartimos camarote.

—Aquí hay otro miembro de la Comisión que usted conoce —informó Cargill—. David —indicó a un hombre corpulento, medio calvo y con ropas clericales.

—Padre Hardy —dijo Renner—. Vaya, me alegro de verle de nuevo. ¿Qué han hecho, llenar la Comisión con tripulantes de la
MacArthur
?

—No, nosotros somos los únicos —repuso David Hardy—. Y yo no estoy seguro en qué capacidad me encuentro aquí.

Renner notó la gran cruz pectoral en la sotana de Hardy.

—Todo el mundo ha sido ascendido. Obispo, ¿eh? ¿Le beso el anillo, mi señor?

Hardy sonrió.

—Bueno, tiene mi beneplácito para hacerlo, pero ciertamente usted no pertenece a mi congregación.

—¿Señor?

—Soy obispo misionero para Paja Uno. Desde luego, no tenemos a ningún converso.

—¿Está seguro de ello? —preguntó Renner.

—De hecho, no —repuso Hardy—. Jamás supe qué le pasó a mi Fyunch (click). No es que fuera en realidad un converso. De cualquier modo, quizá me encuentre aquí como representante de la Iglesia o como el único experto en semántica que visitara jamás Paja Uno…, ah. —Se volvió hacia la puerta cuando ésta se abrió—. Aquí hay alguien con el que debe encontrarse de nuevo. Seguro que le reconoce.

Era un oficial naval alto, de uniforme. Parecía joven para ser teniente, aunque el padre de Kevin Christian Blaine había sido capitán de corbeta sólo con un par de años más, y capitán de la
MacArthur
un año después. La aristocracia recibía ascensos, pero también era destituido del servicio si no lograba mantener el nivel. «O así solía ser», pensó Renner.

—Su ahijado, tengo entendido —decía Hardy.

—Bueno, no es que haya ejercido muchos deberes del puesto —comentó Renner. El apretón de manos de Blaine fue firme—. Y ésta es Ruth Cohen. ¿Cómo estás, Kevin?

—Muy bien, señor. Aprecié mucho lo que me envió por mis cumpleaños. Algunas de las cosas más extrañas…, y también los hologramas. Sí que ha viajado, sir Kevin.

—Kevin Renner, turista galáctico —Renner metió la mano en un bolsillo de la manga y sacó un cubo de mensajes—. En cuanto a eso, tu hermana te manda esto. Viene hacia aquí, por si no lo sabías.

—Eso imaginé. Me preguntaba si vendría con usted.

—La nave habría estado un poco atestada; además, consiguió transporte. El honorable Frederick Townsend decidió visitar Nueva Caledonia.

—Ah.

—Es probable que crea que fue idea suya —conjeturó Renner.

—Ha conocido a Glenda Ruth, pero no a Freddy —observó Kevin Blaine. Le llevó un momento a Renner darse cuenta de que no era una pregunta.

La sala comenzó a llenarse. Media docena de oficiales de la Marina, uniformados, conducidos por un comandante que lucía una insignia en miniatura que indicaba que era capitán de un crucero intermedio. Saludaron con la mano a Blaine, pero se quedaron en el otro extremo del salón. Un grupo de civiles ocuparon sillas de consejeros con sus computadoras de bolsillo apoyadas en la pequeña superficie que se extendía desde un apoyabrazos. Entró otro grupo de oficiales de la Marina. Llevaban charreteras blancas que indicaban la rama administrativa; se sentaron cerca pero no con los oficiales de combate.

—Los contables —dijo Cargill—. Presentes para convencer al mundo de que no se ha despilfarrado ni un centavo.

—¿Pueden hacerlo, señor? —preguntó Ruth.

—No. —Pareció que ella esperaba más, así que Cargill añadió—: No importa cómo lo divida, pero el servicio del bloqueo lo componen largos períodos de absoluto aburrimiento. Condimentado con momentos fortuitos de total terror, desde luego, pero eso no compensa el aburrimiento. Por supuesto que los hombres van a portarse mal. También los oficiales. Y somos malditamente afortunados de que haya tropas que lo acepten.

Las grandes puertas dobles en el extremo de la sala se abrieron por completo para dejar pasar a Bury en su silla de viaje. Renner chasqueó la lengua en señal de desaprobación: los médicos de Bury querían que pasara más tiempo haciendo ejercicio. Horace iba acompañado de Jacob Buckman y Joyce Mei-Ling Trujillo.

—Hoy lleva ropa interior —musitó Renner.

Ruth le hizo una mueca. Si Blaine y Hardy oyeron el comentario, guardaron silencio.

De hecho, Joyce Mei-Ling Trujillo iba muy bien vestida, con un tenue vestido de tarde de seda que habría sido elegante en Esparta. Llevaba una computadora de bolsillo lo bastante grande como para necesitar una bolsa para portarla. Ruth Cohen comentó con desdén:

—No confía en el sistema de la computadora central para que le grabe los registros.

—He descubierto que los periodistas a menudo son así —dijo Kevin Christian Blaine.

—¿Experiencia? —preguntó Renner.

—Bastante. A la Marina le gusta que yo sea su portavoz.

Bury, Buckman y Trujillo ocuparon sitios en la primera fila de los asientos para el público. Blaine miró su reloj.

—Será mejor que vaya a mi puesto.

—Yo también —dijo Cargill—. ¿Cenamos juntos, Kevin?

—Sí, encantado. ¿Algún sitio en especial o hago que Bury le invite a bordo del
Simbad
?

—El
Simbad
, si puede arreglarlo.

Las puertas dobles volvieron a abrirse, y entró un funcionario de palacio.

—Milords, señoras, caballeros, Su Alteza el Virrey.

Todo el mundo se puso de pie. No hubo ninguna otra ceremonia, pero Mercer pareció un poco cohibido al ocupar su sitio en el centro de la gran mesa. Allí se le unieron Cargill y Hardy, y otros dos a quienes Renner no conocía. Las tarjetas sobre la mesa los identificaban como doctor Arthur MacDonald y sir Richard Geary, baronet. Renner se sentó cerca de Bury y escribió en su computadora de bolsillo.

Arthur MacDonald, doctor en Psicología, profesor de biología cultural, Universidad de Nueva Escocia. Ocupa la cátedra de Xenobiología en el Instituto Blaine.

Richard Geary, baronet. Inversor. Miembro de la Junta de Gobierno, Universidad de Nueva Escocia.

Había más, pero Mercer golpeaba la mesa con el mazo.

—Abro esta sesión de la Comisión Imperial. Que el registro exponga que se trata de una asamblea pública. Si no hay objeción, registraremos los nombres de los asistentes…

Hubo varios chicharreos como de cien grillos cuando la computadora central de palacio solicitó de las computadoras de bolsillo de todos los presentes que proporcionara la lista de asistencia a la asamblea. La de Renner emitió dos sonidos cortos y luego hizo un ruido de matraca. Las cabezas giraron. Renner sonrió.

Mercer se volvió hacia el secretario de la Comisión.

—Señor Armstrong.

—Gracias, Su Alteza —dijo Armstrong. Tenía la voz marcada con el acento de Nueva Caledonia—. En consideración a nuestros invitados, Su Alteza ha cambiado la agenda de la asamblea para omitir las formalidades de apertura y asuntos rutinarios. Por lo tanto, procedemos directamente al Artículo Cuatro, el informe del escuadrón de bloqueo. Su Alteza ha solicitado que la flota prepare un informe sumario que abarque las actividades principales del escuadrón a lo largo de los años, al tiempo que un informe más detallado de sus acciones actuales. Dicho informe será presentado por el teniente el honorable Kevin Christian Blaine, segundo comandante del
Agamenón
.

Chris Blaine se situó cerca de la pantalla grande que dominaba una pared de la sala.

—Gracias, señor secretario. Su Alteza.

»La fuerza de bloqueo es conocida formalmente como la Undécima Flota, o Flota de Batalla del Ojo de Murcheson. La misión de la Flota de Batalla del Ojo de Murcheson es la de interceptar todas y cada una de las naves que entren en el Imperio procedentes de la Paja… para hacer cumplir el bloqueo decretado por esta Comisión. El servicio de bloqueo es un servicio duro, y los oficiales y hombres de la Flota de Bloqueo han tenido éxito a pesar de muchas y muy reales dificultades.

Los pensamientos de Renner corrieron a toda velocidad:

«¿Quién le escribió eso?

»Y sin embargo, el Escuadrón de Eddie el Loco me habría hecho enloquecer. Ehhh…» No se atrevió a formular su siguiente pensamiento. «Chris no suena tan malditamente convincente, ¿verdad? ¿Por qué no? Educado por Mediadores…

»Ni él mismo se cree lo que está diciendo.»

Blaine hizo un gesto con la mano, y la pantalla de la pared se iluminó para mostrar un plano amplio de una docena de bultos pequeños que en color iban desde el negro al rojo apagado contra un rojo brillante de fondo.

—El punto Alderson desde la Paja se encuentra en el interior de la estrella supergigante. Las naves no pueden permanecer en sus puestos de servicio durante mucho tiempo, de modo que hay una continua circulación de naves desde el exterior de la estrella al puesto de bloqueo. Se quedan hasta estar muy calientes, luego se marchan para enfriarse.

Other books

Petals of Blood by Ngugi Wa Thiong'o, Moses Isegawa
Fortunes of War by Stephen Coonts
Dark Hunter by Andy Briggs
Heartbeat by Faith Sullivan
Steeped in Blood by David Klatzow
Girl Next Door by Alyssa Brugman