—Está bien.
—Y comprendiendo. Sólo una experta en pajeños podría escuchar esto y no tratar de enviarme a ver a un confesor. Bien. Si duermo con Freddy, es porque vamos a casarnos o porque soy una prostituta. No estoy segura de que quiera casarme con él, y tampoco que no lo desee. Cualquiera de las dos cosas será correcta, pero me siento colgada, de modo…
—Ningún hombre entendería esa línea de razonamiento, consejera.
—Freddy no es estúpido. Lo sabría, lo entendería, si yo pudiera expresarlo bien. De modo que aún sigo pensando. Maldición.
—¿Se casaría contigo…?
Glenda Ruth sonrió.
—Sin pensárselo. Pero…, mira, toda mi vida…
—Todos tus dieciocho años.
—Bueno, para mí es una vida. —«El pobre Charlie no sobrevivió mucho más», pensó Glenda Ruth—. Toda mi vida he tenido a alguien que podía decirme qué hacer. Que tenía el derecho a decírmelo. Ahora no. Ahora dispongo de mi propio dinero, y legalmente soy adulta. ¡Libertad! Es maravillosa. Lo último que necesito es un marido.
—Quizá sea mejor de esta manera. ¡Sí que mantienes al honorable Freddy atento!
—Oh, maldición, eso es lo que parece, ¿verdad? Él no se ha dado cuenta, pero…
—No pasará nada. Esta noche es el último salto. Llegaremos a Nueva Escocia en tres semanas. Freddy podrá encontrar a otra chica —Jennifer sonrió—. ¿Tampoco te gusta eso? Cariño, te encuentras en lo que la Marina llama una posicion insostenible.
Su camarote era pequeño, igual que todos los del Hécate. El único camarote espacioso pertenecía a Freddy. Por supuesto, él esperaba que lo compartiera.
«¿Por qué no lo hago? —se preguntó—. Me quedo despierta pensando en ello. No es como si no tuviera mis píldoras o como si Freddy padeciera algún tipo de enfermedad. No es como si no me…, lo único que tendría que hacer sería llamar a su puerta.»
Experimentó una sensación de dislocación aguda, y se sintió enferma y confusa. En alguna parte de su mente supo que la nave había dado el Salto Alderson y que se hallaba en poder de la desorientación que siempre tenía lugar después. Su padre le había dicho que había una docena de explicaciones para la conmoción del Salto, todas inconsistentes entre sí; sin embargo, nadie había sido capaz jamás de refutar ninguna de ellas.
El control retornó de manera gradual. Movió los dedos, luego las manos y los brazos, hasta que hicieron lo que ella les ordenaba. Freddy siempre se recuperaba más rápido que ella. Eso le sentaba mal. No era justo.
Y ahora se encontraban en el sistema de Nueva Caledonia. Quizá Freddy la dejara y siguiera viaje hasta Nueva Irlanda… Acababa de acomodarse para tratar de dormir cuando sonó su intercom.
—Glenda Ruth. —Era Freddy, por supuesto. ¿Qué demonios quería? Ja. Bueno, ¿por qué no? Si podía soportarla en esta condición. No le llevaría mucho tiempo asearse. Apretó el botón del intercom—. Hola. Mira, detesto molestarte, pero hemos recibido un mensaje para ti.
—¿Qué?
—Aquí hay una nave mercante,
Nuevo León de Bagdad
.
—¿Aquí?
—Aquí. Está esperando en el punto de Salto. Comunica que tiene un mensaje para la honorable Glenda Ruth Fowler Blaine. Necesita tu código de identificación.
—Oh. De acuerdo, iré de inmediato. ¿Estás en el puente?
—Sí.
—Subo enseguida. Y… Freddy, gracias.
—No hay problema. Trae tu computadora.
Parecía urgente, aunque se tomó tiempo para ponerse los pantalones bombachos sujetos a los tobillos que eran estándar para la gravedad baja. También se tomó tiempo para ponerse un jersey de angora, cepillarse el pelo y darse un toque de lápiz de labios. La nave se hallaba bajo aceleración suave, la suficiente para mantener sus zapatillas sobre la alfombra. Se dirigió a proa. Freddy estaba solo en el puente.
Le señaló el sillón del copiloto.
—Aguardan tu código.
Conectó su computadora personal al sistema de la nave.
—Clementine.
Sí, querida. Las palabras aparecieron en la pantalla de su computadora.
—Se espera que nos identifiquemos —dijo Glenda Ruth—. Soy yo. Ahora demuéstraselo a ellos.
Contraseña de acceso.
—Maldición, sabes que soy yo. De acuerdo. —Rápidamente trazó algo con el lápiz; no palabras, sino una viñeta.
Correcto. No hubo sonido, pero supo que la computadora estaba enviando un mensaje codificado que se podría descodificar usando su clave pública. Apenas importaba cuál fuera dicho mensaje, ya que sólo los codificados con su clave secreta podían descodificarse con su clave pública. El sistema de clave pública/secreta servía tanto para las identificaciones seguras como para las comunicaciones protegidas.
—Confirmado —anunció una voz por los altavoces de la nave. Era una voz muy marcada con el acento levantino—. Saludos a la señorita Glenda Ruth Fowler Blaine. Por favor, prepárense para grabar un mensaje codificado del teniente Kevin Christian Blaine.
—Ah —musitó Freddy—. Preparados. Listos. Recibido. Gracias,
Nuevo León de Bagdad
.
—De nada. Se nos ha dado instrucciones de ofrecerles combustible.
—Combustible. ¿Por qué querríamos más combustible? —preguntó Freddy.
La voz levantina se mostró impasible.
—Effendi, Su Excelencia nos ordenó que les ofreciéramos combustible. Lo ofrecemos. No llevará mucho tiempo transferirlo. ¿Lo hacemos?
Freddy miró a Glenda Ruth.
—¿Y ahora qué?
Ella se encogió de hombros.
—Son más grandes que nosotros, y si quisieran hacernos daño, ya lo habrían hecho. ¿Por qué no dejar que completen el depósito de tus tanques?
—Más que completarlo —indicó Freddy—. De acuerdo.
Nuevo León de Bagdad
, aceptamos su oferta con gratitud. —Apretó un botón del intercom—. Terry, la nave mercante va a bombearnos un poco de hidrógeno. Echales una mano, ¿quieres? Tienes el control.
—Sí, sí. Te relevo —repuso el ingeniero.
Freddy sacudió la cabeza.
—¿A qué viene esta ayuda?
—Quizá esto nos lo explique —contestó Glenda Ruth.
El mensaje había sido codificado empleando su clave pública. Puso a Clementine a descodificarlo.
Kevin Christian Blaine a Glenda Ruth Fowler Blaine. El resto no entra con claridad, le informó la computadora.
—Ja. Usa el código especial de Kevin.
Wilico. Se ajustó los auriculares y esperó. Todo el mundo estaba convencido de que el sistema de clave pública/privada era seguro contra todo. Quizá sólo somos paranoides.»
Oyó: un problema. Los pajeños podrían andar sueltos.
«Hermana, tenemos para cuando recibas esto.»
Freddy la observaba.
—Ruth, ¿qué va mal?
—Nadie ha muerto. Shh.
En el aburrimiento y en los juegos de dominio interpersonal, dispuso de semanas para olvidar que tenía miedo por los pajeños. Ahora…
La voz de su hermano dijo:
«Vamos a llevar tres naves al punto Alderson incipiente, el punto-I, en MGC-R-31. Dos naves de la Marina y el
Simbad
de Bury. Me han destinado a bordo del
Simbad
como enlace. Soy el oficial de más alta graduación a bordo, pero capto vibraciones de Renner. Si lo desea puede demostrarme que me supera en rango. Quizá por mucho. La otra oficial de la Marina que vino hasta aquí con el
Simbad
, una capitán de fragata del Servicio de Inteligencia, decidió que se la necesitaba de vuelta en Nueva Escocia.
»No se me ocurre que podamos hacer mucho allí nosotros solos. Los pajeños han dispuesto de un cuarto de siglo para prepararse para este momento, y nosotros recién ahora empezamos a comprender que tenemos un problema. No creo que tres naves les vayan a deparar alguna sorpresa.
»Las probabilidades de la apuesta indican que llegaremos allí con un margen de diez a veinte años de ventaja, pero hay complicaciones. Están sucediendo cosas raras. Puede que sea mucho antes. Incluso hay una posibilidad de que ya haya tenido lugar.
»Hermana, de verdad que me gustaría que dispusiéramos de lo último que ha desarrollado el Instituto. Lo mismo piensa el señor Bury. Si puedes hacérnoslo llegar, tal vez cambiaran las cosas. Te adjunto nuestra mejor conjetura de coordenadas para el punto-I. Pensamos en esperarte, pero desconocemos el tiempo que tenemos antes de que acontezca todo. Bury dispuso que la nave que os entregaría este mensaje repostara la vuestra de combustible. Deja que lo haga, si ya no lo has autorizado. Intenta arribar al punto-I antes que los pajeños.
»
Simbad
va atestado. Bury tiene a Nabil y a tres mujeres, incluyendo a Cynthia, sin cambio en las relaciones. Estoy yo, el doctor Jacob Buckman y Joyce Mei-Ling Trujillo, la cronista de noticias. Ella es interesante. Inteligente y quiere demostrarlo, mujer y no tiene por qué hacerlo. La capitán de fragata Cohen decidió que la necesitaban en Nueva Escocia justo después de que invitaran a Trujillo a bordo, y eso deja a Renner suelto. Hay patrones interesantes a bordo.
»Quizá vengas aquí y descubras que no sucede nada. Parte de la flota de bloqueo tal vez ya esté de camino, pero, por supuesto, les llevará meses llegar. Si las cosas duran mucho, quizá no haya ningún problema, o tal vez el proyecto de mamá respecto a Eddie el Loco funcione a la perfección y nosotros podamos pensar en cómo usarlo.
»O quizá haya acabado antes de que llegues tú. Si envían una flota grande con Guerreros…»
«Si hacen eso, tú hablarás con el Amo al mando. Si tenemos el simbionte, tal vez te escuche. Si vives lo suficiente para hablar —pensó Glenda Ruth—. Si…»
Y la voz de su hermano continuó:
«En cualquier caso, vamos a echar un vistazo. Es probable que nos ayude si consigues llegar a toda velocidad, pero haz lo que consideres mejor.
»Te quiero, Chris.»
Rebobinó y oyó el mensaje de nuevo.
—¿Freddy?
—¿Sí, mi amor?
Dejó pasar eso.
—Freddy, nos dan combustible para que podamos ir directamente… —introdujo las coordenadas del mensaje de Kevin Blaine, y la pantalla de navegación se encendió— ahí, en vez de ir primero a Nueva Escocia.
Freddy estudió la pantalla.
—Ése es un miserable sistema de una enana roja. Ahí no hay nada.
—Lo habrá.
—Glenda Ruth, ¿sabes lo que estás haciendo?
—Creo que sí. No es un asunto trivial, Freddy…
—De acuerdo. —Se volvió a la computadora.
—En absoluto es un asunto trivial. Yo no suelo exagerar, ¿verdad? El destino del Imperio y de la especie pajeña —él no se había detenido— recae sobre nuestros hombros. Ni siquiera me tomé la molestia de preguntárselo a Jennifer; ella trabajó para esto toda su vida, pero tú…
Él acabó de teclear el cambio de curso. Sonó una nota de advertencia, entonces sintieron una aceleración suave. El
Hécate
se hallaba ahora de camino a MGC-R-31. Freddy se relajó en el sillón, agotado, sin mirarla.
«No esperó. No necesitó pensárselo. Sencillamente, confió en mí y actuó.»
Y ella vio que le destrozaría. Se repondría, con el paso de los años, casi; pero la visión que tendría de las mujeres de su clase quedaría distorsionada por un período de terrible frustración cuando su vida estuvo sometida al impulso misionero de una mujer fuerte.
Hizo una apuesta consigo misma, algo en absoluto trivial, y dijo:
—Me trasladaré a tu camarote, si tu ofrecimiento sigue abierto.
Él alzó la vista y buscó entre posibles respuestas al tiempo que ocultaba su sorpresa. Ella mantuvo la expresión solemne, un poco incómoda. Freddy asintió, sonrió y le cogió la mano, y aún tuvo miedo de hablar.
Chris Blaine le recordaba a alguien a Kevin. Al capitán Roderick Blaine, desde luego, pero también a alguien más… y por fin, cuando Chris se detuvo junto a una ventana, lo descubrió. Kevin había visto al guardamarina Horst Staley mirando en dirección al Ojo de Murcheson, que resplandecía con el Saco de Carbón como telón de fondo, un único ojo al rojo vivo en la capucha de un monje, justo antes de que la
MacArthur
saltara hacia el mismo Ojo de Murcheson.
Y Chris se sació de la visión del Hombre Encapuchado; luego, se marchó a popa a desayunar, mientras Kevin reflexionaba en su puesto.
¿Por qué Horst? Horst Staley, que había descubierto demasiado de Paja Uno y murió por ello, veintiocho años atrás. Jamás podrían haberse conocido. Ciertamente, no tenían parentesco alguno. Chris Blaine se parecía a su padre: cara cuadrada, pelo fino y rubio, nariz irlandesa diminuta… la de su padre estaba rota, claro; mientras que Horst Staley había sido atractivo como para figurar en los anuncios de reclutamiento: rostro triangular, músculos largos y fuertes, y hombros un poco encorvados…
—Ah.
Horace Bury alzó la vista.
—¿Qué?
Chris Blaine justo entraba para quedar al alcance del oído; Renner pudo oír su voz.
—Sólo un pensamiento fugaz —repuso.
Mientras se acercaban a sus puestos, Renner captó la voz de Trujillo, alegre y musical y apenas audible; luego la voz de Blaine se elevó por encima del zumbido de los sistemas de la nave.
—Si usted no hubiera estado hurgando en busca de escándalos, el alto mando no habría oído hablar de las naves nominales en años. ¡Parecen tan inofensivas!
—A mí no puede culparme de eso. Yo iba tras los escándalos.
Los dos terminaban barras de desayuno. El sillón asignado a Joyce Trujillo no estorbaba, disponía de una vista de varias pantallas pero sin controles. Blaine ocupó su sitio como copiloto. Renner aguardó unos minutos; luego, preguntó:
—Chris, ¿cómo vamos?
—Setenta horas en rumbo y manteniendo la velocidad. Bajaré la fuerza propulsora —
tap
— ahora. Luego podemos soltar el depósito externo y deslizarnos por inercia hasta que nos acerquemos al Salto hacia la enana roja. Doscientas setenta horas, a menos que el punto de Salto se haya movido, en cuyo caso todo el Infierno saldrá a almorzar.
—Yo me inclino a mantener el depósito y rellenarlo. Mejor ser prudentes.
Blaine asintió.
Durante los siguientes cinco minutos, la fuerza propulsora descendió de una gravedad estándar a 0,05 g, justo lo suficiente para sacar del aire líquido vertido. Renner aguardó hasta que terminara; luego dijo:
—Teniente, tiene los controles. —Y se dirigió a popa a tomar café. No le sorprendió descubrir que Bury había flotado tras él. Preguntó—: ¿Turco?