El tercer brazo (27 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Por favor. Has dejado a… a Blaine al mando de mi nave. ¿Es inteligente eso?

—Apenas nos hallamos más allá de la órbita de Dagda en el sistema de Nueva Cal en caída libre, o casi, maldición. ¿Qué podría pasar? ¿Exteriores? ¿Un fogonazo de helio en el motor? Sabes que tiene entrenamiento de la Marina.

—Sí.

—Como Yo.

—Sí. Kevin, ¿qué era lo que no quisiste que escuchara? ¿O fue por esa Trujillo?

—Oh…, algo me estaba molestando, irritándome, y al final descubrí qué era. Tú no recordarás al guardamarina Horst Staley. Era el oficial idealizado de la Marina, atractivo, imponente, de la clase que pones en los pósters. Así es Blaine, pero él se ha comportado de ese modo de manera consciente, como una señal.

—Sí, después de todo fue educado por pajeños. ¿Qué piensas ahora de Trujillo?

—Toda sexo y negocios, por lo general no al mismo tiempo. Es capaz de activarlo y apagarlo a voluntad. ¿Cuáles son las reglas en este viaje, Horace? ¿Sexo o no sexo?

—Ojos ciegos, creo. El pobre y viejo comerciante Bury no se da cuenta de nada. Pero ¿se mantiene ella en negocios?

—Sí. Proyecta disponibilidad, pero. En realidad, me gusta eso. Me gusta coquetear —Bury no sonrió. Renner comentó—: Dale una oportunidad, Horace. Su padre le habló de los comerciantes, los príncipes mercantes; sin embargo, ella no ha tenido trato con ninguno. Conocerá a los comerciantes por ti.

—«Su fama le precede» —citó Bury.

—Dudo que su significado fuera tan feroz como sonó —Renner suspiró—. Va a ser un viaje divertido. Trujillo te ofendió a la primera oportunidad de que dispuso, tú odias a Blaine, y si todo sale bien, llegaremos allí a tiempo para toparnos con una armada pajeña que viene por nosotros.

En la pausa que siguió, Renner terminó de preparar dos bulbos de café turco. Bury cogió el suyo y preguntó:

—¿Cómo puedes decir que odio a Kevin Christian Blaine? Es tu ahijado. Es mi invitado.

—Horace, no has sido abiertamente descortés, pero te conozco. Y, mira, si yo tuviera que… ¡Igor! Esta noche haremos algo del todo distinto, del todo.

—Sí, doctor Frankenstein. ¡Sí! ¡Sí!

—Esta noche crearemos al infiel que menos bien recibido será a bordo de una diminuta nave espacial con el comerciante Horace Bury. Le daremos las siguientes características, ¡hnpf, hnpf hnpf! Anglosajón. Cristiano. Un hombre de la Marina del Imperio. Emparentado con el mismo Roderick Blaine que en una ocasión mantuvo prisionero a Bury a bordo de una nave de guerra de la Marina. ¡Y, por último, hnpf hnpf hnpf, será educado por Mediadores pajeños!

Horace recuperó su acento normal.

—Por último, es un manipulador hijo de perro.

—Diría que eso va con el entrenamiento pajeño.

—Sí, Kevin, pero trató de manipularme a mí. ¿Me considera un tonto?

—Mmm.

—¡No fue Joyce Trujillo quien descubrió la importancia de las naves nominales!

—Que me empapen. Horace, él la está persiguiendo.

—¿Eh?

—No me daba cuenta. ¡Es una mujer de carrera seis años mayor que él! Aun así, es eso. Dejó que le viera manipulándote en provecho de ella. Me pregunto si ella se lo tragará.

Renner ni siquiera había decidido si le gustaba. No siempre era ésa la cuestión más interesante. Quizá, en algún rincón de su mente, había considerado que Joyce Mei-Ling Trujillo era suya por omisión. Blaine era demasiado joven, Buckman y Bury demasiado viejos, y Kevin Renner era el capitán del
Simbad
.

El problema radicaba en qué podría querer ella. Dinero no, ni tampoco acceso a ciertos niveles de la sociedad; eso podía dárselo. Pero secretos… a ella le encantaban los secretos, y los de Kevin Renner no le pertenecían a él para poder regalarlos.

Blaine era demasiado joven, y un modelo clásico del hombre de la Marina… pero Kevin Christian Blaine había sido educado por Mediadores pajeños. ¿Por qué resultaba tan fácil olvidar ese hecho? Renner comenzó a observarle.

Simbad
en caída libre no podía tener una rotación lateral. Chris Blaine estaba acostumbrado a una nave más grande de la Marina. Se le vio torpe durante el primer par de días. Lo mismo le sucedió a Joyce; no había pasado mucho tiempo en el espacio. Entonces, empezaron a orientarse más o menos juntos. De hecho, de forma simultánea…

Tenías que concentrarte para ver cuán a menudo ocupaban el mismo espacio. En cualquiera de los estrechos corredores podían pasar sin rozarse. Joyce seguía un poco torpe; no obstante, Chris era capaz de escurrirse con elegancia delante de ella, lo bastante cerca como para unir campos magnéticos, pero sin siquiera tocarla. Era como un baile.

La mañana antes de que el
Simbad
comenzara la desaceleración, a Joyce Trujillo se la vio distinta, y también a Chris Blaine. Los dos parecían un poco embarazados al respecto, y daba la impresión de que no podían evitar el contacto corporal.

Dos siglos atrás, Jasper Murcheson había catalogado la mayoría de las estrellas de este lado del Saco de Carbón. Las había numerado con cierta precipitación para su Catálogo General Murcheson; luego trabajó en los detalles sin prisas.

La mitad de esas estrellas eran enanas rojas, como ese punto blanco anaranjado llamado MGC-R-31. Murcheson había reunido más detalles sobre las enanas amarillas más calientes, aquellas que podían tener planetas habitables y en especial de las que sí los tenían. MGC-R-31 tenía de compañera a una estrella enana marrón a medio año luz de distancia; Murcheson ni siquiera lo había sabido.

Kevin Renner lo supo en el instante en que irrumpió en el sistema. Se dio cuenta de ello porque una masa próxima invisible había sesgado su punto de Salto en varios millones de kilómetros.

Debían localizarla, deprisa. ¡También movería el punto-I! Buckman y Renner se pusieron a trabajar en el acto.

Era bueno hallarse en el sistema MGC-R-31, bueno tener algo que hacer, disponer de una excusa para cerrar esa puerta.

Una semana de la tensa educación de Bury y de la formalidad del contacto corporal de Blaine y Trujillo había estado exasperando a todo el mundo… o tal vez sólo a Kevin Renner. Las necesidades de Buckman le proporcionaron una excusa para hacer algo al respecto. Renner ordenó que se separara una sección del salón del
Simbad
con un tabique para convertirla en el laboratorio de Jacob Buckman.

Era reducido para Buckman, y muy reducido para Buckman y Renner; resultaba imposible tener visitantes. Prefirieron eso antes que todo el mundo estuviera entrando y saliendo del pequeño compartimento del puente. Los otros intentaron no interferir.

Búsqueda de una enana marrón. Primero observa a la enana roja, localiza su plano de rotación. Por ese entonces, Buckman había calculado una serie de distancias y masas que podían explicar el desplazamiento del punto Alderson. Mira un lugar geométrico de puntos, observa de nuevo, calcula de nuevo…

La cena apareció de alguna parte. Renner la habría ignorado, pero Buckman ni siquiera levantó la vista. Lo mejor era comer, y hacer que también comiera Buckman.

Y el desayuno… aunque por entonces ya habían terminado. Renner suspiró de alivio. Abrió la puerta que daba al salón y anunció:

—Nada. Hemos llegado primero.

—Alá es misericordioso —dijo Bury.

—¿Qué seguridad tiene? —preguntó Joyce Trujillo.

—Buena pregunta —indicó Chris Blaine—. No pueden saber dónde va a estar el punto Alderson.

—Sé que en esta región no hay ningún punto Alderson nuevo —repuso Buckman—. En cuanto a dónde estará el punto incipiente, me vi obligado a cambiar el lugar geométrico debido a la compañera. Por poco. Las enanas marrones no irradian mucho. Sigue siendo un arco por aquí, todavía de aproximadamente un millón de klicks de largo. Lo moví un par de minutos luz. Y no está ahí.

El arco que el cursor de Buckman trazó a través de la pantalla se extendía desde el fulgor blanco anaranjado de MGC-R-31 hacia el Saco de Carbón y una mirilla descentrada que daba al Infierno: el Ojo de Murcheson.

Renner tocó un botón en la consola.


Agamenón
, aquí
Simbad
, Tenemos una vista despejada. ¿Ustedes? Corto.

El
Agamenón
había irrumpido unos pocos minutos antes que el
Simbad
, separados nada más que por el vacío que hay entre la Tierra y la luna de la Tierra. Ahora se hallaban a unas pocas decenas de miles de kilómetros de distancia, mientras que la
Atropos
avanzaba por delante hacia el hipotético punto-I. La respuesta del
Agamenón
llegó de inmediato.


Simbad
, aquí
Agamenón
. Afirmativo. Repito, afirmativo, no hay señales de ninguna nave en este sistema. Con absoluta certeza hemos llegado primero. ¿Se puede poner el teniente Blaine?

—Aquí estoy.

—Por favor, aguarde al capitán.

—Bien.

—Así que ya está —dijo Joyce Trujillo. En ese momento era toda profesionalidad, al igual que Blaine era todo oficial.

—De momento —comentó Bury—. Vendrán. Pero ahora…, ahora creo que Alá nos ha dado esta oportunidad. Aún podemos perderla… aunque la tenemos.

—Dios es misericordioso —dijo Joyce—. Él no hará todo y, de ese modo, no nos arrebatará nuestro libre albedrío y esa parte de gloria que nos pertenece a nosotros.

—¿Bíblica? —preguntó Renner.

Ella rió.

—Nicolás Maquiavelo.

—¡Aghh! Joyce, no lo ha vuelto a hacer.

—¿Horace? —intervino Buckman—. La he listado como Infraestrella de Bury. Tu nave, tu tripulación, tu descubrimiento.

Con unos segundos de retraso, Bury reaccionó. Sonrió con esfuerzo y dijo:

—Gracias, Jacob.

—Se pone el capitán —anunció el equipo de comunicación.

—¿Blaine?

—Sí, señor. Estamos todos aquí.

—Algunos de mis oficiales sugieren que ésta es una empresa quimérica.

—Nada me gustaría más que fuera eso, comandante —dijo Horace Bury—. Pero no lo creo.

—Supongo que yo tampoco. Nos estamos preguntando qué hacer a continuación. No me importa reconocer que es una situación para la que no me entrenaron solucionar —indicó Balasingham.

—Nada complicado al respecto —intervino Buckman—. Renner nos ha situado en un curso para deslizarnos por el arco durante los próximos…

—Quince días.

—Quince días. Sus otras naves tienen nuestros datos.

Chris Blaine asumió la comunicación.

—Señor, hemos transmitido los datos a la
Atropos
, de modo que ocupará su puesto delante de nosotros. El punto-I surgirá en esta región. Sugiero que el
Agamenón
se quede detrás, es decir, entre nosotros y el camino de regreso a Nueva Caledonia. Quizá puedan interceptar. En cuanto a nosotros, realizaremos pasadas repetidas hasta que aparezca el punto-I.

—De acuerdo —dijo Balasingham—. Por lo menos, de momento. El Virrey ha enviado más naves. —Pausa breve—. ¿Qué pasa si la flota pajeña cruza abriendo fuego?

—Entonces, haremos lo que podamos —repuso Bury.

—Y quizá el caballo cante —musitó Renner.

Bury se encogió de hombros. Parecía sorprendentemente tranquilo.

—Los pajeños no poseen control sobre la protoestrella. Esto será como Alá lo desee, y Alá es misericordioso.

Si Buckman apagaba el intercom, como era su costumbre, el único modo de averiguar qué hacía era golpear a su puerta y arriesgarse a sus ásperos comentarios acerca de interrumpir su trabajo.

Esta mañana había dejado abierta la puerta del compartimento. Buckman permanecio de manera constante en su laboratorio o en el salón adyacente más de treinta horas. Kevin Renner y Chris Blaine se alternaron esperando justo fuera de la puerta, y sucedió en el turno de Chris. Llevaba allí una hora sin nada que hacer. Entonces oyó un grito.

—¡Dios santo!

Chris se dirigió a la puerta del compartimento. Buckman se hallaba encorvado sobre una consola. Exhibía una sonrisa amplia.

—¿Qué pasa? —preguntó Chris.

—Está ocurriendo.

Blaine no preguntó qué.

—¿A qué distancia?

—Sólo recibo una lectura de flujo. Todavía no es estable, pero lo será. ¡Es tremenda! ¡Dios santo! ¡Blaine, es el mejor registro de un nuevo suceso Alderson que jamás haya conseguido nadie! Ya podemos abrir el campo visual.

—¿A qué distancia, doctor Buckman?

Buckman sacudió la cabeza con vigor.

—¡Fluctúa de un lado a otro! La estrella nueva debe estar pulsando. Está recorriendo el arco. Medio millón de kilómetros de extensión. Más. Si ya tuviera una cierta estabilidad, sería posible que pudiéramos Saltar mientras pasa por nosotros.

—Informaré a las otras naves.

—Es lo bastante fuerte como para que hasta los instrumentos de la Marina lo recojan, pero adelante —Buckman se dedicó de nuevo a su consola.

Blaine usó el intercom del salón.

—Kevin. Buckman dice que ya está aquí. Alertaré al
Agamenón
.

—Agamenón, aquí
Simbad
. Suceso Alderson detectado en nuestra proximidad. Transmito datos de Buckman con este mensaje. Sugiero que converjan sobre el probable emplazamiento del punto Alderson. También le envío este mensaje a la
Atropos
. Blaine.

Esperaron. Dos minutos después llegó la respuesta.


Simbad
, aquí
Agamenón
. Vamos de camino a tres g. Repito, a tres gravedades estándar. Avanzaremos hacia ustedes, pero permaneceremos entre el punto-I y la salida a Nueva Cal.

—No le hace falta mucho tiempo para tomar decisiones —comentó Renner—. Se encuentra a unos veinte segundos luz detrás de nosotros, aunque no va a donde vamos nosotros. Puede arribar al punto de Salto a Nueva Cal en… —tecleó a toda velocidad— unas cinco horas, a partir de ahora. Y la
Atropos
se halla delante de nosotros. No sé cuál es la mejor táctica.

—Depende demasiado de lo que salga de ahí —afirmó tajante Chris Blaine.

—¿Qué pasa? ¿Qué está sucediendo? —Joyce se deslizó fuera de su camarote, ajustándose deprisa las ropas—. ¿Pajeños? ¿Han salido?

—Aún no —contestó Blaine—. Lo harán.

—Sí —acordó Renner—. Doctor Buckman, ¿se han estabilizado ya las cosas?

—Sí, Kevin, empiezan. ¿Ve cómo el punto-I avanza rápidamente hacia nosotros a lo largo del arco y despacio de regreso? Creo que estamos viendo pulsaciones irregulares en la protoestrella.

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