El tercer brazo (25 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Comprendo. De acuerdo. Además, ya he dicho que pronunciaría el juramento.

—¿Capitán de fragata Cohen? —preguntó Mercer—. No me cabe ninguna duda de que la Marina ya ha realizado una investigación exhaustiva de la señorita Trujillo, ¿Tiene alguna objeción su servicio?

—No lo creo. Joyce, ¿entiende usted lo que va a hacer? De manera voluntaria se está poniendo bajo las restricciones del Acta de Secretos Oficiales. Los castigos pueden incluir el exilio de por vida en cualquier mundo de la elección de Su Majestad.

—Sí, lo sé. Gracias por la advertencia. Pero éste es el único modo en que podré averiguarlo alguna vez, ¿no? Y si los pajeños de verdad van a salir, será la noticia más grande jamás contada.

—Si los pajeños de verdad van a salir, significará la guerra —apuntó MacDonald—. Y usted se hallará bajo las restricciones de los tiempos de guerra.

—¿Se opone a incluir a la señorita Trujillo en nuestra familia oficial de consejeros? —preguntó Mercer.

—No, milord. En realidad, no.

—Muy bien —dijo Mercer—. Adelante con ello. Señor Armstrong, haga los honores.

El secretario de la Comisión manipuló los controles de su propia computadora.

—Señorita Trujillo, si es tan amable de situarse de cara a Su Alteza. Levante la mano derecha y lea en la pantalla que hay delante de usted.

—Lo primero es lo primero —comentó Mercer—. Almirante Cargill, supongo que ya ha enviado una señal de alerta a todas las naves en el sistema, ¿no?… Gracias. ¿Y de qué naves disponemos?

—Es un momento poco oportuno —repuso Cargill—. Tenemos tres fragatas en tránsito desde el Escuadrón de Eddie el Loco hacia Nueva Cal…

—Dios es bueno —musitó Bury. Los otros tres se volvieron hacia él, y sonrió como una calavera—. Consiguieron pasar. El punto de Salto no se ha movido desde… ¿hace dos semanas?

—Sí, pero todas las naves necesitan reparación. No sirven de mucho. Luego, un crucero de batalla clase soberano con tres cruceros de batalla de clase general y un grupo mixto de naves ligeras de escolta han saltado hacia el Ojo hace trescientas horas. No hay modo alguno de mandarlos volver salvo enviando tras ellos una nave mensajera. No tenemos nada más cerca del Escuadrón de Eddie el Loco. Doctor, ¿tiene alguna maldita idea de dónde deberíamos situar una segunda flota?

—Ésta es sólo una primera estimación —indicó Buckman.

Después de un momento, Cargill dijo:

—Adelante.

Jacob Buckman apretó algunas teclas. Una serie de números aparecieron en todas las consolas.

—Ahí. Y quizá ahí.

—Mmhh… —Renner miró la pantalla—. Correcto. Casi con toda seguridad aparecerá un punto de Salto en MCG-R-31. Es una estrella pequeña a once años luz hacia el borde de la figura del Hombre Encapuchado. A ocho años luz de la Paja. Luego tal vez tengamos uno en MGC-R-60, una estrella más brillante situada un poco más cerca de la Paja, pero ése conduciría al interior del Ojo de Murcheson. Aparte de eso… ¿Jacob? ¿Algo en el mismo Saco de Carbón?

—Es probable que no, pero incluso así, el Ojo de Murcheson es el que domina.

—De modo que es sólo esa… enana roja —intervino Mercer—. Bueno, hemos de poner algo ahí, y prefiero que sea ahora. ¿De qué disponemos?

—Tenemos el
Agamenón
de Balasingham —contestó Cargill—. Es un crucero clase Menalaus. Buena nave. Imagino que está preparado, Balasingham, ¿no?

—Almirante, Podemos partir tan pronto regrese a bordo —repuso el comandante Balasingham—. Transmití órdenes de reunir a la tripulación y repostar en cuanto comprendí lo que estaba exponiendo el doctor Buckman.

—Luego tenemos la fragata Atropos —prosiguió Cargill.

—Señor, también me tomé la libertad de solicitarle a su capitán que pusiera dicha nave en alerta total —comentó Balasingham.

—Bien —dijo Cargill—. Por desgracia, Su Alteza, a excepción de algunas naves mensajeras y mercantes, no hay nada más. El crucero de batalla Marlborough se encuentra en los astilleros, pero hará falta un pequeño milagro para sacarlo de allí en menos de un mes.

—¿Nada de camino aquí?

—No en un mes —contestó Cargill—. Mandaremos mensajeros para juntar a duras penas lo que podamos encontrar, pero…

—La conclusión es que apenas disponemos de lo suficiente para hacer vigilar el nuevo punto Alderson —anunció Mercer—. Dos naves.

—Tres, Su Alteza —indicó Bury.

Mercer le lanzó una mirada penetrante.

—Horace, ¿se encuentra bien?

Bury intentó reír. El sonido que salió fue más horrible que humorístico.

—¿Por qué no habría de estarlo? Alteza, ha sucedido lo peor. Los pajeños andan sueltos.

—Eso no lo sabemos —comentó alguien.

—¿Saber? —demandó Bury—. Por supuesto que no lo sabemos. Pero resulta… más fácil pensar así. Alteza, no hay tiempo que perder. Llevemos lo que tengamos al nuevo punto Alderson. Kevin, imagino que tú y Jacob sabéis dónde va a aparecer, ¿verdad?

—Lo bastante cerca como para que el gobierno se ponga a trabajar. No es un punto, es un arco de cuatro minutos luz de longitud —repuso Renner.

—Entonces, nos vamos. El
Agamenón
, la
Atropos
y el
Simbad
.

—¿Por qué el
Simbad
? —preguntó el capitán Balasingham—. ¡Ni siquiera va armado!

—Quizá se sorprendiera —dijo Mercer—. Jacob, ¿irá usted con ellos?

Buckman asintió.

—Esperaba ir. Y preferiría más trabajar en el
Simbad
que en una nave de la Marina. Recuerdo tratar de hacerlo a bordo de la MacArthur. Todo el mundo se consideraba con derecho a cruzarse en mi camino, bloquear mis observaciones, mover mi equipo…

—Renner, usted no puede ir a nuestra velocidad —dijo Balasingham.

Renner se encogió de hombros.

—No nos quedaremos tan atrás. Lo peor que puede suceder es que sólo seamos testigos; en ese caso, podremos volver con informes. Su destrucción copará las noticias.

Bury frunció el ceño de mal humor.

—Supongo que esa tal Trujillo… sí, desde luego. Después de todo, habría ido con nosotros al Ojo. Deberíamos partir ahora. Ahora. Alá es misericordioso. Puede que aún lleguemos antes que los pajeños. Debemos llegar antes que ellos.

3
Comunicaciones

En el nombre de Alá, el más benevolente, siempre misericordioso.

Decid: Busco refugio con el Señor de los hombres, con el Rey de los hombres, del mal de aquel que sopla tentaciones en las mentes de los hombres, que sugiere pensamientos malignos a los corazones de los hombres… de entre los genios y los hombres.

Al-Qur’an

—Te llevaría conmigo si pudiera encontrar cualquier clase de excusa —le dijo Kevin a Ruth en su última noche juntos—. Buena o mala.

—¿Me llevarías?

—Sí. Vamos atestados como mil infiernos, lo sabes. Hemos soltado parte de la cocina, llevamos un depósito expulsable… —Ella no le creyó—. Cariño, cuando regresemos al Imperio, será un acontecimiento. Contacta conmigo entonces, ¿eh? Tienes mi número de trabajo.

—Yo te di el mío —bajó la vista a las mangas de su uniforme. Le acababan de incorporar los tres círculos de capitán de pleno rango—. Claro que lo más probable es que nos encontremos en distintos sistemas solares.

Y de verdad pareció un adiós.

Desde Nueva Escocia al Salto llevaría casi dos semanas. El
Agamenón
y la
Atropos
partieron después, pero se movían a dos gravedades de fuerza propulsora. Saltarían justo por delante del Simbad. Éste podría ganarles en llegar allí con el depósito expulsable de combustible adicional; sin embargo, Kevin se negó a someter a Bury a más de una g. Habría preferido menos.

Este viaje no era como el de Esparta. El
Simbad
parecía un crucero diferente. Las actitudes habían cambiado.

Sin Mercer, la zona de almacenamiento de la cocina llevaría un cargamento más apropiado para su misión. No importaba mucho. La cocina del
Simbad
estaba diseñada para alimentar a Horace Bury: crear pequeños y saludables platos ricos en sabor para un hombre cuyas papilas gustativas casi habían desaparecido debido a la vejez. Ahora el programa también servía a Renner. Además, Kevin podía hacer dieta entre los soles, cuando los alimentos frescos no eran disponibles. Blaine, hijo de un lord pero también hombre de la Marina, no esperaba nada mejor. Buckman jamás se daba cuenta de lo que comía, y en cuanto a Joyce Mei-Ling Trujillo…

—Señorita Trujillo, ¿recibe una alimentación adecuada?

—El teniente Blaine también me lo preguntó. Como cualquier cosa que haya allí donde esté la historia, señor Renner. Diría que ha puesto una mesa estupenda, pero… ¿ha comido alguna vez rata veteada? A propósito, con el tiempo me llamará Joyce, ¿verdad? Empiece ahora.

Quizá Bury obtuviera alguna satisfacción de lo que Joyce no sabía que se estaba perdiendo. No se esforzaba mucho por evitarla; no era lo bastante ágil. En su presencia podía ser amable, pero la llamaba Trujillo.

Y así en la nave empezaba a establecerse una rutina, y Kevin Renner disfrutaba de su libertad.

Libertad. Ridículo. Estaba rodeado de gente, de paredes, de obligaciones… y, no obstante, éste era su lugar de poder. El yate de Horace Bury, aunque él era el oficial superior de Bury en el Servicio Secreto. El
Simbad
iba donde él deseaba… salvo que con el Imperio del Hombre en juego, era mejor que su deseo llevara al
Simbad
directamente a MGC-R-31.

A lo largo del último cuarto de siglo, Kevin Renner y Horace Hussein Bury habían desarrollado rutinas y rituales. Uno era tomar café después de la cena.

—Es bastante atractiva —comentó Bury. Sorbió el líquido espeso y dulce—. Conozco planetas donde se la podría vender a un precio alto. —Emitió una risita baja—. No tantos como había antaño, gracias a nuestros esfuerzos. Quizá podríamos organizarlo para usarla como cebo…

—Sería buena para eso. Por una historia lo suficientemente buena, se presentaría voluntaria —dijo Renner. Bury se mesó la barba y aguardó—. Sólo era una conjetura —añadió—. En realidad, no he pasado mucho tiempo con ella.

—Eso he notado.

—Sí. Bueno, achácaselo a las complicaciones. Ahora mismo disponemos de todo el tiempo del mundo, pero ello podría cambiar. O no. Lo más probable es que pasemos seis meses aburridos en un sistema solar vacío, hasta que llegue una flota Imperial y nos eche.

—En ese caso, la señorita Trujillo estará desesperada por distracciones —comentó Bury—. Supongo que de cualquiera dispuesto a proporcionárselas.

—Hmm. La verdad, Horace, es que me siento bien… libre de trabas.

—«El Diablo soltó su aliento pues su corazón estaba libre de cargas.»

Renner sonrió.

—Algo parecido. —«Y quizá ella quiere algo que yo no soy capaz de proporcionar…»

—No puedo decir que Alá no ha sido misericordioso. No conviene abusar mucho de Su misericordia —dijo Bury.

—Y ésa es la verdad. Llegaremos muy pronto al punto-I. Y lo que esté pasando allí quizá mande al infierno el ocio de todos.

—Sigo sin entenderlo —repuso el honorable Frederick Townsend—. Y creo que nunca lo conseguiré.

—Lo siento —dijo Glenda Ruth.

Miró en torno al salón de la nave. «Creo que conozco cada remache y juntura.» El
Hécate
no era mucho más grande que una nave mensajera. Era rápida, pero no muy cómoda. Freddy Townsend la había comprado para correr, no para viajes de larga distancia. Se habían añadido compartimentos para el abastecimiento de la nave y para un empleado; no obstante, todo resultaba apretado.

—Debería haber ido con Kevin… —comentó.

—Tampoco hace falta que empieces de nuevo con eso —cortó Freddy—. Supongo que sí podrías haber ido con ellos, pero ¿por qué? Me encanta hacerte el favor. Me gusta hacer cosas por ti. Como debes saberlo. Sin embargo… —Alzó la vista con irritación cuando Jennifer Banda entró en el salón—. La cena en media hora. Creo que iré a cambiarme.

Frederick Townsend insistía en vestirse de etiqueta para la cena. Al principio había parecido un poco absurdo, pero por lo menos rompía la monotonía. En su mayor parte la nave estaba automatizada, con una tripulación compuesta sólo por el ingeniero, Terry Kalcumi. El único empleado era George, un timonel retirado de la Marina, que hacía de cocinero, mayordomo, asistente y, a veces, también pilotaba la nave. Tener una cena casi formal cada día le daba algo que hacer a todo el mundo.

Antes de hablar, Jennifer esperó hasta que Freddy hubiera dejado el salón.

—¿Interrumpo algo serio?

Glenda Ruth se encogió de hombros.

—No más serio que de costumbre. Aunque me alegro de que hayas entrado.

—Estás volviendo loco a ese muchacho —dijo Jennifer—. ¿Seguro que quieres hacerlo?

—No, no estoy segura de que quiera hacer eso.

—¿Deseas hablar de ello?

—En realidad, no. ¡Sí! Freddy es demasiado educado para decir: «Fuiste a la cama conmigo cuando realizamos el viaje después de la graduación, entonces, ¿por que no quieres dormir conmigo ahora?».

—Oh. No lo sabía. Quiero decir, sé lo que ha pasado desde que salimos de Esparta. O lo que no ha pasado. ¡Glenda Ruth, no me extraña que se esté volviendo loco! Quiero decir… —Jennifer calló.

—Conozco lo que tiene todo el derecho de esperar.

—Bien, entonces, ¿por qué? ¿Una mala experiencia la primera vez?

—No —la voz de Glenda Ruth sonó muy baja y débil—. No fue una mala experiencia. —Silencio; luego—: Tú estudiaste a los pajeños.

Jennifer sonrió.

—Pero fui educada por un grupo completamente humano.

—Correcto. Yo adquirí actitudes de los pajeños. Considera que puedo negarme a emparejarme. Desde los doce hasta los diecisiete años disfruté con ello. Luego considera que puedo negarme a quedar embarazada.

—¿Freddy?

—Sí. Claro. Le conozco desde que compartimos una cuna. Apenas teníamos un mes… lo cual era perfecto para que los dos llegáramos a conocer nuestros cuerpos. Algo que no era probable que aprendiera de los pajeños. Jennifer, me gustaría mucho poder contarle todo esto a él.

Jennifer se hallaba cerrada como una figura inmóvil en su sillón de malla.

—Ruth, aún no he oído ningún problema.

—A veces lleva un rato hasta que siento las vibraciones. En especial con actitudes vagas, oscuras. ¿Sabes? —La cara de Glenda Ruth estaba vuelta a un costado, mirando el universo en una pantalla ventana-cuadro—. Mis padres no consideran correcto que tome a una pareja de cama antes de casarme, o, por lo menos, de comprometerme, pero no están seguros, de modo que puedo vivir con ello. Los padres de Freddy sí están seguros; no obstante, también puedo vivir con eso. —Glenda Ruth se volvió—. Pero Freddy tal vez está medio convencido de que sus padres tienen razón, y fue dos meses después del viaje cuando me di cuenta de ello, y estaba bailando con él, y a lo que llega es a esto. A propósito, de verdad agradezco que estés escuchando.

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