—Sí. Boom y se calma, boom y se calma, boom. Cuando la protoestrella deje de soltar llamaradas…
—Bueno, en los próximos cien mil años no dejará de hacerlo del todo.
—Cuando se tranquilice, entonces. El punto-I se hallará delante, ¿verdad? Más cerca de la
Atropos
que de nosotros, y todavía fluctuando un poco.
—Como conjetura, Kevin. Esto es una primicia en todos los aspectos. El colapso de la Protoestrella de Buckman en la Estrella de Buckman.
—Todo es conjetura, pero démosle a la
Atropos
más o menos cuatro horas y media. A una g, a nosotros nos llevará unas ocho.
—Pero usted y Buckman no creen que dispongamos de cuatro horas —dijo Blaine.
—Lo sé —comentó Renner—, pero no puedo ir a más de una g sin matar a Bury.
—No te preocupes por mí —dijo Bury detrás de él—. Permaneceré en mi cama de agua. Nabil la está llevando ahora al salón.
—Una y media, entonces. No más —indicó Renner—. De acuerdo, tan pronto como te metas…
—¡Se estabilizó! —gritó Buckman.
—¿Como lo sabe?
—Ha salido una nave. ¡Ahí hay otra! A una distancia de uno o dos segundos luz.
Renner pasó las imágenes a su pantalla.
—A unos tres segundos luz delante de nosotros. Más cerca del
Simbad
que de la
Atropos
…, tres naves. —Los dedos de Renner bailaron. Sonó una alarma con estridencia; bajó el volumen de un manotazo. «Prepárense para la aceleración»—. Cuatro naves. Cinco.
Los motores del
Simbad
se encendieron. Los objetos flotaron hacia popa.
—Aparecen bien separadas. La estrella aún debe estar ardiendo, el punto-I todavía inestable.
—Misericordia de Alá —musitó Bury—. Rápido, Nabil, méteme en la cama de agua.
—Debo asegurarla a la cubierta —explicó Nabil con calma. El viejo y pequeño asesino se movía con facilidad en lo que se había convertido en media gravedad de atracción.
—Seis. Siete —dijo Renner—. Hasta ahora siete. Blaine, será mejor que nos ponga en comunicación con la
Atropos
.
—Entendido. En ello.
—¿Qué sucede? —demandó Joyce Mei-Ling desde la puerta del salón.
—¡Asegúrese para la aceleración, maldita sea! —gritó Renner—. Que toda la tripulación se asegure. ¡Nabil, hazme saber cuando acabes!
—La cama está fijada. Si no gira demasiado, puedo introducirle en ella cuando nos hallemos en marcha.
—Me mantendré en una g hasta que hayas terminado. ¿Todo el mundo asegurado? Buckman, ¿está agarrado a algo? Aquí vamos.
El
Simbad
subió a 1 g.
—Se dispersan —anunció Renner.
—Deben haber pasado a diferentes velocidades —dijo Blaine—. Hasta ahora sólo es inercia.
—Claro.
—Se dispersarán —afirmó Bury—. Claro que lo harán. Siete naves. Llevan años preparándose para esto. Kevin, ¿podemos interceptarlas a todas?
—Poco probable. Los pajeños no son capaces de soportar tanta sobrecarga de gravedad como nosotros, pero no hay modo de que tres naves puedan perseguir a siete. No con tanta ventaja inicial como disponen.
—
Simbad
, aquí
Agamenón
. ¿Qué está pasando, Blaine?
—Hasta ahora siete naves pajeñas —repuso Blaine—. Delante de nosotros, y alejándose con la inercia en siete direcciones. Le pasaré los datos que tenemos —apretó unas teclas, y la computadora transmitió lo que almacenaba. Datos anticuados en veinte segundos y pico sería mejor que nada.
Casi pasó un minuto.
—Blaine, dispondrán de abundante tiempo para recuperarse de la conmoción del Salto antes de que lleguemos allí —anunció la voz de Balasingham—. Dando por hecho que cada una acelere por su curso actual, y concediéndoles algo parecido al rendimiento que mostraron las naves pajeñas en el punto del bloqueo, no vamos a ser capaces de capturar a más de cuatro. Máximo cinco, y ello asumiendo que podamos incapacitarlas sin que ofrezcan mucha resistencia, lo cual es asumir demasiado. Maldición…
Pausa; luego Balasingham dijo:
—Creo que es momento de cambiar de táctica. Le estoy ordenando a la Atropos que avance hacia el punto-I y que se prepare para perseguir a las naves pajeñas. Eso la acercará a ustedes. Voy a hacer retroceder al
Agamenón
para bloquear la salida de este sistema. Nuestro punto de entrada no habrá cambiado tanto para que tenga importancia. Nunca las cogeremos a todas, pero quizá podamos embotellarlas aquí.
—No es nada probable —musitó Blaine—. Pero supongo que es lo mejor que se puede intentar.
—Capitán Renner —continuó Balasingham—. Se le entregaron órdenes selladas cuando dejó Nueva Escocia. Para abrirlas cuando yo lo indicara. Mis órdenes eran que se lo informara cuando la situación quedara fuera de mi control. En este momento le ordeno que abra esas órdenes.
»Descubrirá que su servicio en la Reserva como capitán se ha activado, y queda al mando de esta expedición con el rango titular de comodoro. No se qué puede hacer usted, pero yo sí que no soy capaz de pensar en nada. Le estoy ordenando al capitán Rawlins en la
Atropos
que se ponga bajo su mando.
»Señor, ahora cambio de curso para guardar el punto Alderson a Nueva Caledonia. Si quiere que haga algo más, dígamelo. Agamenón fuera.
—Por el ombligo de Dios —musitó Renner.
—Kevin, ¿he oído bien? —demandó Bury.
—Eso parece —repuso Renner—. Yo también lo oí.
—Pajeños —dijo Joyce desde algún lugar de popa—. Chris…
—Luego.
—Sí, pero… ¡Chris, son pajeños!
—¡Joyce, es una historia estupenda, pero no hay tiempo! —gritó Chris—. Capitán, las dos primeras naves pajeñas se encuentran bajo aceleración. Deben estar automatizadas; los pajeños aún no se habrían recuperado.
—Me pregunto en qué clase de computadora confían para que trabaje tan pronto después de un Salto —comentó Buckman.
Chris Blaine examinó la pantalla de la computadora.
—Continúan en sus cursos originales. Mi suposición es que todas harán lo mismo.
—Dispersarse y perdernos —dijo Renner—. Sólo siete naves, y no veo ninguna más…; de hecho, he perdido a una. Habría imaginado que enviarían a más.
—Yo también —acordó Blaine—. Quizá no pudieron.
—Las naves espaciales son caras —indicó Bury. Sonaba bastante cómodo bajo 1,5 gravedades—. Requieren muchos recursos, de distintos tipos. Una sociedad compleja.
—Lo que tal vez quiera decir que tienen problemas —expuso Renner—. Jacob, ¿en qué parte del sistema de la Paja estaría su extremo de la línea de transporte?
—Bastante lejos. Mucho más allá de la órbita de su gigante gaseoso, Paja Beta.
—Nunca examinamos las civilizaciones troyanas —comentó Renner—. Quizá deberíamos haberlo hecho.
Media hora después resultó bastante claro. Chris Blaine fue al salón para explicárselo a Joyce y a Bury.
—Hay siete naves pajeñas. Cinco se encuentran bajo aceleración máxima en cinco direcciones distintas. Una se ha perdido, para nosotros, el
Agamenón
y cualquier otro. Tal vez la encontremos. Tal vez no.
—Misericordia de Alá —musitó Bury—. ¿Y la séptima?
—La séptima se dirige directamente hacia nosotros, Excelencia.
Bury se mesó la barba.
—Entonces, querrán hablar.
Joyce Mei-Ling miraba la pantalla. De pronto señaló a la nave pajeña. Mientras observaban, un rayo láser parpadeó encendiéndose y apagándose.
—Como usted dijo, Excelencia. Si me disculpan… —Blaine regresó a su puesto de servicio y se volvió hacia Renner—. En apariencia quieren hablar.
—También nosotros —repuso Renner—. Nunca cogeremos a ninguna de las otras. Puede que la
Atropos
lo consiga, pero nosotros no.
—Una de las otras da la impresión de dirigirse al punto de Salto a Nueva Cal —indicó Blaine—. Aunque
Agamenón
estará allí primero.
—Mientras tanto, esa nave viene hacia nosotros —afirmó Renner—. Ah. Están modulando ese haz. Veamos si algo tiene sentido…
—Nave Imperial, aquí la nave pajeña
Filípides
—dijo el altavoz.
—Yo he oído ese nombre antes —comentó Joyce Mei-Ling Trujillo.
—Venimos en son de paz. Buscamos a Su Excelencia Horace Bury. ¿Se encuentra a bordo?
—
Filípides
fue el primer corredor de maratón —explicó Joyce—. Transmitió su mensaje y murió.
Renner y Blaine se miraron; luego observaron a Bury tendido en su cama de agua con una pantalla sobre el rostro. Renner les echó un vistazo a los sensores antes de hablar. El pulso de Bury era regular, las ondas cerebrales indicaban que se hallaba del todo despierto. De acuerdo.
—¿Horace? Es para ti.
Las relaciones exteriores son como las relaciones humanas. Interminables. La solución a un problema por lo general conduce a otro.
J
AMES
R
ESTON
El honorable Freddy Townsend despertó despacio, saboreando cada momento de relajación. Sintió unos ojos fijos en él y se dio la vuelta.
—Hola.
—Hola.
Nadie coloca una cama grande en una nave de carreras. Ello sólo deja espacio para los accidentes. Freddy había subido la doble al
Hécate
en aquel primer viaje con Glenda Ruth. La dejó a bordo para este viaje… Por supuesto, ¿por qué no? Había parecido tan vacía, hasta ahora.
—Chocolate —comentó ella—. ¿Hay algo de chocolate a bordo?
—Tendrás tu deseo aunque deba cultivar yo mismo las semillas.
—Si encuentras algo a bordo, guárdalo bajo llave. Es muy posible que lo necesitemos. —Él se la quedó mirando. Luego alargó el brazo hacia ella en un gesto incierto. Glenda Ruth rió—. No me desvaneceré, ¿sabes?
—Apenas logro comprenderte, y tú siempre sabes lo que estoy pensando. Eso me preocupa. Si sabes tanto de… la gente… gracias a lo que te enseñaron los pajeños, ¿qué saben ellos de nosotros? ¿Todo, incluyendo que nosotros mismos no nos conocemos?
—Quizá no tanto —repuso ella.
—Pero no estás segura.
—Sólo conocí a tres pajeños. Y tenían que ser los tres más inteligentes que había disponibles. Quiero decir, ¿a quién enviarías tú como embajadores ante otra especie, ante un imperio que amenazaba a toda tu especie?
—Sí, probablemente tienes razón. —Esta vez la cogió con firmeza de los hombros y la acercó a él.
Les llevaría seis días cruzar el punto de Salto hacia MGC-R-31.
Más tarde, en una espléndida mañana, Glenda Ruth dijo:
—Deberías dejar que Kakurni te enseñe algunas técnicas de lucha.
Freddy aún no estaba del todo despierto. Abrió los ojos despacio y con cuidado.
—¿Terry? Desconozco que sepa alguna. Los inuit son un pueblo pacífico y agradable que en realidad saben de máquinas.
—Los tanith no lo son. Tuvieron trescientos años de lucha encarnizada. Terry Kakurni es medio tanith.
—Mmm…
—Y quizá cinco por ciento de superhombre de Sauron, Freddy. Debe saber algo.
Freddy se sentó de golpe.
—¡Por mi lagarto! Kakurni ha sido mi ingeniero… Glenda Ruth, ¿cómo sabes eso? ¡Apenas le conoces!
—Empecé a observarle porque no quiero que Jennifer sufra. Parecía como si ella y Terry estuvieran, mmh, cortejándose.
—Durante cuatro años, cinco, ha mantenido en perfecto estado mi nave.
—Es un buen hombre, Freddy, pero me he fijado en algunas cosas. Le he observado moverse. ¿Intentó cocinar para nosotros una vez?
—Ugh. Debí habértelo advertido. En una carrera sólo vamos nosotros dos. Yo tomo platos precocinados. Es mejor.
—Los Sauron eran soldados perfectos. Marchan durante una semana sin dormir. Toleran cualquier nivel de luz solar, cualquier gravedad. Respiran cualquier atmósfera, no les molesta el hedor. Duermen en cualquier parte, se despiertan al instante. —Hizo una pausa—. Comen cualquier cosa orgánica. Cualquier cosa.
—Oh. Supongo que era de esperar. De acuerdo, así que es en parte… Sauron. ¿Sabes?, los hay leales. Kakurni sirvió seis años en la Marina. Se licenció con honores con el rango de ingeniero jefe.
—No importa.
—En algunos sitios sí que importa —afirmó Freddy—. Me alegro de que no lo supieran cuando corríamos en el sistema de Ekaterina. Me alegra que yo no lo supiera. Habría estado demasiado nervioso.
—No obstante, ganaste.
—Claro. No sabía que tú… Tú no sigues las carreras. Maldición, a veces me asustas.
—Uuuh.
—Sí, uuuh. Demos lecciones los dos.
Habían estado en el sistema de Nueva Cal cuatro días; les llevaría seis más a través del punto de Salto hasta MGC-R-31. ¿Seis lecciones de cómo ser un soldado Sauron?
—Oh, Freddy, eso es… —Se detuvo.
—No ibas a…
—¡No, no porque yo sea una chica y tú un chico! Los Mediadores no pelean. Claro, demos lecciones los dos.
Terry Kakurni tenía un aspecto duro y redondo. Un poco más alto que Glenda Ruth pero con más de la mitad del peso de ella. Cuando el Hécate corría y toda la masa innecesaria había sido desmontada, dormía en el compartimento del motor. Ahora había instalados tres tabiques para hacerle un camarote justo delante del compartimento del motor, aunque no había hecho gran cosa con él.
—Pelado como la sala del motor —le dijo Freddy a Glenda Ruth—. Supongo que tiene sentido… ¿Estás segura de su ascendencia?
—¿Quieres preguntárselo?
—No, no creo que…
—Tal vez él no lo sepa.
—Por supuesto.
Freddy llamó a la puerta del compartimento de la sala del motor.
Se abrió.
—Sí, sí —Kakurni vio a Glenda Ruth y salió a la escalera de cabina, cerrando la puerta a su espalda—. ¿Me necesitas para relevar a George en la guardia?
—No, seguimos nuestro curso. Quería preguntarte una cosa, Terry. Tú serviste en la Marina, seguro que aprendiste a luchar… —Kakurni asintió— ya sabías. En cualquier caso, cuando dejamos Esparta estabas al corriente de que intentaríamos llegar a la Paja. Bueno, tal vez sea peligroso. Nos preguntábamos si podrías darnos algunas clases.
Kakurni observó a Freddy, luego a Glenda Ruth, y despacio sacudió la cabeza.
—No sería una buena idea. Sólo con cuatro días, aprenderíais apenas lo suficiente para meteros en problemas. Si se presentan problemas, vosotros habláis, yo lucharé. —Sonrió, algo que le marcó unas pequeñas arrugas en los extremos de los ojos—. Mejor que si yo hablo y vosotros peleáis. Jennifer también es buena hablando. ¿Sabemos ya con certeza si vamos a ir a la Paja?