—Sí.
Terry no fue capaz de aguantarse.
—Nos estamos acercando a una estructura grande. ¿Es su hogar?
Una pausa momentánea; luego, Victoria repuso:
—No. ¿Chocolate?
Freddy no se movió hasta que Glenda Ruth abrió el cacao y se lo metió en las manos. No, él no era capaz de leer las mentes, pero ella estableció contacto visual y pensó con intensidad: «¡Sí, Freddy, Victoria intenta distraernos, sí, oculta algo, Freddy, cariño, pero por mi lagarto que queremos el chocolate! ».
Freddy se puso manos a la obra, midiendo de forma meticulosa el polvo, agitándolo con agua caliente, añadiendo el producto de protocarbono básíco que la mayoría de las tripulaciones llamaba leche. Lo sirvió en bulbos de plástico y le pasó uno, tibio, a la Mediadora. Los otros los puso a calentar en el microondas.
Victoria se dedicó a beber sin esperar. Se le agrandaron los ojos.
—Extraño. Bueno. —Sorbió de nuevo—. Bueno.
—Esto es lo más ínfimo que puede ofrecerles el Imperio. Más importante es el encuentro de dos mentes distintas.
—Espacio para vivir.
La paciencia de Terry era escasa.
—¿La ciudad?
—Son recursos, Terry —repuso Victoria—. Los tomaremos.
—Eh-h. Queremos observar la batalla desde su mismo emplazamiento —dijo Terry Kakumi—. Si…
—No es una batalla, Terry. Es control de plaga. No hay Amo ahí, ni Mediadores, ni siquiera Ingenieros.
—Entonces, ¿qué son? Nos están disparando.
—Relojeros y… no sé cuál es su palabra. Sólo animales, Pequeños animales destructivos, peligrosos cuando se los arrincona. Lisan recursos que necesitamos nosotros.
—Alimañas —dijo Glenda Ruth.
—Gracias. Alimañas. Sí, están disparando, pero podemos protegernos. ¿Qué es lo que desean?
—Quiero ir con usted, con una cámara.
Terry cogió el bulbo que le pasó Glenda Ruth, mas no bebió. Ella sorbió el chocolate: un pelín demasiado caliente, y eso era bueno. El calor mataría lo que las yemas de sus dedos le habían añadido al cacao.
—Verá nuestras armas en acción. Conozco su naturaleza, Terry Kakumi. Guerrero-Ingeniero, todo lo que puede aproximarse su especie generalista. Pero capacitado para hablar bien.
Freddy suprimió una sonrisa; pero Terry exhibió los dientes.
—Uno no usaría sus armas pesadas para un control de plaga. Sea lo que fuere que tanto la avergüenza, es algo que debemos conocer. Más tarde sería peligroso. Las sorpresas desagradables engendran sorpresas desagradables.
La pantalla se aclaró. Caos brillaba ante sus espejos. Los Relojeros de la
Cerbero
habían sacado una sonda a través del Campo.
Victoria bebió, y meditó, y dijo:
—Se lo preguntaré a Ozma.
Merlín anidaba en la parte delantera de la cabina. Era joven, con un pelaje blanco puro que anhelabas tocar; jamás había sido hembra. Pasaba la mayor parte de su tiempo observando a los humanos y —si Glenda Ruth en verdad estaba aprendiendo lo elemental de la lengua de los captores, si había juzgado correctamente el lenguaje corporal— hablando de ellos con Victoria, el Médico, los Ingenieros, los Guerreros. Los Amos formulaban preguntas y daban órdenes. No parecían inclinados a la conversación innecesaria, ni siquiera con otros Amos. Pero sí hablaban.
Ozma, un Amo más viejo y con toda claridad superior a Merlín (¿su padre?), vivía en alguna parte fuera de la vista, detrás de la nueva y grande antecámara de compresión de la
Cerbero
. Hacia allí fue Victoria. Una hora después, el enjuto Mensajero salió a toda velocidad y llamó a Merlín de su sitio en la parte delantera de la cabina.
Terry Kakumi dormía acurrucado en su sillón como un huevo en su huevera. Glenda Ruth le observó, buscando señales de sueños que pasaran por su cara redonda; pero, en realidad, se le veía notablemente relajado para un hombre a punto de entrar en un misterio.
—Lo hace mejor que nadie que conozca —comentó Freddy—. Si sabe que nada va a suceder en los próximos veinte minutos, se apaga como una luz. Supongo que eso es lo que quieren decir con veterano.
—¿Consideras que se trata de la habilidad de un guerrero?
—Nunca se me habría ocurrido antes. Sauron, ¿eh?
El caótico complejo industrial ya se hallaba bastante más cerca. Su forma había cambiado, había cerrado el hueco dejado por la sección que se había marchado, que aún aparecía a la vista a unos pocos kilómetros de distancia, bajo una propulsión esporádica. Había movimiento en la superficie, un crujido doblemente silencioso: ventanas centelleando (no muchas), pequeños vehículos corriendo por senderos de alambre, espejos ondeando al girar para bloquear una lanza láser, una súbita descarga de… ¿misiles? ¿Naves diminutas?
Haces de color rubí bañaban de forma esporádica a la
Cerbero
sin efecto alguno. Sólo una vez todo el complejo de espejos-vela centró luz blanca con la suficiente energía como para tener que retirar las cámaras. Varios minutos después la pantalla brillaba sólo con un poco de calor rojo. Unos minutos más tarde la sonda volvió a salir, y Caos se mostró casi inalterada.
—Se han quedado sin energía —calculó Jennifer—. ¿Qué creéis que hay ahí? ¿Relojeros y qué?
—Quizá nada que conozcamos —aventuró Glenda Ruth—. Los Relojeros solos podrían haberlo construido. Viste la grabación de Renner: se desenfrenaron por la
MacArthur
y, por último, la convirtieron en algo alienígena.
Un tubo se proyectó casi desde el centro de la estructura, y se extendió, más y más. Como un cañón.
—Aferraos a algo —indicó Jennifer, y alargó el brazo para ajustar las correas de Terry.
Éste abrió los ojos; con un encogimiento de hombros liberó los brazos y acurruco a Jennifer contra su pecho.
La pantalla se volvió negra. En la antecámara de presión Merlín soltó una orden; todas las formas pajeñas manotearon en busca de un asidero.
Cerbero
rotó alrededor de ellos. En la pantalla había un resplandor rojo… anaranjado, amarillo… manteniéndose.
Victoria apareció de repente junto a Merlín, con varias formas pajeñas detrás de ella. Todos se se aferraron a los asideros. Un Mensajero remolcaba uno de los trajes presurizados de ellos.
—Terry, puede viajar con nosotros, desarmado —anunció Victoria. Además, necesitará las manos para la cámara. La hemos restaurado al estado con el que ustedes están familiarizados. No intente dejar a sus escoltas.
Terry cogió la cámara del Ingeniero. Le hizo unos ajustes. Una de las pantallas se iluminó con un primer plano de Victoria, se tornó borrosa; luego, más nítida.
—¿Cuándo? —preguntó Terry.
—Póngase el traje ahora.
El Campo era anaranjado y se enfriaba.
Terry y Freddy examinaron el traje, susurrando. Los trajes presurizados del
Hécate
habían sido confiscados y guardados del otro lado de la antecámara oval de compresión. Eran trajes duros, piezas rígidas diseñadas para deslizarse una encima de la otra, con un casco como una pecera. Ahora un limo verde grisáceo en una bolsa de plástico fláccida iba montado en la Mochila de los cohetes en la espalda del traje. La visión del casco había sido expandida; el visor de protección para el sol había desaparecido; el mismo casco ya no era del todo simétrico.
—¿Confías en él?
—No hay elección, jefe. Estoy aburrido.
Terry se metió en el traje. Antes de que hubiera terminado, el Ingeniero y tres Relojeros ya se habían puesto a trabajar en él. Freddy y Jennifer sonrieron para observar. El estómago de Glenda Ruth era un nudo duro.
Podía morir.
Terry quedó sellado en el interior cuando las alarmas volvieron a sonar. Conocía ésa: ¡Asegurarse contra un ataque!
En el momento en que la pantalla se despejó, Caos se hallaba muy cerca. El tubo aún sobresalía cerca del centro del complejo, pero apuntaba oblicuamente a la Cerbero. De forma más manifiesta, los espejos habían desaparecido…, desgarrados, suspendidos hacia afuera en una configuración de colas de cometas.
—Fue un ataque doble contra nosotros —indicó Terry a beneficio de sus compañeros—. El cañón láser no es maniobrable, pero también hay que quitar los espejos, ¿verdad, Victoria?
Descartó la cuestión con un gesto de la mano.
—La batalla no es mi habilidad.
El movimiento hormigueó alrededor de los jirones de espejo. Centelleos y destellos: comenzó a cobrar forma de nuevo. El cañón láser se sacudió en súbito movimiento, demasiado lento para coger a la
Cerbero
flotando alrededor del límite de la ciudad. Otras naves de la Flota Captora se situaron en posición.
—Vamos —dijo Victoria. Saltó hacia la antecámara de compresión, y Terry, casi tan ágil como ella, la siguió.
Los pajeños no podían desconocer que le estaban mostrando las secciones pajeñas de la
Cerbero
por primera vez, y además que las grababa. Terry enfocaba la cámara allí donde podía. No trataba de captar detalles, sino de buscar aquello que admitiría una investigación ulterior.
No consiguió mucho de eso. Se encontraba en un tubo que se curvaba como un rizo de intestino. Aquí una abertura oscura, aquí una protuberancia y un Guerrero armado aferrándose a asideros, aquí una abertura iluminada y el primer vistazo de un Amo más viejo.
—Me está estudiando. Será mejor que no me detenga —comentó—. Victoria no lo hace.
El tubo terminaba en una caja llena de Guerreros enfundados en trajes presurizados blindados.
Con un gesto Victoria le indicó que entrara. Los Guerreros le observaron… todos.
«Cuarenta Guerreros armados y blindados, y no hay dos armas iguales, dos trajes iguales, y… ése está embarazado, y ése.» Protuberancias nítidas en la armadura, en el lugar donde estaría un corazón humano. Terry dejó que la cámara enfocara a otros cuatro. «Y no sé qué pensar de ésos.»
Había un sillón sólo para él. Tenía un aspecto ortopédico y abundancia de correas. Lo abarcó bien con la cámara antes de sentarse y asegurarse.
«Parece como si un Ingeniero y un Médico hubieran tratado de diseñarlo para una columna vertebral humana. Veamos… No está mal. No muchos hmanos construyeron sillones así de buenos.» La antecámara quedó sellada y Victoria desapareció. «Tres ventanas, una a proa y una a popa… lo que ma… y ésta. Bastardos considerados.» La ventana del centro se hallaba justo delante de su cara. Uno de los Guerreros extraños le pasó a Terry un paraguas grande plegado, casi ingrávido. «Me han tomado por un advenedizo.»
Estaba siendo juzgado. Hablaba debido a los nervios.
La tradición de la familia de Terry Kakumi era no quedarse anclada en la tradición. La flexibilidad era una virtud. Caer de pie algo agraciado. En la anarquía, en la guerra y en la paz del Imperio, en Tanith y en una veintena de otros mundos, sus miembros habían crecido. Pero él y ellos sabían cuál era su ascendencia.
Los Kakumi descendían del linaje de Brenda Curtis.
Brenda Curtis había vivido hacía casi cuatrocientos años. Había tenido seis hijos propios, y más de doscientos pasaron por su granja orfanato en su camino a la edad adulta. Tendían a casarse entre sí porque se comprendían mutuamente.
Brenda Curtis había sido una superhombre Sauron.
Las historias actuales de los centros de procreación Sauron eran del todo imaginarias. Terry no tenía ni idea de qué había escapado su antepasada. Sólo se conocía el hecho concreto de su origen, y eso únicamente lo sabían sus hijos… ¿y sus padres? ¿Quién podía decirlo ahora?
Pero veinticuatro Guerreros pajeños de genes confeccionados a medida estaban a punto de averiguar si un hijo de Brenda Curtis podía cuidar de sí mismo.
No se le pedía que luchara, se recordó Terry. Le juzgarían por el hecho de si sobrevivía.
La caja se sacudió. La popa se definió a sí misma: la ventana quedó envuelta en llamas pálidas. El sillón de Terry rotó; los otros no.
«Me están mimando, supongo.»
Su ojo y la cámara encontraron un cuadro negro contra el fondo de las estrellas, y un puñado de cilindros romos acelerando junto al suyo propio. El negro avanzó despacio a través de las estrellas. El vehículo de tropas impactó contra él con una sacudida y un crujido ominoso.
El vehículo giró con fuerza. La velocidad de salida distorsionó la voz de TerrY. «Hemos atravesado el espejo. Es más fuerte que lo que esperaba. Quizá lo reforzaron después del ataque de la
Cerbero
. Puedo ver un agujero negro irregular… ¡mierda!» Perdigones reventaron la cabina.
Terry ni siquiera había tenido la posibilidad de acurrucarse y protegerse. U llevó un momento comprender que estaba vivo e ileso. El resto…
«Algunos Guerreros han sido heridos, pero lo están ignorando.» Dejó que la cámara mostrara a Guerreros colocar parches de meteoro a terrible velocidad. «El vehículo desacelera con fuerza. La granizada no ha terminado. Quizá podáis oír los impactos, aunque los perdigones ya no le dan al sistema de apoyo vital. También nosotros embestimos. Algo… » Terry aferró los asideros.
El vehículo golpeó con el morro una pared, y sufrió un retroceso atronador.
La visión de Terry se aclaró rápidamente. Uno de los Guerreros extraños ya había abierto un boquete en el casco del vehículo, y los demás salían por ahí. Terry buscó el mecanismo de liberación de las correas.
Los cuatro extraños fueron los últimos en salir.
Terry se soltó y los siguió. «Apuesto cualquier cosa a que ése es un Médico-Guerrero —dijo a su público—. Esos dos son oficiales: mejor armadura, y los artefactos que llevan parecen de comunicación, no armas.» Los oficiales se separaron deprisa. El último pajeño era más compacto, cabeza mas grande, manos más delicadas. «Ése da la impresión de ser un cruce entre Guerrero e Ingeniero. Lo seguiré.»
El paisaje estelar era llamativo, pero los espejos aún resultaban más brillantes. Terry abrió el paraguas plateado… su escudo láser.
Caos se hallaba brillantemente iluminada desde atrás por los espejos. Las tropas estaban entrando en el laberinto de un demente. Uno y otro Guerrero centellearon de rojo; luego, resoplaron gas de color rojo neón. El fuego de respuesta provocó resplandores actínicos entre los capiteles y los bloques. Tropas de Guerreros convergían como un enjambre desde otras direcciones. Las naves de la Flota Captora se hallaban en todos los lados de Caos.
Terry miró atrás una vez. Informó: «El vehículo de las tropas ha resultado destrozado y a nadie le importa. Deben confiar en que su GuerreroIngeniero les construya una forma de regresar. Lo protegerán con sumo cuidado». Pero Terry ya no tenía seguridad de eso. Caos se encontraba muy cerca.