El tercer brazo (43 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Han ido a la Paja —respondió Sally.

—No creí que pudiera sorprenderme —indicó Jock—. Pero lo ha hecho. Lo comprendo. Concédanme una hora. Grabaré los registros que pueda.

—¿En qué lengua? —inquirió Rod.

—En varias. Necesitaré fotografías recientes de Chris y de Glenda Ruth; también de mí mismo.

—Tenemos una reunión.

—Por supuesto. Discutiremos el asunto cuando hayan terminado. —El pajeño calló, y, de algún modo, la sonrisa pajeña fue una expresión de triunfo—. Así que después de todo el caballo aprendió a cantar.

—No había esperado esto —comentó Jennifer—. ¡Estamos infestados de pajeños! Freddy…, ¡Freddy, no puedo dejar de pensar en esta nave como el
Hécate
!

Freddy Townsend miró a su alrededor.

—Sí. La cabina del
Hécate
montada en una nave de nombre desconocido. ¿
Bandido

Uno
? Y le asignaremos números al resto de la flota.

—Podríamos preguntarle… —comenzó Glenda Ruth.

Calló antes de que él gruñera:

—No se lo preguntaré a Victoria. Nos daría el nombre de esta nave pajeña, como si sólo fuéramos una carga bien sujeta.

—Una nave bicéfala —dijo Jennifer—. Con dos capitanes. Nunca hemos visto al Amo que da las órdenes. ¿
Cerbero
?

Cinco Relojeros, dos Guerreros, tres Ingenieros amamantando a dos Mediadores cachorros, la vieja Mediadora que ahora llamaban Victoria, un Amo, un Médico y una variante enjuta y larga que corría de un lado a otro, quizá llevando mensajes, habían establecido sus nidos en la cabina.

La modificación se había producido poco a poco, mientras ellos dormían. Glenda Ruth recordó despertar de cuando en cuando en un cambiante patrón de pajeños de diversas formas. Doce horas de eso, y luego despertó ahogándose y llorando. El Médico los había examinado y, después, le trinó al joven Amo macho al que habían llamado Merlín, quien gorjeó a los Ingenieros, quienes reajustaron los recicladores de aire y de aguas residuales hasta que el aire volvió a su nivel estándar… pero aún era denso debido a los olores pajeños, y todos los ojos humanos seguían rojos.

Las franjas verdes pintadas a lo largo de las paredes habían crecido hasta convertirse en enredaderas, tubos verdes peludos tan gruesos como la Pierna de Glenda Ruth. Los diversos pajeños usaban las líneas para marcar SUS territorios.

Habían convertido la antecámara de compresión original de la
Cerbero
en un lavabo: con diversidad de accesorios. Los Ingenieros también habían trabajado en el lavabo original de la
Cerbero
. Ahora funcionaba mejor.

—Han levantado pantallas. En ambos lavabos —indicó Glenda Ruth—. Ahora sí que estamos hablando.

—¿Podrías decirles que nos dejen algo de espacio?

—Lo volveré a intentar, aunque puedes adivinar la respuesta. Éste es el cuarto más personal que han visto jamás en un solo sitio. —Un Ingeniero llegó con comida. Todos los pajeños se le acercaron a excepción de un Guerrero. Glenda Ruth añadió—: Jennifer, ve a mirar qué están comiendo.

La comida fue democrática: el joven Amo llamado Merlín supervisó la distribución y envió a un Relojero con un plato para el Guerrero de guardia. Merlín miró a su alrededor cuando Jennifer se aproximó. Victoria explicó que era un macho joven; ello no resultaba obvio, ya que ayudaba a amarnantar a los Mediadores cachorros. La presencia humana no le perturbaba. Jennifer miró en torno; habló unas pocas palabras con Victoria.

La Mediadora se deslizó al encuentro de Glenda Ruth. Victoria había estado aprendiendo ánglico más rápidamente de lo que Glenda Ruth era capaz de aprender el Nuevo Nube de Oort.

—¿Sobre comida? —inquirió la Mediadora—. Creo, creí que tenían la suya.

—Me gustaría saber si esto es como lo que nosotros comemos —indicó Glenda Ruth.

—Preguntaré a Médico e Ingeniero.

—Me gustaría darles cacao.

—¿Por qué?

—En el planeta les gustaba el cacao. Si a ustedes les gusta, tendremos algo con que negociar.

—Dijo, lo que hay en caja fuerte son artículos de negociación. No deberíamos coger sin dar. ¿Cacao en caja fuerte?

—Sí.

Victoria acercó su cara chata.

—¡Negocien espacio con nosotros! Más allá del agujero estelar están todos los mundos, todos al alcance de su mano que aprieta. Dennos los mundos, tomen lo que quieran. Cojan herramientas que vean, digan que utensilios desean, Ingenieros los harán. Cojan cualquier casta de nosotros, digan qué forma y clase quieren, esperen, y sus hijos la tendrán.

—No es tan sencillo —repuso Glenda Ruth—. Sabemos cómo crece su población. —Silencio—. Creemos tener una respuesta, pero aún no es fácil. Muchas familias pajeñas deberán trabajar unidas. Del modo en que los pajeños no siempre lo hacen.

—Glenda Ruth, ¿quién es ese Eddie el Loco del que habla?

Glenda Ruth sólo quedó sorprendida durante un momento.

—Pajeños planetarios nos hablaron de Eddie el Loco. Tal vez ustedes lo conozcan por otro nombre.

—Tal vez.

—Eddie el Loco no es una persona, es una especie de persona. La clase Me…, que intenta cambiar cuando el cambio es demasiado enorme para ser detenido.

—Nosotros le hablamos a los niños de Sfufth, el que tira lejos la basura porque huele mal.

—Algo parecido. —¿Sfufth? ¿Shifufsth? No logró realizar ese sonido.

Jennifer se había reunido con ellas, y ahora llevaba al cachorro mayor.

—Hace mucho tiempo tuvimos a un Amo muy poderoso —dijo—. Joseph Stalin poseía el poder de la vida y la muerte sobre su pueblo, que eran cientos de millones —Jennifer miró a Glenda Ruth: ¿paro o sigo? Insegura, Glenda Ruth asintió. Jennifer continuó—: Los consejeros le dijeron a Stalin que había escasez de tuberías de cobre en su dominio. Stalin dio órdenes por todos sitios de una décima parte de la tierra de nuestro mundo, aquello que era de cobre se fundió para fabricar tuberías. Las líneas de comunicación desaparecieron. Piezas de tractores, otras herramientas. Allí donde se necesitaba el cobre, a cambio se convertía en tuberías.

—Sfufth. Le conocemos —dijo Victoria—. A Sfufth se lo encuentra en todas partes, en todas las castas. Sfufth cría Relojeros para venderlos a otros nidos. No hace falta jaula, ellos cuidan de sí mismos.

Jennifer se mostró encantada.

—¡Sí! Hay una pintura en un museo de Paja Uno. —Estaba a punto de transmitir un matiz desgraciado, y Glenda Ruth no podía frenarla—. Una ciudad en llamas. Pajeños hambrientos en disturbios. Un Mediador se sube a un coche para que lo vean y oigan, y grita: «!Regresad a vuestras tareas! ».

Victoria asintió con la cabeza y los hombros.

—Cuando las posibilidades se cierran, Eddie el Loco no ve.

—En el dominio de Stalin —intervino Glenda Ruth—, cincuenta años después. Las cosas cambiaron. Más comunicación, mejores herramientas y transporte. Sus Guerreros se comieron la mitad de sus recursos durante todo ese tiempo, pero las armas que fabricaron fueron las segundas mejores. Dominios inferiores comenzaron a escindirse. Algunos Amos viejos actuaron para tomar el mando del dominio y hacer que todo fuera como antes. La Banda de los Eddie el Loco. —¿Había conseguido transmitir su mensaje? Años de observar a Jock y a Charlie no ayudaban lo suficiente. Demasiado lenguaje corporal de Mediador era consciente; arbitrario. Añadió—: Cuando las posibilidades se abren, Eddie el Loco no ve.

La Mediadora meditó eso. Al cabo dijo:

—Deje que primero veamos el cacao. Por seguridad.

Quería decir: por si es venenoso.

De modo que Freddy preparó cacao para ellos cuatro. «Hazlo caliente», susurró Glenda Ruth… y un bulbo extra para el análisis.

—Demasiado caliente —indicó Victoria cuando lo tocó.

Se lo dio al Ingeniero, quien lo llevó a la parte oculta de la
Cerbero
. La tripulación humana se acurrucó con las cabezas pegadas, bebiendo, con los hombros aislando a los alienígenas que los rodeaban. Freddy había puesto un drama de crímenes en un monitor; quizá Victoria hubiera estado mirándolo, y Merlín lo hacía a intermitencias, pero ningún humano le prestaba atención.

—¿Cómo te está yendo? —preguntó Freddy.

—Bailo a toda la velocidad que puedo, pero el ritmo es demasiado lento. Jennifer, ¿qué comían?

Jennifer pasaba la mano por la espalda del cachorro como si fuera un gato; aunque su mano no paraba de detenerse para tantear la extraña geometría.

—Sólo un plato —repuso—. Una corteza gris alrededor de una pasta gris verdosa que se parecía mucho al protocarbono básico.

—Jen, ¿humeaba? ¿Era caliente?

—No era caliente. ¿Qué es lo que quieres saber?

No se atrevía a contarles mucho, pero debía saber esto.

—¿Cocinan?

—Glenda Ruth, el aire que entra por la nueva antecámara es más caliente que el de aquí, pero no huele a comida.

—De acuerdo.

Miró las caras que la rodeaban. Rostros abiertos, honestos, velados por los pensamientos que pasaban por sus cabezas. ¿Entendían… revelarían demasiado?

Ciertamente, el Ingeniero y el Guerrero estaban infectados. Los huevos de la lombriz bien podían infectar a cada forma pajeña de la cabina de la
Cerbero
. Si eso no llegaba hasta el Amo, entonces un Ingeniero quizá ya lo hubiera transmitido. Pero si un Mediador no se infectaba pronto… no habría nada de lo que hablar. Sólo un Amo convertido en macho estéril, y otras formas mostrando los mismos síntomas, y la culpa bien clara.

2
La Ciudad de las Alimañas

Y en ese estado natural, no hay artes; letras; ninguna sociedad; y, lo peor de todo, está el miedo constante y el peligro de la muerte violenta; y la vida del hombre, solitaria, pobre, desagradable, bestial y breve.

T
HOMAS
H
OBBES

Leviatán

Desde el comienzo Freddy Townsend había estado preocupado por su equipo.

—Sé que somos prisioneros —le contó a Victoria tan pronto como la Mediadora fue capaz de comprender—. Sé que pueden coger lo que deseen.

—Dejar sus cosas en paz si jugamos para ganar —indicó Victoria—. Necesitamos algún material para ahora.

—Bien. Piensan en el futuro. ¿Nos quieren contentos para el futuro?

—Diga a cambio que no queremos que nos odien para el futuro.

—Bien. Bien. ¡Entonces haga que dejen mi telescopio en paz! Es todo este complejo, aquí y aquí, todo este material…

—Los Ingenieros lo mejoran.

—No lo quiero mejor. Lo quiero tal como está —exigió Freddy.

Había observado lo que le sucedió al
Hécate
. Creía —y también Glenda Ruth— que los pajeños le quitarían al telescopio cualquier cosa que desearan, dejando un tubo y dos lentes a ser mejorados para su propia satisfacción.

Debieron convencer a Victoria; ésta debió convencer a uno de los Amos. Días después, el telescopio y sus sistemas computerizados de dirección-búsqueda y grabación de datos aún encajaba con las reglas de carrera del Imperio.

Los dedos de Freddy detrás de su oreja despertaron con suavidad a Glenda Ruth.

El cachorro más pequeño se aferraba a su espalda, una diminuta cabeza asimétrica por encima de su hombro izquierdo, esbozando la sonrisa general; pero Freddy tenía una expresión bastante seria. Glenda Ruth siguió la dirección que señalaba su dedo hacia una pantalla y… ¿qué? ¿La imagen de un calcidoscopio roto? Los números indicaban que estaba mirando hacia popa, bajo una ampliación de cien, por el telescopio de Freddy.

Toda la flota. Vamos hacia eso —dijo Freddy.

Un espejo quebrado contra un fondo negro con polvo estelar…, espejos, montones de espejos, círculos y bandas y chatarra y un triángulo grande. Los espejos no rotaban, pero sí lo hacían algunas cosas que iluminaban, en un eje excéntrico. La luz del sol reflejada por los espejos la hacían brillar como si fuera la Ciudad de Dios.

—La Ciudad de la Esquizofrenia —dijo Jennifer.

Glenda Ruth exhibió una mueca.

—Caos —dijo ella. La capital del Infierno de John Milton. Si éste era el hogar base de la Flota Captora, en verdad que estaban locos.

Caos se veía iluminada desde el fondo, mostrando en su mayor parte negro, pero pudo ver la falta de un patrón, Había bloques y capiteles y tubos, considerable estructura magnífica, muy esparcida. Como un todo artístico—, no era un todo.

—Las ciudades crecen de este modo —comentó Jennifer—, si no hay un plan callejero. Pero ¿en el espacio? Eso es peligroso.

—Peligroso —repitió su cachorro con énfasis. El de Freddy se asomó por entre sus brazos y asintió con sensatez.

—¿Victoria? —llamó Glenda Ruth.

—Está sucediendo algo —dijo Terry Kakumi.

Luz centelleó aquí. allí. Un pedazo de Ciudad Caos se soltó, seis u ocho por ciento del total; roto para usar su sección de espejo como un escudo y se alejó. Una luz rubí chisporroteó en su dirección, tarde.

—Tal vez haya una guerra civil. Quizá un vehículo salvavidas se aleja de nosotros. No creo que consideren amiga a la Flota Captora.

—Sí. Terry. ¿Tal vez es como surgen las ciudades pajeñas? Pero ¿de quién es? ¿Victoria? —No hubo respuesta. Glenda Ruth añadió—: Seguro que está dormida.

Los pajeños necesitaban el sueño, o por lo menos los Mediadores.

—Ya llevamos desacelerando dos horas —informó Terry—. Igualando velocidades. Glenda Ruth, debemos ver esto… —El brazo de Terry se alzó como un relámpago para taparle los ojos. Un resplandor rubí llenó la cabina. Un instante después todas las pantallas estuvieron negras.

—Campo Langston —indicó Terry—. El nuestro. No creo que ese sitio tenga uno. Lo siento. ¿Te encuentras bien?

—¡Demonios, nos están atacando! —exclamó Freddy.

—Pero ¿qué? —preguntó Jennifer.

—Buena pregunta.

Cuando no sucedió nada más, al cabo Terry cortó obleas de protocarbono básico para su desayuno. Observaron la pantalla, aunque permaneció negra.

Victoria apareció por la antecámara de compresión. La Mediadora se deslizó por una de las enredaderas grandes, recogiendo bayas rojas; luego, se desvió para unirse a ellos.

—¿Toman chocolate para el desayuno? —preguntó.

Glenda Ruth habló antes de que pudiera hacerlo Terry Kakumi:

—Claro. ¿Freddy? Prepáralo tibio, podremos calentar el nuestro después. Victoria, ¿ha dicho su Ingeniero que es seguro?

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