Los pajeños encontraron la vela de luz, el trompo de Freddy. En unos minutos habían desplegado varios acres de tela plateada para que se inflara delante del morro.
—Eso no añadirá gran cosa a la fuerza propulsora —comentó Jennifer—. ¿Por qué…?
—¿Por qué no? Está ahí —repuso Terry Kakumi—. Un centelleo y es un aparato de señales, otro centelleo y es una protección contra el calor. Les encanta jugar con las cosas.
—Calentará un poco su cabina —dijo Freddy.
Hécate
se deshizo ante sus ojos. Ingenieros y diminutos Relojeros desmontaron secciones del casco y colocaron de nuevo las planchas sobre su Propia nave. Localizaron las cámaras automatizadas que había en el morro, en la cola y en el centro del yate, un modelo aprobado oficialmente, todas idénticas, que los pajeños parecieron encontrar desconcertante. Estudiaron el depósito de combustible del
Hécate
y luego lo dejaron intacto. Trabajaron en el interior del extremo cortado hasta que el Ingeniero fue capaz de soltar un tanque de cristal festoneado con tuberías…
—Maldición. Es nuestro sistema reciclador de aguas residuales —dijo Freddy—. Nos moriremos de hambre.
—Tenemos la taquilla de los dulces —indicó Jennifer—. Provisiones para una semana, tal vez.
—Es un límite de tiempo doble. ¿Nos expulsarán las aguas residuales antes de que nos muramos de hambre por falta de protocarbono básico? Permanezcan en antena.
Los hombres se sentían nerviosos, hablaban para distraerse. Pero Jennifer se hallaba tranquila, incluso feliz, acunando a un alienígena de seis kilos que se agarraba a ella con tres brazos, que le observaba la cara con interés, a veces tratando de imitar los sonidos que ella hacía. Y Glenda Ruth… estaba asustada cuando pensaba en ello, y frustrada, e incómoda; y viva como nunca antes, participando en un juego que comenzó a aprender en la cuna.
Masajeó la espalda de Freddy, pasando los pulgares por los músculos básicos de los hombros, sondeando con profundidad. Él se entregó con un gruñido involuntario de satisfacción. Preguntó:
—¿Crees que se quedarán con los cubos de datos? Tengo ahí algunas grabaciones de la batalla.
Hécate
menguó. Se llevaron la mitad del casco para fabricar un espejo curvo con el fin de transmitir luz de la vela de luz. Kilómetros de instalación eléctrica pasaron al morro de la nave captora. Un vehículo pequeño arribó de algún otro sitio; parte de los cables, cuatro cámaras y todos los pequeños cohetes de posición del
Hécate
fueron a parar a su interior; el piloto Ingeniero le cedió su sitio a un sustituto y también se fue.
Los pajeños dejaron al descubierto el propulsor del
Hécate
; lo trasladaron a popa; lo encendieron. Entonces, todos se lanzaron a él, ajustando, probando. Al cabo quitaron su propio propulsor y dejaron en funcionamiento el del
Hécate
.
—Una especie de cumplido —comentó Glenda Ruth.
Freddy asintió.
—¿Te molesta? —preguntó Jennifer—. El
Hécate
…
Freddy afirmó los hombros.
—No tanto —contestó—. Es un yate de carreras, le cambiamos cualquier cosa a la más mínima excusa. La idea es ganar. No es como… —dirigido a Glenda Ruth—, no es como lo de tu padre cuando perdió su crucero de batalla, su primer mando.
—Aún hace una mueca involuntaria cuando se menciona la
MacArthur
—Glenda Ruth continuó tratando de soltar los nudos en los hombros de Freddy.
Podían oír los crujidos. Los Ingenieros y los Relojeros se movían por la superficie de su propia burbuja vital. ¿Qué pasaba ahí afuera?
—Aunque en el
Hécate
es donde tú y yo nos unimos. Odio…
—La cama está bastante segura.
La tensión de él se suavizó.
—Cuando Balasingham nos la devuelva, podemos construir una nave a su alrededor.
El cachorro de Mediador miró a Jennifer a los ojos y, con claridad, dijo:
—Voy a comer.
Jennifer lo soltó, y el cachorro se empujó impulsándose desde el pecho de Jennifer, haciendo que ella se pusiera a rotar, y voló con rumbo certero para impactar con el Ingeniero.
La cabina bullía con pajeños. El Guerrero se quedaría en un sitio durante minutos; luego, saltaría alrededor de la cabina como una araña con anfetaminas, y, al cabo, volvería a quedarse quieto otra vez. El Ingeniero y tres Relojeros flacos de medio metro de altura, y una criatura esbelta con labios hendidos y dedos y pies largos y delicados, habían rediseñado el agujero de la pared de la cabina hasta convertirlo en una antecámara de compresión oval. El Ingeniero había encontrado la caja fuerte cerca del cono de proa de la cabina, le dio un golpecito a la pantalla del código, después la dejó en paz. Los pajeños ya habían quitado las paredes de la cabina y examinaban los sistemas de regeneración de agua y de aire. De vez en cuando saltaba una vaharada de un producto químico extraño.
—Hay demasiados. Sobrecargarán las baterías de aire —dijo Freddy.
—Creo que ése es un Médico —comentó Jennifer—. Mirad los dedos. Y la nariz está en el techo de la boca. Esa cosa posee un olfato aumentado y dedos de cirujano. Había una casta Médica en Paja Uno.
—Quizá varias.
—Correcto. Y entre ellos, el Médico y el Ingeniero, van a decidir cómo mantenernos con vida. He de decir que eso no me gusta.
En ese momento los tres Relojeros se movían por la cabina trazando líneas verdes. Expulsaban el material de lo que la Marina habría llamado tubos de Provisiones. Los patrones no eran lo suficientemente complejos como para ser una escritura. Los Relojeros cubrieron las paredes con líneas Y curvas, y al cabo convergieron donde había estado el sistema reciclador de aguas residuales.
—¿Por qué no, Jennifer? —preguntó Freddy—. Tal como Glenda Ruth y tú habláis, estos pajeños pueden hacer cualquier cosa, incluyendo el mantener con buena salud a los humanos.
—Pero todo es muy básico, ¿no? Nada parecido al castillo que construyeron para nosotros en Paja Uno.
—Se trata de una flota de batalla, no de una ciudad —indicó Glenda Ruth.
—Es una pobre y patética flota de batalla —espetó Terry Kakumi—. Míralos, Jennie. Naves diminutas, en su mayor parte depósitos, cabinas grandes porque hay un exceso de sujetos, motores que como mucho avanzan un metro por segundo al cuadrado. ¿Qué queda para armamento? ¿Se supone que lo fabrican en el momento? ¿Cómo sería una flota de verdad, Jennie? Por mi lagarto, ¿qué no podríamos construir nosotros con Relojeros pajeños en los Astilleros? Son pobres como ratas de iglesia. ¡Hemos sido capturados por colonos de la Oficina de Reasentamiento! ¡Están desmontando nuestro yate y reparando nuestro apoyo vital con chicle prestado y cordeles!
Jennifer se rió entre dientes.
—¡Desposeídos con chicle prestado! ¡Me encanta!
Glenda Ruth sintió que se crispaba, como si éstos fueran sus pajeños. Pero fue capaz de percibirlo: Terry tenía razón.
—¿Qué podemos hacer?
—Háblales, Glenda Ruth. Diles que valemos el precio de su última moneda —instó Terry—. Diles que tiren de la palanca de todos esos colchones inflables; yo soy una patética masa de magulladuras. Explícales lo que es pedir un rescate. O nos dejarán asfixiarnos.
—Éstos no hablan. Tendremos que esperar —repuso ella.
La nueva Mediadora de la India era vieja, tan vieja como Eudoxo, con vetas grises en el hocico y a lo largo de los flancos. Fue escoltada a la cámara por un Guerrero y un Mediador más joven, que se marcharon en el acto.
Cuando le presentaron a Horace Bury, el comerciante reculó. Chris Blaine se acercó y vio lo que llevaba la Mediadora.
—¿Un recién nacido? —preguntó, y observó que Bury se relajaba. Desde luego, Bury lo había tomado por un Relojero.
La Mediadora anciana examinó a los humanos y se volvió hacia Bury irradiando una sorpresa encantada.
—¡Excelencia! Jamás me había atrevido a esperar conocerle en persona, ni siquiera cuando se supo que de nuevo se hallaba en el sistema de la Paja. He meditado mucho sobre el nombre que me daría a mí misma y he elegido Omar en vez de algo más pretencioso. Es mi mayor placer conocerle por fin.
Bury hizo una ligera reverencia.
—Me complace haber tenido estudiantes tan capaces.
—Y mi nuevo aprendiz. No hemos elegido un nombre, pero…
—Abusas —cortó Eudoxo—. Nosotros también tenemos aprendices nuevos, y estamos ansiosos de presentárselos a Su Excelencia.
—Desde luego —Omar se volvió hacia Wordsworth y comenzó a hablar.
—
Hracht
! —Eudoxo pareció complacida—. Acordamos que toda la conversación sería en ánglico. Ello significa también la tuya, ¿verdad?
Wordsworth iba a responder pero algún gesto de Omar la silenció.
—Prefiero las reglas rígidas a la falta de reglas —dijo Ornar—. Muy bien, recibiré mi información para que todos la oigan. ¿Cómo está la situación ahora?
—Ni bien ni mal —repuso Wordsworth—. Hacemos progresos; acordamos que la India tendrá un lugar destacado, después de Medina, pero sólo de Medina.
El cachorro de Mediador miraba con fijeza a Horace Bury. El comerciante no se mostraba irritado. Interesante…
—En verdad que son progresos —corroboró Omar—. ¿Y cómo se conseguirá todo ello?
Chris Blaine esbozó una sonrisa fina.
—No se han resuelto todos los detalles —respondió—. Sin embargo, podemos coincidir en que jamás ha habido un tiempo mejor para unir a la totalidad de los pajeños. Paja Uno no es un factor. El Imperio posee muchas naves. Con Medina y la India, y aliados que puedan aportar…
Omar se acercó más a Bury. El cachorro de Mediador se estiró hacia él. Con gesto ausente, Bury alargó la mano, tocó la piel del cachorro, y la retiró.
—Excelencia —dijo Omar—. Hablemos en serio. Medina y la India son poderosas si se unen, mas debe resultar obvio para todos que aun unidas no somos el poder más grande entre los que habitan el espacio.
—El Rey Pedro no era el Amo más poderoso de Paja Uno —indicó Chris Blaine.
Bury habló en voz baja:
—Medina y la India fueron los primeros en comprender las implicaciones de la protoestrella. Sus naves incluso ahora están negociando con el Imperio. ¿Por qué no han de disfrutar de las recompensas de la presciencia? —De manera intencionada rascó detrás de la oreja enorme del cachorro—. ¿Puedo elegirle un nombre? Alí Babá, creo —Bury sonrió—. Por supuesto, hay un pequeño favor que pedimos.
—Hemos empezado a hablar con los Tártaros de Crimea —informó Eudoxo—. Marcha despacio. Sólo conocen lenguas obsoletas.
—Obsoletas para vosotros —aseveró Omar—. No para nosotros. Una de mis hermanas ha hablado con los Tártaros, y he recibido nuevas momentos antes de aterrizar aquí. Excelencia, los Tártaros tienen miedo. Ven que la mano de todos los pajeños está contra ellos, y no saben qué es lo que Poseen. únicamente que es importante, y que retenerlo es peligroso.
—Están reteniendo a un lobo por las orejas —dijo Joyce.
En el casco sonó un ruido metálico.
En la cabina del
Hécate
ellos esperaron.
Un Guerrero entró de un salto a través de la nueva antecámara de compresión, recorrió a toda velocidad la cabina y, al cabo, se quedó quieto.
Intercambió palabras con el Guerrero ya presente. Emitió un silbido gorjeante.
Otros pajeños entraron: un Amo, de metro y medio de altura y con un grueso pelaje blanco, y un pajeño más pequeño con una piel en un denso patrón marrón y blanco: una Mediadora.
—Empiezan los negocios —anunció Glenda Ruth.
Les siguieron dos Ingenieros, remolcando un cilindro de cristal con una sustancia pegajosa de color verde agitándose en su interior: el reciclador de aguas residuales del
Hécate
. Manos de seis dedos habían trabajado en él, pero no parecía muy cambiado.
—Otro cumplido —dijo Freddy—. Dado lo que me costó, me habría sorprendido si hubieran podido incrementar mucho su eficacia.
Glenda Ruth sintió el alivio de Freddy; ella incluso lo compartió. Sus vidas se habían visto prolongadas en varias semanas. Más importante era el acierto.
—Damos las gracias por el glorioso regalo —dijo en una lengua que le habían enseñado Jock y Charlie, la del Rey Pedro, de Paja Uno.
La postura de la Mediadora indicó receptividad pero no comprensión.
¡Maldición! Aunque la caída libre podía alterar el lenguaje corporal de un pajeño. (¡Postura!) O sus palabras podían ser incorrectas, o sus propios gestos. ¿Cómo hablaría una Mediadora tullida a la que le faltara un brazo?
Dos de esos pajeños pequeños que había con los Ingenieros no eran Relojeros; eran cachorros de Mediadores. Jennifer agitó la mano. El cachorro más grande saltó a través de diez metros de espacio, impactó y se aferró. Jennifer no estaba teniendo problemas en comunicarse.
De acuerdo, Glenda Ruth desabrochó las correas de su asiento para proporcionarle a su cuerpo una movilidad completa, acomodó el pie bajo una correa de anclaje y, con las palmas de las manos hacia afuera, majestuosa pero desarmada, dijo:
—Nuestras vidas muy mejoradas por el generoso…
Los pajeños convergieron sobre ella.
Glenda Ruth tuvo que recordarse seguir respirando. Era muy consciente de los espigados Guerreros. Cambiaban de posición de forma constante con el fin de mantener un camino libre entre los prisioneros y sus armas. Los cuatro humanos permanecieron inmóviles mientras los recorrían manos de seis dedos.
Habían conjeturado que ello podía suceder. La madre de Glenda Ruth, la única mujer a bordo de la
MacArthur
, se había desnudado para que los pajeños pudieran aprender algo de la anatomía humana. Jennifer quería esa muesca para ella.
No importaba. La casta del que Jennifer consideró que era un Médico se acercó con el Ingeniero, y desnudaron a la tripulación del
Hécate
como si fueran plátanos. Los humanos tuvieron que ayudar en defensa propia. El Médico retrocedió, apartándose de olas de feromonas alienígenas; luego, olisqueó como era su deber. Habían pasado muchas horas desde que a bordo del
Hécate
hubiera una ducha.
Jennifer se sonrojo Y se retorció en puntos que le producían cosquillas. Freddy lo consideró gracioso y trató de ocultarlo. La desnudez redonda de Terry a él no le molestaba, pero su hiperconsciencia de las armas de los Guerreros estaba volviendo loca a Glenda Ruth. Ella intentó no recular ante el contacto de manos pajeñas. Secas. Duras. Manos derechas que parecían como una docena de ramas deslizándose por su cara, buscando los músculos que convierten la parte frontal de una cabeza humana en un sistema de señales. La mano izquierda apretaba como una presa para mantener su brazo, o pierna, o torso, quietos para ser tanteados.