El tercer brazo (40 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—Gracias —Eudoxo hizo una pausa—. Hay otra pequeña cuestión. Esperamos que no le haga falta su silla de viaje, Excelencia. No obstante, si es necesario, podemos reconstruir los pasillos.

Bury sonrió.

—Son ustedes anfitriones muy gentiles. Gracias, pero de momento Nabil puede llevar una unidad médica portátil que bastará para mis necesidades. Vamos.

—De acuerdo. ¿Kevin…?

—Será mejor que yo me mantenga en contacto con la
Atropos
—repuso Renner. Era el capitán: no podía abandonar su nave.

Los pasillos bullían de actividad. Había Ingenieros y Relojeros por doquier. Blaine observó por encima del hombro de Nabil las lecturas médicas de Bury. Calma. Calma total. Quizá incluso una calma aterradora.

Entraron en un cúpula, una esfera achatada. A través de unas tupidas enredaderas miraron hacia la superficie. Blanco nevado, cúpulas de tonalidades pastel, trazos en colores primarios. Y… Joyce volvió la vista atrás, luego, corrió hacia allí y enfocó su cámara entre dos masas de vegetación oscura.

La Mezquita era magnífica. Joyce mantuvo la imagen durante un momento; después, enfocó al
Simbad
, a la única torre, la pieza que la convertía en un conjunto artístico.

—Querremos salir al exterior —dijo.

—No hay problema —indicó Eudoxo—. Sus espectadores se sentirían engañados si no pudieran verlo todo. ¿Privación sensorial?

Joyce sólo asintió. Un instante más tarde se quedó perpleja… al comprender cuánto le estaba revelando a Eudoxo sobre sí misma. Chris permitió que su sonrisa fuera visible.

En ese momento el pasillo se hundió bajo el hielo. Ramificaciones se abrían hacia los costados y arriba. Aquí y allá había discretas hendiduras verticales, como muescas de flechas en una antigua fortaleza. Tubos aún más estrechos atravesaban el pasillo por encima de la altura de la cabeza. Los pajeños se asomaban por ellos como hojas en una tormenta.

Bajaron, adentrándose en el interior de Base Seis.

El pasillo dio a una sala grande. En el extremo más apartado se erguían junto a una puerta dos formas grotescas. Chris vio la tensión de Eudoxo cuando entraron. Miró atrás y no quedó muy sorprendido de ver dos más de esos horrores espigados.

—Guerreros —musitó Joyce—. Eficacia aterradora, casi hermosa. —Movió la cámara, abarcándolo todo.

Nabil y Cynthia se hallaban en tensión.

Una de las siluetas de los Guerreros se movió para abrir la puerta. Fueron escoltados al interior de otra sala grande. Un pajeño blanco amamantaba a un cachorro en el otro extremo. A la izquierda de el se plantaban dos Guerreros, y a la izquierda de éstos había otro blanco y uno blanco y marrón.

Eudoxo habló rápidamente en una lengua que los humanos no entendieron. El otro Mediador al instante le interrumpió agitando los brazos y con un grito colérico.

—¡
Hracht
! Nuestros Amos ordenaron que esta charla fuera en ánglico —espetó ese mismo. Parecía no darse cuenta de que tenía la plena y peligrosa atención de cada Guerrero que había en la sala—. Luego hablaremos los mismos pensamientos en la lengua del comercio. La necesidad es deplorable, pero dados los recientes cambios en los niveles, lo demandamos. De lo contrario, la Compañía de la India no actuará por vosotros o con vosotros.

Eudoxo dio la impresión de hacer una reverencia.

—Muy bien. Tengo el honor de presentar a Su Excelencia Horace Hussein al-Shamlan Bury, magnate del Imperio, director de la Asociación Imperial de Comerciantes. Su Excelencia, mi Amo, el almirante Mustafá Pachá. Nuestro Amo asociado de la Compañía de la India, Lord Cornwallis. Al joven mediador que habla por Lord Cornwallis se le puede llamar Wordsworth. —Eudoxo le hizo una señal a su amo.

Mustafá habló despacio y con cuidado.

—Excelencia, bienvenido a la Base Interior Seis —tradujo Eudoxo—. En nombre del Califa Almohad, quien le envía sus saludos. Ésta es su casa.

—Gracias —dijo Bury—. Son ustedes anfitriones gentiles. —Hizo una ligera reverencia a los dos amos pajeños; luego, un gesto de asentimiento a Chris Blaine.

—Yo hablaré por Su Excelencia —intervino Blaine—. De nuevo deseamos darles las gracias por su hospitalidad, y garantizarles que entendemos que la necesidad de la celeridad fue la causa de nuestra venida aquí con menos que una comprensión plena.

Joyce se apartó a un lado para poder ver a todos. La cámara serpenteó en sus manos y produjo un ínfimo zumbido. Uno de los Guerreros inció un movimiento rápido que fue detenido por un grito breve del almirante Mustafá.

Chris Blaine se volvió hacia el otro Mediador.

—Wordsworth, por favor asegúrele a Lord Cornwallis que es un placer conocerle.

—Es ella —explicó Wordsworth—. Los portavoces de Medina dicen que por lo general los humanos tienen prisa, ¿es verdad?

—A menudo —contestó Blaine.

—Entonces, perdóneme si hablamos de cosas importantes ahora —dijo Wordsworth—. ¿Saben lo que sus anfitriones nos hacen? Éramos invitados, y fuimos traicionados. La mitad de los nuestros han muerto, despedazados por fragmentos voladores de metal, destrozados por falta de aire…

—No fuisteis invitados por elección nuestra —interrumpió Eudoxo—. Como todos los presentes saben bien. Impusisteis la alianza, y no cumplisteis Con vuestra parte. Vuestra incompetencia ha traído al Imperio aquí. Lo demostraré —se volvió hacia Blaine—. Cuéntenos cómo llegó a conocer su Imperio la existencia de la Hermana de Eddie el Loco cuando lo hizo.

—Las naves nominales. Eran simples armazones —repuso Blaine—. Sólo podían tener un propósito.

—Exacto —afirmó Eudoxo—. Si la India hubiera enviado naves sustanciales, el Imperio no lo habría adivinado, y nuestras naves se encontrarían bien dentro del espacio Imperial.

—¿Dónde están ahora? —preguntó Wordsworth—. Nuestra embajada a los humanos, ¿vive o muere? Pido a los humanos que respondan.

—No se ha destruido ninguna nave pajeña —repuso Blaine—. Una se oculta en los asteroides de la enana roja. Las otras aguardan con un crucero Imperial la llegada de una escolta de la flota principal de batalla.

—¿Y el representante de la India?

—Ha de perdonarnos, pero hasta este momento no sabíamos que la India tuviera representantes a bordo de esas naves —indicó Blaine.

Eudoxo habló despacio en una lengua de consonantes fuertes: como palomitas de maíz estallando. Su Amo de pelaje blanco escuchó con atención; luego, habló en la misma lengua.

—El almirante Mustafá dice que los dos Mediadores de la India se hallan a salvo. No habría motivo para hacerles daño. Los Mediadores a bordo de nuestras naves tenían órdenes de mantener el contacto con el Imperio en un mínimo hasta que pudieran hablar con alguien de autoridad alta. En ese momento a los Mediadores de la India se les concederá los derechos que acordamos.

Wordsworth miró a Chris Blaine.

—¿Dice la verdad? ¿No había nadie poderoso del Imperio allí, en el lado lejano de la Hermana?

—El capitán Renner y Su Excelencia eran las autoridades más altas presentes.

—Gracias. Ahora debo preguntar, ¿qué han acordado ustedes con Medina?

Blaine miró a Bury, después al pajeño.

—Acordamos venir con ellos. Creo que no es un secreto que esperábamos ser llevados a Paja Uno. Antes de que fuéramos capaces de encontrar nuestro equilibrio… —casi había dicho posición—, una de nuestras naves y la misma Hermana se habían perdido y caído en manos de los Tártaros de Crimea. Medina ha aceptado ayudarnos a rescatar a la tripulación y pasajeros del Hécate. Parece justo. Su duplicidad provocó nuestra pérdida.

—¿Puede hablar en nombre de su Imperio?

—No, pero si los tres que nos encontramos aquí coincidimos, ello tendrá gran influencia. Yo soy Kevin Christian Blaine, hijo de Lord Roderick Blaine. El comodoro Renner posee influencia con la Marina. Su Excelencia controla a los directores de la Asociación Imperial de Comerciantes. Joyce Mei-Ling Trujillo habla por los servicios de noticias, que llegan a todo el imperio. Lo que acordemos se oirá en todos los niveles del Imperio.

—¿Qué posición tenemos nosotros, comparados con el Comercio de Medina? —preguntó Wordsworth—. ¿Se lo ha contado Medina? ¿Hay un acuerdo sobre nosotros, entre ustedes y el Comercio de Medina?

—No. Se nos informó que ustedes eran socios de Medina, y que se estaba negociando un reajuste de posición.

—No entiendo.

—Que ustedes y Medina ahora son socios que discuten cambios de acuerdos.

—Lo ha expuesto con enorme delicadeza —dijo Wordsworth. Le habló despacio a su Amo y recibió una extensa réplica—. Podemos aceptar un reajuste —informó—. Sabemos que no tenemos iguales con Medina, pero insistimos en que se nos oiga en todas las discusiones.

—No os encontráis en posición de exigir —comentó Eudoxo.

Wordsworth mostró el equivalente pajeño de un encogimiento de hombros.

—Para nosotros ha sido peor. Los Tártaros de Crimea huyen de sus anteriores jefes de banda. Necesitan saber. Necesitan amigos. ¿Y si vienen a nosotros en busca de refugio? ¿Si nos traen huéspedes humanos y la mano que aprieta a la Hermana para negociar? Nosotros…

—No podríais.

—Medina perdió el punto de Eddie el Loco por demasiados Amos, poca riqueza, entraron en órbitas delicadas. —«Recursos mal manejados», tradujo Chris… con incertidumbre—. Fue gran error. No lo repitáis. La India aún posee riqueza como la vuestra en masa. Los Tártaros de Crimea desconocen el valor de lo que tomaron. La India puede trabajar con Tártaros de Crimea y humanos, o podemos trabajar con humanos, o podemos trabajar con humanos y Medina. ¿Qué deseáis?

El silencio que siguió no estaba vacío. Los Guerreros, los Mediadores y los Amos se movieron sin cesar: asideros y apoyos, posiciones, oscilación de dedos y brazos. Chris dejó que continuara durante varios segundos; pero no era capaz de leer el silencio, así que lo rompió.

—¿Qué es lo que están dividiendo? ¿Lo saben?

—Acceso al Imperio y a las estrellas más allá de las nuestras —repuso al instante Eudoxo.

—La tercera estudiante de la estudiante de su Fyunch(click) nos cuenta que el Imperio acordará con todos los pajeños —comentó Wordsworth—. Todos, no menos, Un escalonamiento… una especie de jerarquía a ustedes les Parecería bien, ¿sí? Entonces, nosotros hablamos, mediamos, discutimos por el comando sobre el sistema de la Paja, también. Algunas familias pajeñas controlarán el sistema de la Paja. Nosotros deseamos ser parte de familias.

—Son las apuestas más elevadas posibles —dijo Eudoxo.

Antes de que Chris o alguien pudiera contestar —si es que él hubiera tenido alguna respuesta—, los dos Mediadores, se habían vuelto para hablar con sus respectivos Amos.

—Por lo menos coinciden en eso —murmuró Joyce.

Blaine asintió. Estaba más interesado en conseguir la reacción de Bury. Éste captó la interrogación (ceja enarcada, cabeza ladeada) y dijo:

—Aquí hay motivo para un número arbitrariamente grande de asesinatos.

De pronto, la cabeza y hombros de Eudoxo giraron de golpe para mirar a Trujillo.

—¿Qué conoce usted de nuestros hábitos de procreación? —Chris consideró taparle la cara con el brazo. Demasiado tarde… y ello habría revelado a los Mediadores lo que él sabía. Eudoxo ni siquiera esperó la respuesta de ella, sólo aguardó a ver las emociones que corrieron por su cara—. Bien. Ustedes tratarán con los pajeños unidos. ¿Cómo pueden esperar que permanezcamos unidos? Nuestras historias cuentan que hemos intentado unirnos antes, y que siempre fracasamos.

—Ni los problemas ni las oportunidades duran para siempre —dijo Bury—. Y lo que los humanos y los pajeños no pueden hacer, los pajeños y los humanos juntos quizá consigan. Alá es misericordioso.

—Los embajadores del Rey Pedro deben de haberles contado mucho —indicó Eudoxo—. ¿Qué les sucedió?

—Fueron bien tratados —intervino Joyce—. Según lo recuerdo, uno aún vivía hace unos años. En el Instituto Blaine. El teniente Blaine podría contarle más.

—Como dice Su Excelencia, todo ha cambiado —afirmó Blaine—. Cuando había sólo un punto hacia el bloqueo, y bien defendido, el bloqueo fue un modo efectivo de ganar tiempo. Ahora hay dos senderos que bloquear. Debe haber un modo mejor, mejor para los humanos y los pajeños. Si no…

—Vendrán sus flotas de batalla —aseveró Eudoxo—. Guerra en el sistema de la Paja, y ustedes para exterminarnos a nosotros. Manos ensangrentadas para siempre; pero si no, escaparemos al resto del universo. Ése es el terror que sienten ustedes. —Había dicho la verdad; debió de verla en sus caras—. Nuestra población aumenta. Nuestros dominios. Dentro de mil años les rodearemos. Sí, hemos de buscar una respuesta mejor.

Cuarta parte

La Lombriz de Eddie el Loco

Recoge la carga del Hombre Blanco,

envía a los mejores de tu casta,

obliga a tus hijos al exilio

para servir la necesidad de tu prisionero;

Los puertos en los que no entraréis,

los caminos que no pisaréis.

Id a hacerlos con vuestros vivos,

¡y marcadlos con vuestros muertos!

R
UDYARD
K
IPLING

«La carga del Hombre Blanco»

«Estados Unidos y las islas Filipinas, 1899»

1
Los Tártaros

El Conocimiento es valioso cuando está guiado por la caridad.

S
AN
A
GUSTÍN

La ciudad de Dios

A través de las ventanas podían ver el cadáver decapitado del
Hécate
. Una cicatriz se abría a lo largo de la mitad de su extensión: la abertura donde había estado la cabina del
Hécate
. El resto del casco se había montado junto a una salchicha plateada, una de las naves de sus captores. Volaba a trescientos metros de distancia, manteniendo la velocidad de la nave en la que ellos iban prisioneros. Un lomo esbelto se proyectaba a popa. La llama de propulsión era un débil resplandor violeta blanquecino a lo largo de dicho lomo.

La cabina separada del
Hécate
iba montada en el costado de otra salchicha igual. Desde el interior podían verla casi toda: sólo una membrana plateada hinchada de fluido, a centímetros de distancia, y una cabina rígida a proa.

Pero veían bastante bien a la nave anfitriona del
Hécate
. Freddy había ajustado lo que quedaba de su telescopio para seguirla. La salchicha estaba veteada de líneas de códigos de color y series de asideros y pasadizos estrechos, y de pajeños. El laberinto también rodeaba al
Hécate
. Pajeños en trajes Presurizados se movían por el casco como piojos.

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