—¿Jacob? ¿No es eso…?
—Actividad en el punto-I —dijo Buckman. Su voz sonaba apagada por la fatiga—. Recibimos una transmisión. Está a seis minutos luz del punto-I; no sé a qué distancia de él se encuentra la nave transmisora. ¡Kevin! ¡Capitán!
Todos se amontonaron en el salón. Kevin Renner miró la pantalla con ojos parpadeantes mientras Buckman hablaba a toda velocidad:
—Se trata de una batalla, por supuesto. Parece que ha arribado una tercera flota.
—Vea si puede ponerme con Eudoxo —dijo Renner.
—¡Ahí hay una nave! —exclamó Joyce.
—No tiene Campo. No se trata de una nave perteneciente a la Marina —indicó Blaine.
La entrada de la nave desató sucesos en círculos cada vez más amplios. Las naves pajeñas cambiaron de curso. Algunas dispararon a otras. Las que estaban cerca del intruso…
—Bombas —dijo Buckman.
El recién llegado rotó, se bamboleó, roto…
—Es el
Hécate
—afirmó Blaine.
—¿Cómo lo sabes? —demandó Joyce.
—Bueno, es un yate de carreras estilo Imperio, Joyce.
Mei-Ling guardó silencio.
—No puedo hacer nada al respecto —dijo Renner—. Chris, ¿les revelamos la naturaleza del tesoro? Quizá ello les motive.
Bíaine lo pensó. Sus labios se movieron deprisa, hablando en silencio consigo mismo; luego contestó:
—No, señor. Permita que hable con Eudoxo; usted está dormido. Nos hallaremos en una mejor posición de negociación si no saben lo de la Lombriz. Dejaremos que Glenda Ruth realice su parte.
—Si vive.
El Amo de Base Seis, Mustafá Pachá, como sería llamado cuando llegaran los humanos, daba de lactar. Con un bebé acunado en sus brazos derechos y el impulso de acoplarse creciendo en él, no se encontraba en el estado de ánimo adecuado para una crisis. Las emergencias nunca tienen lugar en los momentos convenientes.
Había tenido por lo menos esta suerte: los Amos del Comercio de la India no deseaban estar en compañía de Mustafá en momentos semejantes. La mayoría permanecía en sus propias cúpulas y dominios cuando llegó la señal de la India. Debieron oírla en el mismo instante que Mustafá: el punto de Eddie el Loco se había movido.
Si se trataba de una falsa alarma, el Comercio de Medina perdería mucho poder de negociación. Y seguro que Mustafá Pachá moriría, ejecutado por asesinato.
Así era la suerte y así era la vida. Mustafá comenzó a dar órdenes. Sólo eran necesarios los detalles; estos planes tenían décadas de antigüedad.
Primero: misiles del tamaño de abejorros pulverizaron la cúpula de la India. Cuatro consiguieron pasar. La mayoría de los Amos de la India había estado en su cúpula rota, y también había un tercio de sus Guerreros de guardia.
Los Guerreros supervivientes de la India reaccionaron en el acto; pero los Guerreros de Mustafá ya les atacaban. Bombas y rayos de energía desgarraron la bola de hielo que era la Base Seis y sus alojamientos frágiles. Nubes de cristales de hielo explotaron de la superficie; resplandores de colores las iluminaron desde dentro. Un ataque kamikaze destruyó una de las cúpulas agrícolas. Sin órdenes que les guiaran, los Guerreros de la India se estaban volviendo locos. No importaba. A pesar de todo, cada uno de ellos habría tenido que morir.
También murieron muchos de las otras Clases. Mustafá Pachá disponía de suficientes Ingenieros y Médicos y de los Granjeros especializados para el espacio, que eran los que atendían las cúpulas agrícolas. Los Amos supervivientes de la Compañía de la India fueron mantenidos con vida, y bastantes de los otros como para proporcionarles un séquito. Servirían como rehenes hasta que se pudieran establecer términos nuevos.
Después de todo, la India y Medina no se hallaban en una discordia fundamental. Deberían volver a repartir ciertos recursos y asignarle acceso a los Poderosos alienígenas que había en el otro extremo de la Hermana; pero se consideraba mejor librarlo como un juego con láseres y rayos gamma y Proyectiles, con tecnología y mapas falsos y traición.
En cuanto a aquellos con los que habéis establecido un tratado y que lo anulan todo el tiempo, y que no temen a Dios, si os los encontráis en la batalla, infligidles tal derrota que sirva como lección para los que vengan después que ellos, y para que les sirva de advertencia. Pues a Dios no le gustan los que son traidores.
Al-Qur’an
Freddy siempre se recuperaba antes.
Y Freddy mascullaba maldiciones extravagantes mientras sus dedos fluctuaban sobre los mandos. Los enormes cohetes de posición del
Hécate
hicieron que el yate de carreras diera vueltas como una pelota. Glenda Ruth se agitó en la malla elástica, su visión saltando alrededor de la cabina, descontrolada. Jennifer gimoteaba, tratando de acurrucarse. Terry no le ofreció resistencia a la turbulencia, y aguardó a que su cuerpo le obedeciera.
—Feddy, amol —dijo Glenda Ruth, con la lengua como un invasor extraño en su boca—. ¡Freddy! ¡Cálmate y cuéntame qué pasa!
—Hablar. —Otra sacudida, más suave en esta ocasión—. Estamos rodeados. Empotrados en una armada de cruceros de guerra diminutos que luchan contra otra armada de cruceros de guerra diminutos, en dirección al Saco de Carbón. La bombas atómicas hacen flash. El nivel de radiación es aterrador. Trato de… ¡Tengo el depósito de agua entre nosotros y eso, si por mi lagarto puedo parar esta maldita rotación! —Aullaba como un niño.
—¿Bastará con eso?
—Sí. El agua… el depósito de agua. Para eso está, en parte, impide que quedemos achicharrados. En parte, cuando me lanzo cerca de un sol… ¡ya está! Ahí va otra bomba, flash, ¿sabes?, no te lo imaginarías, pero creo que también está bloqueado. —De nuevo aporreó teclas—. ¡Maldición! —Mantuvo una apretada—. Ya. Creo que ahora es seguro activar la computadora, pero le daré un problema de prueba antes de pasarle el control…
»Aún no. Dentro de un minuto. En cualquier caso, cuando nos lanzamos cerca de un sol para hacer un pase de gravedad, no quiero que la radiación solar atraviese el
Hécate
, así que monté como escudo este horrible y enorme depósito de agua a lo largo de la cabina. Y la congelo. Entonces el casco está superconduciendo, por supuesto, de modo que puedo enfriar el casco conectándole un cable al depósito de agua. Soy capaz de realizar buenas aerofrenadas o acercarme muchísimo a un sol porque no puede freírnos sin hervir primero toda esa masa termal de agua, y aun entonces puedo darle salida al vapor… —Freddy se hundió en el sillón—. Y creo que la batalla no va a freírnos, pero esas naves sí podrían hacerlo a menos que hables con ellos. La computadora ahora es segura. ¿Cómo te encuentras?
—¿Cómo sueno?
—Lúcida.
—Intentaré hablar con ellos. Aunque me parece que no quiero moverme. ¿Puedes establecer tú la comunicación y pasármela?
—Claro…, un momento. ¿Terry?… No responde. Él tarda más que yo en recuperarse. Muy bien, estás en la frecuencia que nos dio Henry Hudson.
Ella pronunció las sílabas que le habían asegurado que indicarían que era una visitante estimada para los Comerciantes de Medina. Nada. Volvió a hablar.
—Eso consiguió una reacción —indicó Freddy—. Dos de las naves de ahí afuera… han cambiado de curso. Otras les están disparando… ¡Oooh!
—¿Qué?
Un intenso resplandor verde bañó la cara de Freddy desde una pantalla que ella no podía ver.
—¡Alguien acaba de intentar freírnos! No hay daños reales, pero espero que no lo hagan de nuevo. Y… mira aquí. ¿Consigues ver la pantalla?
Un rostro alienígena. Un marrón y blanco, un Mediador. Pronunció palabras alienígenas. Nada que ella reconociera. Habló de nuevo…
—¡Nos han dado otra vez! —exclamó Freddy—. ¡Haz algo!
—Ríndete —dijo ella—. Hay una palabra…
—¡Úsala! ¡No podemos recibir muchos más impactos de ésos!
—Sí. Freddy, tendremos que abrir la antecámara de compresión. Las dos puertas.
Él hizo algo con los mandos.
—Cuando tú lo digas. Jennifer y Terry están sellados herméticamente, he chequeado sus trajes. También el tuyo. Cuando tú lo digas.
—Deja la luz de la antecámara encendida. Ninguna otra.
—Romántico.
—Sí —dijo, tras considerar diversas respuestas.
—A ver si lo he entendido —dijo Renner—. Quieres que monte algo que produzca estática y simule un fallo en el sistema de comunicaciones.
—Sólo en el sistema de transmisión —indicó Bury—. Cortesía elemental, Kevin. A veces deseo observar a los pajeños sin ser observado por ellos. Deja que vean estática, mientras nosotros seguimos recibiendo sus señales.
Pásame el control a mí y no lo uses a menos que yo te lo ordene. ¿Puedes hacerlo?
—Claro. Una o dos veces incluso podría ser real, pero ¿no sospecharán?
—Por supuesto que van a sospechar. Gracias.
—¿Lo necesitas ahora mismo?
—No haría ningún daño.
—En este momento hay tres flotas en la Hermana de Eddie el Loco —comentó Eudoxo—. A la nueva facción la llamaremos la Compañía de Comercio de la India, un grupo con base en el Cinturón de asteroides, aunque con muchas naves. La India era aliada nominal de nosotros hasta hace unas horas.
—Entonces, ¿qué sucedió? —demandó Renner.
—Volverán a ser aliados cuando hayamos negociado nuevos cambios de condición. Lo explicaré después. En cualquier caso, parece que la India está perdiendo. Y también nosotros. Los Tártaros de Crimea retienen posesión de la tercera nave de ustedes.
—Tres flotas. Una es de ustedes. ¿Les queda alguna nave?
—Una de inteligencia, con un Mediador a bordo que está transmitiendo datos. Nuestros otros cruceros de guerra no podrían hacer nada que nos beneficie y se les ha ordenado que se retiren. No queda ninguna nave de combate cerca de la Hermana de Eddie el Loco.
—Maldición. ¿Qué pueden hacer?
—Informarle a mi Amo. Solicitar medios para comunicarnos con los Tártaros de Crimea, averiguar lo que sea posible de su situación y objetivos, y preguntar qué puedo ofrecer en la negociación. Kevin, usted ha de indicarme qué debo pedir, que debemos tener y qué pueden quedarse ellos.
—Mmm… —Kevin se frotó la cara. Notó pelos—. La nave,
Hécate
, probablemente no valga la pena salvarla. Queremos a los humanos, de tres a cinco, de vuelta y en buen estado. Infórmeles que el Imperio se encolerizará si les sucede algo a esos humanos.
—Y es verdad —comentó Joyce—. Una vez enviaron a cien naves para vengar la muerte de un Príncipe Imperial.
—No conocía esa historia —repuso Renner—. Gracias, Joyce.
—¿Tan importantes son esas personas? —inquirió Eudoxo.
—No tanto —contestó Renner—. Pero casi. Eudoxo, a bordo del
Hécate
hay artículos, incluyendo artículos para negociar. Algunos serán muy valiosos. Otros… Si es posible, consulte con la mujer Mediadora del
Hécate
. Se llama… —miró a Chris Blaine y recibió un gesto de asentimiento— la honorable Glenda Ruth Blaine.
—Blaine. Tal como entiendo sus convenciones de nombres, será la hija de un lord. Un tal Lord Blaine. Conocemos a un Lord Blaine.
—Es la misma —corroboró Renner.
—El capitán de la
MacArthur
. Segundo al mando de su primera expedición aquí. No ha exagerado su importancia.
—Correcto. Así que consiga la opinión de Glenda Ruth sobre qué hacer con esos artículos de negociación.
—¿Su naturaleza?
—Desconocida para mí. Aunque espero que transporten chocolate.
—Nunca probé el chocolate —dijo Eudoxo.
—Los Tártaros pueden quedarse con esa mercancía. Le conseguiremos más a usted cuando podamos. Quizá haya algo a bordo de la
Atropos
. ¿De acuerdo?
—Gracias. Pondrán restricciones para los contactos con sus… invitados.
—Sí. No corte, veré si tenemos más instrucciones.
—Con su permiso, comenzaré a hacer que los de Crimea comprendan la importancia de lo que retienen. También a transmitirles sus requisitos de apoyo vital.
—Bien. Gracias —Renner cortó la comunicación—. ¿Horace?
Bury había observado en silencio. Bebió el café que le había llevado Nabil.
—Uno u otro humano quizá deba quedarse como enlace. Prepárate a ceder en eso, pero exige la devolución de todos. Creo que es mejor no mencionar la naturaleza del cargamento.
—¿Chocolate? —preguntó Joyce.
—Señal de Eudoxo —interrumpió Buckman—. Mensaje urgente.
En ese momento Chris Blaine respiró hondo; fue a decir algo, pero se contuvo.
—¿Todos preparados? Aquí va —Renner manoteó los controles de comunicaciones—. ¿Novedades, Eudoxo?
—Sí. Nuestra nave de observación informa que ahora hay dos naves de los Tártaros de Crimea acopladas al
Hécate
. El yate en si mismo no parece haber sufrido daños y antes de su captura estaba transmitiendo mensajes.
El alivio de Chris Blaine fue obvio. Capturados era mejor que muertos.
—Un mensaje era la señal de saludo de los Comerciantes de Medina —continuó Eudoxo—. El resto iba a las naves de los Tártaros de Crimea y no fueron interceptados. Aguarden un momento…, aquí hay uno que grabamos.
La pantalla mostró a un humano enfundado en un traje espacial completo, el casco cerrado, sujeto a una malla de cables de contención.
—Venimos en son de paz. Fnamyunch(sniff!)
—Lo último es la señal de reconocimiento de los Comerciantes de Medina —informó Eudoxo—. Sólo pudo conseguirla hablando con nuestra nave embajada.
—Eso debería ayudarle con sus negociaciones —dijo Bury.
—¿Ah? Ah, sí, Excelencia, si nos creen, y lo harán. Gracias.
—Correcto —intervino Renner—. Quédese con eso. ¿Alguien más? Bien. Eudoxo, por favor, llame a su Amo y entable negociaciones con los… Tártaros de Crimea.
—Estamos empezando ahora. Me necesitarán en poco tiempo.
—Bien. Entonces haga otra cosa por mí. Llámeme. E intente decirme quiénes son todas esas personas.
Eudoxo asintió con la cabeza y los hombros, sonriendo, y desapareció.
Las luces de colores en la pantalla de control eran las únicas que brillaban en el
Hécate
. Sus cuatro tripulantes esperaban en un espacio vasto y oscuro, escuchando los sonidos y golpes metálicos procedentes del casco. Hablaban en susurros, y en contadas ocasiones.
Con un ruido parecido a un disparo, una sección elíptica del casco se soltó con una explosión hacia el interior del
Hécate
, de canto y directamente en dirección a Glenda Ruth. Jennifer lanzó un alarido, Freddy gritó una advertencia. Glenda Ruth soltó de golpe las correas que la sujetaban a la malla y con un movimiento de las piernas se alejó… casi. La masa golpeó sus pies en movimiento y continuó rodando hacia popa, sin cambiar de curso, y chocó allí atrás donde la cabina se ahusaba hasta formar una punta redondeada. La presión de la cabina descendió a toda velocidad, subió, cambió otra vez, y luego se estabilizó.