El tercer brazo (34 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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—¡Usted no fue entrenado por el Fyunch(click) de un humano!

—No, milady —el pajeño movió los brazos en un patrón desconocido para Glenda Ruth—. Me han enseñado su idioma, y algunas de sus costumbres. Estoy al tanto de que ustedes no experimentan nuestro ciclo de reproducción, y de que sus estructuras de poder son distintas de las nuestras, pero no se me ha asignado a ningún humano para estudiar.

—Todavía.

—Correcto. No hasta que nos encontremos con los que dan las órdenes en su Imperio. —Hizo una pausa—. Usted no habla por sus Amos. Se me ha informado que conocería a… humanos… que no eran ni Mediadores ni Amos, pero confieso que la experiencia es más extraña que lo que había anticipado.

—¿Usted habla por…?

—Los Comerciantes de Medina y ciertas familias aliadas. Mi hermana Eudoxo regresó a la Paja con sus naves.

Glenda Ruth sonrió.

—Eudoxo. Comerciantes de Medina. En beneficio del señor Bury, por supuesto.

—Por supuesto. Los términos a él le serían familiares.

—Pero ese nombre da a entender que no hablan por la especie pajeña. ¿Quiénes son los Comerciantes de Medina? ¿Con quién debemos negociar?

—Somos la familia con la previsión y el poder para estar aquí en el momento después de que la Hermana de Eddie el Loco abriera un sendero. Seguro que es usted consciente de que nadie puede hablar por la especie pajeña. Es un problema. ¿verdad? Al Imperio eso no le gusta —Henry Hudson la estudió durante un momento. Su propia pose aún no mostraba nada—. Usted ha aprendido las costumbres pajeñas, algunas de ellas, pero de un grupo al que nunca conocí. —Otra pausa—. Me gustaría consultar con el Embajador. Excúseme. —La pantalla se apagó.

—¿Qué sucede? —preguntó Freddy.

—No estoy segura. Capitán Balasingham, ¿ha hablado usted con estos pajeños?

—Sólo formalidades, milady —repuso el capitán del
Agamenón
desde la pantalla—. Les dimos órdenes de situarse aquí. Han solicitado ser llevados a nuestra sede de gobierno, y les dijimos que ello tendría lugar a su debido momento. Poco más. Está sucediendo algo extraño, ¿verdad?

—Sí.

—¿Por qué hubo de salir corriendo a ver a su superior?

—No representa al Rey Pedro. O a nadie que conociera a la familia del Rey Pedro.

—¿Rey Pedro? —preguntó Balasingham.

—Encabezaba la alianza pajeña que trató con la
MacArthur
y la
Lenin
. Ellos nos enviaron a nuestro primer grupo de embajadores pajeños, aquellos con los que yo crecí. Pero estos pajenos no representan al Rey Pedro o a ningún otro grupo grande de pajeños. Ni siquiera conoce las… bueno, las señales, el lenguaje corporal que Charlie y Jock me enseñaron. —Los brazos, el torso y los hombros de Glenda Ruth se movieron en complejidad espasmódica mientras recitaba—: «Ironía, nervios, ira, contenidos, pregunta demasiado, confíe en mis palabras, confíe plenamente en mí.» Cosas universales y simples que incluso un humano puede aprender.

Jennifer Banda contenía la respiración. Detrás de sus ojos descentrados trataba de memorizar lo que había visto.

—Me temo que eso aún no significa nada para mí, milady —indicó Balasingham.

—Este pajeño representa a un grupo que ha estado desconectado del grupo del Rey Pedro durante mucho tiempo —explicó Glenda Ruth—. Durante ciclos. Varios ciclos.

Mientras Balasingham fruncía el ceño en señal de perplejidad. Jennifer añadió:

—Pero la organización del Rey Pedro era muy poderosa. Estaba propagada. Es muy posible que por el planeta entero.

—Así es, por todo el planeta, Debía estarlo —confirmó Glenda Ruth.

—De modo que cualquier grupo sin contacto durante tanto tiempo… —Jennifer guardó silencio.

—Sigo sin entenderlo, pero imagino que no es mi obligación hacerlo. Entonces, ¿de qué están consultando? —demandó Balasingham.

—Espero —dijo Glenda Ruth—, espero que haya ido en busca de permiso para contarnos la verdad.

—Se me ha ordenado invitarla al sistema de la Paja —transmitió Henry Hudson—. Ofrecerle cualquier ayuda que esté en nuestro poder para asistirla en el viaje y, después, finalizar esta conversación. Lamento que ello sea necesario.

—Había esperado que nos contara mucho más.

—Lo haremos…, explicaremos todo, a aquellos que tengan el poder de tomar decisiones —repuso el pajeño—. Milady, entiéndalo, cuando hablamos con usted, le contamos más que lo que averiguamos nosotros; no obstante, si la convencemos de que nos ayude, también debemos convencer a otros.

—De modo que aún siguen ocultando la historia pajeña —afirmó Glenda Ruth.

—¿Detalles que puedan ayudarla en su posición de negociación? Sí. No lo básico. Es evidente que ahora usted sabe que somos capaces de entablar una guerra. Deduce nuestra capacidad por las sondas que hemos enviado. Pero usted nos oculta su historia reciente, su capacidad militar, sus estrategias, lo cual es correcto. Sin duda lo revelará a su debido tiempo. Igual que lo haremos nosotros. Milady, ha sido un placer hablar con usted, y espero que volvamos a encontrarnos después de que se nos haya permitido hablar con aquellos a los que usted obedece. Recibiré cualquier mensaje grabado que desee mandarme. Adiós.

El comandante Balasingham apretó los labios hasta formar una línea fina.

—Andy, esto no me gusta nada.

Anton Rudakov, jefe de navegación del
Agamenón
, asintió con gesto de simpatía.

Balasingham volvió a activar el micrófono.

—Señor Townsend, aún no se ha decidido que les dé autorización para ir, ¡y mucho menos que vaya a guardar su equipo y personal excedentes!

—Oh, bueno, está bien, los pajeños se ofrecieron a cuidar de mi equipo si usted no disponía de espacio —indicó Freddy.

—Sí, lo oí.

—Quiero decir, George deberá permanecer con ustedes, pero es un timonel retirado de la Marina, no les causará ninguna molestia. Y es un buen cocinero —añadió el honorable Freddy Townsend con añoranza.

Balasingham suspiró.

—Señor Townsend, quieren ir al sistema de la Paja. Su nave no lleva armas. ¡Hemos estado disparando a las naves pajeñas desde antes de que usted naciera!

—Nos han invitado —expuso Freddy—. Los pajeños Eudoxo y Henry Hudson. Disponemos de señales de reconocimiento, y ambos afirman que no habrá ningún disparo.

—Eso dicen ellos. Y se dirigirán a zonas en absoluto cartografiadas. Si no regresan, los Blaine, si es que no lo hacen sus propios padres, querrán mi cabeza. ¿Y con qué propósito?

La voz de Glenda Ruth habló fuera del campo visual, y se vio que Freddy se sobresaltaba un poco.

—El comodoro Renner pensó que era importante. El señor Bury consideró que era lo bastante importante como para enviar a una de sus naves a nuestro encuentro para llenar nuestro depósito. Es importante, comandante.

—De acuerdo, le concedo eso, ellos creen que es una buena idea; pero, señorita, es una zona peligrosa.

—El
Hécate
es más veloz que lo que piensa la mayoría —afirmó Freddy—. Ahora que nos hemos desprendido de los lujos.

—Y se perderán… —Balasingham cortó el micro cuando vio los gestos de su jefe de navegación—. ¿Sí, Andy?

—Capitán —dijo Anton Rudakov—, sin importar lo que les suceda, no es probable, que se pierdan. Sé que no sigue mucho las carreras de yates, pero incluso usted tiene que haber oído hablar de Freddy Townsend.

—Freddy Town… Oh. Inventó algo, ¿no?

—Reinventó. En la carrera de Hellgate realizó un pase de gravedad alrededor de la estrella y luego desplegó una vela de luz. Ahora todo el mundo los llama trompos, pero él fue el primero.

—¿Está seguro de que es él? Parece un niño.

—Comenzó a correr como tripulante del yate de su primo con doce años —explicó Rudakov—. Fue patrón del suyo propio a los diecisiete. Durante los últimos ocho años ha ganado un montón de carreras, capitán. Aunque en Hellgate perdió. El sol tuvo una actividad intensa y la vela se hizo añicos.

Balasingham volvió a abrir el micro.

—Mi tripulación me dice que debería saber quién es usted, señor Townsend. Y que debería preguntarle por la carrera de Hellgate.

—Bueno, ésa no la gané —repuso Freddy.

—¿Y si envío a uno de mis oficiales con ustedes?

—Gracias, pero no.

—¿Y si hay una lucha?

La imagen en la pantalla cambió. Apareció una dama joven sorprendentemente adulta, muy seria.

—Comandante —empezó Glenda Ruth—, le damos las gracias por preocuparse por nosotros. ¡Pero no necesitamos ayuda! La nave de Freddy será más veloz sin carga adicional. Tenemos un buen ingeniero, y si hay una lucha, perderemos, y de poco importará que llevemos con nosotros a uno o a cincuenta de sus oficiales.

—Señorita Blaine…

—Guerreros —cortó ella—. Son una subespecie pajeña criada de forma específica para la guerra. Nadie los ha visto jamás en persona y siguió con vida. Tenemos registradas estatuillas de ellos. Nuestros embajadores pajeños trataron de contarnos que eran demonios míticos, y eso es lo que parecen…

La prosa de Glenda Ruth se volvió exuberante y recargada al continuar describiéndolos con detalle. Freddy se encontró sudando. Dado lo que ella conocía, ¿por qué se hallaba dispuesta a enfrentarse a tales criaturas? Pero Glenda Ruth jamás se había echado atrás ante un desafío.

—Exacto —dijo con paciencia Balasingham—. Es demasiado peligroso.

—Si nos atacan, nos rendiremos —le dijo ella—. Y hablaremos.

—¿Y por qué van a escucharles?

—Tenemos una cosa que ellos quieren. Necesitamos ponerlo en manos del comodoro Renner para que disponga de algo con lo que negociar.

—¿Qué es, señorita Blaine?

—Me temo que no es mi secreto, comandante. Mi padre me lo entregó a mí. Espero que averigüe qué es en unas pocas semanas. El problema es que en unas pocas semanas podría haber sucedido cualquier cosa. Comandante, usted está arriesgando su nave, su tripulación, todo el Imperio, a su capacidad de bloquear a los pajeños para que no se le escapen.

—No es lo que habría elegido…

—Y le admiramos por ello. Pero todos sabemos que quizá no funcione. El comodoro Renner y Su Excelencia están tratando de llevar a cabo su propio enfoque, y han solicitado nuestra ayuda. ¡Comandante, parte de la aristocracia puede que viva de sus privilegios, pero no los Blaine! —Entonces, de forma más razonable, pero con un tono de voz que ni siquiera dejaba entrever que pudiera ser desobedecida, continuó—: Poseemos una nave veloz. Freddy es un piloto de carreras, su computadora es mejor que la de ustedes, nuestro ingeniero es de primera clase, y yo puedo hablar con los pajeños mejor que nadie, incluyendo a mi hermano. Le agradecemos su preocupación. Freddy, vámonos. Gracias, comandante.

La pantalla se oscureció durante un momento.

—No se atreverá —musitó Balasingham.

La pantalla mostró al honorable Frederick Townsend.


Hécate
solicitando permiso para situarse junto a ustedes para repostar —pidió de forma protocolaria.

Balasingham oyó la risita de Rudakov. ¡No obtendría simpatía de su oficial! Se volvió hacia la pantalla.

—Permiso concedido. Pueden entregar su exceso de equipaje al primer oficial Halperin.

—Muy bien. Además, si llevan chocolate o naranjas a bordo, lo necesitaremos todo.

Balasingham se hallaba más allá de la sorpresa.

—Lo averiguaré. Buena suerte,
Hécate
.

—Gracias.

—Punto-I justo delante —indicó Freddy—. Salto en diez minutos. Terry, asegúrate para el Salto Alderson. Señoras, abróchense los cinturones.

Hécate era un armazón vacío. La zona de la cabina principal se hallaba entrecruzada por una malla
nemourlon
. La compleja ducha había desaparecido. Del equipamiento de cocina sólo quedaba un calentador. Con las paredes quitadas, el enorme depósito de agua era un bulto llamativo.

Glenda Ruth y Jennifer usaron las fijaciones del arnés en el centro de la malla. Freddy le tecleó instrucciones a la nave mientras Terry Kakurni pasaba de sistema a sistema, cerrándolo cada uno manualmente para evitar la activación accidental después del Salto.

—No deberíamos encontrarnos con ningún problema —comentó Glenda Ruth—. Henry Hudson dijo que Medina controla el espacio alrededor del punto de Salto… la Hermana de Eddie el Loco. Tengo señales de reconocimiento.

—¿Por qué siento que te falta confianza? —inquirió Jennifer.

—No hay mensajes —repuso Glenda Ruth—. Renner, mi hermano, Bury… intentarían enviar un mensaje, y aunque no lo consiguieran, al capitán de la
Atropos
—Rawlins— se le habría ordenado que sacara un mensaje. Freddy, ¿la
Atropos
no lleva una lancha que puede hacerlo?

—Sí. Los balandros de los cruceros ligeros llevan Campo e Impulsor.

—¿Falta de combustible? —aventuró Jennifer.

—Habría suficiente para cruzar y transmitir un mensaje —contestó Freddy—. Es obvio que no han conseguido hacerlo. Bien podemos suponer que alguien no les deja.

—Lo que significa…, ¿vamos a saltar hacia qué? —preguntó Jennifer—. ¡Quizá disparen primero! ¡Como nosotros en el bloqueo!

—No es probable —Freddy se volvió hacia la consola.

—Tiene razón —acordó Glenda Ruth—. Piensa en ello. Enviaron a la flota embajada desarmada. ¿Qué ganarían llevando a las naves a una trampa en el sistema de la Paja y destruyéndolas? No tendría sentido.

—Y sabemos que los pajeños siempre tienen sentido —comentó Jennifer de broma—. ¿Verdad?

—¿Quieres volver a casa? —le preguntó Glenda Ruth.

—Humpf.

—Aquí vamos —informó Freddy—. Entraremos a nueve kilómetros por segundo en relación con la Paja. Se aproxima bastante a la velocidad orbital en el otro extremo. Debería impedir que choquemos con algo. Por otro lado, hará que resulte fácil para cualquiera capturarnos. ¿Está bien, Glenda Ruth?

—Sí.

Si el minúsculo tono de incertidumbre que captó en su voz le perturbó, Freddy Townsend no dio muestras de ello.

—Entonces, preparados. Allá vamos.

La Hermana de Eddie el Loco se hallaba a cien horas y a más de cien millones de kilómetros detrás del
Simbad
. Casi todos dormían. Buckman se encontraba de guardia, y Joyce Trujillo se había despertado mucho antes de lo que quería. Ella lo vio primero.

Los indicadores parpadearon en la pantalla delante de Buckman. Luces fantásticas brillando en la pantalla aumentada de popa, globos de colores, un resplandor.

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