El tercer brazo (33 page)

Read El tercer brazo Online

Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
7.05Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Gracias —dijo Chris.

—¿Qué más? —preguntó Renner—. ¿Qué uso le podemos dar a la Lombriz de Eddie el Loco?

—¿Qué es eso? —inquirió Joyce.

—Más tarde —repuso Chris Blaine—. No lo sé, capitán. A Glenda Ruth quizá se le ocurra algo. Ella piensa más como una pajeña que yo; además, ella la ha visto.

—Alá es misericordioso —dijo Bury—. Pero espera que empleemos Sus dones con sabiduría. Teniente, ¿de dónde se enteró Eudoxo del futuro de la protoestrella? Estoy seguro de que mi Fyunch(click) no sabía nada de ella.

—No cuando usted la conoció —indicó Blaine—. Después…

—Quizá sí. Pero tal vez mucho después —expuso Bury—. Tal vez no hasta dejar el servicio de Bizancio. No hace falta decirle que aquí hay complejidades.

—Sí, debe de encantarte —afirmó Renner.

La base principal del Comercio de Medina se hallaba a mil millones de kilómetros de la luz y el calor de la Paja, y a diez grados por encima del plano del sistema de la Paja. Se encontraba en el borde interior del frío y del vacío que se extiende detrás de los planetas más alejados: el halo cometario interior. El Amo de Medina podía mantener tal dominio porque había muy poco de valor en él. Pero el Comercio de Medina necesitaba una base más cerca de donde se formaría la Hermana.

Sin embargo, la materia más próxima a la Paja se mueve en órbitas más veloces.

En los treinta años desde que las naves del Imperio aparecieran en el sistema de la Paja, el Comercio de Medina había mantenido seis cometas como bases temporales.

Mantener un cometa; construir defensas y operaciones mineras. Las cúpulas presurizadas se expandirían hasta convertirse en hogares. Los productos acabados arribarían desde la Base Principal de Medina: comida, metales, tecnología para trabajar el hidrógeno, generadores de escudos de energía, a cambio de esferoides de hielo de hidrógeno refinado. Parte del tributo de Bizancio a Medina se desviaría a la base interior, y ello incluiría energía en la forma de haces de luz colimados. La base albergaría a Relojeros e Ingenieros, muchas naves, unos pocos Guerreros, más Amos, y siempre, como mínimo, una pareja de Mediadores. Más sería mejor.

Antes de que la base pudiera alejarse tanto a la deriva de la Hermana nonata de Eddie el Loco como para dejar de ser útil, del cometa se extraería todo hasta agotarlo casi por completo. Entonces, Medina mantendría otro.

Diez años atrás, la Compañía de la India ganó la batalla por el punto de Eddie el Loco. El Amo de Medina se había visto obligado a convertirlos en socios…, pero en absoluto en uno igualitario. La Compañía de la India utilizó su propia riqueza para poner a prueba el punto de Eddie el Loco, mientras esperaba a la Hermana en el sitio equivocado. Aunque también exigió tener representación en la Base Interior Cinco y, después, en la Seis. Representantes no deseados a ser hospedados a costa de Medina, una familia y séquito de espías.

Por lo tanto, la Base Interior Seis se convirtió en una instalación industrial pacífica con un objetivo secundario: el contacto eventual con el Imperio a través de la Hermana de Eddie el Loco. Siempre había docenas de naves espaciales por la zona. Eran inofensivas naves de minería y transporte, sin armas, con cabinas de burbuja. La Hermana podía abrirse en cualquier momento, y entonces esas naves deberían transportar a Mediadores al encuentro del Imperio del Hombre. El Amo de Base Seis mantenía a Mediadores preparados en todo momento; igual lo hacía la presencia de la India.

Pero se trazaron planes de contingencia de los que la Compañía de la India nada sabría.

6
Adquisición hostil

El poder consiste en la capacidad de vincular tu propia voluntad con el deseo de otros de conducir por medio de la razón y el don de la cooperación.

W
OODROW
W
ILSON

La gran mancha borrosa debía de ser el
Agamenón
. Se hallaba a veinte klicks de distancia y acercándose, absolutamente despacio. Cerca había un grupo de tres naves mucho más pequeñas. Freddy aumentó la imagen.

—Son alienígenas —dijo.

—Pajeñas —afirmó Jennifer Banda. Su sonrisa era enorme, boca roja y dientes blancos en una cara oscura, iluminada sólo por la luz de las estrellas que entraba por la tronera—. Glenda Ruth, se parecen a las naves que vio tu padre. Por lo menos, ésa sí. Las otras…

Ésa tenía un aspecto tosco. La mayor parte era un tanque esférico. A proa, un contenedor más pequeño y elaborado (¿una cabina?), se veía erizado de sensores; daba la impresión de que pudiera desprenderse. A popa había un donut gordo y un espinazo como un aguijón largo, muy largo: una guía magnética para una llama de fusión.

Una segunda nave tenía un tanque esférico similar y una cabina más pequeña, además de un tubo que podía ser un contenedor de carga. Una tercera era por completo un toro y daba la impresión de qué pudiera rotar para conseguir gravedad, aunque estaba unida a un cono de fondo redondo… ¿Un desembarcador?

—Todas distintas —comentó Glenda Ruth.

—¿Nos dejará la Marina hablar con ellos? —preguntó Jennifer.

—No veo por qué no —repuso Freddy.


HÉCATE
, aquí
AGAMENÓN
, corto.

—Aquí Frederick Townsend. Centrando haz de comunicaciones. Fijado. Corto.

—Fijado. Soy el comandante Gregory Balasingham, señor Townsend.

—Doy por hecho que los pajeños escaparon —dijo Freddy.

—Yo no lo expresaría de ese modo. Hay un nuevo sendero Alderson desde este sistema a la Paja, pero ninguna nave pajeña se nos ha escapado desde aquí.

—Hasta donde usted sabe —intervino Glenda Ruth.

—¿Señora?

—Veo tres naves de tres diseños radicalmente distintos —explicó ella—. El mensaje que tengo es que ustedes no pueden predecir qué enviarán a continuación, comandante. Quizá algo con una vela de luz y la tripulación en sueño congelado. Tal vez cualquier cosa. Y, por supuesto, ustedes no vieron todas las naves que salieron.

Hubo una larga pausa.

—Señorita Blaine, tenemos un mensaje grabado para usted.

—Gracias.

—Prepárense para grabarlo.

—Preparados —dijo Freddy—. Recibido. Gracias.

—Comandante, ¿podemos hablar con los pajeños? —preguntó Glenda Ruth.

Otra pausa.

—Sí, pero yo quiero escuchar.

—No hay problema —aceptó Glenda Ruth—. Quizá usted oiga algo que yo no sepa. No disponemos de mucho tiempo.

—La conectaré después de que haya leído el mensaje.

—Gracias. Le llamaremos de nuevo —dijo Freddy—. Concédanos media hora. A propósito, ¿en qué hora están?

—Aquí son las diecisiete cincuenta y dos.

—Gracias, sincronizaremos. —La hora de nave para el
Hécate
eran las 14.30, primeras horas de la tarde. Desde que dejaran Esparta habían permanecido en un día de veinticuatro horas—. Comandante, ¿querría usted o cualquiera de sus oficiales acompañarnos a cenar?

—Gracias, señor Townsend, pero aquí nos encontramos en alerta general. En lo que a nosotros respecta, puede haber una flota pajeña de naves de guerra a punto de caernos encima.

—Oh. Sí, desde luego. Gracias. En media hora, entonces.

—Aquí no hay mucho —indicó Glenda Ruth—. Chris informa que los pajeños cruzaron, siete naves desarmadas. Una…, ah.

—¿Ah?

—Una pidió hablar con Horace Bury. Fue lo primero que dijo.

Freddy se rió entre dientes, luego soltó una carcajada abierta.

—Vaya. Glenda Ruth, os he escuchado a ti y a Jennifer tratando de convencer a la gente de lo inteligentes que son los pajeños…

—En realidad, era lo único que se podía hacer —comentó Jennifer—, ahora que pienso en ello. Mirad, si nadie hubiera estado esperando aquí, habrían continuado hasta el Imperio y… ¿qué? ¿A quién le alegraría verlos? ¡A los comerciantes! Y Bury es el único comerciante del que saben algo.

—Bueno, de acuerdo, pero aún me habría gustado ver su cara cuando pidieron por él —dijo Freddy—. ¿Qué más tenemos?

Glenda Ruth titubeó; luego, contestó:

—Jennifer, en realidad no es. Obvio. No pidieron por Autonética Imperial. ¡Solicitaron al hombre más viejo de la expedición, de ello hace toda una vida pajeña!

—Una vida de Mediador.

—Lo que sea. ¿Has pensado por quién no pidieron? Papá. Mamá. El obispo Hardy. ¡El almirante Kutuzov! Gente que podía exterminarlos o salvarlos de otros. Oh, demonios, no dispongo de una respuesta. Chris quiere que pensemos en ello. —Jennifer asentía—. Un enredo. Eh… Los Fyunch (clicks) de los humanos pueden volverse locos.

—¡Oh, vamos! ¿Y el de Horace Bury es el único que permaneció cuerdo? No puedo… Sigamos pensando, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. ¿El mensaje?

—No hay mucho más. Kevin Renner está al mando de la expedición. Siempre creí…

—¿Sí?

—Digamos que no me sorprende que se encuentre al mando. Renner le dejó órdenes a Balasingham de que nos autorice a entrar en el sistema de la Paja a menos que viera un buen motivo para no hacerlo. Freddy, no querrá permitirnos cruzar.

—Veremos —dijo Freddy—. Está claro que no puedo luchar contra él.

—Huyamos —indicó Jennifer—. Debe quedarse para vigilar a los pajeños, y no nos disparará.

—No seas tonta —repuso Freddy—. Cargados como vamos, las lanchas del crucero nos cogerían aún con mucha ventaja de nuestra parte. Glenda Ruth, ¿estás segura de que deseamos ir a la Paja?

—Yo estoy segura —afirmó Jennifer.

—Chris nos quiere allí. Freddy, ¿de qué disponen para negociar? La Lombriz de Eddie el Loco puede marcar toda la diferencia.

—¿No deberíamos dejar aquí unas crías?

—No tiene sentido —aseveró Glenda Ruth—. No pasará tanto tiempo hasta que la nave del Instituto llegue a Nueva Cal. Mis padres, con todas las lombrices que alguna vez puedas desear. Pero, mientras tanto, Bury y Renner quizá necesiten con urgencia fichas para negociar.

Freddy lo meditó.

—Bueno, de acuerdo. ¿Cuánta prisa tenemos?

—Cuanto más rápido sea, mejor. ¿Por qué?

—Entonces pasaremos un tiempo aquí —Freddy apretó el botón del intercom—. Kakurni, es hora de aligerar la nave. Quita todo hasta quedar sólo con el equipo de carrera. Deja el cargamento especial en su sitio; pero, por lo demás, desguarnece los almacenes de la nave.

Jennifer captó su mueca.

—¿Qué pasa?

—Es George. No se presentó voluntario para esto. Si me lo permiten, le dejaré con la Marina. ¡Espero que alguna de vosotras sepa cocinar!

El
Hécate
era un revoltijo. Freddy y Terry Kakurni se afanaban en quitar tabiques y redistribuir el equipo, y ninguno quiso ayuda de Glenda Ruth o de Jennifer. Glenda Ruth observó a Freddy pegar una manguera a la pared de espuma, succionar el aire de golpe y shuumff, enrollarla hacia arriba y dejar al descubierto el dormitorio del patrón en todas y cada una de sus cosas. Kakurni entró con la manguera, la acopló a la cama y shuumff.

«Al Hades con ella —pensó—. Voy a darme una ducha mientras aún haya una instalación de baño.»

Sentía que sobraba. La Marina no puso objeciones a que Glenda Ruth hablara con los pajeños, pero éstos se tomaban su tiempo en responder a la invitación. ¿Por qué? Los Mediadores pajeños siempre querían hablar; la decisión debía venir del Amo, el que se llamaba Marco Polo.

Explorador y embajador. La primera expedición a la Paja había consistido en dos cruceros de guerra Imperiales,
MacArthur
y
Lenin
, este último con la prohibición expresa de hablar con los pajeños, y la
MacArthur
con grandes restricciones sobre la información que podía dar. Los pajeños habían obtenido varios libros de historia humana del capellán Hardy de la
MacArthur
, pero ninguno abarcaba acontecimientos tan recientes como la invención del Impulsor Alderson. Eso les dejó un número limitado de nombres y culturas humanas a los que poder recurrir.

Habían elegido: Marco Polo, el Amo. Sir Walter Raleigh, el Mediador de rango superior. Interesante elección de nombres…

Glenda Ruth oyó la voz de Jennifer mientras salía de la bolsa de ducha.

—Sí. ¿Henry Hudson? Sí, desde luego… No, no puedo prometerle eso, señor Hudson, pero le puedo permitir hablar con mi superiora. —El brazo de Jennifer transmitía señales en círculos frenéticos.

Glenda Ruth se metió a toda velocidad en un traje-toalla y se acercó a ella.

Henry Hudson era un pajeño joven con una piel marrón y blanca; el patrón de ésta no encajaba con los recuerdos que tenía Glenda Ruth de Jock y Charlie. Las marcas familiares quizá diferían. La criatura parecía al mismo tiempo desconocida y familiar. Era probable que no sobrepasara los doce años de Paja Uno, aunque los pajeños maduraban mucho más deprisa que los humanos.

Y los Mediadores a bordo de las otras naves estarían presenciándolo todo. Glenda Ruth sintió una oleada de miedo escénico… nada comparado con lo que debería estar experimentando Jennifer.

—Buenos días tenga usted, señora embajadora —dijo el pajeño. Unos ojos de iris marrones y aspecto humano se clavaron directamente en los suyos—. Jennifer me informa que es usted Glenda Ruth Blaine, con el trato formal de honorable señorita Blaine. Yo me llamo a mí mismo Henry Hudson, y hablo por Marco Polo, mi Amo. ¿Podría conocer la naturaleza y alcance de su poder político?

Glenda Ruth sonrió con la insinuación de un encogimiento de hombros de modestia.

—Por relaciones familiares, aunque ninguno recibido formalmente. Vinimos con cierta precipitación. Se me concederá poder de decisión por el hecho de que yo estaba aquí y otros no, y mi familia… —Su voz se desvaneció. Era como si hablara con un calamar: la criatura no reaccionaba de manera correcta.

De forma vaga era consciente de que detrás de ella Jennifer hablaba a toda velocidad y en voz baja ante un micro. En la segunda pantalla había un guardamarina, luego, un oficial; después, Balasingham en persona. Bien. No trató de interrumpir.

—No obstante —dijo el pajeño—, es un placer hablar con usted. —El ánglico de la criatura era perfecto. Los brazos…—. ¡Sus progenitores nos visitaron antes de que yo naciera! Incluyendo a su… ¿padre?

—Padre y madre.

—Ah. ¿Cómo les cambió la experiencia?

Brazos, hombros, cabeza…, todo se movía de manera errónea, con una momentánea ilusión de articulaciones rotas, y de pronto Glenda Ruth fue terriblemente consciente de que sus propios brazos, hombros, dedos, lenguaje corporal… se movían sin un pensamiento directo, en un lenguaje que aprendió de Charlie y Jock. Y de repente lo entendió.

Other books

Mermaid Magic by Gwyneth Rees
The Merry Widow by BROWN, KOKO
Fatal by Eric Drouant
The Gift by Lewis Hyde
Building Harlequin’s Moon by Larry Niven, Brenda Cooper
Plain Fame by Sarah Price