—Pero debería haberlo recibido —indicó Rawlins.
—Y ningún modo de saber qué hará al respecto. Correcto —continuó Renner—, y, además, por una vez las cosas se presentan sencillas.
Rawlins enarcó una ceja con cierto esfuerzo.
—Si es así, es la primera vez.
—Sí. Bury y yo hemos discutido las opciones del Kanato con los pajeños, y todos hemos coincidido en cómo deben ser las cosas. Disponen de dos opciones. El Plan A: cruzan la Hermana con todo lo que tienen, atacan lo que sea que les esté esperando y penetran en espacio del Imperio, donde se dispersan. El Kanato está acostumbrado a vivir de sobras escasas: proporcióneles cualquier tipo de sistema, y pronto se reproducirán como locos, si consiguen que sus naves colonia pasen.
—¿Qué habrá para detenerlos? —preguntó Rawlins—. ¿Por qué un Plan B?
—Bueno, ellos no saben si lograrán cruzar del otro lado —repuso Renner—. O qué se van a encontrar cuando pasen.
—Están arriesgando todo lo que poseen —comentó Glenda Ruth. Esas naves colonia son el Kanato. Todo lo que poseen, y en realidad no saben a lo que se enfrentan, En este momento ya habrán cogido a Terry y a Jennifer, de modo que conocerán que el
Agamenón
se hallaba allí hace un par de cientos de horas.
—Es una pena que a ese ingeniero no lo mataran —dijo Rawlins.
Freddy se encrespó; Renner intervino deprisa para cortarlo.
—Lo que no saben, porque nadie a bordo del
Hécate
podía saberlo, es qué refuerzos puede haber recibido el
Agamenón
.
—No serán muchos —indicó Rawlins—. Pero quizá algunos. Teníamos algunas naves en reparación, y ésta no sería la primera vez que Sinclair y su equipo en los Astilleros obraran un milagro.
—Estamos dando por hecho que lograrán hablar con Terry y con Jennifer —dijo Freddy Townsend—. El primer grupo de los Tártaros no pudo.
—El Kanato es más rico que los Tártaros —expuso Glenda Ruth—. Quizá ya hayan llevado a un Fyunch(clik) Bury medio entrenado. Eso espero.
—¿Por qué? —preguntó Rawlins.
—Jennifer admira a Bury —explicó Glenda Ruth—. Y el Imperio la tiene impresionada. No le cabrá duda de que con el
Agamenón
estará una gran flota, porque tiene una visión romántica de nuestra eficacia. Si hablaran con Joyce, sería distinto…
—Vamos, Glenda Ruth, yo no…
—Podemos albergar esperanzas —cortó Renner—. Quizá haya sucedido de esa manera. Sea lo que fuere que averiguara el Kanato de Jennifer Banda y Terry Kakumi, actúan con mucha cautela. Hacen cruzar a sus naves de guerra, pero hasta ahora han dejado atrás a sus Amos. Aún se encuentran en el sistema de la Paja sólo con una guardia personal.
Renner tocó los mandos de las pantalla y trajo imágenes de las restantes naves del Kanato. Eran grandes, como los cruceros civiles del Imperio, y ninguna se parecía a otra. Iban acompañadas de una veintena de naves más pequeñas.
—Dos docenas… en realidad, veintiséis naves de las grandes. Ése es el objetivo. La cuestión es, la familia y el séquito de un Amo son una colonia. Ésos son todos los Amos y la totalidad de las cosas que necesitan para sobrevivir: plantas, simbiontes, Clases útiles, todo. Cada familia es una pequeña colonia.
»Vamos por ésas. Medina está estableciendo un vector para lanzar todas nuestras fuerzas contra esas naves. También la India y los Tártaros. Bizancio ha aceptado ayudar. Dentro de unas veinte horas, la situación va a ser bastante caliente para los Amos del Kanato.
—Esa parte la entiendo. Por mí, perfecto —comentó Rawlins.
—No será un ataque sorpresa para cuando caigamos sobre ellos —indicó Blaine—, aunque ahora mismo desconocen la velocidad de nuestro avance. No habrán considerado el factor de la propulsión de Base Interior Seis. La Alianza de Medina es más grande que lo que ellos creían, como pronto también averiguarán. Entonces… ¿de qué elecciones disponen? O cruzan en busca de apoyo de su flota de guerra, o solicitan esa ayuda. Es muy posible que hagan ambas cosas, o sea, cruzan y, luego, gritan pidiendo ayuda, lo que significa hacer retroceder a la flota de guerra. Ello debería ganarle algo de tiempo al
Agamenón
.
—Sí, puede ser —acordó Rawlins. Pareció pensativo—. Si hacen eso, quizá seamos capaces de reforzar a Balasingham a tiempo de conseguir algo positivo.
—Bien pensado —afirmó Renner.
—¿Cuál es el Plan B, comodoro?
—Nuestra mejor conjetura —repuso Renner— es que el Plan B del Kanato sea el mismo de Medina. Si no consiguen dejar atrás al
Agamenón
, entonces regresan aquí, reúnen una gran alianza que pueda derrotar a Medina y se ofrecen a negociar con el Imperio.
—De modo que lo importante es asegurarnos de que no escapen del
Agamenón
. Aparte de eso… ¿nos importa quién gana? —inquirió Rawlins.
Kevin Renner jamás había pensado en ello.
—Puede que al Imperio no le importe —repuso Bury—. Pero a nosotros sí.
Rawlins frunció el ceño.
—Apoyo eso —secundó Freddy Townsend.
Los dos hombres eran civiles. Rawlins no fue capaz de suprimir del todo un tono condescendiente.
—Ahora bien, sé que les gustan esos pajeños, pero la política Imperial no ha de involucrarse con los asuntos internos de los sistemas candidatos.
—Todos sabemos que eso pasa —afirmó Freddy.
—Tal vez, mas esto se encuentra a un nivel político endemoniadamente más alto que cualquiera de nosotros —dijo Rawlins—. Incluso con los herederos Blaine a bordo.
—Rawlins… —comenzó Renner.
—Capitán —intervino Glenda Ruth—. Sólo estamos especulando con lo que puede llegar a hacer el Kanato. El hecho es que no han intentado negociar con nosotros. Han tomado prisioneros a dos ciudadanos del Imperio, y ni siquiera hablan de ello con nosotros.
—Infiernos, los amigos de ustedes los tomaron prisioneros.
—Y están dando todo de sí para compensarlo —dijo Freddv.
Las dos Mediadoras escuchaban con suma atención, mas ninguna habló.
—Medina se ha ganado nuestra confianza —indicó Bury—. ¿No deberíamos ganarnos la suya? Luego está el asunto de derechos de propiedad. Medina sabía que…
—¿Propiedad? —demandó Rawlins, la respuesta retrasada por el intervalo de la velocidad de la luz.
—Sí, capitán. Sabían que la protoestrella se colapsaría, que la Hermana se abriría. Compraron ese conocimiento con escasos recursos. Incluyendo la vida de un Ingeniero que nosotros dejamos morir a bordo de la
MacArthur
.
—Maldición —exclamó Renner.
—Sí —la voz de Bury sonó fatigada—. La situación no es del todo como lo que le sucedió al señor Townsend, aunque hay similitudes. Y del pequeño conocimiento que poseían, dedujeron qué íbamos a hacer nosotros, y apostaron su supervivencia a estar en lo correcto. Yo mismo he hecho igual. ¿No considera usted las ideas como propiedad personal? En cierto sentido, el Consorcio de Medina tiene los derechos de autor del Imperio.
Una pausa. Luego:
—Derecho de autor. Gracias, comerciante. ¿Comodoro?
—Lucharemos junto al Comercio de Medina —repuso Renner—. Yo aceptaré la responsabilidad. Usted tiene sus órdenes, capitán. Vaya a atacar a esas naves colonia. Estaremos trece horas detrás de usted.
—Sí, señor. —Demasiado tarde para ser de alguna ayuda, pero los dos lo sabían.
—Usted es una incógnita para los pajeños —dijo Renner—. No sabrán de qué es capaz su nave. Desconozco si ello significa que se concentrarán en usted o que intentarán evitarle. Esté preparado para las dos posibilidades, Vamos a necesitar su protección cuando nos acerquemos, de modo que trate de sobrevivir.
El retraso en esta ocasión fue más prolongado.
—Lo intentaremos.
—¿Alguna otra pregunta?… Bien. En marcha. Buena suerte —Renner cortó la comunicación para encontrarse a Bury riendo entre dientes—, ¿Sí?
—Pensaba —comentó Horace— que puedo imaginarme un juicio en el que los padres de la señorita Blaine presentan nuestra defensa.
Simbad
aceleraba a 1,2 gravedades estándar. Glenda Ruth Blame empleaba el atiborrado espacio de la zona de cocina para realizar ejercicios lentos de estiramiento.
—¿Ha tenido alguna vez una mascota? —preguntó.
—Mi padre tenía una pareja de Keeshonden —repuso Joyce.
—Sin embargo, murieron. Usted sabía que algún día morirían y eso es lo que pasó —Glenda Ruth no aguardó una respuesta—. Fue así con Jock y Charlie. Ellos me lo dijeron. Charlie murió. Nosotros, mis padres por entonces disponían de una versión de la lombriz A-L; aunque fue demasiado tarde para Charlie, o esa versión no era del todo correcta. No, Joyce, deje la cámara donde está.
Joyce no se había movido.
—No puedo evitar lo que pienso, Glenda Ruth, pero si fueran a fusilarme por saber demasiado, seguiría escuchando.
—No estoy segura de qué es lo que deseo decir para la prensa. Lo que hice, no fue honesto y no fue sencillo y sería dementemente complicado tratar de describirlo. A donde quiero llegar es que la lombriz A-L apartó a mi amigo más viejo de la muerte. Hola, Freddy.
Freddy había salido del entorno de la cabina.
—Hola. ¿Te están entrevistando?
—Extraoficialmente. ¿Café?
—Bendita sea —Freddy Townsend se volvió hacia Bury—. ¿La gravedad está bien, señor?
Bury alzó la vista.
—No es peor que en Esparta, me encuentro bastante cómodo. Gracias. Resulta más duro para Alí Babá y nuestros amigos.
El cachorro de Mediador se hallaba acurrucado en la axila de Bury; no parecía desdichado.
—Vine para mostrarles algo —dijo Freddy—. Tenemos cámaras fuera del Campo. —Señaló las pantallas del salón. Resplandores intensos y destellos más suaves: las intrincadas hebras de luz de una batalla espacial.
—¿El grupo de la
Atropos
? —preguntó Glenda Ruth.
—Aún se halla a un par de horas de la Hermana. Ésa es la flota Tártara. Estaban más cerca. Victoria, me temo que a su pueblo no le va bien.
—No esperábamos que nos fuera bien —repuso Victoria.
—Un terrible consumo de recursos —comentó Omar.
—Una inversión —afirmó Bury.
—Con beneficios potencialmente ¡limitados —acordó Ornar—. Hemos dispuesto de años para contemplarlo, pero ésta es la primera generación de pajeños en ver el universo como un sitio de oportunidades reales. ¿Cuándo llegaremos allí?
—Está un poco por debajo de dos minutos luz —indicó Freddy—. Digamos unas veintiséis horas a nuestra velocidad actual.
—¿No se habrá terminado por entonces? —preguntó Glenda Ruth.
—Es posible que no —contestó Victoria—. Las batallas espaciales llevan tiempo.
—Y ésta es una batalla como pocos habrán visto jamás —dijo Omar—. Una batalla de Amos, el fracaso definitivo de la clase Mediadora.
—Hay algo que no entiendo —intervino Joyce—. ¿Por qué el Kanato no negocia?
Hubo unos destellos de luz en las pantallas.
—Más naves —indicó Glenda Ruth—. ¿De quién son ésas?
—Es difícil de decir —repuso Freddy—. Pero le están disparando al Kanato, de modo que van de nuestro lado.
—Enemigos de nuestros enemigos —dijo Bury—. Sólo podemos observar con paciencia. Alá ha sido misericordioso.
—Joyce, hay muchas respuestas a su pregunta —respondió Victoria. Su historia. El Kanato ha tenido pocos éxitos con las alianzas.
—Dado su historial no resulta sorprendente —indicó Omar.
—Es verdad. Tratan a sus aliados con desprecio. No respetaron las condiciones que habían establecido con nosotros. Y ahora ven un potencial ¡limitado si sólo una de sus naves colonia sobrevive para recorrer el espacio Imperial.
—Ilimitado —repitió Glenda Ruth—. Eddie el Loco. Un clan entero.
—También nosotros lo vemos —apuntó Victoria—. Igual que Medina y la India. Diga una cultura entera.
El puente de control del
Simbad
se hallaba a oscuras salvo por las pantallas de navegación. Freddy lo había aislado del salón. Había puesto el sillón de piloto en modo de masaje.
Glenda Ruth notó la postura relajada de Freddy.
—Hola.
—Hola.
—Vi algo de actividad en las pantallas.
Freddy asintió.
—La batalla se ha reanudado. Se lo informé al comodoro. No hay gran cosa que podamos hacer al respecto durante las próximas catorce horas, de modo que no tenía mucho sentido despertar a los demás.
«Y no dices por qué no me llamaste a mí.»
—¿Qué haremos cuando lleguemos allí?
—Buena pregunta —contestó Freddy—. Con este curso pasaremos a unos doscientos klicks por segundo.
—Eso no es de gran utilidad.
Freddy mostró cierta irritación.
—Si frenamos para emparejar velocidades, estaremos toda la eternidad llegando allí. La idea es que podemos incrementar nuestra propulsión al final si alguien necesita la ayuda de nuestras armas. De lo contrario, es más seguro cruzar deprisa y regresar.
—Buenas nuevas de todas partes —dijo Glenda Ruth. La pantalla principal centelleó, un fulgor azul. Se la quedó mirando—. Freddy…
—Está bien. No tienes por qué mirar.
La voz de ella sonó casi condescendiente, aunque surgió tres segundos después.
—Freddy, cariño, además no tiene mucho sentido. Lo único que yo veo son luces coloreadas. ¿Por qué no me cuentas tú qué está sucediendo? Imagina que es una carrera.
—Una carrera. De acuerdo. —Un toque al mando aumentó el cuadro, expandió el centro del laberinto de líneas de colores. Los láseres atravesaban globos negros y al rojo vivo de diversos tamaños. Uno se estaba inflando, verde, azul, un fogonazo blanco como una nova—. Comenzaron con veintiséis naves grandes. Después de doce horas de lucha son veintitrés. No se mueven mucho; pero tu hermano reconocería la danza que realizan. La Nave A flota detrás de la Nave B. La Nave B recibe el calor durante un rato. No puedes hacerlo a menos que el enemigo se halle en una sola dirección. La Nave A elimina cierta energía; después, baja el Campo Langston justo cuando sale de la sombra de la otra nave. Dispara todo lo que lleva. Activa su Campo de nuevo… Vaya.
—¿No siempre funciona?
—No. Veintidós.
—Mmhh. Freddy, ésos eran los veintiséis clanes del Kanato. Cada nave es una familia extendida. Las naves son de distintos tamaños porque algunas familias son más grandes, o más ricas. Vale la pena recordar que los pajeños no retroceden ante el exterminio. —Freddy la miró—. ¿Qué están haciendo ahora? ¡Freddy, ahí va otra!