El tesoro del templo (4 page)

Read El tesoro del templo Online

Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

BOOK: El tesoro del templo
13.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

Las conté: una, dos, tres, dispuestas en forma de
,
taw
, la última letra del alfabeto, la letra de la verdad, pero también de la muerte. La
taw
representa el cumplimiento de una acción y el futuro convertido en presente.

—Es extraño —dijo Jane—… Me dijo que ese fragmento hablaba de un personaje del Fin de los Tiempos, Melquisedec, que le intrigaba. Antes me habría parecido que el tema no era importante, pero ahora… Después de todo lo que ha pasado aquí, desde hace tanto tiempo…

—¿Quieres decir desde los tiempos de Jesús? —preguntó Koskka.

—Sí, y luego esas estúpidas discusiones sobre Jesús y el Maestro de Justicia de los esenios…

—Pero nosotros no tenemos nada que ver con ello —dijo Koskka—. Estamos buscando el tesoro del Pergamino de Cobre, no al Mesías de los esenios.

—Creemos —añadió Jane— que la cantidad de oro y plata mencionada en el pergamino supera los 6.000 talentos… Es una cifra enorme y sin parangón con las riquezas de Palestina en esa época… El equivalente a varios millones de dólares de ahora.

—¡Por esa misma razón no ha podido volatilizarse! —dije—. Jane —añadí al cabo de un rato—, me gustaría visitar la tienda del profesor Ericson.

—Te acompaño.

La tienda de Ericson estaba al lado de la gran tienda que servía de comedor. Dentro sólo había un catre de campaña y una mesita plegable. Algunos objetos aparecían desparramados sobre la cama y había ropas, libros y objetos varios dispersos por todas partes; la policía debía de haberlo registrado todo. Jane, a mi lado, se adelantó con paso incierto. Vi sobre la mesa la reproducción de un fragmento arameo.

—Este debe de ser el fragmento que encontró el profesor —dijo Jane—. ¿De qué se trata?

—Es un fragmento de Qumrán. Y en efecto trata de Melquisedec. Al final de la Historia, cuando se produce la liberación de los hijos de la luz, Melquisedec es el patrón de los justos y el soberano de los últimos tiempos. Melquisedec es el príncipe de las luces, el Sumo Sacerdote que oficia en los últimos tiempos, cuando se realizará la expiación por Dios.

—Ya —dijo Jane—. Pero ¿por qué Ericson se interesaba por ese personaje en particular?

—No lo sé.

Cerca de la mesa, otro objeto atrajo mi atención. Era una espada antigua, de metal plateado, con una empuñadura negra rematada en una especie de rostro… Al observarla más de cerca, me di cuenta de que era una cabeza de muerto. En el extremo del mango había una cruz con los extremos de los brazos más anchos.

—¿Y esto? —dije.

—Es una espada de ceremonia —dijo Jane—. Ericson era masón.

—¿De veras?

—Sí, Ary. Los esenios no son los únicos que perpetúan la tradición de las órdenes gnósticas y de las religiones mistéricas.

—En tu opinión, ¿es posible que Ericson quisiera recuperar el tesoro del Templo sólo para enriquecerse?

—No, no lo creo. No le guiaba ese tipo de preocupaciones. Ten —añadió mientras me daba una fotografía—. Guárdala, es tuya.

Salió de la tienda con paso rápido, bajando la cabeza.

De vuelta a mi gruta, después de la larga marcha bajo el sol poniente entre las primeras sombras del desierto, observé la fotografía del profesor Ericson que me había dado Jane. Su cabellera de color gris plateado, sus ojos oscuros y su piel imberbe, tallada por el sol, le daban una cierta prestancia. Acercando una lupa a la fotografía, pude distinguir la forma de las arrugas de su frente. Dibujaban la letra
,
kaf
, la palma de la mano, que representa el cumplimiento de un esfuerzo producido con la intención de domar las fuerzas de la naturaleza. La curvatura de la
kaf
es signo de humildad, de aceptación de las pruebas y de coraje. La consecución de la
kaf
exige esfuerzos mentales y físicos considerables.

De repente, un detalle atrajo mi atención. Al lado del profesor Ericson se encontraba Josef Koskka. Los dos parecían formar equipo en la caza del tesoro a la que habían consagrado sus vidas, realizando excavaciones en condiciones muy duras. Sus manos estaban agrietadas: trabajaban bajo el calor con paletas, picos y palas. El profesor, con el busto ligeramente inclinado, tenía una pipa en una mano y, en la otra, un pergamino parecido al Pergamino de Cobre, pero éste, de color plateado, no contenía caracteres hebreos. Se trataba de letras góticas, entre las que, acercando la lupa, distinguí una palabra:
adhemar
. ¿Qué podía significar? Me dirigí a la gran sala donde se encontraba la piscina de agua de roca, allí donde tomábamos nuestros baños rituales, para purificarme, porque había estado en contacto con la muerte, en el cementerio y en el lugar del crimen.

Llegué bajo la bóveda de la gran sala; era una cisterna excavada en la roca lo bastante profunda para que uno pudiera sumergirse completamente, como lo exige la ley.

Me desnudé. Me quité las gafas y mi túnica de lino blanco y me sumergí en la piscina de agua límpida. Me pareció que, desde que me había unido a los esenios, mi cuerpo no había dejado de adelgazar. No comía mucho y mis músculos sobresalían bajo mi piel como las ramas de un árbol en invierno. Me sumergí tres veces en el baño ritual y observé el reflejo de mi rostro en el agua clara, único espejo en el que podía distinguir mi imagen borrosa. Mi barba rala y mis cabellos oscuros de finos rizos encuadraban mi rostro de piel clara, casi transparente, ojos azules y labios delgados. En mi frente vivía la letra
,
kof
, con la que se compone la palabra
kadoch
, santo. Su barra, que desciende verticalmente, indica que es posible descender hacia la impureza buscando la santidad.

Salí de la cisterna, me sequé y volví a vestirme con mi túnica de lino blanco. Después me dirigí hacia el scriptorium, donde quería proseguir la tarea que había empezado.

Sobre una gran mesa de madera había esparcidos fragmentos de cuero ennegrecido y otros escritos. Más lejos, la cámara se prolongaba en un estrecho pasaje que llevaba a una cavidad que contenía tiras de tejido, otros pergaminos y vasijas tan altas que tocaban el techo de la gruta.

Para calmar mi espíritu, me senté ante la larga mesa de madera en la que trabajaba. Luego, con ayuda de mi cortaplumas, empecé a rascar la piel de un pergamino que se resistía de tan áspera que era, aunque el pergamino había sido perfectamente limpiado y alisado.

Tracé una línea horizontal cuidando de dejar márgenes arriba, abajo y entre las páginas, y me puse a escribir, suspendiendo cada letra por debajo de los trazos para obtener una escritura regular. El grano del pergamino tiene que ser uniforme y perfectamente homogéneo. Los que yo prefiero son finos, pero sólidos. Cuando escribo, me gusta sentir cómo la piel se humedece al contacto con la palma de mi mano, las tintas y los colores. El pergamino es la piel, la vida que perdura hacia y contra la llama y la putrefacción. Por esa razón conserva la escritura durante tanto tiempo, mientras que el cobre se oxida. Sobre el pergamino se puede escribir y reescribir, por el procedimiento de sumergir la piel en suero antes de rascarla: los palimpsestos, como los
tells
, están hechos a imagen de este país repleto de historia.

¿Se resistía el cuero o era mi corazón atormentado? En mi espíritu luchaban otras palabras, otros pensamientos. No conseguía concentrarme en mi texto, y de repente mi tarea me parecía irrisoria… No lejos de mí, en el desierto de Judea, se estaba desarrollando un drama, y en el centro de ese drama se encontraba una mujer. En mi espíritu resonaba la llamada de su nombre. Rasqué el cuero con el cortaplumas para alisarlo e intenté trazar una letra, pero la piel se resistía y no lo conseguí. Mi mano derecha resbalaba, se debilitaba.

No conseguía apartar de mi mente la imagen de la víctima de ese extraño sacrificio, el profesor Ericson.

Pensé en lo que estaba escrito en nuestros textos, en la abundancia de golpes que administran los ángeles de la destrucción en la Fosa eterna, en la furiosa cólera del Dios de las venganzas, en el temor y la vergüenza sin fin, en el oprobio, y la exterminación por el fuego de las regiones, en todos los tiempos, de edad en edad, de generación en generación, en las calamidades de las tinieblas.

Y pensé en el asesino. ¿Era el hombre malvado, el secuaz de Belial que se alzará para ser el señuelo del cazador para el pueblo y la destrucción para todos sus vecinos? Si tal era el caso, ello significaba que se acercaba el tiempo.
El tiempo del Fin de los Tiempos
.

Sobre toda la multitud de Belial

¡Y cólera sobre toda Carne!

El Dios de Israel alza su mano con su poder maravilloso

sobre todos los espíritus de impiedad,

y todos los valientes de los dioses se aprestan al combate,

y las formaciones de los santos se reúnen para el Día de Dios.

Haciendo el vacío a mi alrededor, decidí aplicar el método que me había enseñado mi rabí, y que consiste en elegir una letra del alfabeto y contemplarla hasta que se rompa la corteza de la palabra para llegar al soplo primitivo que inspiró su escritura.

Me incliné sobre el manuscrito. Tomé la copia y tracé una letra. Era la letra
,
álef
, la primera del alfabeto hebraico. Parece la cabeza de un toro o de un buey. Una débil expiración para pronunciarla, o un golpe de glotis que sólo es audible cuando va acompañado de una vocal.

Álef
, letra inmaterial, letra del soplo y de la carencia, letra divina. Su ausencia en algunas palabras significa la ausencia de espiritualidad y el predominio de la materia. Por ello, después de haber pecado, Adán perdió la
álef
de su nombre.

Así se convirtió en
Dam
: Sangre.

SEGUNDO PERGAMINO
El pergamino de Sión

¡Oh, Sión! Cuando mi memoria te evoca te bendigo.

Con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi poder.

Porque te amo cuando mi memoria te evoca.

¡Oh, Sión! Tú eres la esperanza.

Tú eres la paz y la Liberación.

En tu seno existirán las generaciones,

de tu seno se alimentarán,

con tu esplendor se cubrirán,

de tus profetas se acordarán.

En ti ya no hay mal.

Los impíos y los malvados se marchan

y tus hijos te celebran.

Tus prometidos languidecen por ti,

esperan la Liberación,

lloran junto a tus muros.

Oh, Sión, esperan la esperanza,

esperan la Liberación.

Other books

The Lost Child by Ann Troup
The Unexpected Miss Bennet by Patrice Sarath
Deluded Your Sailors by Michelle Butler Hallett
Can't Help Falling in Love by Menefee, David W., Dunitz, Carol
Famous by Langdon, Kate
Phthor by Piers Anthony
Hammered by Elizabeth Bear