El testamento (52 page)

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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

BOOK: El testamento
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—El jamás conseguirá la Quintaesencia. El buen cardenal está condenado.

—Es probable que así sea —dijo Rule—. Pero teniendo en cuenta que al papa sólo le quedan unos pocos días de vida, puede estar jodidamente seguro de que antes de morir hará todo lo posible por destruir la orden.

—Veo que está usted contra Dios de una manera vehemente.

—Padre, a lo largo de los años he aprendido el elevado arte del ateísmo.

—Es una lástima —dijo el padre Damaskinos.

—Qué comentario tan sorprendente. —Rule no se molestó en ocultar su enfado—. Ya he tenido suficiente conversación acerca de la religión y el destino para toda la vida. Ahora sigamos con lo nuestro.

Jenny estaba finalmente en tierra firme, por lo que sólo podía ofrecer una silenciosa plegaria de salvación. Tenía los brazos entumecidos y las piernas le temblaban como a un potrillo recién nacido que trata de sostenerse sobre las cuatro patas. Un dolor agudo en la base del cuello parecía estar unido a la violenta jaqueca que había clavado su escarpia entre sus ojos.

Se agazapó entre las sombras, no muy lejos de Paolo Zorzi, que había reunido a sus guardianes tan pronto como consiguieron salir de la lancha en el
fondamenta
, en Castello. Zorzi tenía el teléfono móvil pegado a la oreja. Estaba situado de tal de manera que la acústica de la calle llevaba hasta ella cada una de sus palabras.

—¿Dónde están ahora?

Según había deducido Jenny, Zorzi había reunido todos los recursos que estaban a su alcance, colocando a sus hombres en puntos fijos como las torres de vigilancia costera que seguían el rastro de los barcos corsarios, como hogueras de señales que transmitían terribles noticias de ciudad en ciudad.

—La iglesia —estaba diciendo Zorzi—. Sí, por supuesto que la conozco.

Un momento después se volvió con expresión dura, impaciente, irritada y, Jenny esperaba, muy posiblemente decepcionada. Durante el vertiginoso viaje a través de la laguna, ella había descubierto que había sido él quien había capturado a Bravo pero, gracias a Dios, Bravo había escapado junto con Rule. Era a Bravo y a Rule a quienes habían estado persiguiendo con la lancha a través de la laguna. A ella no le había sido posible saberlo antes, ya que estaba oculta en el otro lado de la lancha. Pero ahora Zorzi y sus traidores guardianes habían vuelto a encontrar el rastro de los fugitivos y, por el tono de la conversación telefónica, muy pronto los tendrían rodeados.

Ahora todo lo que ella tenía que hacer era pensar en alguna manera de detenerlos. Estuvo a punto de echarse a llorar ante la inutilidad de ese pensamiento: ¿qué podía hacer ella, una mujer sola y desarmada, contra ese cuadro disciplinado y bien entrenado?

—Hoy no hay buenas noticias, salvo por una cosa —estaba diciendo Zorzi—. La crisis provocada por Braverman Shaw al menos ha conseguido que nuestro enemigo saliera de su escondite. Anthony Rule es el traidor, eso es indiscutible.

¿Con quién estaba hablando? No con otro miembro de su cuadro, como había supuesto al principio. «¡Estás mintiendo! —quería gritar Jenny—. ¡Tú eres el traidor!». En ese momento deseó poder acercarse a cada uno de los guardianes que acompañaban a Zorzi y decirles el terrible error que estaban cometiendo. Pero sin embargo tenía que quedarse escondida allí, temblando como un cervatillo y contemplando cómo su mundo se hacía pedazos. No podía permitir que eso ocurriese, de ninguna manera…

—Es una operación delicada, por supuesto —continuó diciendo Zorzi—. Bravo no debe sufrir ningún daño. El trauma provocado por la muerte de su padre… sí, aunque yo estaba a diez mil kilómetros de distancia asumo toda la responsabilidad. Sí, señor. Pero debe entender que la delicadeza de esa operación es extrema. No sólo debemos capturar a Braverman Shaw sano y salvo, sino que debemos hacerlo sin matar a Rule… Por supuesto, estoy seguro. ¿En qué podría beneficiarnos si lo matamos ahora? —Zorzi se alejó unos metros del grupo de guardianes, acercándose, de hecho, hacia donde estaba agazapada Jenny, en el vano de una puerta en sombras—. Ésta es nuestra oportunidad de devolverles el golpe a los caballeros. Imagine la información que Rule debe de tener acerca de ellos en su cabeza. —Zorzi se cambió el teléfono móvil de mano, a la otra oreja, mientras flexionaba los dedos de la que había estado sosteniendo el teléfono hasta ese momento—. No, señor, no llevaré personalmente el interrogatorio. Usted conoce muy bien mi historia con Rule; él y yo nunca nos hemos llevado bien. ¿Cómo se vería que yo me encargase de su interrogatorio? No, eso se lo dejaré a usted, señor.

De pronto, Jenny se dio cuenta de que estaba temblando. ¿Qué era lo que no encajaba? Paolo Zorzi debería estar defendiendo la muerte de Anthony Rule, aunque sólo fuese para protegerse. Pero en realidad no sólo estaba apoyando la captura de Rule, sino que estaba negándose a ser él quien le interrogase. Lo que Zorzi estaba haciendo no tenía ningún sentido para ella. Y, entonces, con una pelota helada formándose en su estómago, comprendió que si Paolo Zorzi no era el traidor, si, de hecho, estaba diciendo la verdad y, en cambio, el traidor era Anthony Rule, la conversación tenía todo el sentido del mundo.

Jenny apoyó la cabeza contra la puerta y cerró los ojos mientras el mundo giraba vertiginosamente a su alrededor. Estaba mareada. Rule era el traidor. Rule, alguien que había estado tan cerca de Dex que su hijo lo llamaba tío Tony. Era perfecto, tan perfecto que quería vomitar. Un montón de anomalías inexplicables volaban dentro de su cabeza. No era de extrañar que la orden hubiese ido perdiendo terreno frente a los caballeros, no era de extrañar que hubiesen perdido a hombres clave… incluido a Dexter. Todo había sido obra de Rule.

Sin ser consciente de ello, sus dedos se cerraron, sus manos se convirtieron en puños que planeaba emplear con toda su furia a la primera oportunidad.

Bravo se dio cuenta de que el padre Damaskinos lo miraba fijamente.

—Cuando se trataba de la orden, tu padre demostraba un interés muy especial, Bravo. Me pregunto si lo compartía contigo.

El sacerdote hablaba con un tono de voz tan sosegado que era posible creer que eso no era una prueba. Pero sólo por un momento. Bravo sonrió, porque le gustaba el padre Damaskinos, le gustaba especialmente su prudencia en ese nuevo tiempo de terrible peligro para aquellos que formaban parte de la orden y también para todas las personas que eran amigos de los miembros de la misma.

—A menudo me hablaba de fray Leoni.

—Sí, fray Leoni fue el último
magister regens
de la orden. Posteriormente, la llamada Haute Cour (el comité formado originariamente para aconsejar al
magister regens
y velar por que sus dictados se aplicasen de forma correcta) evolucionó hacia un cuerpo regente más igualitario. —El padre Damaskinos miró a Rule como si lo retase, pero éste permaneció en silencio—. Parecía haber muy pocas cosas que Dexter ignorase acerca del líder sagrado de la orden. Tu padre también sabía que la única forma de que la orden pudiera evolucionar, convertirse en una fuerza importante en el mundo moderno, era a través de la elección de un nuevo
magister regens
.

—¿Alguno de estos sarcófagos contiene los restos de fray Leoni?

De repente Rule parecía muy interesado en el tema.

—Eso sí sería algo extraordinario, de verdad —dijo el sacerdote—. Sin embargo, debéis saber que la ubicación de la cripta fue un secreto guardado tan celosamente a lo largo de los siglos que hoy se ha convertido en algo parecido a una leyenda. De hecho, nadie sabe si realmente existe.

—Mi padre creía que existía —dijo Bravo.

—Así es —asintió el padre Damaskinos—, pero yo creo que ni siquiera Dexter tenía una idea clara de dónde podía estar.

—¿Conoce usted los nombres de quienes están enterrados aquí? —preguntó Bravo.

—Por supuesto. Todos ellos son venecianos que nos ayudaron secretamente en los siglos pasados. Sus nombres están grabados en mi memoria, que es, naturalmente, el único lugar donde existen.

Bravo le pidió que recitase esos nombres. Cuando el padre Damaskinos hubo terminado, le dijo:

—Por favor, lléveme hasta el sarcófago de Lorenzo Fornarini.

—Por supuesto.

El padre Damaskinos los condujo por el pasillo entre ambas filas de sarcófagos y señaló uno que estaba a la izquierda.

Los Fornarini, al igual que los Zorzi, eran una de las
case vecchie
, las llamadas casas antiguas, las familias de la élite que habían fundado Venecia: las veinticuatro. Ese era el significado de los veinticuatro hilos de la madeja roja que envolvía la pequeña cruz griega de plata. Los tres códigos reunidos decían: «En la iglesia de San Giorgio dei Greci hay un sarcófago de un miembro de las veinticuatro».

—Como tu padre muy bien sabía, Lorenzo Fornarini vivió a finales del siglo xiv y fue un caballero templario —dijo el padre Damaskinos—. Estaba en Trebisonda cuando la ciudad cayó en manos del sultán Mehmed II. En Trebisonda, sin embargo, renunció secretamente a su lealtad a Venecia y se convirtió en miembro de la Iglesia ortodoxa griega, razón por la que fue trasladado en secreto hasta aquí. Allí, los miembros del clero lo declararon héroe. Pero fue denunciado por Andrea Cornadoro, otro miembro de las
case vecchie
, y un caballero con una reputación terrible.

»Lorenzo Fornarini y él lucharon durante tres años y en dos islas hasta que Cornadoro mató finalmente a Fornarini. Los sacerdotes conservaron su cuerpo, lo envolvieron como a una momia y lo trajeron nuevamente aquí para que fuese enterrado. Al igual que fray Leoni, Lorenzo Fornarini fue un héroe para Dexter.

—Ayúdame —le dijo Bravo a Rule.

Juntos consiguieron apartar la pesada losa que cubría el sarcófago para que Bravo pudiese echar un vistazo en su interior. Su mirada se demoró un momento en el esqueleto de Lorenzo Fornarini. Bajo la tenue luz que despedía la llama de la antorcha, el tiempo y el espacio parecieron desvanecerse, y vio nuevamente al caballero que había luchado con tanto valor contra la horda otomana.

Luego el hechizo se rompió, y Bravo se inclinó hacia adelante y estiró la mano. Entre las costillas de Fornarini encontró una agenda electrónica que descansaba sobre un objeto largo y estrecho. Sacó del sarcófago ambos objetos. Junto con la PDA estaba la daga de Lorenzo Fornarini, maravillosamente conservada en una vaina de metal engastado.

Bravo examinó el cuchillo y luego encendió la agenda electrónica. En la pantalla apareció una larga serie de números y letras. Su padre había convertido la agenda electrónica en una libreta de un solo uso… o código Vernam. Gilbert Sandford Vernam fue un criptógrafo estadounidense. En 1917, mientras estaba trabajando para la compañía AT&T, inventó el sistema de cifrado de libreta de un solo uso, el código más seguro que existe, tanto, que jamás ha sido roto. Los caracteres aleatorios del código Vernam tenían la misma longitud que el texto plano y consistían en una serie de bits generados al azar, de ahí su invulnerabilidad incluso para los superordenadores actuales.

Los tres hombres regresaron a la iglesia, una vez allí vieron que los bancos reservados a las mujeres que había en la galería situada sobre la entrada estaban vacíos y tomaron asiento.

El problema que Bravo debía resolver era dónde había escondido su padre la libreta de un solo uso que debería utilizar para descodificar el texto cifrado. Su primer pensamiento fue que estaba en alguna parte del bloc de notas de su padre, pero después de efectuar una rápida lectura comprendió que ésa habría sido una elección demasiado obvia. A continuación examinó, también sin éxito, el pin de solapa esmaltado. Luego sacó el paquete de cigarrillos que había encontrado junto con los otros objetos. En la parte inferior estaban estampados la fecha de venta y el número del lote. Sin embargo, el número del lote contenía símbolos, además de letras y números. Con creciente excitación contó la ristra: era exactamente de la misma longitud que los caracteres en la agenda electrónica.

Introdujo el número del lote en el teclado de la PDA y pulsó la tecla de cálculo. El código descifrado era un acertijo en griego antiguo.

—¿Qué es lo que puede correr pero nunca caminar? ¿Tiene boca pero nunca habla? ¿Tiene cabeza pero no llora? ¿Tiene un lecho pero nunca duerme?

Rule leyó el acertijo por encima del hombro de Bravo.

—¿Qué significa? —preguntó.

—Es un río —dijo Bravo, y se echó a reír—. Cuando era niño había un poema épico que me encantaba que mi padre me leyera. Comenzaba así: «Junto a las aguas de Degirmen perdió el rey David su vida, cuando fue traicionado y el Conquistador cogió todo lo que le pertenecía…». —David fue el último de los Comneni, la familia que durante siglos gobernó Trebisonda, la ciudad mercantil más rica del mar Negro. Degirmen es el nombre del río que fluye a través de Trabzon, como se la conoce actualmente.

El padre Damaskinos estaba asintiendo.

—Los Comneni eran ortodoxos griegos. David, el último miembro de esa estirpe, fue traicionado por uno de sus ministros, y Trebisonda, una ciudad que se creía inexpugnable, cayó en 1461 ante el ejército de Mehmed II, sultán del Imperio otomano, conocido como el Conquistador.

Bravo miró a Rule.

—El Testamento no está en Venecia, como había pensado. Debo ir a Turquía, a Trabzon.

—De modo que el viaje continúa —dijo Rule con una especie de cansancio.

Pero Bravo apenas si lo oyó. Por primera vez se sentía absolutamente afectado por el sentido de la vida inacabada de su padre, y pudo tocar en su interior una tristeza tan íntima y dolorosa que nunca había sospechado que estuviese allí.

La iglesia de San Giorgio dei Greci se alzaba en medio de la intensa claridad y el calor húmedo de la mañana veneciana. Paolo Zorzi y sus guardianes se habían reunido entre las sombras azuladas que eran erosionadas lentamente por la brillante luz del sol. Alguien, en un
campo
cercano, estaba cantando una aria con una voz agradable e inexperta. Las notas flotaban a través del canal como burbujas de jabón, haciendo que el aire resplandeciera.

Los guardianes tenían los ojos muy abiertos, los labios separados por la fuerza de su respiración agitada. Jenny podía ver en sus rostros esa curiosa mezcla de anticipación, ansiedad y tensión mientras se preparaban para la lucha.

Se moría por acercarse a su mentor y ofrecerle sus servicios, pero sabía que no debía hacerlo. La acusación falsa había funcionado: Zorzi ya no confiaba en ella, y no importaba lo que él pudiese decir en su defensa; Jenny había visto en sus ojos la prueba de que ella tampoco podía fiarse de él. Zorzi le había mentido acerca de Bravo, y una vez que la mentira comenzó, los acontecimientos se precipitaron. Ella tenía su propio ejemplo para saber a qué atenerse.

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