El testamento (7 page)

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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

BOOK: El testamento
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—Bravo.

La voz de Emma, rica y musical, variada como la paleta de un artista, se elevó hasta él, esa única palabra sonó como una canción.

—Estoy aquí, Emma.

—Gracias a Dios que estás vivo. —Su mano tanteó buscando la suya, la encontró y la apretó—. ¿Son graves tus heridas?

—No es nada comparado con…

Apenas si tuvo tiempo de reprimir el resto de la frase.

—Comparado conmigo, quieres decir.

—Emma…

—No lo hagas, no me compadezcas.

—No es compasión.

—¿No lo es? —preguntó ella abruptamente.

—Emma, tienes todo el derecho…

—¡No seas tan buen perdedor! —Ella se volvió hacia él—. ¿Con quién debería estar furiosa, Bravo? ¿Quién me hizo esto? —Luego meneó la cabeza—. Es repugnante. Ya he sentido suficiente terror, furia y autocompasión.

Emma hizo un enorme esfuerzo para sonreír y, como si fuese un rayo de sol que iluminaba la habitación, él la vio como era antes, el porte erguido, la boca muy abierta, el pelo color miel agitado por el viento creado por los ventiladores del escenario, sus enormes ojos verde esmeralda, los pómulos pronunciados y la boca generosa tan parecida a la de su madre, una mano alzada mientras el aria surgía de ella, gloriosa y plena, como él siempre imaginó que Puccini la había oído en su cabeza cuando la componía.

—He esperado dos días horribles para sentirte, para oír el sonido de tu voz. —Emma volvió a cogerle la mano—. Esto me hace feliz, Bravo, esto supone un alto en mi noche interminable. Incluso en mis momentos más negros pude encontrar fuerzas para sobreponerme y rezar por tu recuperación, y Dios escuchó mis plegarias y te mantuvo a salvo. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Ahora quiero que tú hagas lo mismo, que te eleves por encima de tu furia y tu autocompasión. Quiero que tengas fe, Bravo, si no por ti, entonces por mí.

¿Fe? ¿Fe en qué?, se preguntó. Su padre había querido decirle algo desesperadamente, pero él había endurecido su corazón, no había sido capaz de perdonarlo por sus manipulaciones, y ahora nunca sabría qué era eso tan importante. Apretó los dientes. ¿No era acaso el perdón un componente fundamental de la fe?

—Emma, papá está muerto y tú…

La garganta se le llenó de bilis amarga.

Ella le cogió el rostro con ambas manos, como lo había hecho cuando, de pequeños, él se enfadaba y se sentía frustrado. Apretó su frente contra la de él.

—Quiero que dejes de hablar y me escuches —dijo en un murmullo musical—, porque estoy segura de que Dios tiene un plan para nosotros, y si tú estás lleno de ira y autocompasión nunca serás capaz de oírlo.

Su garganta volvió a obstruirse con todas las emociones que bullían desde su interior.

—Emma, ¿qué ocurrió aquel día?

—No lo sé. De verdad, no lo recuerdo. —Se encogió de hombros—. Tal vez sea una bendición.

—Me gustaría poder recordar algo, cualquier cosa, de lo que sucedió en tu casa.

—Una fuga de gas, dijo ese detective. Un accidente… Olvídalo, Bravo.

Pero no podía hacerlo, y tampoco podía decirle a su hermana por qué.

—Necesito que me acompañes al baño —dijo ella, interrumpiendo sus pensamientos.

Cuando Bravo se levantó, sus piernas parecían sostenerlo mejor que antes. Ambos llegaron al baño sin problemas. A Bravo le pareció que Emma estaba fuerte, a pesar de lo que le había pasado. ¿Acaso era su fe lo que él percibía, profunda y corriendo como un arroyuelo en el primer deshielo de la primavera?

—Entra conmigo —dijo Emma, obligándolo a entrar en el lavabo antes de que tuviese tiempo de protestar. Ella cerró la puerta con el pestillo y luego abrió la mano y le mostró un paquete de cigarrillos y un pequeño encendedor—. Soborné a Martha. —Martha era su asistente personal.

Emma se sentó en el váter y, con sorprendente facilidad, encendió un cigarrillo y dio una honda calada, manteniendo el humo en los pulmones. Mientras lo expulsaba, dijo con una sonrisa:

—Ahora conoces mi secreto, Bravo. El humo es lo que le confiere a mi voz esa profundidad que tanto alaban los críticos. —Sacudió la cabeza—. Dios se manifiesta de maneras misteriosas.

—¿Qué tiene que ver Dios con todo esto?

Ella se levantó de golpe.

—Oh, Bravo, oigo tu ira, no puedes mantenerla apartada de tu voz. Me pregunto si sabes cuán desagradable es, cómo distorsiona el bello timbre tenor de tu voz.

—Eres tú quien tiene la hermosa voz, Emma.

Ella le acarició la mejilla con las puntas de los dedos.

—Los dos llevamos a mamá dentro de nosotros, sólo que quizá, sólo quizá, yo tenga un poco más de ella.

—Sé que pensabas que papá me quería más a mí —dijo él, porque era algo que estaba en su cabeza.

—No, Bravo. Papá también me quería a mí, pero él y tú teníais, no lo sé, una especie de conexión especial. Me dolía veros cuando estabais enfadados. —Volvió la cara hacia él—. ¿Ya has llorado, Bravo? Sé que lo has hecho. —Emma se pasó los dedos por el vendaje que le cubría gran parte del rostro—. Te envidio ese lujo.

—Oh, Emma.

—En las primeras horas después del accidente, cuando fui consciente por primera vez de lo que había perdido, caí en un pozo negro. Pero la fe es como un árbol del que brotan nuevas ramas en medio de una tormenta. Y, cuando llega el momento adecuado, esas ramas dan frutos. La fe es lo que me sostiene, la fe es lo que pone orden en el caos, la fe es la que mantiene unido al mundo frente a una crisis. —Dio otra pequeña calada a su cigarrillo—. Me gustaría hacer que lo entendieras. Cuando tienes fe, la desesperación no es una opción. Sufro por papá. Me siento destrozada por dentro porque me han arrancado una parte de mí que jamás podré recuperar. Sé que, al menos, eso lo entiendes. Pero también sé que su muerte y la pérdida de mi visión, ya sea temporal o permanente, es por una razón. Existe un plan para nosotros, Bravo. Mi fe me lo demuestra, incluso sin poder utilizar los ojos.

—¿Formaba parte del plan de Dios que papá volara en pedazos y mamá se consumiera hasta la muerte?

—Sí —asintió ella con firmeza—. Lo aceptes o no.

—No entiendo cómo puedes estar tan segura. Es una parte de ti que nunca he podido entender, Emma. ¿Y si tu fe no es más que una ilusión, qué pasa si no existe ningún plan? Eso significaría que no había ningún propósito.

—Ningún propósito que todavía podamos ver.

—Fe. La fe ciega es tan falsa como todo aquello que criticas. —Bravo pensó en lo que había dicho el detective Splayne y apretó los puños con fuerza—. ¿Cómo puedes vivir en un mundo así y no ser cínico?

—Sé que tu cinismo no es más que una máscara, porque «cinismo» es sólo otra palabra para «frustración». —dijo Emma suavemente—. Pasamos un montón de tiempo tratando de mantener el control sobre todas las cosas que gobiernan nuestras vidas, pero es un esfuerzo inútil, y terriblemente frustrante, porque, realmente, ¿qué es lo que podemos controlar? Prácticamente nada. Y, sin embargo, buscamos lo imposible, aun a sabiendas de que es una empresa vana. ¿Qué es lo que puede llenar el vacío? ¿Puedes decírmelo tú? No. Pero, escucha, escucha, cuando me libero de todo, cuando canto, lo sé. —El cigarrillo se le había consumido entre los dedos. Emma debió de sentir el calor, porque se volvió y lanzó la colilla dentro del váter. Con un breve y airado siseo, el extremo encendido se apagó—. Bravo, es posible que esa explosión me haya dejado ciega, pero milagrosamente respetó mi posesión más preciada… mi voz está intacta.

Bravo la abrazó estrechamente, percibiendo su esencia como siempre lo había hecho, desde que tenía memoria.

—Ojalá tuviese tu fe.

—La fe es una lección que debe aprenderse, como todo lo demás en la vida —susurró Emma en su oído—. Rezo para que un día encuentres la tuya.

Y, en su otro oído, su padre muerto susurró: «Debajo de la superficie, donde se manifiesta la pérdida, es donde debes comenzar».

Capítulo 2

B
RAVO, no sabes cuánto me alivia tener noticias tuyas —dijo Jordan Muhlmann cuando Bravo le devolvió finalmente la llamada—. Hacía días que no sabía nada de ti. La preocupación me estaba volviendo loco.

—Lo siento, Jordan, la conmoción que sufrí complicó un poco las cosas —explicó Bravo a través de su teléfono móvil.

—Sí, por supuesto. Siempre que sepa que te encuentras bien.

—Estoy bien.

Bravo caminaba por la acera en dirección a su banco. Ya se había recuperado lo bastante como para que en el hospital le diesen el alta y ya estaba preparado para abandonar Nueva York. Sólo había una cosa que considerar, aparte, por supuesto, de la situación de Emma.

—No puedes estar bien, Bravo —dijo Jordan—. Es del todo comprensible que no lo estés.

—Tienes razón, por supuesto.

—No se trata simplemente de lo que yo diga,
mon ami
. Es lo que siento. Eres parte de la familia, Bravo, lo sabes.

Jordan lo entendería. Aunque era seis años menor que Bravo, habían congeniado desde el primer momento. Durante una larga velada etílica en Roma en la que intercambiaron confidencias sin ningún pudor, Jordan le había contado a Bravo que había perdido a su padre cuando era pequeño y aún lloraba su muerte. Él sabía lo que significaban la familia y las pérdidas. De pronto, Bravo echó de menos a Jordan, su vida en París. Ambos pasaban tanto tiempo juntos, habían construido una amistad tan sólida en apenas cuatro años, que realmente eran como una familia.

—En cuanto a eso, no tengo la menor duda.

En la esquina había un policía apoyado contra su coche, que bebía café en un vaso de cartón. Al otro lado de la calle, una niña jugaba con su perro acompañada de su madre. Justo detrás de la niña y su perro, un hombre y una mujer estaban cogidos de las manos. Eran jóvenes, ambos rubios y de ojos azules. El llevaba pantalones negros y una camisa, ella una falda corta y un top sin mangas.

—Escucha —continuó diciendo Bravo—, estaré en casa dentro de un par de días. Quiero volver al trabajo.

—Non, tienes cosas más importantes de las que ocuparte.

La represa volvió a romperse y los ojos de Bravo se llenaron súbitamente de lágrimas.

—Mi padre ha muerto, mi hermana está ciega… todo esto es una pesadilla, Jordan.

—Lo sé,
mon ami
. Mi corazón está contigo, y también el de Camille. —Camille Muhlmann, la madre de Jordan, era su asesora y una parte integral de Lusignan et Cie.—. Me ha pedido que te diga que está destrozada por el dolor.

—Como siempre, tu madre es excepcionalmente generosa. Dale, por favor, las gracias de mi parte —dijo Bravo.

—Tómate tu tiempo. Haz todo lo que tengas que hacer. Cuentas con mi apoyo en todo, cualquier cosa que necesites, sólo tienes que pedirlo.

La muchacha se echó a reír ante algo que había dicho su enamorado y miró a Bravo. Tenía el rostro de una gata hambrienta.

—Gracias, Jordan. Quiero que sepas cuánto aprecio… todo.

—Ah, no. Me gustaría hacer mucho más por ti.

La pareja se había detenido a hablar con el policía, pero los ojos de la mujer no se apartaban de Bravo: lo miraba por detrás de la espalda de su novio, con una sonrisa felina dibujada en el rostro.

—Me asusté muchísimo, ¿sabes? Podrías haber muerto, ¿y qué hubiera hecho yo entonces?

La pareja de enamorados había continuado su camino, pero la sonrisa de la mujer se demoró en su mente.

—Ahora escúchame bien,
mon ami
, debes tomarte tu tiempo para dejar en orden los asuntos de tu padre. Podremos arreglárnoslas sin ti. Y, Bravo, recuerda, debes llamarme si hay algo que yo pueda hacer. Estando tan lejos aquí, en París, me siento impotente. Será mejor para los dos si puedo echarte una mano de alguna manera.

Ya estaba ante las puertas del banco.

—Merci, Jordan. El simple hecho de hablar contigo… esta conexión… Ya sabes, me siento mucho mejor.

—Entonces soy feliz.
Bon, a bientôt, mon ami
.

Bravo guardó el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta y entró en el banco a través de las puertas cristaleras. Cuando cruzaba el suelo de mármol recordó que su padre lo llevaba allí cuando tenía ocho años, recordó con una sorprendente claridad la seguridad que sentía con su mano cogida a la de su padre. Dexter había abierto esa cuenta para él. Cuando cumplió dieciocho años, a instancias de su padre, había contratado una caja de seguridad. Y aunque ahora vivía en otro continente, nunca se había deshecho de ella. Para él tenía una enorme importancia. Daba igual en qué lugar del mundo se encontrase, una parte de él siempre estaría allí, en Nueva York.

En la parte posterior del banco pidió hablar con el gerente. Un momento después, una mujer de mediana edad vestida con un traje de corte conservador lo acompañaba escaleras abajo en dirección a la enorme bóveda donde se encontraban las cajas de seguridad en ordenadas filas de brillante acero reforzado. La bóveda tenía el aspecto y el aire opresivos de un mausoleo.

Una vez en el interior de la bóveda, Bravo se sentó en un reservado con cortinas mientras la mujer iba a buscar su caja. Sabía que era muy afortunado al tener un amigo como Jordan. Se habían conocido en Roma hacía cinco años, cuando Muhlmann había llegado a la universidad donde entonces Bravo estaba trabajando. Bravo había ocupado una posición especial en el Departamento de Religiones Medievales. Su trabajo no consistía en enseñar o dar clases, sino en investigar los misterios antiguos que formaban parte de su campo de acción. Aunque en aquella época Bravo estaba aún en la veintena, ya se había ganado una reputación no sólo como investigador, sino también como descifrador de criptogramas. Y resultó que ese mismo campo de estudio fascinaba a Jordan, y estaba ansioso por observar de primera mano la facilidad con la que Bravo conseguía descifrar los textos medievales y resolver acertijos aparentemente insolubles.

Jordan había permanecido en Roma seis semanas. Durante ese tiempo, Bravo y él habían trabado una fuerte amistad basada en intereses y puntos de vista comunes. Habían estudiado juntos, corrido y golpeado el saco de boxeo juntos, incluso habían participado en algunos lances de esgrima y, asombrosamente, sus habilidades corrían parejas en el uso de la espada y el sable. Salían a cenar y se emborrachaban junto a mesas de buena comida, excelente vino y fascinantes conversaciones. Finalmente, Jordan le había hecho una propuesta formal a Bravo para que se uniese a Lusignan et Cie. Al principio, Bravo había declinado la oferta, pero Jordan había insistido hasta que, por fin, después de varios intentos, había conseguido convencer a Bravo de que fuese a trabajar con él.

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