Read El último argumento de los reyes Online
Authors: Joe Abercrombie
—¿Por Brock? ¡Ja! —ladró Hoff—. No aceptaría entregarse ni aunque se le ofreciera a cambio el mundo entero con todo lo que contiene.
Glokta alzó las cejas.
—¿Y si hiciéramos una demostración de firmeza? Algo que transmitiera con toda claridad el mensaje de que la traición no se tolera ni se tolerará nunca.
—Nunca viene mal mandar un mensaje como ese —gruñó Bayaz, secundado por el murmullo de asentimiento de los demás ancianos.
—Una proclamación pública de la culpabilidad de Brock y de su responsabilidad en la destrucción de Adua, acompañada de un par de ahorcamientos.
Una pena para ellos haber nacido de un padre tan ambicioso, pero a todo el mundo le encantan las ejecuciones públicas
. ¿Alguna preferencia con respecto al día o la...?
—Nada de ahorcamientos —el Rey miró a Bayaz con gesto desafiante.
Hoff parpadeó.
—Pero Majestad, no se puede permitir que...
—Ya ha habido suficiente derramamiento de sangre. Más que suficiente, de hecho. Que suelten a los hijos de Brock —se produjeron varias inhalaciones bruscas alrededor de la mesa—. Y que se les permita reunirse con su padre, o quedarse en la Unión como simples ciudadanos si lo prefieren —Bayaz le dirigía una mirada torva desde el otro extremo de la mesa, pero el Rey no parecía en absoluto intimidado—. La guerra ha terminado. Y hemos vencido.
La guerra no termina nunca y cualquier victoria es siempre temporal
. Prefiero cerrar las heridas que ahondarlas.
Los enemigos heridos son los mejores; resulta mucho más fácil matarlos
. En ocasiones se obtienen más cosas con la clemencia que con la crueldad.
Glokta se aclaró la garganta.
—A veces.
Aunque todavía estoy esperando a verlo
.
—Bien —dijo el Rey en un tono que dejaba a las claras que daba por zanjada la cuestión—. ¿Algún otro asunto urgente que debamos tratar? Aún tengo que hacer el recorrido por los hospitales, además de inspeccionar las tareas de desescombro.
—Claro, Majestad —Hoff le hizo una reverencia de lo más aduladora—. La preocupación que mostráis por vuestros súbditos dice mucho en vuestro favor.
Jezal se le quedó mirando un instante y luego soltó un resoplido y se puso de pie. Ya había salido de la sala antes de que muchos de los ancianos consejeros hubieran acabado de levantarse.
Y yo el último, como siempre
. Cuando Glokta consiguió por fin apartar la silla y ponerse de pie, haciendo todo un despliegue de muecas, se encontró a su lado la cara rubicunda de Hoff, que le miraba con el ceño fruncido.
—Tenemos un pequeño problema —le susurró.
—¿De veras? ¿Algo que no podamos plantear al resto del Consejo Cerrado?
—Me temo que no. Es algo que, sobre todo, no debe ser tratado en presencia de Su Majestad —Hoff volvió la cabeza atrás un momento y aguardo a que el último de los ancianos cerrara las gruesas puertas de la sala tras de sí, dejándolos a solas.
¿Conque un secreto, eh? Qué emocionante
—. Se trata de la hermana de nuestro Lord Mariscal.
Glokta torció el gesto.
Oh, no
.
—¿Ardee West? ¿Qué pasa con ella?
—Sé de buena tinta que se encuentra en estado... interesante.
Como de costumbre, una afluencia de palpitaciones recorrió el lado izquierdo de la cara de Glokta.
—¿Es eso cierto?
Qué pena
. Me sorprende lo bien informado que está usted sobre los asuntos personales de esa dama.
—Es mi obligación —Hoff se acercó a Glokta y le susurró al oído arrojándole a la cara una peste a vino—. Considerando quién es con toda probabilidad el padre.
—¿Y quién es?
Aunque me parece que los dos sabemos perfectamente la respuesta
.
—El Rey, quién si no —dijo entre dientes Hoff con un deje de pánico en la voz—. Sin duda estaba usted al tanto de que antes de ser coronado mantuvo con ella una especie de... relación. Era un secreto a voces. ¿Y ahora qué es lo que tenemos? ¡Un hijo bastardo! ¿Con un rey cuya legitimidad no es de las más puras y que sigue contando con muchos enemigos en el Consejo Abierto? ¡Si se llega a saber lo de ese niño, y seguro que se sabrá, podría ser usado en contra nuestra! —Hoff se pegó aún más a Glokta—. Sería una amenaza para la seguridad del Estado.
—Desde luego —dijo con voz gélida Glokta.
Por desgracia, todo lo que ha dicho es muy cierto. Qué pena, qué horrible pena
.
Hecho un manojo de nervios, Hoff entrelazó sus gruesos dedos.
—Soy consciente de que tiene usted una cierta relación con la dama y con su familia, así que entendería perfectamente que quisiera desentenderse por completo de este caso. No me supondría ningún problema ocuparme de...
Glokta le lanzó una de sus sonrisas más desquiciadas.
—¿Pretende insinuar que no soy lo bastante duro como para asesinar a una mujer embarazada, Lord Canciller? —el eco de su voz, tan despiadado como una puñalada, resonó entre las blancas paredes de la cámara.
Hoff contrajo el rostro y miró hacia la puerta con nerviosismo.
—Estoy seguro de que no le temblara el pulso a la hora de cumplir con sus deberes patrióticos.
—Bien. Quédese tranquilo. Nuestro común amigo no me eligió para el cargo por ser una persona de corazón blando.
Más bien por lo contrario
. Me encargaré del asunto.
La misma casita de ladrillo en la misma calle normal y corriente que Glokta había visitado tantas veces con anterioridad.
La misma casa en la qué pasé tantas veladas agradables. El único lugar donde he conseguido sentirme casi a gusto desde el día en que salí babeando de las prisiones del Emperador
. Metió la mano derecha en el bolsillo y sintió el roce frío del metal en la punta de sus dedos.
¿Por qué lo hago? ¿Por qué? ¿Para que ese borracho de Hoff pueda limpiarse el sudor de la frente al ver que se ha conseguido evitar el desastre? ¿Para que Jezal dan Luthar pueda sentarse con un pelo más de seguridad en su trono de pacotilla?
Retorció las caderas a un lado y a otro hasta que sintió el chasquido de su espalda.
Ella no se merece esto. Pero así es la terrible aritmética del poder
.
Empujo la verja, renqueó hasta la entrada y llamó a la puerta con un golpe seco. Al cabo de un rato, la acogotada doncella le abrió.
¿Habrá sido ella quien alertó al borracho oficial de la corte de la desafortunada situación?
Tras, farfullar un saludo, la mujer le condujo a la recargada salita de estar y ahí le dejó, contemplando el exiguo fuego que ardía en el exiguo hogar. Al ver de refilón su imagen reflejada en el espejo que había sobre la chimenea, frunció el ceño.
¿Quién es ese hombre? ¿Esa cáscara en estado ruinoso? ¿Ese desgarbado cadáver? ¿Se le puede llamar a eso una cara? ¿A esa cosa retorcida, arrugada y marcada por el dolor? ¿Qué clase de lastimosa y aborrecible especie es esa? ¡Oh Dios, si existes, protégeme de este ser!
Trató de sonreír. La palidez cadavérica de su piel quedó surcada de profundas arrugas y el espantoso hueco de su dentadura pareció ensancharse. Las comisuras de sus labios temblaron y su ojo izquierdo, más estrecho que el otro y orlado de un intenso color rojo, palpitó con fuerza.
La sonrisa parece anunciar horrores aún mayores que el ceño
.
¿Ha habido alguna vez un hombre con más pinta de malvado? ¿Ha habido alguna vez un hombre más monstruoso? ¿Puede quedar algún vestigio de humanidad tras una máscara como esa? ¿Cómo es posible que el apuesto Sand dan Glokta acabara convertido... en esto? Espejos. Son peores aún que las escaleras.
Ardee estaba en el umbral, contemplándole en silencio. Le pareció que tenía buen aspecto, una vez que se recuperó de la desagradable sorpresa que le había supuesto descubrir que le estaba observando.
Muy bueno, de hecho. Aunque tal vez se aprecie una leve hinchazón por la zona del vientre. ¿Tres meses? ¿Cuatro quizá? Pronto no habrá manera de ocultarlo
.
—Eminencia —dijo entrando a la sala mientras le sometía a un somero examen visual—. Le sienta bien el blanco.
—¿De veras? ¿No cree que hace que esas ojeras con forma de calavera que bordean mis ojos febriles parezcan aún más oscuras?
—Qué va, ni mucho menos. Combina a la perfección con su palidez cadavérica.
Glokta la obsequió con una insinuante sonrisa desdentada.
—Justo el efecto que pretendía causar.
—¿Ha venido para llevarme a hacer otro recorrido por las cloacas, aderezado con unas pequeñas dosis de muerte y tortura?
—Ay, me temo que no va a ser posible repetir tan maravillosa experiencia. Al parecer, he gastado a todos mis amigos y enemigos al primer intento.
—Y lamentablemente el ejército gurko ya no puede seguir haciéndonos compañía.
—Según tengo entendido, anda bastante liado en alguna otra parte —se la quedó observando mientras ella se acercaba a la mesa y se ponía a mirar por la ventana. La luz se filtraba a través de su cabello oscuro y se deslizaba por el borde de su mejilla.
—Usted se encuentra bien, ¿no? —le preguntó.
—Más liado aún que los gurkos. No paro de hacer cosas. ¿Cómo está su hermano? Pensaba hacerle una visita, pero... —
pero creo que ni yo mismo hubiera sido capaz de soportar el hedor de mi propia hipocresía. Lo mío es producir dolor. Su alivio es para mí como un idioma extranjero
.
Ardee agachó la cabeza.
—Está muy enfermo. Cada vez que voy a verle le encuentro más flaco. El otro día mientras estaba con él se le cayó un diente —se encogió de hombros—. Se cayó así, sin más, mientras estaba intentando comer. Casi se ahoga. ¿Pero qué puedo hacer yo? ¿Qué puede hacer nadie?
—Lo siento de veras.
Pero eso no cambia las cosas
. Estoy seguro de que su presencia le ayuda mucho.
Estoy seguro de que nada ni nadie puede ayudarle
. ¿Y usted cómo se encuentra?
—Mejor que la mayoría de la gente, me imagino —exhaló un hondo suspiro, se sacudió y trató de sonreír—. ¿Quiere tomar un poco de vino?
—No, pero si a usted le apetece, no deje de hacerlo por mí.
Jamás ha dejado de hacerlo
.
Cogió un momento la botella, pero luego la volvió a dejar en su sitio.
—Últimamente estoy procurando beber un poco menos.
—Siempre he pensado que haría usted bien en intentarlo —avanzó despacio hacia ella—. ¿Así que tiene usted mareos cuando se despierta por la mañana?
Ardee desvió bruscamente la vista, tragó saliva y los finos músculos de su cuello se resaltaron.
—¿Lo sabe?
—Soy el Archilector —dijo acercándose un poco más a ella—. Se supone que lo sé todo.
Los hombros de Ardee se desplomaron. Bajó la cabeza y se apoyó con ambas manos en el borde de la mesa. Aunque la veía de perfil, Glokta advirtió que pestañeaba.
Trata de contener las lágrimas. A pesar de su rabia, a pesar de su inteligencia, está tan desvalida como lo pueda estar cualquiera. Pero nadie puede acudir a su rescate. Excepto yo.
—La he hecho buena, ¿no? Justo lo que me había dicho mi hermano. Justo lo que me había dicho usted. Debe de sentirse muy defraudado.
Glokta sintió una palpitación en el rostro.
Un intento de sonrisa tal vez. Aunque sin demasiada alegría
.
—Me he sentido defraudado durante la mayor parte de mi vida. Pero nunca con usted. La vida es muy dura. Nadie obtiene lo que realmente se merece.
¿Cuánto tiempo voy a seguir alargando esto, cuánto tiempo voy a necesitar para reunir el valor suficiente? De nada sirve prolongar las cosas. Hay que hacerlo ya
.
—Ardee... —a él mismo le sonó áspera su voz. Aferrando con su mano sudorosa el mango del bastón, avanzó renqueando un paso más. Ella alzó la vista y le miró con los ojos acuosos mientras posaba una mano sobre su vientre. Luego hizo un movimiento, como si se dispusiera a dar un paso atrás.
¿Un atisbo de miedo, quizá? ¿Quién podría culparla? ¿Es posible que se imagine lo que va a pasar?
—Ya sabe que siempre he sentido el mayor aprecio y respeto por su hermano —la boca se le había quedado seca y la lengua se revolvía torpemente entre sus encías desnudas.
Ahora es el momento
—. A lo largo de estos últimos meses creo que ha surgido también en mí un profundo aprecio y respeto por usted —las palpitaciones se extendieron por un lado de su cara e hicieron que una lágrima se desprendiera de su ojo parpadeante.
Ahora, ahora
—. O al menos... lo más parecido a esos sentimientos que puede albergar una persona como yo —Glokta metió la mano en el bolsillo, poniendo mucho cuidado de que ella no lo advirtiera. Sintió en la piel el tacto frío del metal y el roce despiadado y duro de unas aristas.
Tiene que ser ahora
. Su corazón latía acelerado y el nudo que tenía en la garganta casi le impedía hablar—. Discúlpeme, pero esto no es nada fácil.
—¿Qué le disculpe por qué? —dijo ella mirándole sin comprender.
Ahora.
Se acercó a ella tambaleándose y sacó la mano del bolsillo. Ardee trastabilló hacia atrás, tropezó con la mesa y le miró con los ojos muy abiertos... y entonces ambos se quedaron como petrificados.
El anillo resplandecía entre los dos. El diamante era tan colosal y ostentoso que hacía que el grueso aro de oro pareciera muy poca cosa en comparación.
Tan grande que casi parece de broma. Una imitación. Una imposibilidad absurda. La piedra más grande de la que disponían Valint y Balk
.
—Tengo que pedirle que se case conmigo —graznó. La mano con la que sostenía el anillo temblaba como una hoja seca.
Si se me entrega una cuchilla de carnicero, mi mano se mantendrá firme como una roca, pero si lo que se me pide es que sostenga un anillo, soy capaz de mearme encima. Valor, Sand, valor
.
Ardee tenía la boca abierta y contemplaba aturdida el anillo.
—Eh... —musitó—. Yo...
—¡Lo sé! Lo sé. Entiendo perfectamente su repulsión. Pero deje que me explique, por favor —agachó la cabeza y comenzó a hablar retorciendo la boca—. No soy tan estúpido como para pretender que alguna vez pueda llegar a querer a alguien... como yo, ni para esperar que pueda llegar a abrigar por mí un sentimiento más afectuoso que la simple compasión. Es una cuestión de necesidad. No debe permitir que la eche para atrás el hecho de que yo sea... lo que soy. Saben que está esperando un hijo del Rey.
—¿Lo saben?
—Sí, lo saben. Ese niño representa una seria amenaza para ellos. Usted misma es una amenaza para ellos. De esta forma podré protegerla. Podré dar legitimidad a su hijo. A partir de ahora, y para siempre, será nuestro hijo —Ardee seguía mirando fijamente el anillo sin decir palabra.
Como un preso que contempla horrorizado los instrumentos de tortura y se plantea si debe confesar o no. Ambas opciones son horribles, ¿pero cuál es peor?