Read El Último Don Online

Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

El Último Don (62 page)

BOOK: El Último Don
11.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Los jóvenes que ya habían nacido en Estados Unidos colaboraban con las autoridades para salvar el pellejo. Por suerte yo creé el Enclave del Bronx y traje a nuevos hombres de Sicilia para que fueran mis soldados.

Lo único que jamás he podido comprender es cómo pueden las mujeres causar tantos problemas. Mi hija Rose Marie tenía dieciocho años por aquel entonces. ¿Cómo pudo perder la cabeza por Jimmy Santadio? Decía que eran como Romeo y Julieta. ¿Quiénes eran Romeo y Julieta? ¿Pero quién coño era esa gente? No podían ser italianos.

Cuando me lo dijeron, me resigné. Abrí nuevamente las negociaciones con la familia Santadio y rebajé mis exigencias para que las dos familias pudieran coexistir. En su ceguera, ellos lo consideraron una muestra de debilidad, y así se inició la tragedia que ha durado treinta años.

El Don hizo una pausa. Giorgio se sirvió otro vaso de vino, una rebanada de pan y un trozo de cremoso queso. Después se situó de pie detrás del Don.

—¿Por qué hoy?

—Porque aquí mi querido sobrino está preocupado por la forma en que murió su padre y tenemos que disipar cualquier sospecha que pueda albergar en relación con nosotros —contestó el Don.

—Yo no sospecho de usted, Don Domenico —dijo Cross.

—Todo el mundo sospecha de todo el mundo —dijo el Don. Así es la naturaleza humana. Pero dejadme continuar. Rose Marie era muy joven y no tenía el menor conocimiento de los asuntos mundanos. Se le partió el corazón cuando las dos familias se opusieron a la boda, pero ella no tenía ni idea de cuál era la verdadera razón, y decidió juntarlos a todos, creyendo que el amor vencería todos los obstáculos, tal como ella mísma me dijo más tarde. Entonces era encantadora y era la luz de mi vida. Mi mujer había muerto muy joven y jamás me volví a casar porque no podía resistir la idea de compartir mi hija con una desconocida. No le negaba nada y tenía grandes esperanzas para su futuro, pero no hubiera podido soportar que se casara con un Santadio. Se lo prohibí. Y también era joven entonces y pensé que mis hijos obedecerían mis órdenes. Quería enviarla a estudiar a la universidad y que se casara con alguien que no perteneciera a nuestro mundo. Giorgio, Vincent y Petie tenían que mantenerme en esta vida, y yo necesitaba su ayuda. Esperaba que sus hijos también pudieran escapar a un mundo mejór, al igual que Silvio, mi hijo menor.

El Don señaló la fotografía de la repisa de la chimenea del estudio.

Cross jamás la había examinado con detenimiento porque no conocía su historia. Era la fotografía de un joven de veinte años muy parecido a Rose Marie pero de aspecto más dulce y con unos ojos más grises e inteligentes. Era el rostro de un ser tan bondadoso que Cross se preguntó si no habrían retocado la fotografía.

La atmósfera de la estancia sin ventanas estaba cada vez mas llena de humo. Giorgio había encendido un enorme puro habano

—Se me caía la baba por Silvio, más incluso que por Rose Marie. Tenía mejor corazón que la mayoría de la gente. Lo habían admitido en la universidad con una beca. Había esperanzas para él; pero era demasiado inocente.

—No conocía las calles —dijo Vincent. Ninguno de nosotros se hubiera atrevido a salir sin protección, como hacía él. —Giorgio prosiguió el relato.

—Rose Marie y Jimmy Santadio se habían ido a vivir juntos al motel Commack, y a Rose Marie se le ocurrió la idea de preparar un encuentro entre Jimmy y Silvio, pensando que de esta manera las dos familias se podrían reconciliar. Llamó a Silvio y éste acudió al motel sin decírselo a nadie. Los tres prepararon la estrategia. Silvio siempre llamaba Róe a Rose Marie. Las últimas palabras que le dirigió a su hermana fueron “Todo se arreglará, Roe. Papá me escuchará”.

Pero Silvio jamás tendría ocasión de hablar con su padre. Por desgracia, dos de los hermanos Santadio, Fonsa e Italo, estaban vigilando a su hermano Jimmy.

Habían reconocido a Silvio, y cuando salió del motel lo atraparon en el piso elevado Robert Moses y lo mataron de un tiro. Después le quitaron el reloj y el billetero para que pareciera un robo. Fue un acto de barbarie típico de la mentalidad de los Santadio.

Don Clericuzio no se llamó a engaño en ningún momento. Jimmy Santadio acudió al velatorio; desarmado y sín escolta, y pidió ser recibido en privado por el Don.

—Don Clericuzio —le dijo, mi dolor es casi tan grande como el suyo. Pongo mi vida en sus manos, si usted cree que los Santadio son responsables de lo ocurrido. He hablado con mi padre y él no dio esa orden, y me ha autorizado a decirle que reconsiderará todas sus propuestas. Además, me ha dado permiso para casarme con su hija.

Rose Marie entró en la estancia y tomó el brazo de Jimmy. La angustia de su rostro era tan grande que el corazón del Don se ablandó por un instante. La tristeza y el temor conferían al semblante de su hija una trágica belleza. Sus grandes y brillantes ojos oscuros estaban llenos de lágrimas. Miraba a su alrededor como si estuviera aturdida y no comprendiera nada.

Apartó los ojos del Don y miró a Jimmy Santadio con tanto amor que, en una de las pocas ocasiones de su vida, Don Clericuzio pensó en la clemencia. ¿Cómo podía causar dolor a una hija tan hermosa?

—Jimmy se horrorizó al pensar que tú pudieras creer que su familia había tenido algo que ver con lo ocurrido —le dijo Rose Marie a su padre. Sé que no han tenido nada que ver con ello, y me ha prometido que su familia llegará a un acuerdo.

Don Clericuzio ya había declarado culpable del asesinato a la familia Santadio. No necesitaba ninguna prueba, pero la clemencia era otra cosa.

Te creo y te acepto —dijo el Don, y era cierto que creía en la inocencia de Jimmy, aunque tal cosa no bastara para hacerle cambiar de opinión. Rose Marie, tienes mi permiso para casarte, pero no en esta casa; ningún miembro de mi familia estará presente. Jimmy, dile a tu padre que nos sentaremos juntos para hablar de negocios después de la boda.

—Gracias. Lo comprendo —dijo Jimmy Santadio. La boda se celebrará en nuestra casa de Palm Springs. Dentro de un mes toda mi familia estará allí y toda su familia será invitada. Si prefieren no asistír, la decisión será suya.

El Don se ofendió.

—¿Tan pronto, después de todo lo que ha pasado? —dijo, señalando el féretro con la mano.

—Entonces Rose Marie se arrojó en brazos de su padre. El Don, intuyó su terror. Estoy embarazada le susurró Rose Marie.

—Ah —dijo el Don, mirando con una sonrisa a Jimmy Santadio.

—Lo llamaré Silvio añadió Rose Marie en voz baja. Será como Silvio.

El Don le acarició el negro cabello y le dio un beso en la mejilla.

—Muy bien —dijo, pero sigo sín querer asistir a la boda.

Rose Marie ya había recuperado su audacia. Levantó el rostro y besó a su padre en la mejilla. Después le dijo:

—Papá; alguien tiene que asistir, alguien me tiene que entregar. El Don se volvió hacia Pippi, que se encontraba de pie a su lado.

—Pippi representará a la familia en la boda. Es mi sobrino y le encanta bailar. Pippi, tú entregarás a tu prima y después os podréis ir todos a la mierda.

Pippi se inclinó para besar a Rose Marie en la mejilla.

—Allí estaré —le dijo. Y si Jimmy te deja plantada, huiremos juntos.

Rose Marie lo miró agradecida y se arrojó en sus brazos.

Un mes más tarde, Pippi de Lena cogió un avión en Las Vegas con destino a Palm Springs para asistir a la boda. Había pasado todo aquel mes en la mansión de Don Clericuzio en Quogue, manteniendo reuniones con Giorgio, Vincent y Petie.

El Don había dado instrucciones precisas en el sentido de que Pippi debería estar al frente de la operación y de que sus órdenes deberían ser cumplidas como si las hubiera dado él mismo, cuales quiera que fueran.

Sólo Vincent se atrevió a poner reparos a la decisión del Don: —Si los Santadio no han matado a Silvio...

—No importa —contestó el Don. Eso lleva su marca y nos podría perjudicar en el futuro. Sólo tendremos que enfrentarnos a ellos en otra ocasión. Por supuesto que son culpables. La malquerencia ya es en sí mísma un asesinato. Si los Santadio no son culpables, tendremos que reconocer que el destino está en contra nuestra. ¿Qué preferís vosotros?

Por primera vez en su vida, Pippi observó que el Don estaba apenado. Pasaba largas horas en la capilla del sótano de la casa. Comía muy poco y bebía más vino que de costumbre, y durante unos cuantos días colocó la fotografía enmarcada de Silvio en su dormitorio. Un domingo le pidió al cura que decía la misa que lo oyera en confesión. Al llegar el último día, el Don se reunió a solas con Pippi.

—Pippi —le dijo, la operación es muy complicada. puede surgir una situación en la que se plantee la posibilidad de perdonar la vida a Jimmy Santadio. No lo hagas, pero nadie deberá saber que la orden la he dado yo. Las consecuencias de la acción tendrán que recaer sobre ti; no sobre mí, ni tampoco sobre Giorgio, Vincenr o Petie. ¿Estás dispuesto a cargar con la culpa?

—Sí, —contestó Pippi. Usted no quiere que su hija lo odie o le haga algún reproche, o que se lo haga a sus hijos.

—Puede surgir una situación en la que Rose Marie corra peligro —dijo el Don.

—Sí —dijo Pippi.

El Don lanzó un suspiro.

Haz todo lo posible por salvaguardar a mis hijos —dijo. Tú deberás tomar las decisiones finales, pero yo jamás te di la orden de eliminar a Jimmy Santadio.

—¿Y si Rose Marie descubriera que ha sido? preguntó Pippi.

El Don miró directamente a Pippi de Lena.

—Es mi hija y la hermana de Silvio. Jamás nos traicionará.

La mansión de los Santadio en Palm Springs tenía cuarenta ha bitaciones repartídas en tres pisos y estaba construida en estilo español, hacíendo juego con el desierto circundante. Un muro de piedra roja la separaba del inmenso campo de arena que la rodeaba. El recinto del interior albergaba no sólo la casa sino también una enorme piscina, un campo de tenis y una pista de bochas.

Para el día de la boda se había preparado una enorme barbacoa un estrada para la orquesta y una pista de baile de madera sobre el césped. La pista de baile estaba rodeada de mesas largas de banquete. Delante de la gran verja de bronce del recinto se encontraban estacionados tres grandes camionetas de una empresa de caterin.

Pippi de Lena había llegado a primera hora de la mañana del sábado con una maleta llena de ropa para la boda. Le asignaron una habitación del primer piso, a través de cuyas ventanas penetraba la dorada luz del sol del desierto.

Empezó a deshacer el equipaje. La ceremonia religiosa se celebraría hacia el mediodía en Palm Springs, a sólo media hora en coche. Después los invitados regresarían a la casa para participar en la fiesta.

Llamaron a la puerta y entró Jimmy Santadio. Miró a Pippi resplandeciénte de felicidad y le dio un fuerte abrazo. Aún no se había puesto el traje para la boda. Estaba muy guapo con unos pantalones blancos y una camisa de seda de color grisperla. Sostuvo las manos de Pippi entre las suyas para manifestarle su afecto.

—Me alégro mucho de que hayas venido —dijo. Roe está muy emocionada porque la vas a entregar tú, pero el viejo quiere conocerte antes de que empiece la fiesta.

Sin soltar su mano, Jimmy lo acompañó a la planta baja y recorrió con él un largo pasillo que conducía a la habitación de Don Santadio. Don Santadio estaba tendido en la cama con un piyama de color azul. Parecía mucho más viejo que Don Clericuzio, pero tenía unos ojos tan perspicaces como los de éste, escuchaba con la misma atención y su cabeza calva era redonda como una pelota. Le hizo señas a Pippi de que se acercara y alargó los brazos para que éste lo pudiera abrazar.

—Es muy justo que hayas venido —dijo el viejo en un áspero susurro. Cuento contigo para ayudar a nuestras familias a abrazarse como hemos hecho nosotros dos. Tú eres la paloma de la paz que traerá la concordia entre nosotros. Que Dios te bendiga; que Dios te bendiga. Volvió a recostarse sobre la almohada y cerró los ojos. Qué feliz me siento este día.

En la habitación había una fornida enfermera de mediana edad. Jimmy la presentó como su prima. La enfermera les pidió en voz baja que se retiraran pues el Don tenía que reservar sus fuerzas para poder participar más tarde en los festejos. Pippi reconsideró por un instante la situación. Estaba claro que a Don Santadio no le quedaba mucho tiempo de vida. Entonces Jimmy se convertiría en el jefe de su familia, y quizá se podrían arreglar las cosas. Sin embargo Don Clericuzio jamás aceptaría el asesinato de su hijo Silvio, y nunca podría haber una auténtica paz entre las dos familias. En cualquier caso, el Don le había dado instrucciones muy precisas.

Entre tanto, dos de los hermanos Santadio; Fonsa e Italo, estaban registrando la habitación de Pippi en husca de armas o de aparatos de comunicación. El vehículo de alquiler de Pippi tamhién había sido minuciosamente registrado.

Los Santadio habían organisado una fastuosa boda para su príncipe. Por todo el recinto se habían distribuido unos enormes cestos de mimbre llenos de flores góticas. Había vistosas carpas en las que unos camareros no paraban de escanciar champán. Un bufón vestido con atuendo medieval estaba haciendo juegos de magia para entretener a los niños, y la música que surgía de los altavoces se propagaba a todos los rincones del recinto. Cada invitado había recibido un número para un sorteo de veinte mil dólares que se celebraría más tarde. ¿Dónde hubiera podido haber una fiesta más espléndida?

Sobre el cuidado césped se habían levantado unas carpas de alegres colores para proteger a los invitados del calor del desierto, unas carpas verdes sobre la pista de baile; una carpa roja sobre la orquesta y unas carpas azules sobre la pista de tenis, donde se habían dispuesto los regalos de boda. Entre ellos un Mercedes plateado para la novia y un pequeño avión privado para el novio, obcequio de Don Santadio

La ceremonia religiosa fue muy breve y sencilla. Cuando los invitados regresaron al recinto de los Santadio, la orquesta ya estaba tocando. Las mesas de la comida y los tres bares estaban protegidos por dos carpas, una de ellas decorada con escenas de cazadores que perseguían jabaliés, y otra con altos vasos de bebidas tropicales con cubitos de hielo.

Los novios abrieron el baile con solemne esplendor. Bailaron protegidos por la sombra de la carpa mientras el rojo sol del desierto asomaba por las esquinas e iluminaba su felicidad, y ellos agachaban la cabeza bajo las manchas de luz. Estaban tan visiblemente enamorados que los invitados batieron palmas y prorrumpieron en vítores. Rose Marie estaba guapísima y Jimmy Santadio parecía más joven que nunca.

BOOK: El Último Don
11.08Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Buying Time by Young, Pamela Samuels
Leon Uris by The Haj
Steel Beneath the Skin by Niall Teasdale
Spark by Melissa Dereberry
The Yellow Snake by Wallace, Edgar
Highlander Unchained by McCarty, Monica
Oden by Jessica Frances