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Authors: Bertrand Russell
Más adelante explicaré cómo el socialismo trataría este problema.
2. LA POSIBILIDAD DE OCIO
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Debido a la productividad de las máquinas, se necesita ahora mucho menos trabajo que antes para mantener un tolerable nivel de bienestar para la raza humana. Algunos escritores ahorrativos sostienen que una hora de trabajo al día bastaría, pero quizá esta estimación no tenga en cuenta en la medida necesaria al Asia. Voy a suponer, con el objeto de estar completamente seguro, que cuatro horas de trabajo diario por parte de todos los adultos serían suficientes para producir tanto bienestar material como una persona razonable podría desear.
Actualmente, sin embargo, debido a la intervención del beneficio como móvil, el ocio no puede distribuirse equitativamente: unos trabajan demasiado, mientras otros se hallan en paro. Ello ocurre de la siguiente manera: el valor del asalariado para el patrono depende de la cantidad de trabajo que hace, la cual, en cuanto las horas no excedan de siete u ocho, supone el patrono, es proporcional a la duración de la jornada de trabajo. El asalariado, por su parte, prefiere un día de trabajo más bien largo con un buen salario que una jornada corta con jornales más bajos. De aquí se sigue que conviene a las dos partes una jornada larga, aunque los que, como consecuencia de ella, se hallan en paro mueran de hambre o hayan de ser atendidos por las instituciones públicas a costa del erario público.
Puesto que la raza humana no alcanza, en nuestros días, un razonable nivel de bienestar material, un promedio de menos de cuatro horas de trabajo al día inteligentemente dirigido sería suficiente para producir lo que hoy se produce en artículos de primera necesidad y comodidades primarias. Esto quiere decir que si el promedio de la jornada de trabajo para los que tienen trabajo es de ocho horas, más de la mitad de los trabajadores estarían parados si no fuese por ciertas formas de ineficiencia y de producción innecesaria. Para hablar primero de la ineficiencia: ya hemos visto el derroche a que da lugar la competencia, pero hemos de añadir a ello todo lo que se gasta en publicidad y todo el trabajo especializado que se consume en el comercio. El nacionalismo implica otra clase de derroche: los fabricantes norteamericanos de automóviles, por ejemplo, creen necesario, a causa de los aranceles, establecer fábricas en los principales países europeos, siendo así que habría un evidente ahorro de trabajo si pudieran producir todos sus automóviles en una enorme planta en los Estados Unidos. Luego está el dispendio que suponen los armamentos y el entrenamiento militar, que abarca a toda la población masculina dondequiera que exista el servicio militar obligatorio. Gracias a estas y a otras formas de despilfarro, unidas a los lujos de los ricos, más de la mitad de la población tiene todavía empleo. Pero en tanto dure nuestro actual sistema, no se puede dar un solo paso hacia la eliminación de gastos superfluos sin hacer aún peor la ya apurada situación de los asalariados.
3. INSEGURIDAD ECONÓMICA
En el actual estado del mundo, no solamente hay muchas personas sin empleo, sino que la mayoría de las que lo tienen se ven perseguidas por un perfectamente razonable temor de perderlo en cualquier momento. Los asalariados viven en el constante peligro del paro: saben que la firma donde trabajan puede quebrar o verse en la necesidad de reducir sus plantillas; los hombres de negocios, incluso aquellos que tienen fama de ser muy ricos, saben que la pérdida de todo su dinero no es en absoluto improbable.
Los profesionales han de luchar duramente. Tras hacer grandes sacrificios para la educación de sus hijos e hijas, se encuentran con que no existen las salidas que solía haber para aquellos que poseían la preparación adquirida por sus hijos. Si son abogados, descubren que las gentes ya no pueden permitirse el lujo de pleitear, aunque grandes injusticias queden sin remediar; si son médicos, se dan cuenta de que sus otrora lucrativos pacientes hipocondríacos ya no pueden costearse la enfermedad, mientras que muchos verdaderos pacientes han de privarse del tratamiento médico más necesario. Encontramos hombres y mujeres con títulos universitarios trabajando tras los mostradores de las tiendas, lo cual puede salvarlos del paro, pero sólo a costa de aquellos que antes hubiesen tenido ese empleo. En todas las clases, desde la más baja hasta casi la más alta, el miedo económico gobierna los pensamientos del hombre durante el día y sus sueños durante la noche, determinando que su trabajo agote sus nervios y que no descanse en su tiempo libre. Este terror omnipresente es, creo, la causa principal del clima de locura que se ha extendido por grandes zonas del mundo civilizado.
El afán de riqueza se debe, en muchos casos, al deseo de seguridad. Los hombres ahorran dinero y lo invierten con la esperanza de tener algo con que vivir cuando estén viejos y enfermos, y de poder evitar que sus hijos se hundan en la escala social. En tiempos pasados, esta esperanza era racional, puesto que había cosas tales como inversiones seguras. Pero ahora la seguridad se ha hecho inalcanzable: las más grandes empresas fracasan, los estados quiebran y todo lo que queda corre el riesgo de ser barrido en la próxima guerra. El resultado, excepto para aquellos que continúan viviendo en el limbo, es un estado de desgraciada temeridad que hace muy difícil una cuerda consideración de los posibles remedios.
La seguridad económica haría más por el aumento de la felicidad de las comunidades civilizadas que cualquier otro cambio que pueda imaginarse, excepto el evitar la guerra. El trabajo —en la medida en que pueda ser socialmente necesario— debería ser legalmente obligatorio para todos los adultos sanos, pero los ingresos correspondientes deberían depender tan sólo de su deseo de trabajar, y no cesar cuando, por cualquier razón, sus servicios resultasen temporalmente innecesarios. Un médico, por ejemplo, debería recibir un salario hasta su muerte, aunque no esperáramos de él que trabajara pasada cierta edad. Debería estar seguro de que sus hijos tuviesen una buena educación. Si la salud de la comunidad mejorara tanto que los servicios médicos directos de todos los titulados dejasen de ser necesarios, algunos de ellos deberían ser empleados en la investigación médica o sanitaria, o en la promoción de una dieta más adecuada. No creo pueda dudarse que la gran mayoría de los médicos serían más felices con tal sistema que con el presente aun cuando aquél supusiera una disminución en la recompensa de los pocos que alcanzan un éxito eminente.
El deseo de riquezas excepcionales no es, de ningún modo, un estímulo necesario para el trabajo. Actualmente, la mayor parte de los hombres trabajan, no para hacerse ricos, sino para no morir de hambre. Un cartero no espera ser más rico que otro cartero, ni un soldado ni un marinero esperan amasar una fortuna sirviendo a su país. Hay unos cuantos hombres, es cierto —y suelen ser hombres de excepcional energía y personalidad— para los que la consecución de un gran éxito financiero es el móvil dominante. Algunos hacen mucho bien, otros hacen mucho daño; algunos hacen o adoptan una invención útil, otros manipulan la bolsa o corrompen a los políticos. Pero principalmente lo que desean es el éxito, del cual el dinero es el símbolo. Si el éxito solamente pudiera obtenerse por otros medios, tales como los honores o los puestos administrativos importantes, hallarían en ello un incentivo suficiente y verían más necesario el trabajo útil para la comunidad. El deseo de riqueza en sí mismo, como opuesto al deseo de éxito, no es un móvil socialmente más útil que el deseo de comer o beber en exceso. Un sistema social no es, por tanto, peor porque no dé salida a este deseo. Por otra parte, un sistema que aboliera la inseguridad acabaría con la mayor parte de la histeria de la vida moderna.
4. LOS RICOS SIN TRABAJO
Los males del paro entre los asalariados son reconocidos por todo el mundo. Los sufrimientos de los afectados, la pérdida de su trabajo para la comunidad y el efecto desmoralizador del fracaso prolongado en la búsqueda de empleo son temas tan familiares, que resulta innecesario extenderse sobre ellos.
Los ricos sin trabajo constituyen un mal de distinta especie. El mundo está lleno de personas ociosas, principalmente mujeres, que tienen poca educación, mucho dinero y, consecuentemente, mucha confianza en sí mismas. En razón de su riqueza, están en situación de requerir mucho trabajo destinado a su comodidad. Aunque rara vez poseen una verdadera cultura, son los principales protectores del arte, que sólo es probable que les agrade si es malo. Su inutilidad los conduce a un sentimentalismo ilusorio, que les lleva a rechazar la sinceridad vigorosa y a ejercer una deplorable influencia sobre la cultura. Especialmente en los Estados Unidos, donde los hombres que ganan dinero están, en su mayor parte, demasiado ocupados para gastarlo en sí mismos, la cultura está en gran medida dominada por las mujeres, cuyo único blasón se deriva del hecho de que sus maridos dominan el arte de hacerse ricos. Hay quienes sostienen que el capitalismo es más favorable para el arte de lo que podría serlo el socialismo, pero creo que, al hacerlo, recuerdan las aristocracias del pasado y olvidan las plutocracias del presente.
La existencia de ricos ociosos tiene otro resultado desgraciado. Aunque en las industrias más importantes la tendencia moderna se dirige más hacia la constitución de unas pocas grandes empresas que a la de muchas pequeñas, todavía hay muchas excepciones a esta regla. Consideremos, por ejemplo, el número de pequeñas tiendas innecesarias en Londres. Allí donde las mujeres ricas hacen sus compras hay por todas partes innumerables sombrererías, generalmente establecidas por condesas rusas, cada una de las cuales pretende ser un punto más exquisita que cualquiera de las otras. Sus clientes pasan de una a otra, consumiendo horas en una compra que debería ser cuestión de minutos. El trabajo de los que sirven en las tiendas y el tiempo de los que compran en ellas se desperdicia de igual manera. A lo cual hay que agregar el mal que supone el que un número de personas se ganen la vida en una actividad estrechamente relacionada con la futilidad. El poder adquisitivo de los muy ricos determina el que tengan una gran cantidad de parásitos, los que, por muy alejados que estén por sí de la riqueza, temen, sin embargo, quedarse sin sustento si no hay ricos ociosos que compren su mercancía. Toda esta gente sufre moral, intelectual y artísticamente a causa de su dependencia del indefendible poder de los necios.
5. EDUCACIÓN
La educación superior está limitada, en nuestros tiempos, principalmente, si no de un modo completo, a los hijos de la gente pudiente. Ocurre algunas veces, es cierto, que los muchachos o muchachas de las clases trabajadoras llegan a la universidad por medio de becas; pero, por regla general, tienen que trabajar tan duramente en el proceso, que quedan agotados y no satisfacen las primeras expectativas. Como resultado de nuestro sistema tiene lugar un gran despilfarro de preparaciones; un muchacho o una muchacha nacidos de padres obreros pueden tener una capacidad de primer orden en matemáticas, o en música, o en ciencias, pero es muy improbable que tengan oportunidad de ejercitar sus talentos. Además, la educación, al menos en Inglaterra, todavía está infectada de arriba abajo por la presunción; en las escuelas privadas y elementales, a los alumnos se les imbuye de conciencia de clase en cada uno de los momentos de su vida escolar. Y como la educación está controlada en lo principal por el estado, éste tiene que defender el
statu quo
, y, por tanto, embotar en lo posible las facultades críticas de los jóvenes y preservarles de los «pensamientos peligrosos». Todo esto, hemos de admitirlo, es inevitable en cualquier régimen inseguro, y es peor en Rusia que en Inglaterra o en los Estados Unidos. Pero, mientras que un régimen socialista podría, en su momento, llegar a ser lo bastante seguro como para no temer a la crítica, hoy ya es difícil que ello pueda ocurrirle a un régimen capitalista, a menos que se establezca un estado de esclavos en el cual los trabajadores no reciban educación alguna. No cabe esperar, por tanto, que los actuales defectos del sistema educativo puedan ser remediados hasta que el sistema económico haya sido transformado.
6. LA EMANCIPACIÓN DE LA MUJER Y EL BIENESTAR DE LOS NIÑOS
A pesar de todo lo que se ha hecho en tiempos recientes para mejorar la situación de la mujer, la gran mayoría de las esposas siguen dependiendo económicamente de sus maridos. Esta dependencia es peor, en varios aspectos, que la del asalariado respecto de su patrono. Un empleado puede abandonar su empleo, pero para una esposa esto es difícil; es más: por mucho que tenga que trabajar en sus labores de casa, no puede pedir retribución en dinero. En tanto persista tal estado de cosas, no puede decirse que las mujeres estén en situación siquiera aproximada a la igualdad económica con los hombres. Sin embargo, es difícil ver cómo puede resolverse el asunto sin el establecimiento del socialismo. Es necesario que el gasto de los hijos sea soportado por el estado antes que por el marido, y que las mujeres casadas, excepto durante la lactancia y el último período del embarazo, se ganen la vida trabajando fuera de casa. Esto requiere ciertas reformas arquitectónicas (consideradas en un ensayo anterior del presente libro) y el establecimiento de escuelas-guardería para los niños muy pequeños. Para los niños, como para las madres, esto sería muy beneficioso, ya que los niños requieren unas condiciones de espacio, de luz y de dieta imposibles en la casa de un asalariado, pero que les pueden ser proporcionadas con poco gasto en las escuelas-guardería.
Una reforma de esta clase en la situación de las mujeres y en la crianza de los niños puede ser posible sin socialismo completo, y aun ha sido llevada a cabo aquí y allá en pequeña escala y de modo incompleto. Pero no puede lograrse adecuada y completamente si no como parte de una transformación económica general de la sociedad.
7. ARTE
Del progreso que cabe esperar en arquitectura al introducirse el socialismo ya he hablado. La pintura, antiguamente, acompañaba y adornaba las arquitecturas espaciosas, y puede volver a hacerlo cuando la escuálida vida privada engendrada por nuestro miedo competitivo hacia el vecino haya sido reemplazada por un deseo común de belleza. El moderno arte del cine tiene inmensas posibilidades, que no podrán desarrollarse mientras el móvil de los productores sea comercial; de hecho, muchos son de la opinión de que la URSS se ha acercado más a la realización de tales posibilidades. Cuánto sufre la literatura a causa del interés comercial, lo sabe cualquier escritor; casi todo escrito vigoroso ofende a algún grupo y, por tanto, reduce las ventas. Es difícil para un escritor no medir su propio mérito por sus derechos, y cuando obras malas producen grandes recompensas pecuniarias, se requiere una firmeza de carácter inusitada para trabajar bien y permanecer pobre.