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Authors: Javier Pérez Campos

Tags: #Intriga, #Terror

En busca de lo imposible (21 page)

BOOK: En busca de lo imposible
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Investigación científica

Durante la tarde siguiente volvimos a encontrarnos con los testigos en el interior de su casa. Íbamos a hacer algunas pruebas para intentar resolver algo más del caso. Las principales serían llevadas a cabo por el equipo científico del profesor Aitor Curiel, médico especialista en Medicina Legal y Forense, doctor en Criminología y vicepresidente de la Sociedad Española de Criminología y Ciencias Forenses (SECCIF).

Llegó al domicilio con otras tres personas que portaban grandes maletines metálicos, donde guardaban todo el despliegue técnico que iban a utilizar para intentar arrojar algo más de luz sobre este complicado caso. Algunos se enfundaron en trajes especiales para no contaminar las pruebas que estaban a punto de tomar. La idea era utilizar unos hisopos para recoger unas muestras de las manchas de sangre de la pared y también del ADN de Leticia —a través de la saliva— para, de esta forma, poder comprobar si las manchas de sangre que aparecían en la casa eran de la propia testigo.

Tras dicha recogida de muestras, Curiel decidió hacer tres test presuntivos para conocer in situ si la sustancia que impregnaba algunas de las paredes era sangre u otra sustancia. Utilizó bastoncillos de algodón humedecidos para recoger restos de la mancha rojiza que se encontraba junto al cuadro eléctrico, para después ir aplicándole diversas sustancias químicas. Si cambiaban de color, era señal de que la sustancia era sangre. Así, en dos de las tres pruebas, el líquido pasó de ser transparente a adquirir un color rosado. El otro se transformó despacio y de forma ligera. Había, por tanto, dos positivos y un negativo. Faltaba entonces la prueba del luminol; si se introducía sangre en dicho derivado del ácido ftálico, ésta produciría un llamativo efecto luminoso como el que tantas veces había visto en películas y series de investigación científica y criminal.

Nos encontrábamos en el pasillo, completamente a oscuras, esperando el resultado de la última prueba. Pasados unos minutos, la sustancia del interior del matraz aforado adquirió un tono fluorescente que iluminó la estancia ligeramente. Un tercer positivo.

—Esto nos indica que la sustancia es sangre casi con seguridad, antes incluso de hacer las pruebas de laboratorio
—resumió Curiel.

—Perdonad que os interrumpa, pero mi mano tiene una mancha ya
—dijo Leticia, mientras salía adelante para que el equipo científico pudiera ser testigo.

Todos tenían cara de asombro; la misma que se nos había quedado a nosotros cuando fuimos testigos por vez primera. Surgía de su muñeca. Esta vez de la mano derecha.

—¿Tomamos una muestra para el laboratorio?
—preguntó Aitor.

—Sí, es una buena idea.

Tomó entonces otro hisopo y recogió la muestra, que guardó en un pequeño tubo de ensayo perfectamente etiquetado.

En todo momento, Leticia y Alberto mostraron disposición absoluta, tanto para la autorización de recogida de muestras como para dejar ser observados por el equipo científico de Curiel. La perfecta actitud del que busca ayuda sin esconder absolutamente nada…

Noche de transistores

Aquella noche de sábado íbamos a realizar una conexión en directo con el programa de radio
Milenio 3
, de Cadena SER. Pero lo que iba a ser una pequeña conexión para avanzar un poco del caso acabaría convirtiéndose en un programa de tres horas dedicado al caso de Miranda de Ebro.

Durante la retransmisión, Leticia volvió a sangrar, esta vez por su antebrazo y también por su pecho. Parecía como, si en momentos de nerviosismo o estrés —el producido por una retransmisión en directo—, fuera más fácil que se produjera el fenómeno.

Eran las 2 de la madrugada cuando Iker Jiménez, desde el estudio, propuso que nos quedáramos solos Leticia y yo en el interior del inmueble. Habíamos colocado dos detectores de movimiento que producirían un peculiar sonido en caso de que algo circulara por su entorno. Emplazamos uno en la cocina, por ser el lugar en que se habían abierto los muebles, y otro en el dormitorio, el otro punto de la casa donde los testigos sentían más intranquilidad. Para evitar que la luz pudiera hacerlos saltar, bajamos todas las persianas y cerramos las puertas.

Nos encontrábamos entonces en el salón, ante la única luz de la mesita de noche, esperando a que el equipo de radio nos diera paso tras los servicios informativos, cuando un sonido nos aceleró el pulso por completo. Era la estridente melodía de uno de los detectores, que llegaba con fuerza desde la cocina.

Leticia y yo nos miramos con los ojos como platos. Inmediatamente cogió el teléfono.

—Alberto, acaba de saltar el detector de la cocina…
—dijo con la piel literalmente de gallina.

—Cálmate
—le dije, tratando de serenarla mientras fingía aplomo—.
Vamos a la cocina a ver qué lo ha podido hacer saltar.

—Javi, no. Yo no me muevo de aquí
—respondió temblorosa.

En el pasillo reinaba la oscuridad y el silencio. Sólo fueron unos metros hasta llegar a la cocina, pero se hicieron eternos. Giré el pomo y pulsé el interruptor de la luz, que llegó parpadeando azulada. Leticia había decidido acompañarme, sin separarse un metro de mí. Apagué el sensor de movimiento mientras buscaba la posible causa que habría accionado el aparato. Fue entonces cuando un nuevo sonido estuvo a punto de producirnos un paro cardíaco. Era el detector del dormitorio, que rompía escandaloso el silencio desde el final del pasillo. «¡Yo me voy de aquí!», gritó Leticia.

Con el vello de punta y el corazón en un puño eché a correr hacia la habitación. Encendí rápidamente la luz, creyendo que en ese instante algo me tocaría el brazo desde la oscuridad. Pero no ocurrió nada, salvo que la máquina siguió sonando. «Javi, me voy de aquí», determinó la mujer, inmóvil, desde la puerta de la cocina.

La situación estaba poniéndose tensa por momentos, por lo que decidimos hacer una última prueba: quedarme completamente solo en la casa, mientras Leticia se marchaba a la calle, donde la aguardaba el resto del grupo.

Cerré con llave por dentro, y coloqué de nuevo los sensores de movimiento. Iker me pidió que apagara las luces y dejara grabando las cámaras de visión nocturna. Durante unos minutos, el visor verdoso de la cámara fue mi única vista. Las sombras parecían cobrar vida a través de la pantalla. Cuando me encontraba en el interior del baño, observando una nueva mancha de sangre que acababa de descubrir en la pared, el sonido de un detector volvió a dejarme paralizado. Esta vez procedía del salón, pero sentí la necesidad de correr en dirección opuesta. El nerviosismo hizo que la casa en tinieblas me produjera opresión y desasosiego.

Pasados unos segundos acudí hasta allí guiándome por la pantalla de la cámara. Pero no había nada ni nadie, ningún movimiento anómalo en el interior. Sentí como si alguien me estuviera tomando el pelo.

Minutos después encendí la luz y apagué las cámaras. Llamé a Leticia y al grupo de compañeros para que subieran cuanto antes. No estaba dispuesto a pasar solo más tiempo en el interior de aquel domicilio.

¿Objetos malditos?

Aquella noche, en el hotel, fui víctima de inquietantes pesadillas y de la sugestión. Sentía que alguien me acechaba desde el interior del cuarto de baño, cuya puerta entreabierta dejaba ver las sombras de su interior. Decidí encender la luz de la mesita de noche y leer alguno de los libros que siempre llevaba conmigo. Apenas pasaron dos horas cuando la luz del día se abrió paso entre las cortinas de la estancia. Sólo entonces pude conciliar el sueño…

Aquella noche de radio uno de los oyentes había propuesto una solución que, aunque en principio podía parecer absurda, tenía alguna lógica. Fue a través de uno de los mensajes de texto que podían enviarse durante la emisión para contactar con el programa. El texto decía: «¿Han hecho recientemente algún viaje exótico? ¿Han comprado allí algún
souvenir
?». Leticia respondió que el sitio más exótico donde habían estado recientemente había sido Estambul. Allí habían comprado los típicos amuletos de tonos azulados para el mal de ojo, un Corán de bolsillo y un
tasbih
, de aspecto similar a un rosario cristiano.

Se les propuso entonces que los sacaran de casa, para ver si así remitían los fenómenos. Tan sólo como una prueba. Así, la mañana siguiente al programa, Alberto salió de casa con los objetos en una bolsa para donarlos a una mezquita cercana.

Cuando me llamó, una semana después, me dejó altamente sorprendido. Los fenómenos habían remitido de forma radical. De la noche a la mañana todo parecía haber regresado a la normalidad. Aquellos días consulté a varios expertos de diversos ámbitos de la medicina, como Mariano Betés de Toro, médico psiquiatra de la Universidad de Alcalá, el doctor Manuel Moros Peña o el doctor Justo Hernández, catedrático de Medicina de la Universidad de La Laguna. Algunos de ellos no tuvieron pudor en reconocer que desconocían aquellos síntomas, que no los habían visto jamás a lo largo de sus carreras de medicina. Otros apuntaron hacia una teoría: hematidrosis, sudoración de sangre. Una extraña respuesta fisiológica a situaciones de estrés máximo que ha sido registrada menos de cien veces a lo largo de la historia de la medicina.

—¿Y por qué al sacar los objetos de la casa pueden haber remitido los fenómenos?

—Teorizando que la hematidrosis pudiera ser producida inconscientemente por la protagonista, quizá al haber focalizado el problema en los objetos y al haber sacado éstos de casa, se haya producido en ella una mayor relajación que ha acabado con el problema
—contestó el doctor Betés de Toro en el interior de su despacho.

Era, sin duda, una de las posibilidades más coherentes. Pero aún faltaba una última respuesta, esta vez objetivable…

Últimas hipótesis

Los resultados de laboratorio llegaron dos semanas después de haber sido enviados. Aitor Curiel me había llamado unas horas antes para avisarme de que a lo largo de la mañana los recibiría en mi correo electrónico. Al llegar a casa encendí rápidamente el ordenador para leer cuanto antes las conclusiones del análisis. No hizo falta aguardar demasiado. En mi bandeja de entrada tenía un correo electrónico de los laboratorios Lorgen, de Granada. Los mismos que habían estudiado las muestras.

Código Lorgen:
11P00124

Fecha de registro:
03/11/2011

Fecha de informe:
10/11/2011

Determinaciones solicitadas:
Estudio biológico del perfil de las muestras enviadas.

Investigaciones realizadas:

—Extracción con digestión proteolítica seguido de purificación con Fenol-Cloroformo y posterior cuantificación del ADN obtenido.

—Técnica de la Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR) utilizando el kit comercial Identifiler de Applied Biosystems seguido de electroferesis capilar en un analizador genético ABI 310.

Conclusiones:
El perfil genético obtenido a partir de las cuatro muestras analizadas es idéntico entre sí para los marcadores estudiados.

Por tanto, las muestras de sangre recogidas de la pared del domicilio pertenecían a Leticia. Tenía cierta lógica si pensamos que la testigo no se daba cuenta del momento en que empezaba a sangrar. Ella, sin percatarse, manchaba suelo y paredes al rozarlos con las partes manchadas de su cuerpo.

Por otro lado, el hecho de que sudara pequeñas gotas de sangre sólo podía haberlo provocado una situación de estrés anormal, quizá el pavor que le producían los extraños fenómenos, como la apertura de los armarios de la cocina.

Fueron largas horas pensando en las posibilidades, pero la conclusión final es que cualquier respuesta al «Expediente Miranda» sería una mera hipótesis, salvo por la ayuda del equipo científico de Aitor Curiel.

También, al menos en este caso, la investigación pudo dar solución al sufrimiento de una pareja, aunque aún hoy sigamos sin saber por qué cesaron los fenómenos.

Extracto del análisis de los laboratorios Lorgen sobre el origen de las manchas de sangre que habían aparecido en una casa de Miranda de Ebro.

Expediente 11:
El monstruo de Sabadell

«AYER, A PRIMERA HORA DE LA TARDE, EN UN ÚLTIMO INTENTO POR DESATASCAR UNA DE LAS TUBERÍAS DEL DESAGÜE DE SU BAR, DON JOSÉ CAMARGO SE DECIDIÓ A INTRODUCIR SUS MANOS POR LAS MISMAS, ARRANCANDO DE CUAJO LA CABEZA DE UN EXTRAÑO SER VIVO DE MÁS DE TRES METROS DE LONGITUD INCLASIFICADO EN NINGUNA DE LAS FAMILIAS DE ANIMALES»

Diario de Sabadell, 23/09/81.

El interior de una cloaca

El sonido de la tapa de alcantarilla chocando contra el suelo me sacó del ensimismamiento. Fue un golpazo seco y metálico que provocó que varios pájaros echaran a volar desde la rama de un árbol cercano, generando un pequeño manto celeste de colores marrones y blancos. Los rastrojos amarillentos del descampado se clavaban en mis pies descalzos. Me había quitado las zapatillas para enfundarme en unas pesadas botas negras que llegaban hasta mis rodillas. Era un calzado especial para descender hasta el subsuelo de Sabadell. Antes me había colocado un traje blanco de protección junto a un casco con una linterna frontal para poder vislumbrar en la penumbra de las galerías.

Nos acompañaba un equipo de trabajadores de los pozos que conocían los recorridos al milímetro. Frente a mí se encontraba la entrada: una boca redonda sobre la que habían colocado un sencillo mecanismo de polea para asegurar el descenso a través de un arnés. «Aunque parece simple, hay gente que ha tropezado por la escalerilla de mano, incluso quien se ha agobiado a mitad de camino porque el túnel es bastante estrecho y ha pedido que lo suban», me había explicado uno de los trabajadores minutos antes.

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