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Authors: Javier Pérez Campos

Tags: #Intriga, #Terror

En busca de lo imposible (17 page)

BOOK: En busca de lo imposible
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El 18 de noviembre de 1990, la fatalidad volvió a marcar con sangre aquel edificio. Un hombre asesinó a su mujer de un disparo, para después suicidarse. Aquél fue el detonante de que muchos vecinos vendieran sus hogares para mudarse muy lejos de allí.

Al llegar a Madrid, las dudas seguían resonando en mi cabeza, con más fuerza que antes. Ya no se trataba de un caso aislado, sino de otros muchos y en diversas partes del mundo. En Alemania, por ejemplo, existe un parque propicio en tragedias sangrientas, al igual que en Japón existe un «bosque de los suicidios»: el de Aokigahara, donde cada año casi un centenar de personas acude para quitarse la vida.

Por tanto, ¿puede un crimen incitar a que se produzcan otros, tiempo después, aun sin conocerse lo que ha ocurrido allí antes? ¿Puede existir una fuerza capaz de atraer a la fatalidad más absoluta e incierta? Lo más razonable es pensar que no. Pero ahí están los casos y las estadísticas para demostrarnos que, en ocasiones, lo razonable se torna absurdo.

Expediente 8:
La plaza de los aparecidos

«EN ALBACETE, VARIOS VECINOS ASEGURAN QUE SE REGISTRAN FENÓMENOS PARANORMALES EN UN EDIFICIO DE LA PLAZA PERIODISTA ANTONIO ANDÚJAR. PIENSAN QUE LA CAUSA ES QUE EL INMUEBLE ESTÁ CONSTRUIDO SOBRE UN CEMENTERIO»

RTVCM, 02/11/10.

Un lugar concurrido

La plaza del Periodista Antonio Andújar se encuentra escondida del barullo de Albacete. Aquella tarde de noviembre un frío seco helaba los pulmones, mientras las tenues farolas parpadeaban, tiñendo de una luz amarillenta los muros de ladrillo y hormigón de los edificios. Varios niños jugaban en un pequeño parque infantil sin saber que, bajo sus pies, se hallaba un viejo cementerio con más de un centenar de huesos humanos. Sus risas sonaban secas, huecas, como cortadas por el gélido viento invernal. Ese pequeño rincón albaceteño, con forma trapezoidal, escondía un secreto. En realidad, un secreto a voces entre los vecinos.

Durante mis investigaciones anteriores había dormido en parajes abandonados aparentemente tocados por el misterio, había pasado horas en hoteles donde los huéspedes habían vivido noches de auténtico pánico y había tenido cara a cara a testigos que me contaban, aun con el vello de punta, escenas imposibles en el dormitorio de sus hogares.

Sin embargo, este caso no se parecía a nada de lo que había investigado anteriormente, entre otras cosas porque los fenómenos no sólo ocurrían en el interior de un piso, ni tan siquiera de un edificio. Ocurrían en todos los bloques de una plaza. Algunos vecinos llegaron a asegurarme que incluso algunos locales del entorno también habían sido escenario de fenómenos extraños.

Al igual que ocurre tantas otras veces, fue la actualidad la que sacó estos hechos a la luz. Aquellos testigos, vecinos de la plaza del Periodista Antonio Andújar que callaban por miedo a ser tomados por locos, empezaron a hablar de unos extraños moradores que parecían pulular por los eternos pasillos de sus hogares…

Para entrar a vivir

Gracias a la hospitalidad de Carmen García, una de las vecinas de la zona, pude acceder al interior de uno de los edificios. Me recibió un enorme y moderno portal que parecía derribar por completo el tópico del palacio victoriano como escenario de fenómenos extraños. Un lugar que, a simple vista, nunca haría pensar en una historia como ésta…

Fue a finales de 1980 cuando varios inquilinos acudieron ilusionados a habitar sus nuevas viviendas situadas en esta plazuela de Albacete. Sobre el solar había descansado, durante años, un cuartel militar. Los nuevos bloques habían conservado su estructura exacta; alrededor de un patio central, un largo y estrecho pasillo lleno de ventanas, comunicaba con las 4 habitaciones de la casa. A su vez, el recibidor ofrecía acceso al cuarto de baño, la cocina, y a un amplio salón.

Las familias fueron acomodándose hasta que, con el paso de las semanas, todos terminaron la mudanza.

Sin embargo, con el ajetreo habitual de los muebles, cajas, y desembalado de enseres personales, aquellas personas pasaron por alto algo que fue determinante tiempo después en su convivencia. Las casas parecían estar habitadas por unos extraños inquilinos…

—Al principio
—me comentaba Carmen García, una de las vecinas de la plaza, en el interior de su casa—,
notábamos respiraciones, corrientes de aire o la sensación de que había alguien en el pasillo.

—¿Pero no veíais a nadie?
—pregunté.

—Absolutamente a nadie. Al menos los primeros días. Pero escuchábamos ruidos en el pasillo, como pisadas de alguien que camina por aquí. Íbamos al pasillo pero allí no había nadie…

Carmen me acompañó a ese lugar, un angosto pasillo de varios metros de largo. Teníamos que caminar en fila india para poder avanzar los dos juntos. Llegamos al fondo, donde se encontraba una de las habitaciones.

—Tiempo después de la mudanza nos ocurrió algo en esta habitación, que es la de mi hija. Intentaba entrar pero no podía. Era como si alguien la empujara con fuerza desde el interior. Vinimos a empujar, pero era imposible. No cedía. Ese día salimos corriendo de casa, muy asustadas, y nos bajamos al supermercado.

—¿Qué ocurrió entonces?

—Pues allí mucha más gente nos contó que ellos también habían vivido cosas así en sus casas. Pero no sólo en mi bloque. En los de enfrente también y en los de al lado.

—¿Y cuando subisteis de nuevo a casa…?

—Volvimos cuando se nos pasó el susto. Ya en casa volvimos a intentar abrir la puerta y lo hizo a la primera, sin esfuerzo ninguno.

Estábamos en el interior de esa habitación. Una puerta de madera oscura, un tirador dorado y nada más. Ni tan siquiera un pestillo. Una puerta normal y corriente. Fue entonces cuando entró su hija en la habitación para ofrecerme nuevos datos…

—Esta habitación es el sitio donde más cosas ocurren. Por las noches escucho pasos, siento corrientes de aire, como que alguien pasa rápido al lado de mi cama. Y se escuchan susurros.

—¿Pero cómo puedes dormir?
—pregunté asombrado, sin ningún atisbo de ironía.

—Pues al principio no dormía. Pero con el tiempo me he ido acostumbrando…

Éste era un detalle que puede chocar la primera vez que se escucha, pero se repite, casi como un patrón, en la mayoría de casos. La gente aprende a convivir con el fenómeno y son pocos (aunque también existen) los que acaban desistiendo y marchándose de un lugar por miedo.

Carmen García volvió a llevarme al salón, de donde colgaba una pequeña lámpara que, alguna noche, había llegado a moverse completamente sola, como si danzara al son de una inexistente sinfonía. Exactamente en ese lugar habían empezado a crecer los fenómenos.

Una tarde Carmen se encontraba viendo la tele cuando algo llamó su atención. Había una figura en el pasillo. Una sombra de pequeño tamaño.

—Al principio no le di importancia porque creía que era mi marido. Pero cuál es mi sorpresa cuando miro al otro lado del salón y veo los pies de mi esposo, en el sofá, que estaba echando la siesta. ¡Lo desperté, asustada! Le dije: «¡Que hay alguien en casa!». Él se levantó y me dijo: «¿Cómo va a haber aquí nadie, si estamos los dos solos?». Le conté lo que había ocurrido, pero no me creía. Él es muy escéptico, pero aun así también ha visto cosas…

Parecía como si, después de los ruidos y otras percepciones más subjetivas, el fenómeno se fuera retroalimentando, creciendo. Generando otro tipo de visiones mucho más terribles…

Carmen Simarro, otra de las vecinas de la plaza, me comentaba cómo hacía varias semanas, mientras dormía en su cuarto, había visto pasar otra figura caminando despacio tras de la puerta de su dormitorio, al final del pasillo. Lo más curioso de la visión es la descripción que hizo Carmen: se trataba de una figura espigada, completamente oscura, que se movía de forma extraña, «como si fuera un robot». De nuevo una de esas descripciones de lo absurdo que se repiten sin que los testigos sean conscientes de ello. Fue entonces cuando Carmen Simarro me contó uno de los fenómenos que acudirían a mi cabeza durante aquella misma noche, en el interior de la habitación del hotel en que me hospedaba…

—Hace tiempo trajimos un espejo a casa, de un viaje al extranjero. A mí me gusta mucho acostarme tarde, suelo quedarme aquí cuando todos se han ido a la cama. El caso es que, a partir de las 23.00, empecé a ver a una mujer que me miraba desde dentro del espejo.
—Mi cara debió ser un poema, porque Carmen golpeó mi hombro con insistencia—.
¡La veía como te estoy viendo a ti! Era siempre a partir de esa hora. Una señora vestida de negro, como de luto. De pronto miraba al espejo y decía: «Ya está ahí»
—su voz adquirió entonces un tono despectivo, propio de alguien irritado por la angustia—.
¿Sabes lo que me daba más miedo?

—Cuéntame…

—Su cara. Su expresión. No sonreía ni me hacía ningún gesto. Sólo me miraba… ¡Y me tenía que acostar! Pero es que mi hija también la vio varias noches…

—¿Y qué hicisteis con el espejo?

—¡Lo tiramos! Mira que me costó porque era un regalo. ¡Pero es que me daba un miedo…!

—¿Y qué fue lo siguiente, Carmen?
—pregunté.

—Que los vecinos también empezaron a hablar…

Niños en el pasillo

Al parecer la mayoría de los vecinos estaban viviendo fenómenos parecidos y, en ocasiones, incluso peores. Algunos llegaron a ser «agredidos» por aquellas sombras. Sin embargo, nadie se atrevía a hablar por miedo a quedar como un loco. Pero algo inevitable en una comunidad de vecinos es que ciertas «anécdotas» acaben saliendo a la luz. Con el paso de los años, a raíz de un primer testimonio, la mayoría acabó hablando de verdaderas noches de horror en el interior de sus inmuebles…

Ana González Gómez vivía en el primer piso, desde donde tenían acceso al patio. Toda la familia se juntaba allí muchas noches para cenar al aire libre. Alrededor del patio se extendía el largo pasillo con grandes ventanales que comunicaba, a su vez, con los dormitorios. Durante varias noches la familia vivió una escena propia de otro tiempo. Mientras cenaban en un ambiente agradable, se dieron cuenta de cómo las cortinas de las ventanas empezaban a moverse desde el interior. Entonces, observaban cómo tras los cristales, dentro de su propia casa, un grupo de niños de unos 8 años correteaba por el pasillo…

—Siempre los veían como en dos dimensiones; parecían planos y no se les veía la cara; la tenían como negra. Los veían además como en blanco y negro
—me contaba Carmen García—.
Entonces empezaban a golpear los cristales, como si estuvieran haciendo una travesura. Los golpeaban con fuerza. Y cuando la familia corría al interior de la casa los veían desplazarse por el pasillo y se metían en la última habitación. Cuando llegaban allí, los niños habían desaparecido. No había ni rastro.

Lo más curioso es que el testimonio de Ana González sobre la visión de «infantes de otro tiempo» en su hogar no era único en el edificio. Pero ella no lo sabía. Al parecer, en el bloque de pisos de enfrente habían tenido lugar fenómenos similares. La familia en cuestión acabó poniendo el piso en venta a raíz de una última visión.

Los padres se habían marchado de viaje y, aprovechando el momento, uno de los hijos decidió hacer una fiesta en casa. La gente fue llegando a la hora estipulada, pero de repente ocurrió algo. Cuando uno de los amigos se dirigía a la cocina vio un grupo de niños sin piernas, como flotando en mitad del pasillo. Aquellos niños sonreían ingrávidos, sin hacer ningún otro gesto, como observando desde otra dimensión. El joven empezó a gritar y salió corriendo de la casa. Cuando el resto corrió al pasillo para ver qué ocurría fueron también testigos y echaron a correr despavoridos. La casa quedó abierta de par en par. La música seguía sonando en medio de aquel ambiente enrarecido. Los niños quizá siguieron allí en completa oscuridad, mirando al vacío durante horas… Porque los jóvenes no volvieron para recoger sus pertenencias. Semanas después, la familia puso la vivienda en venta. Se marcharon de allí y nunca más volvieron.

Los monjes del dormitorio

Para el testigo que vive una experiencia que le supera por lo inexplicable, conocer a otros que se han enfrentado también a lo imposible es como una forma de terapia. Al menos sienten que no están tan solos, que otros han vivido lo mismo, que la incertidumbre que les aqueja no es única. De esa forma, Carmen García se convirtió en portavoz de otros muchos vecinos del edificio. Intentaba indagar en su tiempo libre y preguntaba a unos y a otros si también habían notado algo extraño en sus inmuebles. En definitiva, hizo una admirable investigación por cuenta propia, recogiendo diferentes testimonios.

Uno de ellos le contó cómo una madrugada, al ir a acostarse, notó que algo le observaba desde el final del corredor. Al acercarse descubrió una sombra de más de dos metros de altura que parecía observarlo en silencio, para segundos después desaparecer al final del pasillo. Otros hablaban de una figura espigada a la que llegaba a distinguírsele una túnica marrón y una capucha del mismo color. El testimonio más terrible es el de una pareja que se ocultaba mutuamente este tipo de visiones para no sugestionarse. Pero ambos las veían de forma habitual. «Por ejemplo en más de una noche, el marido —aseguraba Carmen García—, al acudir al aseo, lo había visto allí, en mitad del pasillo, como aguardándolo. Después de mirarlo, se iba». Una de las noches la esposa no pudo reprimir el grito cuando volvió a verlo agazapado en el pasillo. Fue entonces cuando hablaron el uno con el otro, como ocultándose un enorme secreto, y confesaron haber visto aquella figura en más de una noche. Curiosamente, a partir de ese día, el fenómeno pareció volverse mucho más agresivo. En ocasiones, ambos se desvelaban con una fuerte presión en el pecho, para darse cuenta de que la gran sombra se cernía sobre ellos en el dormitorio. Aquello fue el punto de inflexión, el momento en que decidieron que no podían continuar con aquello que estaba llegando a afectar a su propia salud. También pusieron el piso en venta días después. Huelga decir que ellos tampoco regresaron a su antigua vivienda.

El hallazgo

La Biblioteca Pública de Albacete se encontraba a escasos minutos de mi hotel. A la mañana siguiente acudí hasta ella para conocer más a fondo algo que había ocurrido en 2010 y que parecía dotar de una profundidad especial a toda esta historia. Rellené tres pequeñas tarjetas, solicitando varios periódicos locales de agosto de aquel año. Minutos después, la bibliotecaria, con una holgada bata blanca, me trajo varias cajas polvorientas llenas de información y sucesos que, posiblemente, ya habían sido olvidados a causa del bombardeo diario de noticias al que estamos sometidos. La sobreinformación como forma de desinformación.

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