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Authors: Javier Pérez Campos

Tags: #Intriga, #Terror

En busca de lo imposible (12 page)

BOOK: En busca de lo imposible
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El muro derecho del convento se convirtió en el foco de las miradas de todos los que asistían tratando de presenciar el misterio.

Por si aquello fuera poco, alguien descubrió, a escasos metros del convento, lo que parecía una cara que emergía en una roca. Aquello añadió más misterio al asunto y hubo quien se empeñó en relacionar ambos fenómenos.

Cuando estábamos a punto de marcharnos de casa de Pilar Pablo, ésta nos pidió que esperáramos un momento. Ya de pie, mientras me ponía el abrigo, Pilar rebuscaba entre unos cajones del salón. Al cabo de unos minutos, encontró algo que la hizo sonreír y se dirigió hacia nosotros.

—Mira, hasta hicimos un poema sobre el fantasma del muro.

Me tendió entonces un papel amarillento y arrugado, con unas palabras escritas a mano:

«No es cuento, que es realidad,

no hay que poner pica en Flandes,

la radio y la televisión

son testigos presenciales

y hasta la prensa en Madrid

lo lanzó a los cuatro vientos

y nadie podrá decirnos

que todo esto es un cuento.

Otros acontecimientos

han puesto en guardia a la gente.

En una piedra allá abajo

dicen que se ve una cara,

pero, según los expertos,

parece que allí no hay nada».

El autor fue algún vecino del pueblo que trató de reunir, a modo de curiosa rima, los hechos que habían mantenido en vilo a los vecinos durante aquel verano de 1979.

Pero la magia de aquella aparente historia de fantasmas empezó a disolverse poco a poco hasta llegar a dar con una posible causa. Sin embargo, ningún medio publicó dicho desenlace…

La solución al enigma

Desde el inicio del fenómeno, algunos ya plantearon la posibilidad de que pudiera ser una lechuza que habría anidado entre los muros del convento. Por ello acudió hasta el lugar el equipo de Félix Rodríguez de la Fuente para estudiar los sonidos que salían de allí.

Una noche de finales de agosto alguien vio salir volando un bulto blanco del interior del convento. Aquella era la prueba definitiva. Finalmente, el alcalde mandó construir un andamio para examinar el muro y tratar de encontrar el posible nido de la lechuza. Tras una intensa labor encontraron la causa del misterio y el tema quedó zanjado.

Años después, al rescatar esta historia, decidí que sería buena idea acudir al lugar con una lechuza común para intentar reproducir el fenómeno in situ.

Hasta allí me acompañó José Antonio Alonso, cetrero de León, que había traído una pequeña lechuza para hacer la prueba en el interior del convento. Según él, ese sonido similar a una respiración es propio de la época de apareamiento y, unido a la reverberación del muro, no sería de extrañar que hubiera infundido tanto miedo a los testigos. Lo cierto es que durante aquella noche la lechuza craqueó en diferentes ocasiones, pero nunca llegó a emitir un sonido similar al que originó la congregación de miles de personas a las puertas del lugar.

A mi regreso a Madrid decidí buscar otras historias en que un misterioso sonido podría haber causado un verdadero fenómeno sociológico. Para mi sorpresa, el caso de Las Navas del Marqués no había sido el primero. Ni tampoco el único…

Los otros "agonizantes"

A lo largo de la historia, diversos rincones de la piel de toro se han convertido en protagonistas de hechos similares al ocurrido en Las Navas del Marqués. Algunos de ellos tan próximos tanto en espacio como en tiempo, que han llegado a relacionarse de forma directa con esta historia. Por ejemplo, en 1978, los vecinos de Robledo de Chavela se encerraban en sus casas llegada la madrugada por el miedo a un terrible estertor que emanaba del muro de la iglesia y que se extendía por una de las callejuelas que llevaba al cementerio. El suceso se convirtió también en un fenómeno social sin precedentes, surgiendo todo tipo de teorías sobre el posible foco de aquel fenómeno. De nuevo los fantasmas y seres de otros mundos se convirtieron en la teoría más aceptada popularmente hasta la desaparición del sonido. Se marchó en sigilo, tal y como había llegado.

El hecho de que unos meses después algo ocurriera algo similar en un pueblo situado a menos de 30 kilómetros de allí hizo que muchos relacionaran ambas historias. Hasta tal punto que, una vez se descubrió que el causante del fenómeno en Las Navas del Marqués había sido una lechuza común, se dijo que podría haber sido el mismo ejemplar que el que habría atemorizado a los vecinos de Robledo de Chavela.

Otro animal fue el causante de escenas de auténtico pánico durante la construcción del monasterio de San Lorenzo del Escorial durante una madrugada de agosto de 1577. Durante la obra del edificio, los constructores empezaron a escuchar un quejido lastimero que parecía proceder de la nada. El sonido llegó a ser tan molesto que los monjes tuvieron que suspender los maitines. El padre Villacastín, siempre perspicaz, hizo un gran ejercicio de audición hasta llegar al punto del que procedía el llanto. Era, precisamente, la habitación de don Pedro Dávila y Córdoba, segundo marqués de Las Navas, que se encontraba de visita en el monasterio y que había dejado allí a su perro. El cánido, de pelaje oscuro como el tizón, emitía aquellos sonidos con ojos lastimeros por extrañar a su dueño, que había pasado el día fuera. Especialmente curioso es que tanto la historia de Las Navas del Marqués como la de El Escorial mantengan como nexo común al segundo marqués de Las Navas y la piedra escurialense como canalizadora de aparentes lamentos y quejidos del Más Allá.

Tras aquella noche en que toda la Corte se mantuvo en vilo, Felipe II mandó ahorcar al perro de Pedro Dávila en el patio de los Evangelistas. Allí estuvo colgado a la vista de todos durante varios días, hasta que su cuerpo acabó descomponiéndose por completo. Cuando el monarca se encontró con el marqués, le comentó: «Supongo que habéis sentido la muerte de vuestro sabueso», a lo que Dávila le contestó: «Sabéis, Majestad, la estima que le tenía, mas si una muerte llega acallar las lenguas difamadoras del honor de su Alteza y de los Reverendos Padres, me doy por satisfecho». Este relato fue recogido por fray Juan de San Jerónimo, testigo ocular de lo sucedido.

Pronto la leyenda de este cánido empezó a crecer y algunos llegaron a asegurar que el animal era Cancerbero, guardián del averno. Esta teoría cobró fuerza cuando se aseguró que El Escorial era la misma boca del infierno.

Teorías aparte, lo cierto es que en momentos clave de la vida de Felipe II se produjo la aparición de un misterioso perro negro que parecía surgir de la nada. Así lo recogía el cronista Ricardo Sepúlveda en 1888, que aludía a la aparición del cánido en momentos siempre relacionados con la muerte. El oscuro perro apareció en la muerte del príncipe Carlos (1588), en la de la reina de Isabel de Valois (1568), en la muerte de Juan de Austria (1578) y también en la del propio monarca el 13 de septiembre de 1598.

Felipe II fue atormentado por el perro no sólo durante sus últimos 55 días de agonía, sino también tras darle muerte. Así, en una conversación con uno de sus asesores durante su estancia en La Fresneda (Teruel), recogida por Fray José de Sigüenza, se hacía referencia al animal:

—El perro negro, ¿ha vuelto a presentarse?

—Señor, desde que el padre Villacastín le dio caza y V.M. dispuso que le ahorcasen, no se le ha vuelto a ver en el monasterio.

—Yo le veo y le oigo en todas las partes, sus ladridos me despiertan. Es preciso hacer conjuros para que no vuelva, me causa miedo.

La visión del fugaz perro negro por los alrededores de El Escorial ha continuado repitiéndose a lo largo de los siglos a través de los testimonios de todo tipo de personas.

También en la Sierra de Madrid, concretamente en la laguna de Peñalara, existe una historia a medio camino entre la realidad y la leyenda, relacionada con una joven pastora. Ésta había escuchado cómo unos broncos sonidos parecían emerger de lo más profundo de la laguna. Creyendo que podía ser uno de los corderos de su rebaño, la mujer se lanzó al agua sin pensarlo, olvidando por completo que no sabía nadar.

La mujer acabó ahogándose y cuentan que en la noche de difuntos emerge un islote en el centro de la laguna donde aún puede verse el espíritu de la pastora, de color verdoso, emitiendo un bronco sonido similar al que acabó produciendo su muerte.

A lo largo de la historia, los sonidos de algunas aves parecen haber originado auténticos fenómenos sociales por el miedo que infundían a los testigos.

Menos legendario es el fenómeno ocurrido en la Albufera de la Dehesa del Saler (Valencia), en agosto de 1980. Desde hacía varias noches, los pescadores habían dejado de salir con sus botes por el miedo que les producían unos sonidos que salían del agua. Algunos titulares de la época decían: «Se ha dicho que en la zona se oyen extraños y horripilantes alaridos».
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Los trabajadores del mar, acostumbrados a todo tipo de situaciones, aseguraban pasar los días esperando pescar algún extraño animal de grandes dimensiones. Otros aseguraban que podría tratarse de rituales, sectas e, incluso, aquelarres. Pasados los días el fenómeno desapareció de forma repentina y nadie volvió a escucharlo. En este caso, nadie consiguió hallar el foco del sonido…

Algo muy similar al suceso de Las Navas del Marqués aconteció en Almonacid de Zorita (Guadalajara) en septiembre de 1986. Esta vez ocurrió en la iglesia de Santo Domingo de Silos, donde desde uno de los muros surgían unos suspiros que generaban temor y expectación entre los vecinos de la localidad.

Pronto alguien lanzó una posible teoría relacionada con el espíritu del capellán Manuel Ballesteros, que había fallecido a principios del siglo XX y cuyo cuerpo fue trasladado al interior de la iglesia de Santo Domingo, precisamente a los pies del muro de donde procedía el sonido.

El sacerdote había pedido que a su muerte se le dijera una misa al mes, cosa que nunca se cumplió. Para muchos aquélla era la causa por la que Ballesteros parecía estar quejándose desde su sepultura.

Con el tiempo, la historia empezó a deshincharse y algunos aseguraron que el origen podía encontrarse en un elemento mucho más simple: una paloma que habría anidado entre los muros de la iglesia. Los vecinos aceptaron esta última versión por parecer mucho más factible, pero lo cierto es que, aún después de mucho tiempo, algunos vecinos todavía seguían relacionando el suceso con el capellán Ballesteros. Como si la teoría de una protesta del Más Allá tuviera suficiente fuerza como para seguir siendo popularmente aceptada décadas después de haberse producido…

Expediente 6:
La reencarnada de Autol

«JETTE TOFT MADSEN LLEGÓ LA SEMANA PASADA A AUTOL, ACOMPAÑADA POR UN EQUIPO DE STRIX, EL SEGUNDO CANAL DE TELEVISIÓN MÁS VISTO DE DINAMARCA. POR TRES DÍAS, REVOLUCIONARON LA LOCALIDAD RIOJABAJEÑA TOMANDO IMÁGENES Y BUSCANDO LAS LOCALIZACIONES DESCRITAS POR JETTE EN SUS SUEÑOS DE OTRA VIDA. SÍ, DE OTRA VIDA…»

La Rioja, MARZO 2003.

Recuerdos de otra vida

Caía la noche sobre el pequeño cementerio de Autol. Había acudido allí hacía unas horas en busca de un apellido: Beamonte. Un apellido aparentemente inexistente. Al menos, durante las horas previas no había hallado ni rastro del mismo.

La silueta de varios ángeles custodios se recortaban contra un horizonte de plomo, mientras varios cristos redentores me observaban en silencio desde la lejanía. Me había posicionado en lo alto de la pequeña escalinata de un mausoleo señorial, con grandes cúpulas y vidrieras, para tomar notas en mi cuaderno de varios pensamientos al azar.

La historia que había ido a cubrir me hizo reflexionar, precisamente allí, sobre el último instante de la vida. El gran enigma; ése que nos acompaña desde tiempos inmemoriales. Los hombres de las cavernas ya alzaban la vista a los cielos mientras se preguntaban por el último destino, la última aventura. Aunque cada cultura ha dado un sentido a ese instante de exhalación final, lo cierto es que nadie ha vuelto jamás para contarnos qué ocurre después del tránsito.

La verja de hierro se balanceaba mecida por un frío viento que parecía arreciar por momentos hasta golpetear con fuerza la puerta contra la pared de ladrillo de forma repetida, formando, junto a su chirriar, una anárquica y estruendosa melodía. ¡Plum! ¡Plum! ¡Plum! Mientras, continuaba pensando en la historia que me había llevado hasta allí. La de una mujer que había soñado con aquel mismo pueblo, con sus callejuelas y sus plazas, con sus balconadas, portezuelas y molinos, con sus tejados, fuentes y ventanucos, salvo que en la actualidad allí no existían molinos ni muchos otros elementos que ella mencionaba. La cuestión es: ¿habrían existido alguna vez? Aquella señora, Jette Toft, había soñado con un pasado lejano del pueblo y lo había hecho desde una distancia de más de mil quinientos kilómetros: desde Dinamarca.

Ya casi en la penumbra del camposanto leía el recorte de prensa que el periódico
La Rioja
había publicado en marzo de 2003 sobre la curiosa visita de aquella danesa. Iluminado por la tenue luz anaranjada y titilante de una farola cercana, en él se citaban nombres que la mujer había dado casi en estado de trance: Gerardo González, Beamonte… «En su sueño, Jette habló de olivos, de un antiguo puente con un molino a su vera o de la Virgen de la Nieva», continuaba el artículo escrito por Ernesto Pascual.

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