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Authors: Javier Pérez Campos

Tags: #Intriga, #Terror

En busca de lo imposible (15 page)

BOOK: En busca de lo imposible
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Había conseguido permiso para pasar la noche en el interior de uno de sus inmuebles, concretamente en el de la primera víctima que falleció en el lugar: Gracia Imperio. La mujer de los ojos musulmanes, como la había bautizado la prensa de la época, era una importante
vedette
que había debutado ya en La Zarzuela de Madrid y se codeaba con estrellas como Antonio Machín, además de haber triunfado en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia. Su nombre real era Emilia Argüelles y fue así como firmó el contrato de alquiler que acabaría llevándola a la tumba.

Mercedes Viana, dueña de un importante club de
cabaret
valenciano llamado Mogambo y de la mayoría de los pisos del edificio de la entonces calle Cuenca, le ofreció uno de sus inmuebles para los meses en que la
vedette
iba a actuar en Valencia.

Mientras ascendía la extraña escalera del edificio, cuya forma hacía un triángulo perfecto, sentía que me adentraba en las entrañas de un monstruo agonizante. Aquellos peldaños eran testigos mudos de la fatalidad más absoluta: aquélla que rompe todos los esquemas y desorbita las cifras de las estadísticas objetivas. Tras cada puerta se escondía una historia; algunas amables y habituales, otras más propias de la historia negra del edificio. Como en una atracción de feria cuyas puertas ofrecen distintas sorpresas a quienes se adentran en ellas.

Por fin, me encontraba frente al inmueble donde iba a pasar la noche. Introduje la llave en la cerradura y tiré de la puerta para poder hacer girar el mecanismo. Una vuelta… Dos vueltas. Se abrió emitiendo un sordo graznido que se perdió en la oscuridad del pasillo.

Frente a mí se encontraba un pequeño recibidor con dos puertas; a la izquierda, un pequeño pasillo que se abría paso hacia el salón, el baño, la cocina y dos dormitorios. Todo en la más absoluta penumbra. Pude imaginar entonces el modo en que se desarrollaron los trágicos hechos en aquella noche de Todos los Santos de 1968…

Gracia Imperio había quedado a cenar con su modisto y con un antiguo novio, Vicente Alberto Artal. La cena se desarrolló con normalidad y, pronto, el sastre decidió marcharse a casa, dejando a solas a la
vedette
y a su ex pareja, sin saber que se convertiría en la última persona que los vería con vida…

A la mañana siguiente, el mismo modisto intentó entrar en la vivienda, pero nadie contestaba al otro lado. Nervioso por lo extraño de la situación pidió al portero del edificio que le acompañara al interior del hogar con una llave de la que él mismo disponía. Al entrar, lo primero que notaron fue un enorme olor a gas.
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«¿Emilia?», la llamaba el modisto. Pero nadie contestaba. Un silencio sepulcral reinaba en la casa… Minutos después encontrarían los cuerpos sin vida en el interior del inmueble.

Caminaba haciendo el mismo recorrido que debieron hacer aquellos dos hombres. Sin embargo, toda la historia se encuentra llena de puntos no aclarados. Por ejemplo, el lugar del hallazgo. Hay quien habló de que sus cuerpos fueron encontrados en la cama y abrazados. Otros dicen que aparecieron en la bañera. Lo cierto es que el secreto de sumario silenció la respuesta.

Algunas habitaciones no tenían luz, por lo que era el haz de la linterna mi única guía en el escenario de aquella añeja tragedia. Me introduje en el cuarto de baño, de baldosines marrones, donde un fuerte olor a cerrado impregnaba la estancia, y corrí la puerta de la bañera, que crujió como si llevara meses sin ser abierta. Todo resonaba con especial fuerza en la soledad de aquel inmueble. El suelo de parqué también parecía quejarse ante algunas de mis pisadas, sobresaltándome y sacándome de la historia en que iba ensimismado. Por fin llegué a la cocina, el lugar donde fueron halladas abiertas las espitas del gas. Ante mí se encontraba la causa mortal de las primeras víctimas. El periódico
Las Provincias
fue uno de los primeros en cubrir la información, con un titular rotundo y directo como pocos: «Gracia Imperio, muerta por intoxicación de gas».

Se barajaron entonces tres vías de investigación para un misterio que, más de 40 años después, sigue sin resolver. ¿Suicidio, accidente o crimen? De tratarse de un accidente, era bastante extraño, pues el olor habría sido un buen aviso del descuido mortal. En cuanto a la hipótesis del suicidio, tampoco parecía cuadrar demasiado debido al buen momento profesional por el que estaba pasando la
vedette
. ¿Y la posibilidad del crimen? Parecía la única que se sostenía con mayor firmeza, aunque jamás pudo ser probada.

Seguí andando por la casa, como si allí fuera a encontrar las claves del misterio. Linterna en mano, era capaz de sentir un aislamiento muy especial, pese a encontrarme en el centro de una importante arteria valenciana. El edificio parecía completamente abandonado; los vecinos no daban señales de vida al otro lado de sus puertas.

Llegué entonces a una habitación llena de cajas, viejos muebles y libros esparcidos por el suelo. Como un improvisado trastero. Mi corazón dio un gran vuelco cuando, repentinamente, la linterna alumbró la cara de un payaso que me miraba fijamente desde el otro lado de la estancia. Su sonrisa, más como una mueca desencajada, parecía burlarse de mí con una enorme dentadura amarilla, mientras me mostraba las cuencas vacías de sus ojos. Su peluca naranja y su pálido rostro resplandecían en la oscuridad. Con el corazón aún galopante, me di cuenta de que sólo era una máscara enganchada a un caballete de madera. El ensimismamiento en que iba absorto me había jugado una mala pasada.

Retrocedí y volví a adentrarme en el oscuro pasillo, mientras mi mente viajaba por un túnel del tiempo cuyos altos eran las víctimas del edificio maldito…

La escalera de la «finca maldita» tenía una forma totalmente extraña para las construcciones de la época: un triángulo perfecto que han atravesado, cayendo al vacío, algunas de las víctimas del edificio.

Seis nuevas tragedias

La siguiente víctima fue el cuñado de Mercedes Viana, la propietaria de 11 viviendas del edificio, que se arrojó al vacío por el hueco de la escalera. Al parecer, sufría problemas mentales, pero las causas de la muerte volvieron a quedar en el aire. ¿Accidente o suicidio?

Después llegó la muerte de un adolescente que acababa de cumplir la mayoría de edad. Para celebrarlo, aprovechando que sus padres no estaban en casa, había reunido a sus amigos en una fiesta mortal. Presuntamente fue el consumo de drogas lo que acabó con la vida del joven.
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Años después se produjo la muerte de una niña de 2 años que jugaba a saltar en la cama con su hermano, cuando se precipitó al vacío por la ventana que había al lado. Su hermano, que la agarró de la mano para intentar salvarla, también acabó cayendo por la ventana.

Eran ya cinco las víctimas, pero la lista continuaba engrosando… El siguiente habitaba en la puerta 15. Se trataba de un hombre trabajador y educado, según lo recordaban algunos vecinos. Su madre llevaba varios días sin poder contactar con él por teléfono, por lo que pidió a una propietaria de Tres Forques 1 que entrara en la casa para comprobar que su hijo estaba bien. Fue Carolina López, dueña de un piso en el ático, una de las primeras personas en entrar. Al parecer, un desagradable olor parecía campar por el edificio desde hacía varias semanas. Pero, cuando Carolina abrió la puerta del inmueble, el olor se expandió con fuerza desde el interior, como una imparable avalancha invisible. Pronto halló la respuesta a aquel desagradable hedor que parecía emerger de la habitación al final del pasillo. Al abrir la puerta descubrió un amasijo de piel y huesos que yacía inmóvil en la cama. Era el cuerpo en descomposición de la víctima número 6.

Aparte de estas muertes que aparecieron en la prensa, Carolina me habló de algunas otras que habían pasado desapercibidas por no haber sangre de por medio. Sin embargo, me aseguraba, eran muertes producidas por la tristeza y la depresión. Una de ellas fue Marina, otra
vedette
valenciana, con la que ella misma había entablado una gran amistad tiempo atrás y que «murió de pena», según me contaba. Otra fue una mujer mayor cuyo nieto de sólo 13 años «le daba muy mala vida». Como la misma Carolina me comentó: «Parece que aquí hay una fuerza que cambia a la gente».

Aquello no fue lo único. Carolina había sido protagonista de auténticos fenómenos inexplicables que le habían provocado un pánico tan atroz que tuvo que poner el piso en alquiler y marcharse de allí cuanto antes…

Sombras en el dormitorio

Eran las 3 de la madrugada cuando abandoné el antiguo piso de la
vedette
por unos minutos para dirigirme a la octava planta, donde se encontraba el ático del que Carolina era dueña, pero en el que ya no vivía.

Lo habitó durante varios años con normalidad, pero pronto empezó a escuchar sonidos dentro de su hogar. Desde pisadas hasta puertas que se abrían solas. Una noche, mientras dormía, volvió a escuchar esos pasos que hacían crujir el parqué. Se incorporó entonces en la cama y fue testigo de cómo una sombra negra cruzaba el dormitorio hacia el pasillo principal. En un primer momento, asustada por si alguien hubiera entrado en casa, encendió las luces y corrió en pos de aquella figura. Sin embargo, cuando llegó al recibidor, allí no había absolutamente nadie. Como si aquel personaje se hubiera diluido con la oscuridad de la noche.

A la mañana siguiente Carolina colocó rejas en las ventanas por lo que pudiera pasar, y puso una pequeña luz de seguridad en la puerta del baño, por el miedo que le produjo la experiencia. Desde entonces no volvió a dormir sin tener encendida esa luz.

Durante otra noche, en pleno mes de agosto, la propietaria notó cómo una enorme corriente de aire frío se colaba en la habitación sin motivo aparente, mientras en el exterior las temperaturas rozaban los 25 grados. Aquella noche se marchó de casa.

Todo ello, unido a otra serie de percepciones, como la de sentirse vigilada permanentemente o notar presencias que parecían errar por la casa, le hicieron poner el piso en alquiler y marcharse a vivir a un pueblo a las afueras de Valencia. «Era como si el edificio durmiera de día y por la noche cobrara vida… Como si lo que hubiera dentro despertara al anochecer», me había dicho Carolina durante la entrevista.

Me desplacé entonces hacia la pequeña escalinata que lleva hasta la azotea del edificio. Justo allí se encuentra una pequeña sala: los contadores de la luz. Exactamente en ese punto, otro vecino tuvo una experiencia similar a la de Carolina.

Él vivía en el último piso, donde cuidaba de su gato. Una noche el felino se escapó de casa, por lo que tuvo que salir en su busca por todo el edificio. Me era fácil imaginarlo deambulando por aquellos pasillos blancos que ascendían firmes como en una inmensa chimenea. Finalmente, encontró al animal en la sala en la que yo me encontraba. Al entrar notó una sensación muy extraña, una incomodidad como nunca antes había notado en su vida. Su gato yacía inmóvil en un rincón de la sala, en posición defensiva, como si estuviera asustado por algo. En ese momento, algo recorrió la espalda de aquel hombre (¿sugestión o un ancestral e inconsciente mecanismo de defensa?) hasta ponerle el vello de punta. Una alarma interna saltó en su interior, haciéndole coger a su mascota y salir de allí corriendo hasta llegar a su casa. Las sensaciones que el testigo vivió en aquella habitación fueron suficientes para no regresar jamás a aquel punto.

El haz de la linterna iluminaba tenuemente aquel cuartucho. Lo cierto es que, aunque no era capaz de notar nada similar, el recuerdo en mi cabeza de aquella historia parecía querer obligarme también a abandonar el lugar lo antes posible. Decidí no desobedecer a mi fuero interno y regresé a la puerta 9. El lugar donde todo empezó…

Fachada del edificio maldito de Tres Forques, en cuyo interior se han producido, al menos, 7 muertes trágicas.

Un triángulo maldito

Aquella mañana, antes de acudir al edificio, había estado en la redacción del periódico
Las Provincias
, donde el periodista Javier Martínez me había hablado de la repercusión de aquella historia que él había titulado en su reportaje como «La finca maldita de Valencia». Pero, antes de empezar la entrevista, Martínez recordó que algo muy similar había tenido lugar muy cerca de allí sólo unos años atrás…

—Creo que ya hubo otra casa, muy cercana a ésta, que titulamos «La finca del crimen», porque también se habían producido varias muertes en su interior. Déjame ir a buscarlo un momento…
—dijo, mientras me dejaba sorprendido por el último dato. Minutos después, el periodista de Las Provincias regresaba a la sala donde habíamos desplegado nuestro equipo, con un recorte en la mano.

BOOK: En busca de lo imposible
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