¿Puede matar un lugar? ¿Quién o qué era el ser que atemorizó a todo un pueblo asturiano en el otoño de 1972? ¿Existió un monstruo en las cloacas de Sabadell? ¿Se puede morir de miedo? Son preguntas inquietantes, casos extraños, enigmas olvidados e inéditos que Javier Pérez Campos te descubre en este libro. Un viaje de más de 7.000 kilómetros en busca de lo imposible en el que el autor ha sentido el miedo muy de cerca perdido en los bosques del río Nalón, descendiendo a los subsuelos de una gran urbe o pernoctando en un hotel aparentemente encantado. Una experiencia en busca del misterio tras la que nada volverá a ser igual…
Javier Pérez Campos
En busca de lo imposible
Crónicas de un reportero de Cuarto Milenio
ePUB v1.0
AlexAinhoa11.02.13
Título original:
En busca de lo imposible - Crónicas de un reportero de Cuarto Milenio
© Copyright de los textos: Javier Pérez Campos, 2012
© Copyright de las fotografías: Javier Pérez Campos
Editor original: AlexAinhoa (v1.0)
ePub base v2.1
«Es en busca de lo imposible como el hombre ha realizado lo posible. Los que sabiamente se han dedicado a lo que les parecía posible, no han dado nunca un solo paso»
M. Bakunin
Este libro está dedicado a Iker Jiménez, que, sin saberlo,
encendió en mí la llama del misterio e insufló esperanza suficiente
para mantenerla viva.
También está dedicado a Ángel y Toñi,
que son la representación de todos los valores que aparecen en este trabajo;
el reflejo perfecto de este apasionante esfuerzo.
Y, por supuesto, a Celia López.
Ella escuchó paciente cada una de estas historias
y compartió conmigo anhelos, ilusiones y también desvelos…
Son muchos los amigos que han puesto su remo para navegar junto a mí en este trabajo. Todos ellos confiaron en mí desde el primer momento y siguen acompañándome hoy en un camino alejado de convencionalismos.
Sería injusto no empezar agradeciendo a todos los testigos de lo insólito su valor para contar sus experiencias. En ocasiones, no ha sido fácil y, en otros casos, hemos acabado compartiendo miedos y esperanzas a partes iguales.
Gracias a mi tío Agustín, que guardaba en su biblioteca una joya de pastas blancas que acabó convirtiéndose en el fruto de mis sueños y pesadillas. Él inculcó en mí el valor del misterio.
También quiero dar las gracias a quienes, sin ser conscientes de ello, me guiaron hacia un camino de búsqueda. Algunos son Carmen Porter, Javier Sierra, Clara Tahoces, Fernando Martínez, Jesús Callejo, Pablo Villarrubia, Paco P. Caballero, y otros tantos que sería imposible mencionar aquí.
Por supuesto, a todos los amigos y familiares que, antes o después, también han puesto su granito de arena para que esto saliera adelante: Ana Pérez, Miguel Ángel Pérez, Pepe Expósito, Ana Pérez, Toñi Pérez, Fernando Poblete, Jesús Muñoz, Virginia Poblete, Laura García, Esther Isidro, Raquel Poblete, Benjamín Carrero, Marilena, Ana Isidro, Regino Pérez, Rosa Cerrato, Kety Oiver, Juan Sánchez, Luis Sánchez... Estoy seguro de que me dejo a mucha gente, pero, aunque no aparezcan escritos, también están aquí.
Por supuesto, también a los compañeros y amigos de
Cuarto Milenio
que me han acompañado en las aventuras aquí recogidas: José Alberto Gómez, Guillermo Seijo, Paco Rodríguez, Marcos Macarro…
Tampoco habría sido posible sin la valiente confianza de Susana Krahe y José María Mourelle, de Anaya.
Finalmente, quiero agradecer a todos los que, aún hoy, emprenden el camino solitario de la búsqueda incesante. Ésa que se aleja de cualquier convencionalismo.
Estas páginas son un balón de oxígeno. Aire puro digno de otro tiempo, de épocas legendarias donde aún existían los caballeros andantes.
Llega mi amigo Javier, alma antigua en cuerpo joven, con su libro de aventuras, glorias y andanzas, en el momento preciso. Así lo creo. Y viene con fuerza para quien quiera leerlo y para constatar que no todo está perdido. También, y no es pequeña la empresa, para que sepamos que algunos todavía sienten, todavía quieren, todavía se preguntan por las cosas que de verdad importan. Esas que han sido desterradas de muchos lugares, pero que anidan en lo profundo del corazón.
Sí, aún quedan hidalgos de enjuta figura que quieren defender con valor la mágica verdad en la que vivimos todos sin llegar a darnos cuenta. Esa que nos haría mejores, conscientes de nuestro misterio y de nuestra luz, pero que muchos quieren borrar de nuestros recuerdos, leyendas y genes. Porque desean condenarnos a la fría sombra de lo material y lo tangible. A una vida reducida a lo más básico. A lo más superfluo.
En mitad de este marasmo en el que nos dejamos teledirigir por lo chabacano, lo primitivo, lo soez, lo ruin y lo grosero; en medio de la marea del 2012 en que el panorama de la moral humana no puede estar más destartalado en su propio Apocalipsis, esta obra es un grito de esperanza, porque leyéndola entendemos al instante que aún rondan por esos caminos de la España Eterna los caballeros que persiguen sueños. Los niños grandes, herejes ellos, que no han dejado su propia senda llena de entuertos con las sombras y las luces que pululan en las fronteras de lo irracional.
Me importa menos la casuística, el dato. Aún importándome, que uno ha sido cocinero antes que fraile y sabe lo que es rodar y rodas por los páramos nocturnos con un nudo en la garganta, lo que me llega, lo que me cala, lo que me reconcilia, es la actitud. Es la valentía. Es el alarido escrito por un ser que ha logrado cumplir sus anhelos de la infancia. Sueños mágicos en los que solo unos pocos pueden creer.
A fin de cuentas, los aparecidos, las luminarias, las voces y los ecos de los fenómenos son emisarios, daimones, egregores que nos susurran, a quien quiera oír, que no lo conocemos todo. Y se presentan como un jarro de agua helada que nos cae por la espalda para decirnos que en verdad no sabemos casi nada. Para colocarnos en nuestro justo sitio. Para indicarnos por un instante que vivimos en un ensueño, pobres humanos sabios poseedores de la verdad del mundo, mientras el mundo auténtico, en su profundidad y misterio, se nos escapa entre los dedos. Pues solo dos certezas tiene el ser humano con todos sus logros y todo su poder acumulado durante milenios de soberbia; que nace un día y que muere otro. Antes y después, todo es incógnita. Incógnita eterna.
Los encuentros con lo desconocido, desdibujados como sonidos entremezclados, como visiones del inconsciente colectivo que una y otra vez nos recuerda algo para que nunca lo olvidemos, no hacen sino comunicarnos lo que realmente somos. Una mota ínfima en mitad de unos engranajes infinitos, coherentes, que nuestra limitada mente no acierta ni quiere comprender.
Los fenómenos existen y bien lo saben quienes han estado a un palmo de ellos. Hay un buen surtido de ejemplos en este libro. Nombres, apellidos, expedientes viejos y nuevos, como mandan los cánones. Pero, como digo, se percibe algo superior en toda esta búsqueda. No ocurre ni aparece en la mayoría de las obras de estas temáticas, claro, solo en algunas muy concretas. Y se siente enseguida. Es la única forma de detectarlo. Me refiero al genuino espíritu mágico. Un corpus que se alimenta de un sinfín de sensaciones y que acaba siendo un cordel invisible que lo hila todo firmemente. Un cordel milenario, una columna vertebral compuesta de piezas que nos llevan desde el presente hasta la Prehistoria y más allá. Un esqueleto cuyas vértebras han sido cimentadas por herejes, alquimistas poetas y buscadores del propio enigma de la vida.
Este libro es una pieza más. El último eslabón… que, por fortuna, nunca acaba de serlo, porque en futuras generaciones llegarán otros para que el pensamiento mágico no muera nunca. Llegarán otros para gritarnos, en mitad del mundo paranoico, ortodoxo, mecánico, cuadriculado e inamovible en el que nos quieren enjaular, que aún existe lo desconocido, que aún pasa lo imposible, que aún resuena en el mundo el eco de lo poco que somos ante los insondables enigmas de la realidad.
Y dentro de diez o quince años, con una cotidianidad seguramente más hosca e involucionada que la de hoy, alguien, impulsándose como un atleta en lo profundo y sólido de este libro, en la verdad sincera que transmite, seguirá la labor. Pese a quien pese. Por muy solitario que se sienta, aunque soplen todos los vientos en contra. Porque así debe estar escrito en algún lugar.
Es, por tanto, la esencia del pensamiento mágico la que se destila aquí. Y ese, para mi, es el verdadero milagro. El hallazgo. Una postura vital. Una forma de ser y pensar. Es un paso adelante del que nunca uno se puede arrepentir.
Javier Pérez Campos ha firmado su acta oficial como loco en un mundo de cuerdos uniformados por el pensamiento único. Y eso es un acto que sobrecoge, por su juventud y por lo difícil de la tarea. Ya se ha postulado como incorregible desertor de lo aceptado y aceptable. Ya ha estampado con decisión su rúbrica eterna para pertenecer al club de los que aún sentimos en nuestras venas el poderoso latir de lo desconocido. Del extraño colegio invisible cuyos alumnos fuimos deslumbrados en plena niñez por la llamada irracional, inexplicable y envolvente, del misterio.
El proceso no lo acabamos de entender del todo, pero ocurrió. Eso sí que lo sabemos con certeza imborrable. Ocurrió como si un caballo nos hubiese dado una coz en el centro del pecho. En un momento de nuestra historia, en lo más temprano, supimos que esto de perseguir la maravilla iba a ser lo nuestro. Nuestra misión sin colofón. Nuestra carrera perenne sin meta definida.
Quienes no lo entiendan, la inmensa mayoría, podrían pensar en otros motivos más mundanos: oficio, profesión, periodismo, deseos de triunfo y éxito. Lógico buscar una explicación a tanta locura. Propio de los cuerdos. Pero se equivocan de pleno. Lo esencial, lo vital, lo imposible de maquillar, es la pasión, el entusiasmo, la ilusión… algo que lleva en volandas hacia una nueva aventura. Algo que , cuando uno lo madura y lo piensa con el paso de los años, coloca a contracorriente de las cosas. Algo que, como si emanara de nuestra naturaleza más auténtica, nos mantiene firmes en mitad de la marea global que piensa y cree en un solo sentido.
Algo que nos hace intuir que, a pesar de la incomprensión que encontraremos a lo largo del camino, esa búsqueda, ese aprendizaje, esa reflexión y ese enriquecimiento de nuestro espíritu, habrán merecido la pena.
Es más, sabemos que no habrá nada en el mundo comparable a estar en esa situación. La de haber comulgado con el sagrado pensamiento mágico. La de encomendar nuestra alma a la más alta empresa que jamás hubiésemos imaginado. La de ser narradores de algo que nunca muere y a lo que llamamos, por no encontrar el término exacto y preciso,
Misterio
.
Un día, hace algunos años, entré a una caverna a oscuras. Quizá la caverna más importante de todas. Altamira me reservaba una sorpresa inesperada. O quizá esperada desde siempre, desde aquella mañana del chispazo al leer un libro que marcó mi vida, mi espíritu y mi forma de ser. Cuando me dejaron solo en la gran sala de los bisontes y los seres antropomórficos sin nombre, daimones del primer templo de la humanidad, escuchando una música que debía sonar en aquel momento y que yo portaba en mi pequeño iPod, sentí que todo cobraba sentido. Esa fue mi comunión. Todos estos años, todas estas preguntas, todos estos viajes, todos estos programas, todos los éxitos y fracasos. Todo se iluminó de pronto como si uno fuese consciente por un instante de la
Conciencia Cósmica
. Como si encajasen las piezas de un puzle y uno comprendiera mejor que nunca su misión de agitador de mentes, de encuestador de lo imposible, de hereje de las masas homogéneas. Yo lo comprendí, supe que lo trascendente era la verdad y el camino, aunque siga lleno de preguntas sin responder, claro. Una cosa no quita la otra. Pero soy feliz sabiendo que esa luz en el camino me impulsa sin miedo a sentirme cada vez más mágico, más consciente de la maravilla y el milagro de la vida que tantos intentan limitar, recortar y limar para manejarnos como un rebaño global empobrecido.