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Authors: Javier Pérez Campos

Tags: #Intriga, #Terror

En busca de lo imposible (6 page)

BOOK: En busca de lo imposible
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En el interior de los bosques de Ses Roques Altes yace el memorial en recuerdo a las víctimas del accidente de 1972.

Uno de los primeros aviones que ejercía la ruta Madrid-Valencia-Ibiza era el IB-602, bautizado como Tomás Luis de Victoria en honor a un músico barroco que se había hecho famoso por el
Réquiem Oficcium defunctorum
(
Oficio de difuntos
). En su puerta de embarque esperaban, entre otros, la familia Richart, que debería haber regresado a Ibiza el día 5 pero decidió aplazar el viaje en el último momento, sin saber que acabaría formando parte de una macabra lotería.

El comandante, José Luis Ballester Sepúlveda, con más de 7.000 horas de vuelo a sus espaldas, había llegado al aeropuerto. En aquellos últimos momentos en pie se tomaron muchas decisiones, fruto del azar unas y de extraños presentimientos otras, que acabaron siendo cruciales para la vida de muchas personas.

Uno de los casos más sonados fue el de Smilja Mihailovitch, una señora yugoslava de gran fama en Ibiza que durante años copó las portadas del papel
couché
. Quizá fue el destino quien quiso que aquella princesa, como se hacía llamar en los ambientes más selectos, se encontrara aquella mañana con un viejo amigo que se ofreció a llevarla en su avioneta privada.

Ella aceptó y, horas más tarde, para su sorpresa —también para la angustia de sus familiares—, escucharía su nombre en la radio, en el listado provisional de víctimas que ofreció Iberia.

Otro matrimonio, bastante frustrado en el momento por no haber conseguido pasaje en el avión, tuvo que hacer el viaje en barco, esquivando así, sin saberlo, la bala casi certera de aquella ruleta rusa. Aquel mismo día la hija de Trini de Figueroa, una afamada escritora de novela rosa de la época, decidió en el último momento pasar en Madrid un día más, aprovechando el fin de semana, por lo que aplazó su billete. La suerte sonrió también aquel día a cuatro obreros de Villarrobledo que no pudieron embarcar porque habían olvidado recoger los pasajes que habían comprado en una agencia. También dos jóvenes, hijas de un matrimonio que sí viajaba en el avión, decidieron a última hora y sin motivo aparente quedarse en Villarrobledo. El padre del propietario del
Diario de Ibiza
en aquel momento, Francisco Fernández Rica, también decidió aplazar su viaje a última hora, así como un importante notario ibicenco adelantó el vuelo al día anterior del accidente aunque para su sorpresa, apareció también en el listado de víctimas provisionales.

Pese a aquellas bajas de última hora, sus asientos fueron ocupados rápidamente por otras pobres gentes que se creyeron afortunadas por haber conseguido un pasaje de regreso.

Por las conversaciones registradas en la caja negra, el vuelo transcurrió con absoluta normalidad hasta las 12.16, momento en que el tiempo se detuvo para aquellas 104 personas. El reloj, encontrado después a varios kilómetros del punto de impacto, se había parado a esa hora exacta. Para entonces, los restos del avión fueron esparcidos en un radio de más de 6 kilómetros.
[3]

La causa oficial de la tragedia fue un banco de niebla y una llovizna que despistaron al piloto, haciéndole creer que seguía sobre el mar, cuando en realidad iba a chocar con la ladera de la montaña. Según publicó el diario
ABC
: «Existe una muy significativa coincidencia: nadie se explica en Ibiza cómo el Caravelle siniestrado fue a pasar por el único lugar donde debía haber niebla, ya que en el resto de la isla parece ser que lucía el sol templado propio de estos meses, pero radiante».
[4]

Se encontraba a tan sólo 15 kilómetros del aeropuerto y el avión había iniciado ya la maniobra de aterrizaje. Llama la atención la variedad de versiones ante esos últimos minutos. Por ejemplo, algunos medios publicaron que las últimas palabras del comandante fueron: «Prepara unas cervezas, que ya estamos»
[5]
, mientras que en otros medios se publicó que la última conversación, en tono amistoso, trató sobre los regalos del día de Reyes
[6]
. Aunque parezca carecer de relevancia, para muchos estudiosos del tema aquella conversación pudo tener cierta relevancia en una concatenación de fatalidades que acabaron en tragedia. Por ejemplo, José Luis Mir, director del documental
IB-602
, afirmaba durante nuestra entrevista que quizá durante aquella conversación el piloto acabó despistándose, chocando así con la ladera de El Morteret, un pico de 470 metros de altitud. Sea cual fuera aquella conversación, la auténtica disputa entre los expertos tiene que ver con las causas de la tragedia, pues aunque oficialmente fue causada por la niebla, para muchos existen otras razones.

Una de las teorías tiene que ver con el altímetro, el instrumento de navegación que calcula la altitud de vuelo. Dicho instrumento jamás fue hallado y podría tener la respuesta a las causas del accidente. Para muchos, existe un triángulo en la zona donde se producen con relativa frecuencia alteraciones magnéticas. Dicho triángulo está formado por Ibiza, Es Vedrà y Mallorca. De hecho, se ha estudiado cómo, en ocasiones, algunas aves y embarcaciones pierden el norte en dicho lugar. Para los más fervientes seguidores de las teorías de conspiración, se trataría de un reducido «triángulo de las Bermudas». Pues bien, hay quien asegura que el altímetro pudo verse afectado por aquellas alteraciones magnéticas, despistando así al piloto.

Una escena dantesca

La apacible mirada de Nito Verdera se transformó por completo cuando empezó a describirme lo que había visto con sus propios ojos la tarde después del día de Reyes del 72. Aquellos ojos, que habían observado lo más parecido a un infierno en la tierra, adquirían un brillo especial, anegados por unas lágrimas de las que ni él mismo era muy consciente, como un ligero llanto silencioso, discreto e involuntario.

Periodista de raza, fue autor de impactantes crónicas para el
Diario de Ibiza
. Como tal, tuvo que desplazarse al lugar de los hechos sólo unas horas después del accidente. Al principio se creía que el avión había caído al mar, pero un vecino de la zona, el profesor Juan Mari Tus, que escuchó un ensordecedor bramido que pareció partir el cielo en dos, decidió acudir al sitio donde se produjo aquella especie de bombazo. Guiado por un fuego lejano y por un olor a carne quemada que describirían después todos los allí presentes, fue el primero en hallar los restos del avión.

Después llegó un grupo de 200 soldados que, según algunas fuentes, tenían que emborracharse para aguantar aquella escena. José Luis Mir difiere y afirma que sólo se subieron 6 botellas de coñac para aquellos valientes hombres. Según me comentaba la reputada criminóloga y periodista de sucesos de la isla, Cristina Amanda Tur, aquellos soldados eran prácticamente chavales de 18 ó 19 años, del Regimiento Teruel, y aquello debió ser lo peor que vieron en sus vidas. A la par llegó también un reducido grupo de periodistas entre los que se encontraba Nito Verdera.

—Cuando llegamos estaba atardeciendo
—me comentaba el periodista en el salón de su casa, rodeado de libros, manuscritos y legajos—,
por lo que apenas veíamos nada. Recuerdo que, al ir andando por las rocas, me escurría constantemente y estuve a punto de caerme en varias ocasiones. Cuando miré hacia abajo, descubrí que mis pies estaban pisando sangre y grasa humana incrustada entre las piedras.

Aquella fue la primera imagen. La primera de muchas. José Luis Mir me contaba cómo la mayoría de los cuerpos fueron encontrados partidos por la mitad, a causa del impacto con el cinturón de seguridad. De los pinos colgaban ropajes calcinados convertidos en harapos y restos humanos enganchados en las ramas. El diario
La Vanguardia
publicó: «Los restos humanos aparecían por todos lados, incluso en ocasiones incrustados en piedras y árboles»
[7]
. Apenas quedaban cuerpos completos y el número de víctimas se calculó uniendo las cabezas con los miembros que iban encontrándose sobre la marcha. De hecho, sólo pudieron identificarse 40 cadáveres.
[8]
Aunque los voluntarios realizaron una excelente labor de rescate de los cuerpos, el territorio rocoso y lleno de vegetación dificultó aquel trabajo; de hecho, aún hoy se siguen encontrando pequeños restos del avión en la zona. Incluso, según recordaba José Luis Mir, dos años atrás una mujer de su entorno encontró una mandíbula incrustada ya al saliente de un precipicio, mientras hacía senderismo.

Como es lógico, ante una situación de emergencia, muchos fueron allí obligados sin estar preparados para algo semejante, aunque creo que nadie podría estarlo nunca. Muchos padecieron crisis nerviosas cuando llegaron a casa y el propio Nito Verdera fue aquejado por eccemas, temblores y otros síntomas cuyo diagnóstico tenía también que ver con una grave crisis de ansiedad. De hecho, a día de hoy, aún le tiembla el pulso cuando recuerda aquellas escenas. Yo mismo fui testigo de esa transformación mientras refrescaba su memoria como el que vislumbra y a la vez digiere el horror más absoluto.

Un calor asfixiante y pegajoso, al que aún no nos habíamos acostumbrado, inundaba la pequeña casa de Nito, mientras éste seguía ofreciéndonos detalles de aquel suceso.

—Otra muestra de que nadie esperaba algo así es que en Ibiza no había suficientes cajas mortuorias. Sólo tenían unas 40 y tuvieron que traer el resto desde Barcelona. Un avión cargado de ataúdes.

—Debió ser un impacto enorme para toda la isla
—comenté, intentando rellenar un silencio generado por la emoción del recuerdo.

—No te quepa duda. De hecho, sigue siendo una de las peores tragedias aéreas de nuestro país.

Precisamente aquella mañana, recién bajados del avión, habíamos visitado el Cementerio Nuevo de Ibiza, de inmaculadas paredes blancas, deslumbrantes por el impacto del sol. Sus tumbas y mausoleos bordean en espiral una colina desde cuya cima puede verse gran parte de Ibiza. A la misma entrada, a mano derecha, se encuentra una pequeña parcela donde descansan las víctimas de la tragedia. La periodista Cristina Amanda Tur, desde el estudio de su programa de televisión, nos comentaba cómo aquellas víctimas inauguraron el cementerio nuevo de Ibiza.

—En aquel momento estaba previsto un cementerio nuevo, pero no estaba inaugurado. La urgencia de aquel hecho hizo que tuviera que abrirse una fosa para ellos en aquel lugar. De hecho, el terreno estaba sin bendecir y tuvo que hacerlo deprisa y corriendo el obispo auxiliar, el mismo que ofició los funerales.

Tras el espanto y las pesadillas, fueron el dolor y la consternación quienes se apropiaron de la isla. Los familiares llegaron a la iglesia del apacible pueblo de Sant Josep de Sa Talaia donde, entre escenas desgarradoras, se ofició el funeral de las 104 víctimas.

Semanas después la compañía Iberia indemnizó a los familiares con medio millón de pesetas por cada una de las víctimas
[9]
y los medios de comunicación fueron olvidando aquella historia con la llegada de otras de mayor actualidad. Desde entonces, cada año se oficia una misa en recuerdo de las víctimas, aunque son muchas las personas que no conocen su historia como pude comprobar durante los días que allí pasé. Otras, como María Luisa Álvarez, la habían escuchado de boca de los valientes trabajadores que ayudaron en la recogida de los cuerpos. En este caso, fue su padre quien había desempeñado dicha labor.

A María Luisa nunca le interesó aquella historia. Hasta que, en 1991, pareció verse inmiscuida en ella de manera indirecta…

Noches de terror en Sa Talaia

Como ocurre en lugares donde lo funesto parece haber fijado su atención, el escenario del accidente quedó ya marcado para siempre. El lugar, sólo transitado por algún que otro senderista, permanece hoy en la más absoluta soledad. Algunos habitantes lo miran de reojo cuando pasan por debajo. Otros llevan años sin subir hasta allí a raíz de experiencias personales que les cambiaron para siempre. Personas marcadas por un lugar marcado.

María Luisa Álvarez es una conocida y respetada taxista de Ibiza. Desde hace años recorre la isla de punta a punta, pero se niega a subir a Sa Talaia a raíz de una experiencia que allí vivió en el verano de 1991.

El calor estival y los meses de vacaciones dieron lugar a que decidiera pasar una noche de acampada en aquella tranquila zona ibicenca junto a tres amigos. Alejados del barullo propio del verano, Rafa, Coco, Ana y Marisa pasarían una velada diferente y original.

Acostumbrados al senderismo y al contacto permanente con la naturaleza, el grupo dejó el coche en un pequeño aparcamiento y ascendió a pie por el sendero de tierra hasta llegar a la explanada donde se erige el memorial a las víctimas. Un silencio solemne y tácito envolvió al grupo en aquellos primeros instantes. Conocían de refilón lo que allí había ocurrido, pero nunca habían estado en el lugar.

Cuando empezaba a atardecer, los amigos levantaron allí la tienda de campaña donde iban a pasar una noche que prometía ser agradable. El cielo se encontraba completamente despejado, mientras un sutil e hipnótico vaivén de luz estelar inundaba el firmamento. Nada hacía presagiar lo que allí iba a ocurrir.

Eran ya las 11 cuando el frío propio de la montaña obligó a que aquellos jóvenes se resguardaran en el interior de la tienda. Conectaron un quinqué a la batería del coche y, después de cenar, decidieron jugar a las cartas. En aquel momento, nadie se dio cuenta de que algo estaba rodeándolos lenta y sigilosamente. Hasta que llegaron los gritos.

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