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Authors: Javier Pérez Campos

Tags: #Intriga, #Terror

En busca de lo imposible (18 page)

BOOK: En busca de lo imposible
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Divagando en esas teorías hallé la portada que andaba buscando.
El Día de Albacete
mostraba una inquietante fotografía. En el suelo un enorme socavón sacaba a la luz varios huesos y cráneos que se apilaban y se escondían entre la tierra. El titular decía: «Las obras destapan un yacimiento arqueológico en pleno centro».
[41]
El hallazgo tuvo lugar durante las obras de soterramiento de unos contenedores de reciclaje. La periodista Teresa Roldán, que cubrió la información para
La Tribuna de Albacete
, me explicaba que el descubrimiento fue fruto de la casualidad. Nadie parecía haberse dado cuenta (o no querían darse cuenta) de los huesos que yacían enterrados y amontonados hasta que un arqueólogo que pasaba por allí decidió echar un vistazo. Qué sorpresa se llevó cuando vio aquellas tibias, costillas, cráneos y otros restos óseos, asomando en el socavón.

Al día siguiente la prensa continuó ofreciendo datos sobre el hallazgo: «Las obras que estaban realizando en la plaza del Periodista Antonio Andújar tuvieron que detenerse hace un par de días por un hallazgo inesperado con el que se toparon mientras realizaban los trabajos de excavación para incorporar unos contenedores soterrados».
[42]

Carmen Oliver, alcaldesa de Albacete en aquel momento, hizo unas declaraciones asegurando que iban a recogerse muestras para analizar su origen y que, por supuesto, se paralizarían las obras. Se llevó a cabo un pequeño análisis de los restos y otros medios como
El Pueblo de Albacete
continuaron informando con los resultados: «Los restos de la plaza Periodista Andújar son humanos».
[43]

Fue al surgir aquella noticia cuando algunos vecinos se acercaron a los medios de comunicación para hacer una valiente declaración: en sus casas estaban ocurriendo fenómenos paranormales. La periodista Amparo Aguilar fue quien sacó a la luz aquellos testimonios, ni más ni menos que en los informativos de Radio Televisión Castilla la Mancha: «La prueba definitiva apareció bajo tierra el pasado mes de agosto […] Varias personas han presenciado los
poltergeist
. Son fenómenos eléctricos, voces y apariciones de niños pequeños que pudieron ser inquilinos de un viejo hospicio».
[44]

Todo el mundo en Albacete quedó muy sorprendido por el extraño giro que había dado aquella historia. Bueno, no todo el mundo. En la plaza del Periodista Antonio Andújar muchos ya esperaban algo así. «Yo sabía que aquí tenía que haber algo de eso, porque sino no es normal. No es normal todo lo que pasa, las apariciones de niños, los monjes y las voces…», me había dicho Carmen García. Y no se equivocaba; el tiempo le dio la razón.

El convento de San Francisco

Para confirmar el dato que habían ofrecido algunos medios de comunicación, también algunos vecinos, sobre el posible origen de aquellos huesos, acudí al Archivo Histórico de Albacete. Allí me recibió muy amablemente su directora, Elvira Valero, que había dispuesto sobre una mesa todos los mapas de la ciudad durante diversas épocas. Auténticas joyas históricas que no harían más que cerrar esta historia como si de un círculo perfecto se tratara, como un engranaje en el que todas las piezas encajaban a la perfección, como en una película de terror con estructura básica de presentación-nudo-desenlace. Sobre un mapa amarillento de 1767, justo en la zona donde actualmente se sitúa la plaza en cuestión, aparecía dibujado un gran edificio con la letra B debajo. En la referencia, junto a la letra B aparecía escrito: «Convento de San Francisco».

—Efectivamente, allí había un convento de monjes franciscanos. Era del siglo XV y duró hasta el siglo XVIII, cuando se cerró por falta de monjes. Entonces se convirtió en una lonja y después en el Cuartel Militar de San Francisco
—me aclaraba Elvira.

—¿Y qué parte exacta del convento es la que daba a la actual plaza?

—Pues según esto
—dijo extendiendo sobre la mesa otro antiquísimo plano—
era la iglesia. Justo el lugar donde enterraban a los monjes. No sólo a ellos. He encontrado un testamento en el que don Pedro Dávila pide ser enterrado en la capilla portando el hábito de los monjes franciscanos. Es decir, también los pudientes pedían ser enterrados allí.

Aquello fue como un puñetazo en el estómago. ¿Los vecinos de un bloque de viviendas empiezan a ver figuras con túnicas marrones en el interior de sus casas sin saber que, bajo sus cimientos, hay más de un centenar de huesos pertenecientes a monjes franciscanos? Pero aún quedaba un último detalle…

—Elvira, ¿es posible que hubiera niños enterrados en ese lugar?

—Más que posible. Ten en cuenta que antes no había cementerios y eran las iglesias las que servían de lugar de enterramientos. Pero no sólo eso. Justo enfrente existía un convento de monjas franciscanas que en los mapas del siglo XX vemos que se ha convertido en un hospicio infantil…

Aquello fue el último golpe. Un enorme vértigo se extendió por mi interior, tambaleando mis esquemas y alimentando aún más mis dudas. ¿También había hueco para los niños en la historia? ¿Acaso no era algo propio de una novela de Edgar Allan Poe o de Henry James? Sin embargo, ahí estaban los testigos que, 30 años antes de la aparición de los huesos, hablaban precisamente de apariciones espectrales de niños y monjes. Precisamente allí, en el lugar en que estaban enterrados sus huesos.

Mapa de Albacete en el siglo XVII en el que aparece el convento de San Francisco justo en el lugar en que hoy se asienta la plaza del Periodista Antonio Andújar.

Kilómetro trágico

Al día siguiente regresé al hogar de Carmen García para darle las copias de aquellos mapas que había obtenido en el Archivo Histórico como prueba definitiva de aquellas teorías sobre el origen de los huesos. Fue entonces cuando Carmen me ofreció nuevos datos que yo no conocía y que tenían que ver con la sangre, la tragedia y la fatalidad…

—Curiosamente en esta zona está demostrado que hay un índice altísimo de sucesos. Las llamadas al 112 son mucho mayores aquí que en todo el resto de Albacete. Como si hubiera una energía muy negativa…

—¿A qué te refieres?
—le pregunté, sin saber muy bien lo que quería decirme.

—Verás, justo en este bloque ha habido un intento de suicidio y otro caso de suicidio de una persona joven que se disparó en la boca con la escopeta de su padre. Fue horroroso… También ocurrió el accidente de un niño de 7 años que cayó por la ventana de un cuarto piso mientras hacía la cama. Pero si salimos del bloque, en esta misma manzana, ha habido otro suicidio, en el Mercado de Villacerrada, de un carnicero que apareció colgado en su propio establecimiento, otro suicidio de una mujer sudamericana en la residencia Cervantes, un hombre que da 20 puñaladas a su novia y después se suicida también…

Recuerdo que, pese a que mi grabadora estaba recogiendo todos los datos, no pude parar de anotar cada uno de los detalles que me ofrecía, totalmente impresionado. Si aquello era cierto se trataba de un dato realmente sobrecogedor…

A mi llegada a Madrid acudí rápidamente a la Biblioteca Nacional. Quería rastrear todos los periódicos de Albacete, para poder contrastar los datos. Fuera llovía con fuerza y la Biblioteca ejercía de cápsula del tiempo; un lugar de reposo y sosiego en medio del gran bullicio de la capital. Sus bóvedas y pinturas espiaban silenciosas en medio de un silencio sepulcral quebrado a veces por los truenos de un cielo que parecía retorcerse de dolor. Allí, también rodeado por el agonizante sonido de los viejos procesadores, corroboré el dato ofrecido por Carmen García. Los periódicos pasaban ante mí a través de la pantalla del lector de microfilm. Imprimí casi un centenar de recortes sobre sucesos que habían tenido lugar en la localidad de Albacete.

Cuando llegué a casa, ya de noche, contrasté aquellos lugares de tragedia sobre un mapa. Para mi sorpresa, la mayoría de ellos habían tenido lugar, efectivamente, en calles limítrofes a la plaza o en un radio de escasos kilómetros a la redonda. El 1 de junio de 2007,
La Verdad de Albacete
recoge: «Fallece una mujer en Albacete, presuntamente apuñalada por su cónyuge», en la calle del Rosario. Ese mismo periódico, el 12 de septiembre recoge otra noticia: «Fallece un hombre tras ser atropellado por un todoterreno cerca de la Feria». El 11 de noviembre de ese mismo año, titula: «Un hombre de 69 años, atropellado en un paso de peatones en la calle Martínez Gutiérrez». También un extraño incendio en la calle de la Feria y un coche que choca sin motivo aparente contra los juzgados. Y una niña de 18 meses que fallece tras caer al vacío desde un segundo piso en la calle Torre Quevedo. Como si, al igual que ocurría con la avenida Tres Forques de Valencia, el lugar tuviera una especial atracción por los acontecimientos trágicos. Una última píldora a una historia llena de testigos y también de datos que parecían corroborar cada uno de sus encuentros con lo imposible…

Expediente 9:
La casa del crimen

«POCOS SUCESOS HAN MARCADO TANTO A LA CIUDAD COMO EL OCURRIDO EN EL INTERIOR DE UNA VIVIENDA DE SAN MILLÁN EL 30 DE MAYO DE 1892. EL ASESINATO DE SUS MORADORES A MANOS DE TRES RATEROS DISPARÓ LOS MIEDOS DE UNA SOCIEDAD EN DECADENCIA Y MUY ACOSTUMBRADA A ESTE TIPO DE SOBRESALTOS»

El Norte de Castilla, 12/06/05.

El crimen de «El Francés»

El 30 de mayo de 1892 la muerte llamó a la puerta de Alejandro Bahín Masson. Mejor dicho, saltó sin escrúpulos la tapia trasera de su casa. Apodado «El francés» por sus orígenes, a sus 73 años Bahín era un hombre introvertido, extraño y profundamente misterioso. Nunca hablaba con nadie y apenas tenía vida social, razón de más para pensar que disponía de gran capital, pues tenía arrendadas varias casas a algunos vecinos de Segovia. Si no gastaba ese dinero, debía disponer de él en algún lugar de su enorme vivienda del número 5 de la calle Carretas.

Aquel viejo caserón había sido construido en el siglo XV y habitado durante años por la familia Ayala Berganza, hasta que fue ocupado por Bahín y su sirvienta, Isabel García Benito, de 67 años. Aunque don Alejandro había quedado viudo dos años atrás, algunos especulaban con que mantenía una relación con la sirvienta, que había seguido el ritmo de vida de aquel antiguo concejal del Ayuntamiento. Ella tampoco salía de casa y dedicaba gran parte de los días a su mantenimiento. Debajo de su colchón guardaba algunas monedas de oro y plata que, tras largas jornadas de trabajo, había conseguido ahorrar sin dificultad. Pero aquella rutina fue quebrada por la avaricia de tres rateros que creyeron —de forma equivocada— que podrían enriquecerse a costa de los ahorros de Bahín…

La mañana del 30 de mayo fue la última vez en que Alejandro fue visto con vida. Horas más tarde lo encontrarían tendido en el suelo de su casa con la cara ensangrentada y con restos de cal en las uñas, señal de un último y desesperado esfuerzo por salvar su vida…

La «casa del crimen» se encuentra en pleno barrio de San Millán, también conocido como «barrio de las brujas».

Un robo sin sangre

Aquella era la premisa de los tres rateros que sesgaron sin pensarlo la vida de Alejandro Bahín y su criada: llevar a cabo un robo sin sangre, evitando a toda costa que nadie saliera herido. Pero las garras de la ambición, siempre afiladas, tiraron por tierra cualquier complicación que pudiera alejarlos de su objetivo final: el dinero.

Aquilino Velázquez, Enrique Callejo, alias «Lobo» y Emeterio Salinas, alias «Bonete», rondaban los cuarenta años de edad. El primero mantenía una estrecha relación con la víctima, ya que éste le arrendaba una de sus casas, que el criminal pagaba religiosamente cada mes.

Pese a todo, los tres ladrones llevaban tiempo queriendo asaltar aquel gran caserón como posible solución a la pobreza que estaban viviendo en aquellos días y, tras varias ocasiones pospuestas, señalaron una fecha en el calendario y acordaron que aquél tendría que ser un robo sin sangre.

Aquella noche los tres rateros saltaron la tapia del patio trasero y se colaron en el palomar. Una vez allí, aguardaron toda una noche en su interior, esperando el momento más propicio para llevar a cabo su hazaña. Cuando amaneció se introdujeron sigilosos en la casa para iniciar sus tropelías. Pero algo debió truncarse, pues lo que iba a ser un robo discreto acabó convirtiéndose en un crimen atroz.

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