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Authors: Javier Pérez Campos

Tags: #Intriga, #Terror

En busca de lo imposible (7 page)

BOOK: En busca de lo imposible
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Pasaban las once de la noche cuando todo comenzó. Algo atenazador pareció emerger entonces de lo más profundo del bosque, mientras el lugar se llenaba poco a poco de una densidad especial. Unos gritos desgarradores surgieron de la nada.

—Aquellos eran gritos de dolor
—contaba Marisa mientras me mostraba cómo el vello de su brazo se había erizado al recordar la historia—.
Unos gritos que iban a más y a más. Los escuchamos todos a la vez.

—¿Y procedían de algún lugar concreto? —pregunté asombrado.

—No, parecían salir de todas partes. Pero es que eran gritos de muchísima gente, no es que fueran dos o tres personas, no. Allí se escuchaban muchísimos gritos, y todos a la vez…

En ese instante, la luz del quinqué, que hasta entonces había iluminado aquel espacio de forma sutil pero eficaz, empezó a atenuarse lentamente hasta apagarse por completo, dejando sumidos a los cuatro amigos en la más absoluta oscuridad. En el exterior, aquellos alaridos parecían acercarse cada vez más, hasta llegar a escucharse entre las ramas que rodeaban la tienda, helando la sangre de todos los allí presentes.

Se produjo entonces una disputa en el interior de la lona. Rafa y Coco querían salir a comprobar quién estaba produciendo aquel ruido ensordecedor, mientras que Ana y Marisa imploraban casi de forma infantil para que no salieran al exterior.

Los dos jóvenes acabaron saliendo a inspeccionar la zona y, al cabo de unos minutos, los chillidos fueron mitigándose hasta hacerse prácticamente inaudibles.

—Al cabo de unos minutos, cuando ya casi habíamos recuperado la calma por completo, volvimos a escuchar los gritos. Otra vez fueron de menos a más, hasta parecer que estaban gritando fuera. De nuevo, la luz que había vuelto, comenzó a menguar. Es curioso, pero cuanto más gritaban, más a oscuras nos quedábamos…

—¿Llegasteis a escuchar alguna palabra?
—pregunté mientras tomaba nota de todo en mi inseparable cuaderno Moleskine.

— Nada, ni una sola palabra. Sólo como un barullo de fondo y muchos gritos. Gritos que se escuchaban lejos, hasta acercarse tanto que parecían rodear nuestra tienda.

—¿Y cuánto calculas que duró aquello?

—No sabría decirte, pero a nosotros se nos hizo eterno. Totalmente a oscuras, nos juntamos en el centro de la tienda, por miedo a que alguien pudiera tocarnos desde fuera a través de la lona. Así pasamos la noche. Quizá pasó media hora hasta que aquello dejó de escucharse, pero nosotros estábamos tan impactados que no nos atrevimos a salir de la tienda hasta que amaneció.

—¿Es cierto que no has vuelto al lugar desde entonces?

—Totalmente cierto. Ese día le hice la cruz y, en más de 20 años, no he regresado. Ni pienso hacerlo.

El testimonio de Marisa no es único, aunque sí de los más impactantes. Durante mi estancia en Ibiza pude hablar con Vicente Boned, un gran conocedor de la isla que lleva un
blog
de fotografía con bastante éxito en la red. En varias ocasiones ha tenido que guiar a senderistas conocidos por la zona y muchos de ellos, sin conocer la historia de lo que allí había pasado —es decir, sin posibilidad de sugestión previa—, aseguraron haber sentido náuseas, un agotamiento especial y toda clase de sensaciones negativas que suponen un enorme contraste con la serenidad que transmite el lugar a simple vista.

Otro testigo, K.M.N —sólo sus iniciales, pues por ser una persona importante y conocida no me permitió contar su historia públicamente— llegó a grabar extraños sonidos en un viejo casete en 1995 cuando, atraído por el lugar, decidió subir hasta allí para hacer pruebas psicofónicas. Caía la tarde cuando pasó a escuchar, in situ, lo que había grabado. Al parecer, se habían registrado unos gritos lejanos y desgarradores que él no había escuchado mientras estaba allí. Tiró entonces la cinta al suelo y se marchó despavorido.

También me hizo referencia a esta clase de episodios la periodista Cristina Amanda Tur. Según me contaba hubo unos años en que varias personas acudieron hasta allí para grabar psicofonías y muchos escucharon el material en el lugar. En aquellos días era más o menos habitual encontrarse alguna cinta colgando de los árboles, mecida por el viento. Pertenecían a personas que, asustadas por lo que habían grabado, las habían lanzado para perderlas de vista.

Por supuesto, había testimonios de senderistas que, caminando por la zona en soledad, habían escuchado también aquellos sonidos que parecían ecos de otro tiempo. Por ello, decidí hacer una última prueba: subir a Rocas Altas durante mi última noche en Ibiza y pasar allí unas horas en completa soledad…

Donde no cantan los pájaros

Había caído la noche y septiembre se iniciaba con un ligero viento que agradecimos tras el asfixiante calor de los días anteriores. Mi compañero de viaje, Marcos Macarro, cámara del programa televisivo
Cuarto Milenio
, conducía atento a cualquier imprevisto que pudiera salirnos al paso. La ruta no es fácil, menos de noche. Un estrecho camino de tierra serpentea junto a un barranco durante varios kilómetros ante la única luz de los faros del coche.

Viajábamos con las ventanillas bajadas y el aire rozando nuestros rostros. Sobre nosotros, un cielo oscuro y vaporoso parecía anunciar lluvia. De pronto, nos encontramos ante una encrucijada. Olvidamos tomar un desvío que había quedado escondido por la oscuridad y llegamos a la entrada de un coto privado, cerrado con una cadena oxidada. Con un mortal precipicio junto al coche, Marcos tuvo que dar marcha atrás varios metros mientras yo le indicaba desde el camino con cuidado para evitar sufrir un grave accidente. Fueron minutos de tensión, hasta que volvimos a encontrar nuestro camino.

Media hora después, llegamos a una explanada natural llena de pequeñas piedras blanquecinas y utilizada como aparcamiento para los visitantes. Justo allí, en un lateral, se abría un estrecho sendero, como un pequeño túnel escavado entre la maleza, plagado de ramas y arbustos que llegaban a generar una gran sensación de aislamiento y claustrofobia.

Cogí mi cámara night shot y el teléfono móvil.

—No creo que pase nada, pero si ocurriera algo, te llamo
—le dije a Marcos mientras cerraba la puerta del maletero.

¡Bloc! El golpe seco resonó con fuerza.

La intención era subir al lugar y experimentarlo en soledad mientras grababa algunos recursos para el programa. Siempre he pensado que la mejor forma de contar una historia llega después de haberla vivido a fondo y, para ello, había que empaparse de los recortes de prensa, de las entrevistas con los testigos, pero también de las sensaciones que transmite un lugar. La mejor forma de sentir un espacio es palpándolo a solas, en el más absoluto silencio, sin distracciones.

Me interné entonces en aquella especie de puerta natural, entre el espesor del bosque silencioso. Tan sólo escuchaba mis pasos sobre el camino y el sonido de algún reptil entre los arbustos. Recordé otra de las cosas que el documentalista José Luis Mir había publicado en un importante diario ibicenco: en el lugar no cantan los pájaros.
[10]
Como el inquietante silencio que se apoderara de un lugar sin vida. Curiosa dicotomía en plena montaña.

Llevaba andando 10 minutos en absoluta soledad, con la luz de mi linterna como única aliada contra la negrura más absoluta. Miré mi teléfono móvil y me di cuenta de que me había quedado sin cobertura. «Ya volverá», pensé con cierta inquietud.

He de reconocer que, en aquel largo paseo por un espacio tan cerrado y oscuro, tuve que volver la vista atrás en varias ocasiones por los miedos naturales que produce la sugestión.

A la izquierda del camino se encontraba entonces un enorme pozo de piedra ya cegado. Poco más adelante, dos largos escalones de piedra indicaban que había llegado a mi destino.

A los pies de una rudimentaria cruz, la gente apila los restos del avión que aún hoy siguen encontrando por la zona.

Me abrí paso entre las ramas de unos pinos y ascendí la escalinata. Entonces un enorme escalofrío recorrió mi columna vertebral de abajo a arriba. Frente a mí se encontraba el memorial a las víctimas. Entre las sombras, aquella oda a la tragedia causaba una ambigua sensación. Por un lado el respeto lógico, pero por otro era capaz de despertar los terrores más ancestrales que conviven con nosotros. Me acerqué despacio mientras alumbraba a la imagen de aquel crucificado de color verde mate. Sobre el pequeño altar descansaban algunas tuercas oxidadas junto a trozos de la carcasa del Caravelle. Todo seguía tal como la tarde anterior. Sin embargo no parecía el mismo lugar.

Podía imaginar cómo sería la sensación de escuchar allí aquellos gritos desgarradores. ¿Cómo reaccionaría? Porque echar a correr por un sendero virgen en completa oscuridad no sería, desde luego, la mejor solución. Más bien todo lo contrario. No sería la primera persona que sufre un accidente al dejarse llevar por la sugestión.

Continué grabando el lugar con aquella cámara que me devolvía una imagen verdosa a través del visor. Algo se movió entonces entre la maleza. Quizá algún animal grande, porque llegué a ver los matorrales agitándose con fuerza.

La sugestión estaba empezando a hacer de las suyas. Todo ello, unido a los sonidos naturales del lugar y a las historias de los testigos que volvían con fuerza a mi cabeza, hicieron que quisiera marcharme de allí cuanto antes.

Me senté unos minutos en un banco de piedra junto al memorial y apagué la linterna, quedando completamente a oscuras. Imaginé entonces cómo debió ser el doloroso día en que 104 personas que querían regresar a Ibiza jamás lo hicieron. La noche eterna en que un grupo de hombres valientes y fornidos se encontraron allí con el horror y la desolación en estado puro. Posiblemente, fue la noche más larga de sus vidas. Pensé también en la velada de terror de los cuatro jóvenes, precisamente en aquel lugar. ¿Pudo ser un episodio de histeria colectiva o efectivamente un lugar puede quedar marcado por la tragedia, haciendo que ésta resuene años después como un eco lejano?

Pese a que la intención era pasar allí varias horas, decidí adelantar el descanso. La inquietud llegaba a ser opresiva.

Con el paso acelerado y la respiración agitada, llegué al coche a los treinta minutos.

Horas después, ya en la habitación del hotel, la pregunta sobre cuál sería mi reacción de vivir una experiencia como la de Marisa. Seguía resonando con fuerza en mi cabeza. Pero lo cierto es que, a día de hoy, nadie ha sabido darle respuesta.

Expediente 3:
Los fantasmas del Nalón

«LA ACTUALIDAD LANGREANA DE LAS ÚLTIMAS HORAS SE HA VISTO SACUDIDA POR LA NOTICIA DE QUE UN EXTRAÑO FANTASMA CAMPA POR SUS RESPETOS EN LA PARTE ALTA DEL VALLE DEL NALÓN»

La Nueva España, 18/11/76.

Cuerpos en el jardín

La fonda a las afueras de León estaba completa. La mayoría de las robustas mesas de madera estaban ocupadas por solitarios camioneros que comían pacientemente. De las paredes de ladrillo colgaban cuadros con paisajes, cielos y riachuelos que no parecían de la zona. El camarero, con chaleco y corbata, acababa de servirme una humeante sopa castellana propicia para aquel lluvioso día de mayo.

— Veo que lleva un buen puñado de papeles sobre fantasmas
—me dijo tras colocar el plato sobre la mesa, mientras yo ordenaba los recortes de prensa que había esparcido sobre la superficie.

—Son noticias de un caso asturiano de hace treinta años… Un supuesto fantasma atemorizando a una pequeña población minera
—contesté.

—¿Y va usted para allá?
—preguntó, quizá por cortesía.

—Sí, he localizado a las personas que vivieron aquello. Curioso, ¿no? Aún nadie en el pueblo ha olvidado esta historia…

—No me extraña, caballero. Yo le preguntaba porque en casa nos han pasado cosas bien raras últimamente.

Lo miré con cara de curiosidad, por lo que acabó contándome su propia experiencia en el interior de su hogar, donde algunas noches alguien le aporreaba la puerta de su dormitorio sin haber nadie allí y había llegado a ver salir una sombra que se desplazaba por el pasillo desde la cocina al salón.

Había bajado el tono de voz, como el que cuenta un importante secreto, haciendo que apenas pudiera escucharlo con las noticias de la televisión. «Pero no quiero quitarle más tiempo, que se le va a enfriar la sopa», terminó el amable camarero.

No era la primera vez que alguien, tras darse cuenta de que me interesaba por este tipo de historias, se animaba a contarme sus experiencias. Pero ésta era, sin duda, una de las más impactantes que había escuchado recientemente. Empecé a comer la sopa, entrando por fin en calor. Seguí revisando entonces los recortes que tenía sobre la mesa…

Las primeras informaciones llegaron de la mano de
La Nueva España
, en su sección Comarca del Nalón. Así, el dieciocho de noviembre de 1976 publicaban el primer titular de muchos. Era escueto, pero directo; una sola palabra: «Fantasmas». Continuaba: «La actualidad langreana de las últimas horas se ha visto sacudida por la noticia de que un extraño fantasma campa por sus respetos en la parte alta del valle del Nalón».
[11]
Pronto el caso empezó a interesar a toda la comarca e, incluso, a toda España, hasta aparecer publicado en
Diario 16
bajo el titular: «Un fantasma aterroriza Oviedo». Continué leyendo: «Al parecer, un fantasma tiene atemorizadas a las gentes de las localidades asturianas de Sotrondio, El Entrego y Carbayin».
[12]
Hasta llegar a uno de los más impresionantes titulares sobre el caso: «El fantasma denunciado a la Policía Municipal». Fue Miguel Fernández García, director del matadero municipal, quien interpuso la denuncia en la Inspección de La Felguera. El texto decía: «Sobre las dos de la madrugada del pasado domingo se produjo la repentina aparición de una cosa vestida de blanco que me mandó rezar. Cuando inmediatamente abrí la puerta, la cosa había desaparecido».
[13]

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