En Silencio (29 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: En Silencio
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Dublín aparecía bajo ciertas tonalidades espectrales, antes de que el cielo se abriera encima del venerable Trinity College y revelara un soleado y despreocupado año de 1980 en el que también estaban presentes, aparte del propio Liam, con su pelo oscuro, una serie de individuos que bebían demasiado y estudiaban poco.

Había acabado el bachillerato con calificaciones que iban de lo sobresaliente a lo más miserable, y había sido alzado hasta la universidad como Falstaff sobre su caballo. A decir verdad, O'Connor no era malo en ninguna materia, salvo, quizá, en matemáticas; una circunstancia que, para su satisfacción, compartía con el mismísimo Albert Einstein. Por ello no le preocupaba lo más mínimo que durante los trabajos de clase sobre ecuaciones integrales no pudiera pensar en otra cosa que en las chicas sentadas en las hileras de pupitres situados a su alrededor, o en las reiteradas excursiones de cada noche bajo la luz plomiza del parque Stephens Green, donde uno se encontraba con gente de agradable depravación, similar a la propia, para hablar acerca de las virtudes nacionales.

Meter la pata al más alto nivel posible formaba parte prácticamente del código del estudiantado del Trinity, del cual se decía desde hacía siglos, que se formaba mediante el reclutamiento de jóvenes alborotadores o de las clases privilegiadas, o en todo caso de ambos. ¿Qué otra cosa podía esperarse de una universidad cuya puerta principal, todavía a finales del siglo XX, sólo podía ser franqueada por la policía cuando la invitaban a hacerlo? ¡Y qué otra cosa ofrecía la situación entre Belfast, en el norte, y el resto de Europa, en el sur, salvo gastar a manos llenas el dinero de padres acaudalados, sin despreciarse uno mismo por ello, sino despreciando a los propios padres!

O'Connor estudió filosofía, física y matemáticas. No pudo salvarse de esta última pero perdió todo el horror que sentía por ella cuando averiguó que esa asignatura le ofrecía posibilidades totalmente nuevas para vestir y desvestir algunas bellezas llenas de un rico mundo interior. En efecto, había algunas chicas excepcionalmente atractivas que perdían su último vestigio de inhibición —y, a continuación, también, la última prenda de ropa—, sólo ante los modelos de emisión de los agujeros negros, las ecuaciones sobre la gravitación y los trabajos escritos sobre los fenómenos de distorsión espectral en el entorno de las estrellas de neutrones. Al concluir el primer año de estancia en el Trinity, O'Connor ya había comprobado el atractivo romántico y erótico de la ciencia, y decidido que el conocimiento era algo sexy y que un doctorado constituía el mejor afrodisíaco.

Aunque había sido mediocre en el colegio, fue de lo más brillante en esa época; aunque también es cierto que otorgaba bastante valor al hecho de no haber estudiado ni un solo día de su vida para un examen. Como la mayoría de los estudiantes que cursaban el mismo semestre, deambulaba por las tabernas de los alrededores, preferiblemente en Kenny's o en Lincoln's. Pronunciaba discursos para la Sociedad de Filosofía e interpretaba en los tradicionales Trinity Players, en el pequeño teatro de Front Square, los papeles de canallas y revoltosos. En el verano, en compañía de sus compañeros de estudios, hacía de guía en visitas dirigidas por la universidad. En uno de esos días conoció a Patrick Clohessy, un bocazas obsesionado con la tecnología, al que O'Connor le había facilitado la entrada en el grupo de actores, por lo que Clohessy, en reciprocidad, lo introdujo en un círculo de señoras de dudosa reputación y extraordinarios talentos. Había surgido así una comunidad de intereses con el propósito de quemar mucho alcohol y, en lo posible, no hacer nada razonable. El análisis de la situación requería todas las tuerzas. A fin de cuentas, a los irlandeses, en su totalidad, les iba mal, a diferencia de los ingleses, a los que les iba bien, exceptuando a la mayoría. Cada vez que O'Connor y Clohessy se sentaban ante unas pintas llenas de cerveza negra, Eire, despertaba una vez más de su sueño eterno, se frotaba los ojos y se lanzaba con vehemencia sobre los problemas sociales. Como casi no sucedía en ninguna otra parte —a diferencia de Inglaterra— en Irlanda los tradicionalistas se daban la mano con los subversivos. Todos se abrazaban de algún modo. Era demasiado bello para ser cierto, y por eso era especialmente bello. Salvo en Belfast. Allí era terrible.

En consecuencia, y en vista de que todos coincidían en esa conciencia de sí, las conversaciones de taberna en Dublín se concentraban en el único
enfant terrible
, la única oveja negra: el norte del país. El norte de Irlanda ya no podía ser acallado por más tiempo; ahora se le dedicaban profusos himnos de celebración. Allí por lo menos iban al grano, y uno podía comprometerse de un modo excelente, a distancia. Tanto se gustaban los dublineses en sus puntos de vista y sus consignas de lucha expresadas abiertamente, que olvidaban actuar acorde con ellas. Todo el mundo era rey en su taberna, y la taberna constituía el mundo. Lo que allí se decía pasaba a formar parte de las crónicas de la decadencia y la renovación. ¿Quién quería actuar? De ese modo, la protesta no pasaba de ser un espectáculo, e Irlanda del Norte, con su IRA, un problema cultural, un fantasma que se usaba como tema y al que se le otorgaba cierto carácter romántico en teatros y películas, pero sin perder demasiado tiempo en el esfuerzo de provocar un cambio.

Tales circunstancias vieron nacer a parlanchines como Clohessy y O'Connor. Con la diferencia de que Clohessy procedía de un entorno muy humilde. Su padre era un borracho que pegaba a su madre, y esta última padecía depresiones; era alguien que había conocido la pobreza y la miseria, y había tenido que luchar para entrar en la universidad, mientras que el padre de O'Connor era un prestigioso juez, inmensamente rico. En Inglaterra, su padre hubiera sido un partidario de la Thatcher. En Dublín era por lo menos un ultra conservador. Su fidelidad a los principios era superada únicamente por su tolerancia. Todo lo que hiciera Liam, cualesquiera fueran las ausencias o las escapadas que se permitiera, eran suprimidas de este mundo con dinero y buenas relaciones. Todo lo que hiciera Clohessy, en cambio, multiplicaba sus problemas.

En el Trinity se encontraban y separaban los amigos más dispares. Se encontraban en la borrachera de la provocación, simpatizaban abiertamente con el IRA, porque era algo moderV se daban a conocer como potenciales instaladores de bombas Pero mientras que O'Connor no mostraba el más mínimo interés real en la política, la rabia sorda de Clohessy iba abriéndose paso en su interior. A O'Connor le parecía que su amigo, al tomar la palabra, perdía la contención. Clohessy se reveló como un nacionalista extremista que proponía seriamente interrumpir los estudios e incorporarse a las filas del IRA. Detrás de toda aquella demagogia, O'Connor reconocía la disposición a practicar la violencia efectiva, algo que él mismo jamás había sopesado siquiera, y eso le hacía sentir una profunda inquietud. La vida era un cachondeo, pero Clohessy se la tomaba muy en serio. Y puesto que era importante tomarse las cosas en serio, O'Connor prefirió dedicarse más a su venerado Oscar Wilde. Con el tiempo, el contacto con Clohessy comenzó a distanciarse. Hasta que una mañana oyó decir que Clohessy había sido expulsado de la universidad a causa de sus actividades subversivas.

O'Connor fue a visitarlo. Había negociado con la dirección de la universidad una posible readmisión si Clohessy se disculpaba públicamente, pero Paddy se mostró inflexible. Parecía haber elegido al IRA como el ángel vengador sustituto para todas las humillaciones que había recibido en vida y las que creía haber sufrido. Lo que había arrojado a Clohessy al aislamiento eran la desorientación, la falta de perspectiva y un camino vital lleno de altibajos. O'Connor intentó hacer una última defensa a lo Wilde, diciendo que todo era pura diversión, pero recibió como respuesta varias consignas armadas hasta los dientes. Enfadado, se apartó de su amigo definitivamente, y poco después se enteró de que Paddy Clohessy había pasado a la clandestinidad.

Durante un tiempo, Liam se entregó al ocio; se sentía desganado, se aburría. A fin de cuentas, echaba de menos a Paddy, quien a pesar de todo había sido un compañero de juergas elocuente y divertido. Se apoderó de él la sensación de que quizá hubiese podido ocuparse un poco más de aquel alma perturbada. Por otra parte, no conseguía en ningún modo mantener el interés necesario. El interés era algo que O'Connor perdía con suma rapidez. También por eso era tan agradable no interesarse realmente por nada, ya que eso atraía el interés de otros por uno mismo. Aglutinó a su alrededor a nuevos compañeros de juerga, celebraba fiestas más locas que las de antes y, de paso, profundizaba en sus conocimientos políticos. Comprobó satisfecho que sus parrafadas de antaño sobre la problemática del norte se correspondían realmente con sus convicciones, y volvio a retomar la afición de pronunciar grandes discursos. Cultivaba su mala reputación, y en su condición de portavoz oficial del estudiantado, exigió una expulsión por la fuerza de los ingleses de Irlanda del Norte. Y extendió sus demandas a favor de Escocia. Consciente de que eran el aburrimiento y cierto hastío de la vida los que lo hacían expresarse de un modo cada vez más provocador, se hacía eco de todo lo que sonara a revolucionario o despectivo. Muy a menudo se sentía como si estuviera observándose a sí mismo desde cierta distancia. En tales momentos, veía a un playboy malcriado que no le gustaba demasiado, pero, por suerte, esos arranques de autoobservación no perduraban.

Mientras tanto, en su casa no se hablaba de nada que pusiera en entredicho los usos tradicionales. Los conflictos estaban mal vistos. Su padre no era precisamente un déspota, y su madre tampoco vivía en una situación de opresión. Más bien vivían como una versión burguesa de la familia real. En la pulida superficie de su existencia, se reflejaba la sociedad dublinesa, y debajo de ello no ocurría literalmente nada. Liam, de todos modos, había aprendido que había que llegar a algo en la vida, y eso también podía hacerse cuando uno limpia aplicadamente sus zapatos; también había aprendido que quien lo tiene todo no necesita convicciones ni ideales controvertidos. Y si llegara a necesitarlos, en todo caso sería como un capricho, como la negativa del parlamentario Tony Gregory a ponerse una corbata, o la peculiaridad de lord Henry Mountcharles de subrayar sus excéntricos puntos de vista políticos poniéndose calcetines llamativos.

Cuanto más estudiaba Liam, tanto más comprendía en qué consistía su problema. Buscaba las convicciones como alguien que revuelve su armario de ropa, ya que no sabe todavía lo que debe ponerse y sospecha que los ideales surgen de la necesidad y la precariedad, no de la abundancia. Para él, por el contrario, estaban abiertas todas las posibilidades, todo dependía de él mismo. Le atribuían una inteligencia sobresaliente y le profetizaban una carrera sin par. Cualquier cosa que hiciera o dijera, su padre lo arreglaba. A pesar de sus excesos con el alcohol y con las riñas, de sus injurias y ofensas públicas, su padre le cubría las espaldas. No fue un camorrista privilegiado, ¡era el rey de todos los camorristas privilegiados!

Sólo en una ocasión, tras la aparición del provocador artículo contra los ingleses y su abierta declaración de simpatía por el IRA, amenazaron a Liam con expulsarlo del Trinity. Curiosamente, eso lo llenó de orgullo y de satisfacción, pero luego, una llamada telefónica de su padre puso todo de nuevo en los carriles pertinentes y a partir de entonces Liam fue considerado un intocable, lo que le hizo sentirse profundamente deprimido. Era como si corriera todo el tiempo, con todas sus fuerzas, contra una pared de goma. Podía hacer lo que quisiera al final siempre alguien cedía amablemente.

Perdió el interés por el norte del país, con su indescifrable amasijo de intereses religiosos y de poder. Los ideales no podían encontrarse allí. No había nada por lo que valiera la pena abandonar violentamente el Jardín del Edén que el destino le había deparado. Liam sentía que era eso, precisamente, lo que tenía que ocurrir para sentirse por fin vivo. Sólo que no existía ningún motivo real para abandonar el paraíso, ya que eso sólo habría traído consigo un empeoramiento de las condiciones de vida, nada más.

Y fue entonces, el mismo año en que Liam, con el mayor desinterés, terminó la carrera con calificaciones de
summa cum laude,
cuando decidió convertirse en alguien del oficio con el cual habría de ganarse innecesariamente su sustento en el futuro: Un esnob.

Todo lo demás siguió su curso de acuerdo con el guión. El ascenso de O'Connor de asistente a profesor universitario se consumó en la mitad del tiempo habitual. Más tarde se hizo catedrático, luego fue subdirector de la Facultad de Física y se dedicó a la investigación experimental. Comenzó a hacer experimentos con la luz, y descubrió mundos de fantasía en los que podía ser lo que le viniera en gana. Sin embargo, en lo más profundo de su fuero interno añoraba hacer algo realmente con sentido, añoraba tener convicciones e ideales, pero jamás pasó de la mera experimentación con los puntos de vista. Cortejado y respetado, centro de cualquier recepción, le desesperaba cada vez más comprobar su debilidad de carácter y la célebre «insoportable levedad del ser», a pesar de contar con todo el confort.

Su cinismo se hizo más selecto. Practicó un sistemático nihilismo, cultivó sus problemas con el alcohol y se entregó con redobladas fuerzas a sus experimentos. El bonito mundo de los guapos y los ricos le repugnaba en la misma medida en que era su escenario. Sólo que él sabía demasiado bien que no podía existir sin ese público al que despreciaba, razón por la cual le dedicaba sus burlas de un modo tal que ese mismo público, a cambio, lo admiraba aún más. Comenzó una segunda carrera como escritor, fue autor de libros de divulgación científica y luego de novelas utópicas. Como era de esperar, en eso también alcanzó el reconocimiento.

Liam se sentía solo. Su trayectoria como científico lo iba empujando hacia la nominación para el Premio Nobel de Física. Tanto en sus trabajos científicos, como en sus libros, se había consagrado a lo abstracto, y a cambio de ello lo colmaban con reconocimientos y distinciones. También su visión del mundo se fue volviendo cada vez más abstracta, observando con sobriedad analítica la evolución y decadencia de la humanidad y los errores individuales de sus representantes. Su inteligencia giraba en torno a sí mismo. Bebía más que nunca, pero sin emborracharse. Lord Henry, el
enfant temblé
de los salones Victorianos en
El retrato de Donan Gray,
era su modelo, y él buscaba su autenticidad a sabiendas de que se le escapaba. A pesar de toda su agudeza científica e intelectual, le faltaba algo decisivo que había caracterizado a Osear Wilde: un propósito. Y lo fatal era que carecía de él, no porque no quisiera tenerlo, sino porque no se le ocurría ninguno.

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