Jane empezó a investigar en su propio pasado. Empezó a estudiar su propia naturaleza. Empezó a intentar descubrir quién era y por qué estaba viva.
Pero como era Jane, y no un ser humano, también se dedicaba a otras tareas. Al mismo tiempo seguía la investigación de Qing-jao a través de los datos relacionados con Demóstenes, observando cómo se acercaba cada vez más a la verdad.
Sin embargo, la actividad más urgente de Jane era buscar una forma de conseguir que Qing-jao ya no quisiera encontrarla. Ésa era la tarea más difícil de todas, pues a pesar de todas sus conversaciones con Ender, los seres humanos individuales seguían constituyendo un misterio. Jane había llegado a una conclusión: «no importa lo bien que conozcas las obras de una persona, y lo que pensaba que estaba haciendo cuando lo realizó y lo que piensa ahora de sus logros; es imposible estar seguro de lo que hará a continuación». Sin embargo, no tenía más remedio que intentarlo. Así que empezó a observar la casa de Han Fei-tzu de una manera en la que no había observado a nadie excepto a Ender y, más recientemente, a su hijastro Miro. Ya no podía esperar a que Qing-jao y su padre introdujeran datos en el ordenador e intentar comprenderlos a partir de ellos. Ahora tuvo que tomar el control del ordenador de la casa para usar los receptores de audio y vídeo de los terminales situados en casi todas las habitaciones para que se convirtieran en sus ojos y oídos. Los vigilaba. Sola y apartada, dedicó a ellos una considerable parte de su atención, estudiando y analizando sus palabras, sus acciones, intentando discernir lo que querían decirse.
No tardó mucho tiempo en advertir que Qing-jao podía ser influenciada mejor no confrontándola con argumentos, sino persuadiendo a su padre primero y dejando que él la convenciera luego. Eso estaba más en armonía con el Sendero. Han Qing-jao nunca desobedecería al Congreso Estelar a menos que se lo pidiera Han Fei-tzu. Y entonces estaría obligada a hacerlo.
En cierto modo, esto facilitaba en gran medida la tarea de Jane. Persuadir a Qing-jao, una adolescente inestable y apasionada que todavía no se comprendía a sí misma, sería arriesgado en el mejor de los casos. Pero Han Fei-tzu era un hombre de carácter ya establecido, un hombre racional, aunque de profundos sentimientos. Podía ser persuadido con argumentos, sobre todo si Jane podía convencerlo de que oponerse al Congreso era por el bien de su mundo y de la humanidad en general. Sólo necesitaba la información adecuada para permitirle llegar a esta conclusión.
Ahora Jane comprendía ya tanto de las pautas sociales de Sendero como cualquier humano, porque había absorbido cada historia, cada informe antropológico y cada documento producido por el pueblo de Sendero. Sus descubrimientos fueron preocupantes: el pueblo de Sendero estaba mucho más controlado por los dioses que ningún pueblo en ningún otro lugar o tiempo. Aún más, la forma en que les hablaban los dioses era perturbadora. Se conocía de sobras la alteración cerebral llamada desorden obsesivo compulsivo, DOC. A comienzos de la historia de Sendero, siete generaciones antes, cuando el mundo recibió los primeros asentamientos, los doctores trataron adecuadamente el desorden. Pero entonces descubrieron que los agraciados por los dioses de Sendero no respondían a las drogas normales que en todos los otros pacientes DOC restauraban el equilibrio químico de «suficiencia», esa sensación en la mente de una persona de que un trabajo se completa y no hay necesidad de preocuparse más por él. Los agraciados por los dioses exhibían todas las conductas asociadas con el DOC, pero la conocida alteración cerebral no estaba presente. Debía existir otra causa desconocida.
Ahora Jane exploró más profundamente en la historia, y encontró documentos en otros mundos, no en Sendero, que ampliaban el tema. Los investigadores llegaron inmediatamente a la conclusión de que debía ser una nueva mutación que causaba una alteración cerebral relacionada con resultados similares. Pero en cuanto dirigieron el informe preliminar, toda investigación terminó y los investigadores fueron asignados a otro mundo.
A otro mundo… era casi impensable. Significaba desarraigarlos y desconectarlos del tiempo, apartarlos de todos los amigos y familiares que no los acompañaran. Sin embargo ni uno de ellos rehusó, lo que seguramente explicaba la enorme presión a la que fueron sometidos. Todos dejaron Sendero y nadie continuó las líneas de investigación en todos los años siguientes.
La primera hipótesis de Jane fue que una de las agencias del gobierno en Sendero los había exiliado y cortado su investigación: después de todo, los seguidores del Sendero no querrían que su fe fuera molestada por el hallazgo de la causa física de que los dioses hablaran en sus cerebros. Pero Jane no encontró ninguna evidencia de que el gobierno local hubiera poseído el informe completo. La única parte que había circulado por Sendero fue la conclusión general de que el fenómeno del habla de los dioses no era definitivamente el familiar y tratable DOC. El pueblo de Sendero había sabido sólo lo suficiente del informe para convencerse de que el habla de los dioses no obedecía a ninguna causa física conocida. La ciencia había «demostrado» que los dioses eran reales. No había ningún registro de que nadie en Sendero hubiera emprendido ninguna acción para suprimir posteriores informaciones o investigaciones. Esas decisiones habían venido de fuera. Del Congreso.
Tenía que haber alguna información clave oculta incluso a Jane, cuya mente alcanzaba fácilmente toda memoria electrónica que estuviera conectada con la cadena ansible. Eso sólo sucedería si aquellos que conocieran el secreto hubieran temido tanto su descubrimiento que lo mantuvieron completamente aparte incluso de los ordenadores más restringidos y de alto secreto del gobierno.
Jane no podía dejar que eso la detuviera. Tendría que deducir la verdad a partir de los fragmentos de información que hubieran pasado desapercibidos en documentos y bases de datos no relacionados. Tendría que encontrar otros hechos que la ayudaran a rellenar los huecos. A la larga, los seres humanos nunca podrían guardar secretos a alguien con el tiempo y la paciencia ilimitada de Jane. Descubriría lo que estaba haciendo el Congreso con Sendero, y cuando tuviera la información la usaría, si podía, para apartar a Qing-jao de su rumbo destructor.
Pues también Qing-jao estaba descubriendo secretos más antiguos, secretos que llevaban ocultos tres mil años.
‹Ender dice que aquí en Lusitania estamos en la piedra angular de la historia. Que en los próximos meses o años será el lugar donde llegue muerte o comprensión a cada especie inteligente.›
‹Qué considerado por su porte, traernos aquí justo a tiempo para nuestra posible muerte.›
‹Te estás burlando de mí, claro.›
‹Si supiéramos hacer burla, tal vez te la haríamos.›
‹Lusitania es la piedra angular de la historia en parte porque vosotros estáis aquí. La lleváis a cuestas dondequiera que vais.›
‹La ignoramos. Os la damos. Es vuestra.›
‹Cada vez que se encuentran extraños es un momento histórico.›
‹Entonces no seamos extraños.›
‹Los humanos insisten en hacernos extraños a todos. Está inscrito en su material genético. Pero nosotros podemos ser amigos.›
‹Esa palabra es demasiado fuerte. Digamos que somos compañeros-ciudadanos.›
‹Al menos mientras nuestros intereses coincidan.›
‹Mientras brillen las estrellas, nuestros intereses coincidirán.›
‹Tal vez no tanto. Tal vez sólo mientras los seres humanos sean más fuertes y numerosos que nosotros.›
‹Eso basta por ahora.›
Quim acudió a la reunión sin protestar, aunque aquello podía retrasarlo un día completo en su viaje. Hacía tiempo que había aprendido a tener paciencia. No importaba lo urgente que considerara su misión con los herejes, poco conseguiría, a la larga, si no tenía detrás el apoyo de la colonia humana. Así, si el obispo Peregrino le pedía que asistiera a una reunión con Kovano Zeljevo, el alcalde de Milagro y gobernador de Lusitania, Quim acudía.
Se sorprendió al comprobar que también asistían a la reunión Ouanda Saavedra, Andrew Wiggin y la mayor parte de la familia del propio Quim. La presencia de Madre y Ela tenía sentido, si la reunión tenía por objeto tratar la política referida a los pequeninos herejes. Pero ¿qué estaban haciendo allí Quara y Grego? No había ninguna razón para que estuvieran implicados en ninguna discusión seria. Eran demasiado jóvenes, demasiado impetuosos, y estaban demasiado mal informados.
Por lo que había visto, todavía peleaban como niños pequeños. No eran tan maduros como Ela, capaz de olvidar sus sentimientos personales en interés de la ciencia. Por supuesto, a Quim le preocupaba a veces que Ela llevara esto demasiado lejos para su propio bien, pero ése nunca era el problema con Quara y Grego.
Sobre todo con Quara. Por lo que había dicho Raíz, todo el problema con los herejes comenzó cuando Quara contó a los pequeninos los diversos planes de contingencia para tratar con el virus de la descolada. Los herejes no habrían encontrado tantos aliados en tantos bosques distintos si no fuera por el temor que sentían los pequeninos de que los humanos liberaran alguna especie de virus, o envenenaran Lusitania con un producto químico que aniquilara la descolada y, con ella, a los propios pequeninos. El hecho de que los humanos consideraran siquiera el exterminio indirecto de los pequeninos hacía que pareciera una simple respuesta por parte de los cerdis el contemplar el exterminio de la humanidad.
Todo porque Quara no podía mantener la boca cerrada. Y ahora estaba presente en una reunión donde se trataría de política. ¿Por qué? ¿Qué representaba ella en la comunidad? ¿Pensaba esta gente que el gobierno o la política de la iglesia era ahora territorio de la familia Ribeira? Por supuesto, Olhado y Miro no estaban allí, pero eso no significaba nada: ya que los dos eran lisiados, el resto de la familia los trataba inconscientemente como a niños, aunque Quim sabía bien que ninguno se merecía que lo ignoraran tan cruelmente. Sin embargo, Quim se mostró paciente. Podía esperar. Podía escuchar. Podía atenderlos. Luego haría algo que complaciera tanto a Dios como al obispo. Por supuesto, si eso no era posible, bastaría con complacer a Dios.
—Esta reunión no ha sido idea mía —dijo el alcalde Kovano, Quim sabía que era un buen hombre. Un alcalde mejor de lo que comprendía la mayor parte de la gente de Milagro. Seguían reeligiéndolo porque era una figura patriarcal y trabajaba con ahínco para ayudar a los individuos y las familias que tenían problemas. No les importaba mucho si su política era efectiva: eso resultaba demasiado abstracto para ellos. Pero daba la casualidad de que era tan sabio como astuto en la política. Una rara combinación de la que Quim se alegraba. «Tal vez Dios sabía que estos tiempos serían difíciles, y nos dio un líder que podría ayudarnos a superarlos sin demasiado sufrimiento.»—. Pero me alegro de tenerlos a todos. Hay más tensión que nunca en la relación entre cerdis y humanos, o al menos desde que el Portavoz llegó y nos ayudó a hacer las paces con ellos.
Wiggin sacudió la cabeza, pero todo el mundo conocía su papel en aquellos hechos y tenía poco sentido negarlo. Incluso Quim tuvo que admitir, al final, que el humanista infiel había acabado haciendo buenas obras en Lusitania. Hacía tiempo que Quim había olvidado su profundo odio hacia el Portavoz de los Muertos. De hecho, a veces sospechaba que él mismo, como misionero, era la única persona en su familia que comprendía de verdad lo que había conseguido Wiggin. Hace falta un evangelista para comprender a otro.
—Por supuesto, debemos parte de nuestras preocupaciones a la mala conducta de dos jóvenes apasionados y muy problemáticos, a quienes hemos invitado a esta reunión para que presencien algunas consecuencias de su actitud estúpida y egoísta.
Quim casi se echó a reír en voz alta. Por supuesto, Kovano había dicho todo eso con un tono tan suave y amable que Grego y Quara tardaron un instante en darse cuenta de que acababan de recibir una dura crítica. Pero Quim lo comprendió de inmediato. «No tendría que haber dudado de ti, Kovano. Nunca habrías traído a nadie inútil a una reunión.»
—Tal como tengo entendido, hay un movimiento entre los cerdis para lanzar una nave espacial que infecte deliberadamente al resto de la humanidad con la descolada. Y gracias a la contribución de nuestra joven cotorra, aquí presente, muchos otros bosques comparten esta idea.
—Si espera que me disculpe… —empezó a decir Quara.
—Espero que mantengas la boca cerrada, ¿o es imposible, siquiera por diez minutos?
La voz de Kovano contenía auténtica furia. Los ojos de Quara se abrieron de par en par y se sentó con más rigidez en su silla.
—La otra mitad de nuestro problema es un joven físico que, desgraciadamente, ha conservado el contacto común. —Kovano alzó una ceja al mirar a Grego—. Si te hubieras convertido en un intelectual apartado… En cambio, pareces haber cultivado la amistad de los lusitanos más estúpidos y violentos.
—Con personas que están en desacuerdo con usted, querrá decir-objetó Grego.
—Con personas que olvidan que este mundo pertenece a los pequeninos —espetó Quara.
—Los mundos pertenecen a las personas que los necesitan y saben cómo hacer que produzcan —insistió Grego.
—Callaos la boca, niños, o seréis expulsados de esta reunión mientras los adultos deciden.
Grego miró a Kovano.
—No me hable en ese tono.
—Te hablaré como quiera —dijo Kovano—. Por lo que a mí respecta, ambos habéis quebrantado las obligaciones legales para mantener un secreto, y debería haceros encerrar a ambos.
—¿Bajo qué acusación?
—Recordarás que tengo poderes de emergencia. No necesito ninguna acusación hasta que la emergencia haya pasado. ¿Está claro?
—No lo hará. Me necesita —dijo Grego—. Soy el único físico decente en Lusitania.
—La física no vale un comino si acabamos en una especie de competición con los pequeninos.
—Es a la descolada a lo que tenemos que enfrentarnos —alegó Grego.
—Estamos perdiendo el tiempo —suspiró Novinha.
Quim miró a su madre por primera vez desde el inicio de la reunión. Parecía muy nerviosa. Temerosa. No la había visto así desde hacía muchos años.
—Estamos aquí para tratar de esa descabellada misión de Quim —continuó Novinha.
—Se llama padre Esteváo —dijo el obispo Peregrino.
Era muy estricto en lo relativo a dar la dignidad adecuada a los dignatarios de la Iglesia.