Espadas contra la muerte (10 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas contra la muerte
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Siguió lamiéndose los dedos que tan cerca habían estado del aplastamiento, preguntándose supersticiosamente si la rotura de los dedos del ladrón oculto en la trampa había sido una especie de augurio.

—Nos olvidamos de Krovas—dijo Fafhrd de repente; levantó los cortinajes con la mano y miró por encima del hombro.

Pero el hombre de la barba negra no se había percatado de la conmoción. Cuando se aproximaban lentamente a él, vieron que su rostro era de un color púrpura azulado bajo la piel atezada y que los ojos le sobresalían no de asombro, sino a consecuencia del estrangulamiento. Fafhrd levantó la barba aceitosa y bien peinada, y vio las muescas crueles en la garganta, más parecidas a marcas de garras que a dedos. El Ratonero examinó los objetos que estaban sobre la mesa Había una serie de instrumentos de joyero, con sus mangos de marfil muy amarillentos por el largo uso. Recogió algunos objetos pequeños.

—Krovas ya había extraído tres joyas de los dedos y varias de los dientes —observó, mostrando a Fafhrd tres rubíes y unas cuantas perlas y diamantes que relucían en su palma.

Fafhrd asintió de nuevo y volvió a alzar la barba de Krovas, examinando con el ceño fruncido las marcas, cuyo color se estaba intensificando.

—Me pregunto quién es esa mujer —dijo el Ratonero—. A ningún ladrón se le permite traer una mujer aquí bajo pena de muerte. Pero el ladrón Maestro tiene poderes especiales y quizá pueda correr riesgos.

—Pues ha corrido uno fatal —musitó Fafhrd.

Entonces el Ratonero tuvo plena conciencia de su situación. Había formulado a medias un plan para escapar de la Casa de Ladrones capturando y amenazando a Krovas. Pero a un hombre muerto no se le puede intimidar con eficacia. Cuando empezaba a hablarle a Fafhrd, percibieron el murmullo de varias voces y el sonido de pasos que se aproximaban. Sin pensarlo un instante, se retiraron a la alcoba; el Ratonero cortó una pequeña abertura en los cortinajes a nivel de los ojos y Fafhrd le imitó.

Oyeron que alguien decía:

—Sí, los dos se han esfumado, ¡maldita sea su suerte! Hemos encontrado abierta la puerta del callejón.

El primer ladrón que entró era barrigón, estaba pálido y evidentemente asustado. El Ratonero Gris y Fafhrd le reconocieron de inmediato como Fissif. Le empujaba bruscamente un tipo alto e inexpresivo, de pesados brazos y manos grandes. El Ratonero le conocía también... Slevyas, el Taciturno, recientemente promovido a lugarteniente principal de Krovas. Cerca de una docena de otros hombres entraron en la sala y ocuparon posiciones cerca de las paredes. Todos eran ladrones veteranos, dotados de abundantes cicatrices, hoyos de viruelas y otras mutilaciones, incluidas dos cuencas de ojo vacías y tapadas con un parche negro. Todos se mostraban algo circunspectos e inquietos, tenían dagas y espadas a punto y miraban fijamente al hombre estrangulado.

—Así que Krovas ha muerto de veras —dijo Slevyas, empujando a Fissif hacia delante—. Al menos esa parte de tu historia es cierta.

—Muerto como un pescado —añadió un ladrón que se había acercado más a la mesa—. Ahora tenemos un jefe mejor. Se acabó la barba negra y su zorra pelirroja.

—¡Esconde los dientes, rata, antes de que te los parta! —dijo Slevyas en un tono glacial.

—Pero tú eres ahora nuestro jefe —replicó el ladrón, sorprendido.

—Sí, soy el jefe de todos vosotros, el jefe indiscutido, y el primer consejo que os doy es este: criticar a un jefe muerto puede que no sea irreverente..., pero desde luego es una pérdida de tiempo. Ahora, Fissif, ¿dónde está el cráneo enjoyado? Todos sabemos que vale más que un año de latrocinio, y que el Gremio de Ladrones necesita oro. ¡Así que nada de tonterías!

El Ratonero, que observaba cauteloso la escena a través de la rendija, sonrió al ver la expresión de temor en el rostro carrilludo de Fissif.

—¿El cráneo, señor? —dijo el truhán en un tono tembloroso, sepulcral—. Ya ves, ha vuelto a la tumba de donde lo sacamos. Si esas manos óseas han podido estrangular a Krovas, como he visto con mis propios ojos, seguramente el cráneo es capaz de volar.

Slevyas abofeteó a Fissif.

—¡Mientes, tembloroso saco de gachas! Yo te diré lo que ha ocurrido. Te has confabulado con esos dos bribones, e( Ratonero Gris y Fafhrd. Creíste que nadie sospecharía de ti porque los traicionaste de acuerdo con las instrucciones. Pero planeaste una traición doble. Les ayudaste a escapar de la trampa que habíamos tendido, les dejaste que mataran a Krovas y luego aseguraste su huida difundiendo el pánico con tu cuento de los dedos esqueléticos que mataron a Krovas. Creíste que podrías salirte con la tuya.

—Pero señor —suplicó Fissif—. Con mis propios ojos vi cómo los dedos esqueléticos saltaban a su garganta. Estaban coléricos porque les habían arrancado algunas de las joyas que tenían por uñas y...

Otra bofetada hizo que sucediera a estas palabras un gemido lastimero.

—Una historia de bobos —elijo en tono despectivo un ladrón enjuto—. ¿Cómo podrían mantenerse juntos los huesos?

—Estaban unidos con hilos de latón —replicó Fissif con voz débil.

—¡Claro! Y supongo que las manos, después de estrangular a Krovas, recogieron el cráneo y se lo llevaron, ¿no es así? —sugirió otro ladrón.

Varios de los presentes se echaron a reír. Slevyas los silenció con una mirada y luego señaló a Fissif con el pulgar.

—Sujetadle —ordenó.

Dos ladrones se pusieron uno a cada lado de Fissif, el cual no ofreció resistencia, y le torcieron los brazos a la espalda.

—Vamos a hacer esto de un modo decente —dijo Slevyas, sentándose a la mesa—. El juicio de los ladrones. Se abre la sesión. El Jurado de los Ladrones tiene que considerar este asunto. Fissif, cortabolsas de primera clase, recibió el encargo de saquear la tumba sagrada en el templo de Votishal, de donde habría de coger un cráneo y dos manos. Debido a que el asunto presentaba ciertas dificultades especiales, se ordenó a Fissif que se aliara con dos forasteros de talento especial, a saber, el bárbaro nórdico Fafhrd y el notorio Ratonero Gris.

El Ratonero hizo una reverencia formal y cortés detrás de las cortinas y volvió a pegar el ojo a la rendija.

—Una vez obtenido el botín, Fissif tenía que robárselo a los otros dos, en cuanto fuera posible, y evitar que se lo robaran a él.

El Ratonero creyó oír que Fafhrd ahogaba una maldición y apretaba los dientes.

—Si se presentaba la ocasión, Fissif tenía que matarlos —concluyó Slevyas—. En cualquier caso, debía llevar el botín directamente a Krovas. Estas eran las instrucciones de Fissif, según me las detalló Krovas. Ahora cuenta tu historia, Fissif, pero piensa que no queremos oír cuentos de viejas.

—Hermanos ladrones empezó a decir Fissif en tono lúgubre.

Los demás prorrumpieron en gritos burlones. Slevyas dio unos golpes reclamando orden.

seguí las instrucciones tal como se me dieron —continuó Fissif—. Busqué a Fafhrd y el Ratonero Gris y los interesé en el plan. Convine en compartir el botín con ellos, un tercio para cada uno.

Fafhrd, que atisbaba a Fissif a través del cortinaje, movió la cabeza en solemne gesto afirmativo. Entonces Fissif hizo varias observaciones poco halagüeñas acerca de Fafhrd y el Ratonero, sin duda confiando en convencer a sus oyentes de que no se había confabulado con ellos. Los demás ladrones se limitaron a sonreír torvamente.

—Y cuando llegó el momento de robar el tesoro del templo —siguió diciendo Fissif, ganando confianza gracias al sonido de su propia voz—, resultó que tenía poca necesidad de su ayuda.

Fafhrd ahogó de nuevo una maldición. Apenas podía seguir soportando en silencio las ultrajantes mentiras. Pero el Ratonero se estaba divirtiendo en cierto modo.

—No es el momento más adecuado para fanfarronear —le interrumpió Slevyas—. Sabes muy bien que era necesaria la astucia del Ratonero para hacer saltar la gran cerradura triple y que sólo el nórdico podría haber dado muerte con facilidad a la bestia guardiana.

Esto aplacó un poco a Fafhrd. Fissif se volvió humilde de nuevo y asintió con la cabeza gacha. Gradualmente los ladrones empezaron a rodearle.

—Y así —concluyó en una especie de pánico—, cogí el botín mientras ellos dormían y piqué espuelas hacia Lankhmar. No me atreví a matarlos, por temor a que mientras terminaba con uno se despertara el otro. Llevé el botín directamente a Krovas, el cual me felicitó y empezó a extraer las gemas. Ahí está la caja de cobre que contiene el cráneo y las manos. —Señaló la mesa—. Y en cuanto a lo que sucedió después... —Hizo una pausa, se humedeció los labios, miró temeroso a su alrededor y luego, con un hilo de voz desesperada, añadió—: Sucedió tal como os he dicho.

Los ladrones cerraron el círculo en torno suyo, gruñendo, incrédulos, pero Slevyas les obligó a detenerse con un golpe perentorio. Parecía estar considerando algo.

Otro ladrón entró precipitadamente en la sala y saludó a Slevyas.

—Señor —dijo jadeando—, Moolsh, apostado en el tejado, frente a la puerta del callejón, acaba de informar que, si bien ha estado abierta toda la noche, nadie ha entrado o salido. ¡Los dos intrusos aún pueden estar aquí!

El sobresalto de Slevyas al recibir la noticia fue casi imperceptible. Se quedó mirando a su informante. Luego, lentamente, como impulsado por el instinto, su rostro impasible se volvió hasta que los ojillos claros se fijaron en las pesadas cortinas de la alcoba. Y estaba a punto de dar una orden, cuando las cortinas se hincharon como bajo el efecto de una gran ráfaga de viento. Se movieron adelante y hacia arriba, casi hasta llegar al techo, y Slevyas vislumbró dos figuras que corrían hacia él. El alto bárbaro de cabello cobrizo se disponía a atacarle.

Con una flexibilidad que parecía impropia de un hombre tan alto, Slevyas se echó al suelo y la larga espada se clavó en la mesa donde había estado apoyado. Desde el suelo vio que sus hombres retrocedían confusos, y uno de ellos se tambaleaba a causa de un golpe. Fissif, más rápido en reaccionar que los demás porque sabía que su vida estaba en juego por más de un motivo, sacó una daga del cinto y la lanzó. No fue un buen lanzamiento, pues el arma viajó con el pomo hacia delante, pero de todos modos dio en el blanco. Slevyas vio que golpeó al alto bárbaro a un lado de la cabeza, en el momento en que se disponía a cruzar la puerta, y pareció tambalearse. Entonces Slevyas se levantó, desenvainó su espada y organizó la persecución. Al cabo de unos instantes la sala quedó vacía: no había más que el muerto Krovas, mirando una caja de cobre vacía con una cruel mueca de asombro.

El Ratonero Gris conocía la disposición de la Casa de Ladrones, no tan bien como la palma de su mano, pero bastante bien, y condujo a Fafhrd alrededor de ángulos pétreos, subiendo y bajando pequeños tramos de escalera, con dos o tres escalones en cada uno, lo cual hacía difícil determinar en qué nivel se encontraban. El Ratonero había desenvainado su delgada espada, «Escalpelo», por primera vez, y la utilizaba para derribar las velas al pasar, y golpear las antorchas de las paredes, confiando así en confundir a sus perseguidores, cuyos silbidos sonaban agudamente a sus espaldas. Por dos veces Fafhrd tropezó y volvió a levantarse.

Dos aprendices de ladrones a medio vestir asomaron sus cabezas por una puerta. El Ratonero la cerró de un manotazo en sus rostros excitados e inquisitivos, y entonces descendió por una escalera de caracol. Se dirigía a una tercera salida, la cual suponía que no estaría bien defendida.

—Si tenemos que separarnos, que nuestro lugar de reunión sea la «Anguila de Plata —le dijo en un rápido aparte a Fafhrd.

Era aquella una taberna que frecuentaban.

El nórdico asintió. Empezaba a sentirse menos aturdido, aunque la cabeza seguía doliéndole mucho. Sin embargo, no calculó bien la altura del arco bajo por el que se precipitó el Ratonero tras descender el equivalente de dos niveles, y recibió en la cabeza un golpe tan fuerte como el que le había proporcionado el mango de la daga. Todo se hizo oscuro y empezó a girar bajo sus ojos. Oyó decir al Ratonero: « ¡Ahora por aquí! Seguimos la pared a mano izquierda, y tratando de mantener despierta la conciencia, penetró en el estrecho corredor, en medio del cual el Ratonero le estaba indicando. Pensó que el Ratonero le seguía.

Pero el Ratonero había esperado demasiado. Cierto, el grueso de sus perseguidores todavía estaban fuera de su vista, pero un vigilante encargado de patrullar aquel pasadizo, al oír los silbidos, había abandonado apresuradamente un amigable juego de dados. El Ratonero se agachó cuando el lazo arrojado con precisión le rodeó el cuello, pero no lo hizo lo bastante pronto. El lazo se tensó cruelmente contra su oreja, mejilla y mandíbula, y le derribó. Un instante después «Escalpelo» cortó la cuerda, pero el vigilante había tenido tiempo para desenfundar su espada. Durante unos momentos de peligro el Ratonero luchó tendido en el suelo, rechazando la punta reluciente que se acercaba lo bastante a su rostro para hacerle bizquear. A la primera oportunidad que tuvo, se puso en pie, hizo retroceder al hombre una docena de pasos con un ataque arremolinado en el que «Escalpelo» pareció convertirse en tres o cuatro espadas, y puso fin a los gritos de ayuda del hombre con una estocada que le atravesó el cuello.

La demora fue suficiente. Mientras el Ratonero se quitaba el lazo de la mejilla y la boca, donde le había amordazado
durante
la pelea, vio que los primeros hombres de Slevyas corrían bajo el arco. Bruscamente el Ratonero enfiló el corredor principal, alejándose de la ruta que había seguido Fafhrd en su huida. Media docena de planes cruzaron por su mente. Oyó los gritos triunfantes de los hombres de Slevyas al avistarle, y luego una serie de silbidos desde delante. Decidió que su mejor oportunidad era subir al tejado, y entró en un corredor transversal. Confiaba en que Fafhrd hubiera escapado, aunque le molestaba la conducta del nórdico. Tenía una confianza absoluta en que él, el Ratonero Gris, podría eludir diez veces tantos ladrones como ahora se precipitaban a través de los laberínticos corredores de la Casa de Ladrones. Avanzó alargando sus zancadas, y sus pies calzados con un material suave casi volaban sobre la piedra desgastada.

Fafhrd, sumido en una profunda oscuridad durante no sabía cuánto tiempo, se apoyó contra lo que le pareció una mesa r trató de recordar cómo se había alejado tanto. Pero el cráneo le latía y seguía doliéndole, y los incidentes que recordaba estaban mezclados, con lagunas entre unos y otros. Recordaba haber caído por un escalera y empujado una pared de piedra rallada que cedió silenciosamente y a través de cuya abertura se despeñó. Recordó que se había sentido fuertemente mareado que luego debió de permanecer inconsciente algún tiempo, pues se había visto boca abajo, y se arrastró a gatas entre una maraña de toneles y balas de tela podrida Estaba seguro de .fue se había golpeado la cabeza al menos una vez más; si deslizaba los dedos entre sus mechones enmarañados y sudorosos podía detectar hasta tres chichones en el cuero cabelludo. Su emoción principal era una cólera apagada y persistente dirigida a las imponentes masas de piedra que le rodeaban. Su imaginación primitiva casi las dotó del intento consciente de hacerle frente y bloquearle el paso en cualquier dirección que se moviera. Sabía que de algún modo había confundido las sencillas instrucciones del Ratonero. ¿Cuál era la pared que el hombrecillo gris le había dicho que siguiera? ¿Y dónde estaba el Ratonero? Probablemente metido en algún lío temible.

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