Espadas contra la muerte (9 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas contra la muerte
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Por un camino estrecho y polvoriento dos jinetes trotaban lentamente hacia el pueblo de Soreev, en el límite más meridional de la tierra de Lankhmar. Tenían un aspecto algo maltrecho. Los miembros del más alto, que montaba un macho castrado zaino, mostraban varias magulladuras, y tenía una venda alrededor de un muslo y otra en la palma de la mano derecha. El hombre más menudo, el que montaba una yegua gris, parecía haber sufrido un número igual de lesiones.

—Sabes adónde nos dirigimos? —preguntó el último, rompiendo un largo silencio—. Vamos hacia una ciudad. Y en esa ciudad hay innumerables casas de piedra, incontables torres de piedra, calles pavimentadas con piedras, cúpulas, arcos, escaleras. Diantre, si me siento entonces como me siento ahora, jamás me acercaré a más de un tiro de flecha de las murallas de Lankhmar.

Su alto compañero sonrió.

—¿Qué ocurre ahora, hombrecillo? No me digas que les tienes miedo a... los terremotos.

Casa de Ladrones

—¿De qué sirve conocer el nombre de un cráneo? Uno nunca tendrá ocasión de hablarle —dijo el ladrón gordo alzando la voz—. Lo que me interesa es que tiene rubíes por ojos.

—Sin embargo, aquí está escrito que se llama Ohmphal —replicó el ladrón de barba negra con el tono más sosegado de quien ostenta autoridad.

—Déjame ver —dijo la osada moza pelirroja, inclinándose sobre su hombro.

Tenía que ser osada, pues desde tiempo inmemorial las mujeres tenían prohibida la entrada en la Casa de Ladrones. Los tres leyeron a la vez los diminutos jeroglíficos.

OBJETO: el cráneo Ohmphal, del Maestro Ladrón Ohmphal, con grandes rubíes en los ojos y un par de manos enjoyadas. HISTORIA DEL OBJETO: el cráneo de Ohmphal fue robado del Gremio de los Ladrones por los sacerdotes de Votishal y colocado por ellos en la cripta de su maldito templo. INSTRUCCIONES: es preciso recuperar el cráneo Ohmphal a la primera oportunidad, de modo que se le pueda venerar como es debido en el Sepulcro de los Ladrones. DIFICULTADES: la cerradura de la puerta que da acceso a la cripta, tiene la reputación de resistir a las mañas de cualquier ladrón, por astuto que sea, que intente forzarla. ADVERTENCIAS: s
e rumorea que dentro de la cripta hay una bestia guardiana de terrible ferocidad.

—Estas enrevesadas letras son endiabladamente difíciles de leer —dijo la moza pelirroja, frunciendo el ceño.

—Y no es de extrañar, puesto que fueron escritas siglos ha —dijo el ladrón barbinegro.

Entonces intervino el ladrón gordo.

—Nunca he oído hablar de un Sepulcro de los Ladrones, salvo el depósito de chatarra, el incinerador y el Mar Interior.

—Los tiempos y las costumbres cambian —filosofó el de la barba negra—. Períodos de reverencia alternan con períodos de realismo.

—Por qué le llaman el cráneo Ohmphal? —inquirió el ladrón gordo—. ¿Por qué no el cráneo «de» Ohmphal?

El ladrón barbado se encogió de hombros.

—¿Dónde has encontrado este pergamino? —le preguntó la moza pelirroja.

—Bajo el fondo falso de un mohoso baúl en nuestros almacenes —replicó.

—Por los dioses que no lo son —rió el ladrón gordo, absorto todavía en el examen del pergamino—, el Gremio de los Ladrones debía de ser supersticioso en aquellos tiempos antiguos. Pensar en derrochar joyas para una simple calavera. Si alguna vez nos hacemos con el Maestro Ohmphal, le veneraremos..., cambiando sus ojos de rubíes por buenos dineros.

—¡Eso es! —exclamó el ladrón de la barba—. Precisamente quería hablarte de este asunto, Fissif, de hacernos con Ohmphal.

—Bueno, pero hay... dificultades, como tú, Krovas, nuestro amo, seguramente debes de saber —dijo el ladrón gordo, cambiando rápidamente de tono—. Incluso hoy, tras el correr de los siglos, los hombres se estremecen todavía cuando hablan de la cripta de Votishal, con su cerradura y su bestia. No hay nadie en el Gremio de los Ladrones que pueda...

—¡Nadie en el Gremio de los Ladrones, eso es cierto! —le interrumpió con aspereza el ladrón barbinegro—. Pero —y aquí su voz bajó de tono— hay quienes pueden fuera del Gremio. ¿No has oído que hace poco ha regresado aquí, a Lankhmar, cierto bribón y ratero conocido como el Ratonero Gris? ¿Y con él un bárbaro enorme que responde al nombre de Fafhrd, pero a quien llaman a veces el Matador de la Bestia? Como bien sabéis, aún tenemos una cuenta pendiente de saldar con ellos. Mataron a nuestro brujo, Hristomilo. Esa pareja suele cazar a solas..., pero si los abordarais con esta sugerencia tentadora...

—Pero señor —protestó el ladrón gordo—, en ese caso exigirían por lo menos dos tercios de los beneficios.

—¡Exactamente! —dijo el ladrón de la barba, con un súbito acceso de frío humor. La pelirroja comprendió lo que quería decir y se echó a reír—. ¡Exactamente! Y esa es la razón por la que te he elegido, Fissif, el más taimado de los traidores, para llevar a cabo esta misión.

Habían transcurrido los diez días restantes del mes de la Serpiente y los primeros quince días del mes del Búho desde la conversación de aquellos tres individuos. Y había llegado la noche del decimoquinto día. Una fría niebla, como un sudario oscuro, envolvía a la antigua y pétrea ciudad de Lankhmar, población principal del reino de Lankhmar. Aquella noche la niebla se había entablado antes de lo habitual y fluía por las calles serpenteantes y los callejones laberínticos. Y cada vez se hacía más espesa.

En una calle bastante estrecha y más silenciosa que el resto, llamada calle de la Pacotilla, había una casa de piedra vasta y de forma irregular, con un ancho portal iluminado por una antorcha cuadrada que vertía una luz amarillenta. Una sola puerta abierta en una calle cuyas demás puertas estaban todas cerradas contra la oscuridad y la humedad producía una sensación de mal augurio. La gente evitaba pasar de noche por aquella calle. La casa tenía mala reputación. La gente decía que era la guarida .le los ladrones de Lankhmar, donde se reunían para urdir sus delitos y conferenciar y dirimir sus pendencias privadas, el cuartel general desde donde Krovas, el Ladrón Maestro, daba sus órdenes, en una palabra, el hogar del formidable Gremio je los Ladrones de Lankhmar.

Pero ahora llegaba un hombre apresuradamente por esta calle, mirando de vez en cuando con aprensión por encima del hombro. Era un hombre grueso y cojeaba un poco, como si acabara de realizar un largo y penoso viaje a caballo. Llevaba una caja de cobre bruñido, de aspecto antiguo y tamaño suficiente para contener una cabeza humana. Se detuvo en el umbral y pronunció cierto santo y seña... dirigido, según parecía, al aire, pues el largo corredor delante de él estaba vacío. Pero una voz desde un punto en el interior y por encima del umbral ,e respondió:

—Pasa, Fissif. Krovas te espera en su habitación.

Y el gordo dijo:

—Me siguen de cerca; ya sabes a quién me refiero.

—Estamos preparados para recibirles —replicó la voz.

Y el gordo se escabulló por el corredor.

Entonces, durante largo tiempo, no hubo más que silencio y el espesamiento de la niebla. Por fin, un débil silbido de advertencia salió de algún lugar calle abajo. Lo repitieron más cerca y alguien respondió desde el interior del umbral.

Poco después, desde la misma dirección que el primer silbido, llegó un sonido de pisadas, que fue haciéndose más intenso. Parecían corresponder a una sola persona, pero la luz de la puerta reveló que había también un hombrecillo que caminaba sin hacer ruido, vestido con unas prendas grises muy ceñidas, blusa, jubón, gorra de piel de ratón y manto.

Su compañero era esbelto, el cabello color de cobre, sin duda un bárbaro nórdico procedente de las lejanas tierras del Yermo Frío. Su blusa era de un suntuoso color marrón y su manto verde. Lucía una cantidad considerable de cuero: muñequeras, una cinta en la cabeza, botas y un cinturón ancho y apretado. La niebla había humedecido el cuerpo y empañado sus incrustaciones de latón. Cuando entraron en el cuadrado de luz ante la puerta, se abrió un surco en su ancha frente. Sus ojos verdes miraron rápidamente a uno y otro lado. Puso su mano sobre el hombro del individuo más bajo y susurró:

—No me gusta el aspecto que tiene esto, Ratonero Gris.

—¡Bah! Este sitio siempre tiene el mismo aspecto, como bien sabes —replicó con presteza el Ratonero Gris; sus labios tenían un rictus despectivo y le centelleaban los ojos—. Lo hacen tan sólo para asustar al prójimo. ¡Vamos, Fafhrd! No vamos a dejar que ese malnacido y traidor Fissif escape tras habernos engañado como lo ha hecho.

—Sé todo eso, mi pequeña comadreja—replicó el bárbaro, tirando de la espalda del Ratonero—. Y la idea de que Fissif escape me desagrada. Pero poner el cuello en una trampa me desagrada más. Recuerda que han silbado.

—¡Bah! Siempre silban. Les gusta ser misteriosos. Conozco a esos ladrones, Fafhrd, los conozco bien. Y tú mismo has entrado dos veces en la Casa de Ladrones y escapaste. ¡Vamos!

—Pero no lo sé todo de la Casa de Ladrones —protestó Fafhrd—. Hay una pizca de peligro.

—¡Una pizca! Son ellos los que no conocen en su totalidad la Casa de Ladrones, su propia casa Es un laberinto de lo desconocido, un amasijo confuso de historia olvidada. ¡Vamos!

—No sé. Me trae recuerdos de mi perdida Vlana.

—¡Y de mi perdida Ivrian! Pero ¿debemos dejarles ganar por eso?

El hombre más alto se encogió de hombros y dio un paso adelante.

—Pensándolo bien —susurró el Ratonero—, puede que haya algo de verdad en lo que dices.

Y extrajo una daga que llevaba al cinto.

Fafhrd sonrió mostrando sus dientes blancos y desenvainó lentamente una larga espada con un pomo muy grande de su vaina bien aceitada.

—Un arma poco adecuada para luchar dentro de una casa —murmuró el Ratonero en un tono amigablemente sardónico.

Ahora se aproximaron con cautela a la puerta, uno a cada lado y manteniéndose muy cerca de la pared. Manteniendo la espada baja., con la punta hacia arriba, preparada para atacar en cualquier dirección, Fafhrd entró. El Ratonero le llevaba cierta delantera. Por el rabillo del ojo, Fafhrd vio algo parecido a una serpiente que bajaba hacia la cabeza del Ratonero, y se apresuró a golpearlo con la espada Aquella cosa osciló hacia él y la cogió con la mano libre. Era un lazo de estrangulador. Le dio un repentino tirón lateral y el hombre que sostenía el otro extremo cayó desde un saliente de la pared. Por un instante pareció colgar en el aire, un bribón de piel oscura con largo cabello negro y una blusa grasienta de cuero rojo repujado con hilo de oro. En el momento en que Fafhrd alzaba despaciosamente su espada, vio que el Ratonero se precipitaba hacia él a través del corredor, daga en mano. Por un momento pensó que el Ratonero se había vuelto loco. Pero la daga de su amigo pasó casi rozándole y otra hoja se movió con rapidez a su espalda.

El Ratonero había visto una trampilla abierta en el suelo, al lado de Fafhrd, y un ladrón calvo se había asomado, espada en mano. Tras desviar el golpe dirigido a su compañero, el Ratonero cerró la puerta de la trampilla y tuvo la satisfacción de atrapar con ella la hoja de la espada y dos dedos de la mano izquierda del ladrón agazapado. Tanto la hoja como los dedos estaban rotos, y el ahogado rugido de abajo era impresionante. El hombre de Fafhrd, ensartado en la larga espada, estaba muerto.

Oyeron varios silbidos desde la calle y el sonido de hombres que entraban.

—¡Nos han cerrado el paso! exclamó el Ratonero—. Nuestra mejor posibilidad está hacia delante. Iremos a la habitación de Krovas. Fissif puede estar allí. ¡Sígueme!

Echó a correr por el pasillo y subió una escalera de caracol, con Fafhrd pisándole los talones. En el segundo nivel dejaron la escalera y corrieron hacia una puerta en la que brillaba una luz amarilla.

Al Ratonero le sorprendió que no se hubieran encontrado con ningún obstáculo. Su agudo oído ya no percibía los sonidos de la persecución. Se detuvo de repente en el umbral, de modo que Fafhrd tropezó con él.

Era una sala grande con varias alcobas. Como el resto del edificio, el suelo y las paredes eran de piedra oscura y pulida, sin adornos. Estaba iluminada por cuatro lámparas de barro colocadas al azar sobre una pesada mesa Detrás de ésta se sentaba un hombre de barba negra ricamente ataviado, que al parecer miraba con profundo asombro una caja de cobre y una serie de objetos más pequeños, aferrado al borde de la mesa. Pero los recién llegados no tuvieron tiempo de considerar su extraña inmovilidad y su aspecto todavía más extraño, pues de inmediato atrajo su atención la mujer pelirroja que estaba en pie junto a él.

Mientras ella retrocedía de un salto como una gata sorprendida, Fafhrd señaló lo que sujetaba bajo un brazo y exclamó:

—¡Mira, Ratonero, el cráneo! ¡El cráneo y las manos!

En efecto, su delgado brazo sujetaba un cráneo parduzco, de aspecto antiguo, curiosamente decorado con unas bandas de oro, en cuyas órbitas lucían unos grandes rubíes y cuyos dientes eran diamantes y perlas ennegrecidas. Y en su mano blanca la mujer sostenía dos haces de huesos pardos, cuyas puntas tenían un brillo de oro y un centelleo rojizo. Mientras Fafhrd hablaba, ella se volvió y corrió hacia la alcoba mayor, sus piernas ágiles contorneadas contra sus ropas de seda. Fafhrd y el Ratonero corrieron tras ella. Vieron que se dirigía a una puerta pequeña y bajá. Al entrar en la alcoba, la mano libre de la mujer cogió un cordón que colgaba del techo. Sin detenerse, contoneando las caderas, le dio un tirón. Unos pliegues de grueso y pesado terciopelo cayeron tras ella. El Ratonero y Fafhrd se enredaron con ellos y dieron tumbos. El Ratonero fue el primero en librarse del obstáculo, contorsionándose por debajo de los pliegues. Vio una débil luz apaisada que se estrechaba delante de él, se lanzó tras ella, tocó el bloque de piedra que se hundía en la abertura baja y retiró bruscamente la mano al tiempo que soltaba una maldición. Entonces se llevó los dedos magullados a la boca. El panel de piedra se cerró con un ligero ruido chirriante.

Fafhrd alzó los densos pliegues de terciopelo sobre sus anchos hombros, como si fueran un gran manto. La luz procedente de las habitaciones inundaba la alcoba y revelaba una pared de piedras perfectamente ensambladas, de aspecto uniforme. El Ratonero empezó a introducir la hoja de su daga en una grieta, pero desistió.

—¡Bah! ¡Conozco estas puertas! O bien se accionan desde el otro lado o por medio de palancas distantes. Esa mujer se ha esfumado llevándose el cráneo con ella.

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