—Adopto esta forma porque no estás familiarizada con nosotros.
—¿No eres humano?
—No. Tenemos muchas formas, a diferencia de tu gente. Todos estamos unificados, pero... somos diferentes. Por favor, acéptame con esta forma más agradable por el momento.
Al parecer habían cambiado de táctica, o tal vez habían aprendido a hacer más convincente el engaño. Rhita se alejó de él y de la visión de los Objetos.
—Por favor, dejadme en paz. Quiero volver a casa.
—No te ocultaré la verdad. Tu mundo está sufriendo cambios, ahora, que lo volverán más eficiente.
Rhita se miró las manos. Quería temblar, pero no podía; sin embargo, podía sentir furia. Se contuvo.
—No sé a qué te refieres.
—Hemos reclamado tu Tierra. Creo que es hora de que abandonemos esta farsa y nos conozcamos mejor. ¿Estás preparada?
—Yo...
—Deja que te lo explique. Esto es como un sueño en vigilia, construido por nuestros investigadores para introducirte gradualmente en tu nueva vida. Yo soy un funcionario investigador superior. Acabo de llegar aquí para hablar contigo. Hasta ahora has hablado con un funcionario inferior. Yo conozco a tu gente mejor que él. ¿Está claro?
—Creo que sí.
—Has pasado varios años de nuestro tiempo en este estado. Como nada puedes hacer para causarnos daño, y como tenemos suficiente información sobre ti por el momento, no es necesario fingir, así que he decidido permitir que te despierten. Cuando estés preparada, te permitiré usar tu verdadero cuerpo, y el entorno que veas a tu alrededor será real. ¿Entiendes?
—No quiero nada de esto —dijo Rhita.
¿Años? Tardó un rato en asimilarlo. La invadía una desesperación oscura y paralizante. Comprendió que bien podría haber muerto en el instante en que subió la nave-abeja, tal vez en el instante en que zarpó de Rhodos. Ella y Patrikia habían abierto una auténtica caja de Pandora; aún ignoraba lo que había sucedido. Años.
Soy demasiado joven. ¿Cómo podía saber? Patrikia no sabía. ¿El mundo también ha muerto?
Esa fría sensación pasó y sufrió una serie de pequeños dolores. La ilusión de Rhodos y la casa de Patrikia se desvaneció. Rhita abrió los ojos y se encontró tendida sobre una superficie dura y tibia bajo un cuadrado de luz del color de las brasas. La luz se atenuó lentamente. Tenía la piel irritada, como si le hubieran frotado con arena. Y al mirarse los brazos, notó que estaban, en efecto, inflamados, tostados.
Había una sombra antropomorfa a pocos pasos de la luz. Los rodeaba una oscuridad olivácea, del color de un sueño antes de comenzar, o después de concluir. Rhita no se sentía bien.
—Estoy mareada —dijo.
—Ya pasará —le respondió la sombra.
—¿Eres un jart? —preguntó ella, tratando de levantarse. No había pronunciado esa pregunta hasta ahora porque tenía la esperanza de no tener que conocer la respuesta. Ahora, desesperanzada, se enfrentó a la sombra.
—He tratado de deducir qué significa esa palabra. Es posible que sí, pero tú nunca te topaste con los jarts, y tu abuela tampoco, aunque te habló de ellos. La palabra no se relaciona con nosotros; los humanos que tu abuela parece haber conocido no pudieron haber dicho nuestro verdadero nombre. Podían haber conocido el nombre usado por otros, no por los humanos. La respuesta, en todo caso, puede ser sí.
—Ella me contó que luchabais contra los humanos. La sombra no respondió directamente.
—Somos muchos y variados, y podemos cambiar de forma a voluntad, cambiar nuestras funciones.
Rhita se sintió mejor físicamente, aunque no mentalmente. La desesperación se disipaba con un escalofrío candente que disminuía en consonancia con el fulgor de arriba, ahora color canela. Se encendieron otras luces, vagas y tranquilizadoras, en la penumbra olivácea.
—¿Estoy en la Tierra?
—Estás en lo que vosotros llamáis la Vía. Rhita dio un respingo y reprimió un gemido. Eso no significaba nada para ella, y le significaba todo. ¿Podía creerles?
—¿Mis amigos están vivos?
—Están aquí contigo.
Aquello, evidentemente, era una evasiva.
—¿Están vivos? —insistió.
La sombra avanzó un paso y su rostro cayó dentro de un nimbo de luz. Rhita retrocedió, comprendiendo que aquello no era un sueño ni una ilusión, sino una entidad física. El rostro era masculino, pero sin mucho carácter, de cutis terso y ojos rasgados. No era un rostro que ella miraría dos veces en una multitud. No era el de una deidad ni un horror monstruoso. Llevaba chaqueta y pantalones similares a los que usaban los soldados con quienes ella había viajado años atrás, si no era una mentira.
—¿Te gustaría hablar con ellos?
—Sí —jadeó Rhita.
Se llevó la mano a la cara. Al parecer no la habían modificado. ¿Por qué harían tal cosa? ¿Por qué su captor tenía aspecto humano?
—¿Con todos ellos? —preguntó el jart. Ella agachó la vista, moviendo los labios.
—Con Demetrios y Oresias —dijo.
—Danos un poco de tiempo, por favor. No desechamos nada.
—No esperaba verte de nuevo —pictografió Suli Ram Kikura con símbolos azules y verdes. Olmy sonrió enigmáticamente y siguió a Korzenowski y Mirsky hacia la zona de reuniones corpóreas reservada para el proyecto de colaboración de Ram Kikura. Conforme con el entorno de los terrestres, la habitación estaba decorada como una sala de reunión de mediados del siglo XX: metal desnudo, sillas de madera, una mesa larga de madera, paredes blancas y desnudas, con una pantalla en un extremo—. Excusad las condiciones primitivas —se disculpó Ram Kikura verbalmente.
—Me trae recuerdos —dijo Lanier, percibiendo la frialdad que existía entre la defensora y Olmy. Este mantenía la compostura, pero Olmy, en definitiva, nunca había sido hombre de amilanarse—. He pasado muchas horas en habitaciones como ésta.
—Nuestros huéspedes de la Tierra todavía están en Memoria de Ciudad. Estamos tratando de subsanar un fiasco total —dijo Ram Kikura—. Karen se reunirá con nosotros dentro de unos minutos. Por lo que ella me ha contado, se han forjado algunas alianzas de conveniencia durante estos últimos días. El Nexo ha decidido reabrir la Vía. —Evitó mirar a Olmy a los ojos.
Korzenowski estaba de pie junto a una silla, acariciándola con expresión perpleja.
—Sí —dijo, despertando de su breve ensoñación con un parpadeo—. Una recomendación del Nexo sujeta a la votación del Hexamon. Votarán los distritos orbitales y Thistledown únicamente.
—Supongo que invocarán las leyes de la Recuperación. Debimos haberlas eliminado de nuestros estatutos hace años.
Ram Kikura parecía más radical y resentida que cuando Lanier la había conocido. La edad y la Recuperación también la habían desgastado, aunque no aparentara más años que entonces. No había cambiado su estilo ni su apariencia desde hacía cuatro décadas.
Olmy caminó lentamente en torno de la mesa, con un andar suave y leonino.
—¿Has asimilado la historia de ser Mirsky? Ram Kikura asintió.
—Tanto como he podido. Es atroz. Mirsky la miró sorprendido.
—¿Atroz? —preguntó.
—La contaminación definitiva. El sacrilegio extremo. Yo nací y me crié en la Vía, pero ahora... —parecía dispuesta a escupir—. Reabrir la Vía y mantenerla abierta es más que descabellado. Es maligno.
—No nos pongamos melodramáticos —terció Korzenowski.
—Suplico disculpas al Ingeniero —dijo Ram Kikura.
—Eres demasiado agresiva —le pictografió Olmy en privado. Ella le clavó una mirada glacial—. Estos hombres están aquí para pedirte ayuda. También yo. No tiene sentido que te hagas la santurrona cuando todavía no sabes lo que necesitamos ni lo que creemos.
Este mensaje pasó en un parpadeo. Lanier sólo vio que Olmy había usado el píctor; no podía ver el mensaje desde su posición y además, no era muy hábil traduciéndolos. Ram Kikura aflojó los hombros y miró la moqueta, cerrando los ojos, inspirando profundamente.
—Lo siento. Ser Olmy me recuerda mis modales. Me tomo estas cosas con mucho apasionamiento. Las secuelas de la Muerte me han dejado una profunda impresión acerca de lo que puede nuestra soberbia.
—Por favor, recuerda que hasta ahora me he opuesto a la reapertura de la Vía —dijo Korzenowski—. Pero las presiones que sufre el Hexamon son enormes. Y el regreso de ser Mirsky...
—Perdone, ser —interrumpió Mirsky—. No entiendo por qué ella dice que mi historia es atroz.
—Nos dices que la Vía tapona nuestro universo como una serpiente —dijo Ram Kikura.
—No precisamente. Hace que un proyecto de nuestros descendientes lejanos resulte difícil, tal vez imposible. Pero estas criaturas no consideran que la Vía en sí sea «atroz». Les causa cierta admiración que una comunidad tan diminuta, viajando entre mundos, encerrada aún en el reino de la materia, haya logrado tanto en tan poco tiempo. Esto es lo inaudito. Existen construcciones similares a la Vía en otros universos, pero ninguna de ellas fue obra de seres que se hallaran en una etapa tan temprana de su desarrollo. Para nuestros descendientes, la Vía destaca como las pirámides de Egipto o Stonehenge en nuestra historia. Si por ellos fuera, la conservarían como un monumento a la brillantez de sus antepasados.
Pero eso no es posible. Debe ser desmantelada, y eso sólo puede comenzar aquí.
La furia de Ram Kikura desapareció. Lo miró con profundo interés.
—No te preocupan las menudencias de nuestra política, ¿verdad? —preguntó.
Mirsky tamborileó con los dedos sobre la mesa, un gesto de impaciencia que llamó la atención de Lanier.
—La política nunca es una menudencia para quienes participan en ella. Sólo me preocupa en la medida en que podría impedir el desmantelamiento de la Vía.
Karen entró en la sala de conferencias y fue a besar a su esposo. El beso fue breve pero aparentemente sincero; no había necesidad, parecía sugerirle, de permitir que ahora aflorasen los problemas personales. No obstante, él le cogió la mano y se la apretó.
—Queda poco tiempo —dijo Lanier, entrelazando sus dedos con los de Karen.
Ella tensó la mandíbula y miró a los demás, preguntándose cómo interpretaban aquello y viendo que, en realidad, no sentían el menor interés por sus asuntos personales.
Lanier no la soltó.
—¿Ser Korzenowski?
—La Vía podría abrirse en menos de seis meses. Me temo que la historia de ser Mirsky ha insertado una cuña en el Nexo, y que los neogeshels la han usado para abrir un boquete. El Nexo aconsejará una reapertura permanente. Nadie duda de lo que sucederá entonces, a menos que los jarts nos estén esperando. Habrá una avalancha de leyes empresariales, de autorizaciones para abrir puertas de prueba, y algunas nos llevarán a concesiones talsit. Y si reanudamos el comercio con los talsit, nunca más cerraremos la puerta. Los talsit son vendedores endemoniadamente seductores, y muchos ciudadanos del Hexamon necesitan sus mercancías en este momento. Hay un ambiente de desesperación. ¿Ser Olmy?
—Hasta los naderitas disfrutan de su longevidad —dijo Olmy—. A lo largo de esta década, habrá millones que tendrán que abandonar su cuerpo para ser copiados a Memoria de Ciudad... o morir. Los naderitas rechazan la idea de vivir en Memoria de Ciudad permanentemente. Aceptan las mejoras en vida artificial, pero Memoria de Ciudad es una especie de Gehena, un limbo para los ortodoxos.
—Eso me suena a hipocresía —rezongó Lanier.
—Lo es, por cierto —dijo Korzenowski—. En Memoria de Ciudad se están formando comités de; parciales para estudiar la posibilidad (así la llamarán los neogeshels) de que los jarts vuelvan a ocupar la Vía. Si están de acuerdo con ser Olmy, tal vez aplacen la reapertura hasta que existan defensas apropiadas, incluso una ofensiva apropiada.
—Por Dios —dijo Karen—. ¿Volverían a librar las Guerras Jarts?
—Son muy optimistas —observó sombríamente Korzenowski.
—¿Y si los jarts están esperando? —preguntó Lanier. Korzenowski hizo una mueca.
—En los últimos días he pensado a menudo en esa pesadilla. En Memoria de Ciudad tengo parciales que escuchan todas las sesiones de planificación. Y debo participar en la defensa del Hexamon, si así me lo ordenan.
—¿Cómo podemos defendernos? —preguntó Karen.
—Era un secreto muy bien guardado —dijo Korzenowski—. Pero aun los secretos más ocultos se pueden descifrar cuando los poderosos lo consideran oportuno. Tenemos armas ofensivas de gran potencia almacenadas en Thistledown. Eran demasiado poco efectivas para la defensa pura, inútiles en las fortalezas de la Vía. Pero ningún estratega abandona armas que un día podrían ser útiles... Así que las han guardado en las murallas del asteroide. Son antiguas, pero aún efectivas y mortíferas.
Ram Kikura se cubrió la nariz y la boca en actitud de plegaria y sacudió la cabeza.
—Astros, Hado y Pneuma —murmuró—. No lo sabía. Se le dijo a la gente...
—Todos los políticos mienten —dijo Mirsky— cuando es políticamente conveniente. La gente se lo exige. Lanier había palidecido.
—¿Armas?
—Excedentes de la última Guerra Jart, almacenados en las cámaras secretas de Thistledown —aclaró Olmy.
—¿Y siempre han estado allí? ¿Incluso cuando nosotros llegamos?
Olmy y Korzenowski asintieron. Ram Kikura observó la reacción de Lanier con adusta ironía.
—¿Y si las hubiéramos encontrado...? —Lanier no terminó la frase.
—La Muerte tampoco se habría evitado —dijo Korzenowski, agitando la mano, irritado por el desvío de la conversación—. Aunque los jarts estén en la Vía, cuando menos podemos establecer una «cabeza de playa»; si mal no recuerdo ése es el término estratégico.
—A menos que en su progreso ellos hayan superado nuestra vieja tecnología —replicó Ram Kikura.
—Es verdad. En cualquier caso, el Nexo me ha ordenado que prestara ayuda técnica. No puedo rehusar. He gozado demasiado tiempo de privilegios de investigador para jugar ahora al advenedizo. Nuestro problema es cómo modificar la opinión colectiva del Hexamon...
—Sorteando al Nexo —dijo Ram Kikura—. Acudiendo directamente a los ciudadanos, incluidos los terrestres.
—Sin la Tierra, una mayoría estaría de acuerdo con la reapertura —dijo Lanier—. Hemos modelado su opinión. Mejor dicho, ser Olmy lo ha hecho.
—¿Excluyen a la Tierra porque es demasiado ignorante? —le preguntó Karen.
—Demasiado provinciana y autista —dijo Korzenowski—. Lo cual, por otra parte, es cierto... pero el procedimiento es demasiado irregular. Aun la existencia de las armas se podría usar para convencer a la mens publica de votar en contra de la recomendación. La sospecha de ser Ram Kikura de que los jarts pueden haber superado nuestra tecnología es un buen argumento en contra. Y antes que se haga la recomendación, creo que debemos atacarla desde el punto de vista judicial, alegando que ningún segmento del Hexamon debe ser excluido.