Eternidad (46 page)

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Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Eternidad
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—¿Qué clase de zona de contención?

—Todos los civiles deben ser enviados a los distritos orbitales o a la Tierra.

—¿Aconsejas evacuar sólo a los corpóreos?

—No, ser. Aconsejamos evacuar a todos los corpóreos, a todos los residentes de Memoria de Ciudad y todos los materiales culturales importantes y los bancos de datos. Thistledown debe servir como zona de contención. En el improbable caso de nuestra derrota, debemos estar dispuestos a cerrar la Vía mediante la destrucción de Thistledown.

Hoffman miró a Olmy, ceñuda.

—Esto se está convirtiendo en un abandono extravagante, ¿eh, ser Olmy? —murmuró—. Nada que valga la pena es fácil. Olmy no respondió. Era ridículo arrepentirse ahora.

—¿Ha habido daños sustanciales en la sexta cámara? —preguntó Dris Sandys.

—No, ser —dijo Korzenowski—. Podemos proceder.

—No podemos decir que esto sea inesperado —dijo el ministro. Hizo una larga pausa. Aunque no acusaba a nadie, había una denuncia tácita. El presidente y el ministro no habían tenido elección, y ahora quienes los habían puesto en semejante posición debían pagar las consecuencias—. Como presidente en funciones, y por la autoridad que las leyes de Emergencia me confieren, ordeno que Thistledown sea evacuada, y que ser Korzenowski y las fuerzas de defensa planifiquen conjuntamente las operaciones de reconocimiento en la Vía.

60
Tierra, Christchurch

Karen estaba sentada en la sala de espera de la clínica de Christchurch, el rostro pálido y tenso por falta de sueño.

Habían pasado treinta horas desde que había descubierto el cuerpo de su esposo y los técnicos aún no le habían dicho nada sobre la implantación.

La silla estaba frente a una ventana y por ella veía las atestadas calles de Christchurch, llenas de uniformados del Hexamon y ciudadanos terrestres. La noticia de la evacuación había llegado menos de media hora antes; le preocupaba que el estado de su esposo no tuviera la menor importancia en medio de aquella crisis tan grave y que ambos fueran olvidados.

Se miró las manos. Aunque se las había restregado en el lavabo del hospital, vio que había pasado por alto una mancha de sangre seca bajo la uña del índice. Se concentró en esa mancha —la sangre de su esposo— y cerró los ojos. Los recuerdos no se disipaban: abrir el cuello, buscar la implantación, guardarla en un bolsillo, cerrar el bolsillo con la cremallera, atravesar oscuras carreteras en un transporte blindado con el cuerpo y la implantación, hasta Twizel. En hacer eso había tardado horas. Cuando se despejó el cielo, una lanzadera la había trasladado a Christchurch.

El cuerpo inservible había quedado en Twizel.

Las cosas no estaban claras para ella.

Habían pasado tantos años juntos, y tantos años, en comparación, distanciándose... Su reencuentro había sido tan breve...

Los humanos están hechos para la aflicción. No estamos hechos para las respuestas ni para la certeza.

Un técnico —no el mismo a quien había entregado la implantación— entró por la puerta de la sala de espera, miró a su alrededor, la vio y adoptó una expresión profesional grave que indicaba problemas. Ella lo miró inquisitiva.

—¿Señora Lanier? Ella cabeceó.

—¿Está segura de que la implantación es de su esposo? Karen lo miró extrañada.

—Claro. Yo misma se la extraje.

El técnico extendió las manos y miró la ventana.

—¿Está muerto? —preguntó Karen.

—La implantación no contiene a su esposo, señora Lanier. Contiene una personalidad, pero es femenina, no masculina. Esta personalidad no aparece en nuestros archivos. No sabemos quién es. Sin embargo, está completa.

—¿De qué me está hablando? —preguntó Karen.

—Si la implantación es de su esposo, no entiendo... Karen alzó la voz.

—¡Dígame qué ha sucedido!

El técnico sacudió la cabeza, incómodo y avergonzado.

—En la implantación hay una joven de veinte años. Parece haber estado inactiva, almacenada durante mucho tiempo, tal vez veinte años. No tiene ningún recuerdo de acontecimientos contemporáneos. Desde luego no ha sido cargada en línea recientemente. Su código...

—Eso es imposible. ¿Dónde está mi esposo?

—No lo sé. ¿Usted conoce a una tal Andia?

—¿Qué?

—Andia. La identificación de esta mujer presenta ese nombre.

—Era nuestra hija —dijo Karen, palideciendo. Apoyó una mano en el respaldo de la silla—. ¿Qué le ha pasado a mi esposo?

—Sólo hemos realizado una búsqueda inicial. La única personalidad que hay en la implantación afirma que su nombre es Andia. No sé qué le ha pasado a su esposo.

Karen se desplomó en la silla.

—¿Cómo? Hace veinte años que está muerta... desaparecida... El técnico se encogió de hombros con impotencia.

—Garry... le hicieron usar la implantación.

Se enderezó. Aquello no era real. Superaba todos sus sueños, esperanzas y pesadillas: recobrar a su hija a expensas de su esposo, por medio de un milagro o de un truco perverso.

—Los derrotó en su propio juego.

Pero no pudo haberlo hecho solo.
Miró al técnico, resuelta a no desmoronarse. Sentía una especie de electricidad en los brazos y las piernas. Tenía que ponerse de pie y caminar, o se desmayaría. Se levantó despacio, dejando que la sangre volviera a circular, imponiéndose serenidad. Debía decir algo; debía reaccionar de un modo racional.

—¿Puedo hablarle?

—Lo lamento. No hasta que podamos descomprimir sus datos. No estará lúcida hasta entonces. ¿Su hija es ciudadana terrestre?

Karen acompañó al técnico a los archivos del hospital y respondió a sus preguntas. Efectuando algunas búsquedas recobraron viejos expedientes legales inactivos. Se compararon mapas de personalidad tomados durante la instalación de la implantación de Andia.

Encajaban a la perfección.

—La única palabra que se me ocurre para definirlo es milagro —dijo el técnico. Obviamente, no se creía lo que le decía Karen. Él no había extraído la implantación—. Tendré que solicitar una investigación legal.

Ella asintió, entumecida de pies a cabeza a pesar de su decisión de conservar la calma. Se sentía a la deriva, oscilando entre el horror, la aflicción, el asombro y la esperanza. He perdido a Garry y he encontrado a nuestra hija. Había una sola manera de explicarlo.

No la habían educado para creer en fuerzas superiores a la humanidad. Su formación había sido estrictamente marxista, y no contaba con el consuelo de la religión. Pero ahora sólo pensaba en Mirsky y en lo que podía representar.

Si lo tienes, cuídalo, por favor
, pensó, dirigiendo su mensaje al ruso y a las fuerzas que respaldaban al avatar.
Y gracias por mi hija.

Aguardó una hora a solas en una habitación lateral mientras los médicos y técnicos se abrían paso en la maraña de procedimientos y leyes. Se adormiló unos minutos. Cuando el técnico regresó y la despertó, se sentía mucho más fuerte. El entumecimiento había pasado.

—Arreglaremos una reencarnación. Ella tiene derecho —dijo el técnico—. Pero eso puede tardar. Aquí estaremos muy ocupados durante varias semanas, tal vez incluso meses. Nos han dicho que preparemos la clínica para una emergencia. Todas las lanzaderas disponibles permanecerán inmovilizadas por ahora, y también los demás vehículos. No obstante, puedo conseguir que una lanzadera médica la lleve a casa, si usted se va dentro de una hora...

Karen rechazó el ofrecimiento con un ademán. No tenía nada que hacer en casa.

—Prefiero quedarme aquí, si puedo ayudar en algo.

—Supongo que sí —dijo el técnico, dubitativo—. Hemos repasado su historial... lo lamento, pero había ciertas dudas... No entendemos qué sucedió. —Sacudió la cabeza—. Su hija se perdió en el mar. Parece imposible que usted tenga su implantación y no la de su esposo.

Ella sonrió consternada y asintió.

—¿Estará bien? —preguntó el técnico. Karen se lo pensó un momento.

—Sí —dijo—. Me gustaría hablar con mi hija cuanto antes.

—Desde luego. Le sugiero que duerma un rato en la enfermería. La llamaremos.

—Gracias —dijo Karen. Echó una ojeada y se dispuso a acostarse en la camilla.
Andia.

61
Ciudad Thistledown

Korzenowski atravesó el parque que llevaba su nombre: una reliquia visitando su propio monumento, un anacronismo.

Había ido allí para reunirse con Olmy y charlar. Llegó una hora antes para examinar su antigua obra. La había visitado una sola vez desde su reencarnación. Por el momento no podía hacer nada en la sexta cámara y el conducto; cuando las fuerzas de defensa completaran su labor y evacuaran Thistledown, abriría un enlace de prueba más discreto con la Vía.

El Parque Korzenowski cubría unas cuarenta hectáreas de Ciudad Thistledown. Verde y apacible, lleno de parterres y bosques de robles, olmos y otros árboles más exóticos; había sido uno de los pocos parques que se habían conservado perfectamente durante los siglos del Exilio.

Antes de su asesinato —antes de acabar la Vía—, Korzenowski había diseñado aquel lugar basándose en principios prácticos pero utópicos: usando plantas y animales, insectos y microorganismos como componentes armoniosos de una perfección aislada. Se había impuesto una limitación: que todas las criaturas vivientes del parque fueran naturales, sin modificaciones. El artificio utópico consistía en mantener ciertas especies separadas, y en limitar la ecología del parque a unas cuantas combinaciones selectas y complementarias.

El resultado había sido la paz.

Uno podía atravesar el parque en cualquier época del año —el tiempo imitaba las estaciones de la Tierra como eran en Inglaterra a fines del siglo XVIII— sin ver nada más que crecimiento. Jardineros remotos mantenían el parque, podando y recortando. Los insectos y los microorganismos colaboraban con las plantas en vez de usarlas como presa.

Había una pajarera enorme, dispuesta en un espacio de dimensiones infinitas —más propio de Hilbert que de Euclides—, cuya forma no se inspiraba en los animales ni en la geometría sino en una biología perfecta, en una especie de paraíso viviente: en el Edén tal como lo habría visto un jardinero inglés, y desde luego tal como lo veía Konrad Korzenowski.

Él había creado aquello. Ahora no sabía quién era ni qué era.

¿Era el Ingeniero, historia viviente, leyenda ambulante, merecedor del respeto formal y la suspicacia informal de neogeshels y naderitas? ¿Era Konrad Korzenowski, ser humano nacido naturalmente, hijo brillante de padres naderitas ortodoxos, matemático y diseñador? ¿Era el receptáculo del desventurado espíritu de Patricia Luisa Vasquez?

No importaba; era una mota de polvo en un vendaval, y lo que había sido o hecho en el pasado parecía —más que remoto— irrelevante.

Dentro de nada el Hexamon intentaría regresar a la Vía. Era muy posible que los actuales conquistadores de la Vía los obligaran a destruir Thistledown. Si eso sucedía, era muy probable que él pereciera en la conflagración.

Poderes, fuerzas, predominios.

Apenas recordaba la época en que trabajaba en aquel parque. Esos recuerdos estaban mal representados en los parciales que habían reunido y archivado después de su asesinato.

Asesinado por naderitas ortodoxos.

Repudiado por sus propios padres por imponer el Exilio.

Alborotador.

Eso lo resumía todo.

Entró en el laberinto circular del centro geométrico del parque. Los setos serpenteaban formando un mosaico desigual, sin seguir ningún radio ni arco del círculo; algunos ángulos eran proyecciones de figuras tridimensionales, con lo cual el laberinto externo resultaba más problemático aún. Los humanos con implantaciones tenían pocas dificultades para descifrar el laberinto, pues podían visualizarlo y manipularlo mentalmente; sin implantaciones, era casi ininteligible.

Recordó haberlo construido con la esperanza de que los que tenían implantaciones no se valieran de ellas. Pero la mayoría lo hacía. Eso le había enseñado algo acerca de la naturaleza humana: que para la gran mayoría el reto y la dificultad importaban menos que el logro y la ganancia, aun en el Hexamon.

Korzenowski miró hacia el centro del laberinto y vio a un hombre, a cien metros de distancia. El hombre echó a andar hacia el exterior; Korzenowski, como si lo hubieran retado, echó a andar hacia el interior. Era una competición entretenida, relajante; no miraba al hombre directamente, pues prefería recordar su propio diseño y descifrar lo que había olvidado o perdido.

Todavía estaban a algunos metros de distancia, en anillos concéntricos separados del laberinto central, más fácil, cuando Korzenowski alzó los ojos y vio el rostro del hombre. Por un instante le pareció que no había pasado tiempo desde la Secesión. Habían transcurrido cuarenta años pero conservaba frescas en la memoria las primeras horas de su reencarnación.

El hombre era Ry Oyu, jefe de abrepuertas del Hexamon Infinito. Su presencia era tan imposible como la de Mirsky. Ambos se habían ido Vía abajo con los distritos geshels.

—Hola —saludó el abrepuertas, alzando una mano.

Señaló un punto a espaldas de Korzenowski, para indicarle que no estaban solos. Korzenowski se alejó de mala gana de Ry Oyu, y vio a Olmy en la periferia del laberinto.

El Ingeniero se echó a reír.

—¿Es una conspiración? —le preguntó—. ¿Estás confabulado con Olmy?

—No es una conspiración. Él no me espera. Me ha parecido un momento oportuno para hablar con ambos. ¿Nos reunimos con ser Olmy en el exterior? Este laberinto es maravilloso, pero no es lugar para mantener una conversación con comodidad. Hay aquí demasiadas distracciones y demasiados problemas por resolver.

—De acuerdo —dijo Korzenowski con tono firme y mesurado.

—No pareces sorprendido —dijo Ry Oyu.

—Ya nada me sorprende. —Korzenowski esperó a que el abrepuertas lo alcanzara. Mientras caminaban por el laberinto, siguiendo el sendero, preguntó—: ¿Tú también eres un avatar que profetiza calamidades?

—Me temo que no habrá profecías. Estoy aquí para ejecutar ciertas tareas. ¿Quieres interrogarme para confirmar que soy realmente yo?

—No. —Korzenowski desestimó la sugerencia con un gesto—. Eres el Fantasma de las Navidades Pasadas
[2]
. Es evidente que a los dioses les interesan muchísimo nuestros asuntos.

Se echó a reír de nuevo, esta vez sin ganas.

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