Se apartó y Olmy vio lágrimas en sus mejillas.
—Cielos —murmuró—. Puedes llorar.
—Parecía adecuado.
El maravillado Olmy tocó las lágrimas de su hijo con un dedo.
—Claro que sí. Siempre he lamentado perder eso.
Salieron juntos del apartamento, y Olmy cerró la puerta. Se despidieron en el corredor, sin decir nada más, caminando deprisa en direcciones opuestas.
Tu hijo se parece mucho a ti, comentó el jart.
—Demasiado —dijo Olmy.
El conducto estaba casi desierto. Sólo quedaban Korzenowski y dos observadores de las fuerzas de defensa en forma corpórea. Más allá de la cabina de tracción había escudos, preparados para interponerse entre el conducto y el enlace el primer síntoma de problemas. Había instrucciones de emergencia en ciertos proyectores, para que Korzenowski pudiera desestabilizar el enlace y cortar la energía de la conexión; un modo más eficiente y rápido de interrumpir la comunicación entre la Vía y Thistledown.
A pesar de estas medidas de seguridad, Korzenowski tenía miedo. ¿Qué harían los jarts? ¿Algo aún más violento, algo contra lo que no serviría ninguna precaución?
Era como jugar al ajedrez con un maestro cuando la vida de uno dependía de la partida.
Si el mensaje del jart de Olmy había pasado, podían recibirlos de un modo totalmente diferente. Pero no podía confiar en ello. El borbotón de energía había atravesado el pequeño enlace en cuanto se abrió, y no había manera de saber si la señal había pasado o si había alguien o algo preparado para recibir esa señal.
Se instaló ante la consola y apoyó las manos en la clavícula. Se concentró y se sumió en el trance del superespacio, experimentando nuevamente la gloria, el caos, la majestad de la búsqueda de la Vía.
La encontró con mayor facilidad que antes. En la simulación sensorial de la clavícula, que recreaba ámbitos irreales e incomprensibles para los sentidos humanos, giró en órbita de un segmento de la Vía, aunque ese universo tubular; como cualquier otro universo, no tenía «exterior».
Localizó inmediatamente una coordenada probable para un enlace.
La clavícula y la sexta cámara hicieron los ajustes necesarios.
Thistledown parecía insustancial, menos que humo, el sueño de una vida pretérita.
Una luz despuntó más allá de la cabina, como una nueva estrella, poco brillante. Korzenowski ordenó a los remotos que enviaran una sonda para investigar el entorno.
No hubo descargas energéticas; el enlace era estable y limpio.
Los remotos le dieron una imagen visual desde el interior de la Vía, pocos centímetros por encima del enlace.
La Vía estaba desierta en aquella región, y a lo largo de cientos de kilómetros al norte y al sur. Las señales de radar sondearon rápidamente el sur y regresaron para decirle que su puerta se había abierto a mil kilómetros del extremo cauterizado de la Vía.
La Vía también estaba desierta en aquella dirección, y al norte, a lo largo de quinientos mil kilómetros.
Korzenowski volvió a enviar la señal del jart por el enlace; hizo una pausa de varios segundos y luego la repitió continuamente. No hubo respuesta.
Pero el silencio tal vez fuera respuesta suficiente. Tal vez representara, según los modales jarts, una invitación sumamente cordial.
—Tenemos una cabeza de playa —pictografió Korzenowski a los observadores de las fuerzas de defensa—. La Vía está desierta por lo menos en cinco sobre cinco.
Recobró los remotos y cortó el enlace. Habían acordado previamente que en estas circunstancias debía tratar de obtener un enlace pleno para conectar la Vía con la séptima cámara.
Las fuerzas de defensa ya se agrupaban allí, dispuestas a consolidar la ventaja del Hexamon.
Korzenowski descansó unos minutos, se armó de coraje e inició la reapertura de la Vía.
El punto de luz se formó de nuevo, extendió sus pétalos, llenó el vacío con un jardín de flores intrincadas y elegantes: las tortuosas mundolíneas de una bruma de universos semirreales que rodeaban la geometría de estado. Las flores se oscurecieron y fueron apartadas.
Los bordes de la séptima cámara se tiñeron del color del bronce. Con gran celeridad, la Vía llenó el vacío con su plena presencia.
El Ingeniero mantuvo su posición en el centro de la cabina, enlazado con la clavícula, esperando la prueba definitiva de su éxito: el alargamiento de la singularidad central de la Vía, la falla, para compensar la nueva condición de la Vía como adjunto de un espacio-tiempo de estado.
Sabía precisamente dónde detendría la falla su avance. Terminaría a poco más de diecinueve centímetros de la clavícula, contra el campo de la cabina.
Sentía el avance de la falla: un espejo curvo creciendo ante sus ojos. En la abstracción de la clavícula, se registraba como una fuerza enorme y dinámicamente restringida; toda la tensión de la existencia de la Vía y las autocontradicciones liadas en un nudo frenético. En cierto sentido la singularidad era más real que la Vía misma, pero pocos humanos podían comprender esa clase de realidad.
La falla se extendió junto al campo de la cabina, que formó un anillo azul y brillante a su alrededor. Inexorable, de un modo pasmoso incluso para el Ingeniero, el extremo romo de la falla reflejaba una versión dantesca de su mundo con imágenes afortunadamente borrosas. Alcanzó su punto máximo —tal como él había predicho— a pocos centímetros de la clavícula.
Korzenowski apartó las manos de las barras de la clavícula. No veía a Ry Oyu, aunque había sentido la presencia del abrepuertas durante el enlace. Las fuerzas de defensa de la séptima cámara barrieron la Vía con sus invisibles haces de radiación sensora, buscando rastros de ocupación jart.
—La conexión es estable —dijo Korzenowski—. La Vía está abierta.
La Piedra giraba en su órbita como lo hacía desde la Secesión, con una sola diferencia: ahora su polo norte apuntaba hacia el lado contrario a la Tierra. La séptima cámara era de una oscuridad amorfa y abisal. Los campos de tracción mantenían la materia alejada del polo norte. No se podía permitir que nada entrara en la zona de enlace.
La noticia se difundió rápidamente.
Hubo pocas celebraciones. La realidad invitaba más a la reflexión seria que a los festejos. La obsesión del Hexamon se había cumplido.
Pero habían permanecido décadas alejados de ese vasto dominio. ¿Y quién sabía cuánto tiempo había transcurrido dentro de la Vía?
Estaban fabricando el nuevo cuerpo del presidente. Korzenowski estaba en el apartamento presidencial de la tercera cámara, situado en la cima del edificio más alto de una estructura semejante a un telón de donde los rascacielos pendían como cristales en una telaraña. La blancura inconclusa de un ámbito austero bañaba el espacio vacío y reverberante. La imagen del presidente era una proyección enviada desde un sector aislado de Memoria de Ciudad.
—Buenos días, ser Ingeniero —dijo Parren Siliom. Korzenowski se plantó ante la imagen con los brazos cruzados.
—El trabajo está hecho, ser presidente.
—Eso he visto... y me han contado. Un trabajo magnífico, según tus colegas.
—Gracias.
—¿Puedes explicar por qué hay un tramo tan largo de la Vía vacío?
Korzenowski negó con la cabeza.
—No, ser presidente.
Todo se reduce a mentiras.
—¿Es posible que los jarts nos estén esperando para tendernos una emboscada?
—No sé qué están pensando los jarts, ser presidente.
—Creo que podrías tener una pista... al igual que yo. He recibido muchas visitas en Memoria de Ciudad. Tres.
Korzenowski enarcó las cejas pero desvió los ojos, al borde del agotamiento total, deseando sentarse. Una silla se elevó del suelo y Korzenowski se sentó.
—Discúlpame. No he dormido ni he recurrido al talsit. Ha sido extenuante.
—Desde luego. En Memoria de Ciudad no es posible soñar, y la fantasía o la ilusión siempre está claramente delimitada. Lo que vi no era un espejismo.
Korzenowski entrelazó las manos, reacio a hacer conjeturas.
—Mirsky estuvo aquí —dijo el presidente—. Y curiosamente, Garry Lanier, que ha muerto... Ras Mishiney me ha contado que obligó a Lanier a usar una implantación. No lo apruebo, pero no puedo tomar medidas de represalia contra Mishiney... salvo impedir que pase nunca del cargo de senador terrestre. En todo caso, la implantación no conservó la personalidad de Lanier. Encontraron en ella a otra persona, una persona desaparecida y dada por muerta desde hace veinte años. La hija de Lanier. ¿Quién la trajo de vuelta?
Korzenowski gesticuló apenas.
—También estuvo aquí Ry Oyu. Habló conmigo. Lanier y Mirsky dijeron muy poco. El abrepuertas me asustó. Me recordó un deber más elevado, un deber que antes aceptábamos como parte de nuestra responsabilidad en la Vía: el de utilizar la Vía de tal modo que redundara en beneficio de todos nuestros aliados. Y me dijo que estás a punto de formar un pliegue en la Vía que terminará por destruirla.
—Sí —dijo Korzenowski.
—Parece que estos avatares pueden ir a donde quieran. Lanier y Mirsky se han ido. No volveremos a verlos. El abrepuertas todavía está con nosotros. Dice que su trabajo no está terminado. Aunque no falta mucho, si tú sigues convencido.
—Así es.
—Esto trasciende la política inmediata, ¿verdad? Ambos ocupamos posiciones cruciales. Tengo el poder para impedir la consecución del plan. O puedo hacerme a un lado y dejar que todo continúe, incluso facilitarte las cosas.
—Sí, ser presidente.
—¿Los jarts ya no son nuestros enemigos?
—Tal vez no, ser presidente.
—¿No atacarán Thistledown? ¿Están dispuestos a ceder la Vía, y todo lo que significa para ellos?
—No sé. El jart de Olmy... —Korzenowski se interrumpió, esperando no haber revelado a Parren Siliom algo que él no supiera.
—Sé de la existencia del jart de Olmy, aunque creo que ahora el jart domina a Olmy, y no a la inversa.
—Tal vez sea responsable de que los jarts hayan abandonado el extremo de la Vía. Enviamos una señal, informando a los de su especie que los humanos se habían comunicado con lo que ellos llaman mando descendiente, la Mente Final de Mirsky.
—Eso me dijo Ry Oyu.
—Quizá no nos ataquen a menos que se demuestre lo contrario, o no haya confirmación.
—No entiendo por qué los jarts desistirían de algo, y menos de la existencia por la cual han luchado, los privilegios que tanto valoran. ¿Podrían los humanos ser tan magnánimos?
—Ambos vivimos una existencia contradictoria desde el año pasado, ser presidente, trabajando para el Hexamon en vez de para nosotros mismos.
—Es el deber que hemos jurado cumplir.
—Sí, ser. Pero hay deberes más elevados, como tú has dicho.
—¿Sabes lo que sucedería con el Hexamon si insistiéramos en mantener abierta la Vía?
—No.
—¿Es posible que mando descendiente o la Mente Final encuentre un modo de persuadir a los jarts de que la Vía debe cerrarse, y de que para lograrlo es preciso destruir el Hexamon?
—No lo sé. Seguramente es posible.
—Creo que es probable. —La imagen del presidente pareció acercarse a Korzenowski—. Sé cuál es mi deber más importante. Debemos conservar el Hexamon, al margen de lo que piense la mens publica. Por corteses que hayan sido estos avatares, por muchos milagros que hayan obrado, no creo que podamos resistir contra semejante fuerza.
Korzenowski se miró las manos.
—No, ser.
—Entonces no tengo elección. Te ordeno destruir la Vía. ¿Se puede salvar Thistledown?
—Para destruir la Vía por completo, e impedir que se fabrique otra, es preciso destruir también la sexta cámara. Si lo intentáramos... —Pictografió imágenes de la sexta cámara saboteada, de enfrentamientos entre otras fuerzas del Hexamon; de guerra civil, destrucción y división hasta cotas jamás alcanzadas en el Hexamon, ni siquiera durante la Secesión—. No hay opción, si deseamos destruir la Vía y proteger el Hexamon. Thistledown ya está preparada para su muerte.
La imagen del presidente se oscureció.
—¿Por qué querrá nadie ser dirigente de los humanos? —preguntó en un murmullo—. Podríamos ser considerados los peores traidores de la historia del Hexamon... Pero así sea. Me cercioraré de que la última fase de la evacuación se realice correctamente. Tú avisarás a los efectivos de defensa. No creo que necesiten saber lo que está sucediendo ni por qué, pero no deberían ser sacrificados por su valor.
—Les avisaré.
—Mañana me instalarán en mi nuevo cuerpo. ¿Cuándo comenzará la destrucción?
—Dentro de sesenta horas, ser presidente. Para dar tiempo a que sean evacuados todos los ciudadanos y las fuerzas de defensa.
—Lo dejo en tus manos. ¿Sabes, ser Korzenowski? Me alegro realmente de no tener que enfrentarme mucho más tiempo a estos problemas.
La imagen del presidente se ennegreció y desapareció; quedó una pictografía formal de despedida y agradecimiento del Hexamon por los servicios prestados.
Habían terminado su trabajo en Thistledown. Ahora se desplazaban por sus conductos ocultos hacia puntos intermedios entre los mundos.
Lanier había perdido su percepción temporal, lo cual era natural, pues presuntamente estaba muerto. Pero todavía pensaba y recordaba. Su mente funcionaba siguiendo un nuevo patrón establecido y mantenido por Pavel Mirsky.
¿Ahora estoy muerto
, le preguntó a Mirsky.
Si. Desde luego.
No hay anulación.
¿Prefieres la anulación? No es tan sensacional como cuentan.
No.
Nuestro plazo de tiempo para estar aquí ha expirado. Debemos escoger. Escoger cómo volver a casa.
Lanier sintió ganas de reír. Se lo indicó a Mirsky.
Maravilloso, ¿no? ¡Tanta libertad! Podemos regresar como regresará Ry Oyu, o coger otro camino... mucho más largo, mucho más arduo.
Y le explicó a Lanier adonde los llevaría ese camino, y por cuánto tiempo.
Flotando en ese apacible ínterin, Lanier absorbió la información, desprendido de la realidad que había sido su vida. Cualquiera de ambos caminos parecía aceptable, pero el segundo era extraordinario. Rara vez había imaginado semejante cosa. Total libertad, un viaje más allá de todos los viajes. Y, como señalaba Mirsky, un viaje con un propósito definido.