Gataca (42 page)

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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Thriller, Intriga, Poliiciaca

BOOK: Gataca
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Tras reflexionar, Sharko se incorporó súbitamente chasqueando los dedos.

—¡Dios mío, claro! ¡La llave y el candado!

Lucie frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con la llave y el candado?

—Creo que ya lo tengo. ¿Estás lista para dar una vuelta por París?

Sharko rompió los sellos de la puerta de entrada del domicilio de Terney sin dificultad. Lucie lo esperaba apartada de la calle y vigilaba que nadie los sorprendiera. Rápidamente, subió al primer piso, en dirección a la biblioteca. Con sus manos enguantadas, descolgó el cuadro, cogió la foto del cromañón y la enrolló. Dos minutos después estaba fuera…

En dirección al distrito XIV.

En esa ocasión, Daniel Mullier vestía un chándal, pero prácticamente no se había movido desde la última vez. La misma caja de bolígrafos, el mismo ordenador encendido y el mismo volumen 342. Sharko había prevenido a Lucie de que se preparara para la conmoción que le provocaría aquella extraña habitación, en la que la vida de un hombre se resumía en kilómetros de papel. Desde el umbral, observaba en silencio a su alrededor, mientras el director Vincent Audebert se aproximaba solo a Daniel. Sharko permanecía alejado, en silencio.

Audebert entró en el campo de visión del joven autista, le dijo algunas palabras para atraer su atención y, acto seguido, extendió frente a él la foto del cromañón y unas hojas en blanco. Daniel interrumpió su insensata tarea. Con gesto torpe cogió la foto ampliada y la miró con atención. Lentamente, como si al fin y al cabo todo aquello obedeciera a una lógica inquebrantable, cogió un papel sin levantar la mirada, cambió de bolígrafo para coger uno rojo y, espontáneamente, comenzó a escribir una serie de letras. Audebert se alejó con discreción, caminando hacia atrás y frotándose el mentón con una mano.

—No me lo puedo creer, funciona. La foto es un estimulador. Stéphane Terney utilizó a Daniel como…

—Una memoria viva… —completó Sharko—. Un autista anónimo, perdido en un centro especializado. La llave que abre el candado.

Lucie y ellos lo observaron trabajar, en silencio. La punta del Bic rojo se deslizaba sobre el papel, sobre el que se inclinaba Daniel, muy aplicado, y escribía a un ritmo desenfrenado. Al cabo de una media hora, el joven autista apartó las hojas y la foto a un lado y, sin transición, volvió a dedicarse a su tarea inicial.

El director del centro cogió las hojas y se las tendió a Sharko.

—Una secuencia de ADN —susurró— escrita a partir de esta foto de una momia muy bien conservada. ¿Significa eso que tiene ante sus ojos el código genético de este antepasado prehistórico?

—Eso parece —replicó Sharko—. ¿Le dice algo esta secuencia?

—¿Cómo quiere que me diga algo? Ahí no hay más que una sucesión de letras que no se parece a una huella genética, esta vez. No soy lo bastante entendido como para saber de qué se trata. Tendrá que dirigirse a un genetista.

Lucie observó los papeles con atención.

—Tal vez esto sea el famoso código oculto del ADN. La llave de toda nuestra historia.

Los dos ex policías le dieron las gracias al director, que los acompañó hasta la salida.

—Hasta luego, Daniel —murmuró Lucie, que se había quedado sola un instante con el joven autista.

Daniel, sin embargo, no la oyó, encerrado en su burbuja. Lucie salió y cerró la puerta con suavidad.

Una vez solo en el aparcamiento, Sharko miró las secuencias, inquieto.

—No nos precipitemos, Lucie. Disponemos de estos datos, pero… ¿qué haremos con ellos? Ya no tenemos acceso a ningún elemento del caso.

—¿Porque te han destituido? ¿Y qué? Bueno… ya sé que es grave, no es lo que pretendía decir, pero… eso no nos va a impedir avanzar. Podemos continuar sin ellos. Disponemos de esta secuencia de ADN y del vídeo filmado en la Amazonia, y mañana mismo a primera hora podemos ponerlo en manos de especialistas. Un genetista para la secuencia y un antropólogo para la cinta de vídeo.

—Sí, Lucie, pero…

—No seas derrotista, tenemos otras cosas que hacer. Félix Lambert y su padre han muerto, pero tienen familia. Hay que interrogar a la madre acerca del embarazo, de su estancia en la maternidad. Hay que ver si se la sometió a un tratamiento farmacológico o si hubo algo sospechoso en su embarazo. Si logramos conectarlo con Terney, será un gran paso. ¿Habrá manera de llegar hasta los hombres del hipódromo? Tenemos que ponernos manos a la obra y ya nos las apañaremos.

Lucie miró muy seria las tres páginas misteriosas.

—Necesito comprender qué hay detrás de Fénix. Llegaré tan lejos como pueda, contigo o sin ti.

—¿Llegarás al extremo de adentrarte en la selva y arriesgar la vida? ¿Sólo por unas respuestas?

—No sólo por unas simples respuestas. Para hacer el duelo de la muerte de mi hija.

El comisario suspiró profundamente.

—Volvamos a casa. Te acabarás los sushis y recuperarás fuerzas. Las vas a necesitar.

Lucie lo recompensó con una amplia sonrisa.

—Así, ¿estás de acuerdo? ¿Te lanzas conmigo?

—No deberías sonreír, Lucie. No hay nada divertido en lo que podemos llegar a hacer o a descubrir. Hay gente que muere.

Miró su reloj.

—Vamos al apartamento a descansar un poco. A las diez en punto nos pondremos de nuevo en marcha.

—¿A las diez? ¿Para ir adónde?

—Al Instituto de Medicina Legal, en busca de respuestas.

39

El barrio de París que daba sobre el Quai de la Râpée dormía apaciblemente. Unos pequeños brillos amarillentos se balanceaban en las cabinas de las barcazas. Sobre el agua bailaban reflejos anaranjados, desaparecían y aparecían de nuevo más lejos, en una perpetua fuga. A pesar de la calma aparente, un estruendo de chatarra y neumáticos perturbaba regularmente la tranquilidad del lugar: los pocos viajeros de la línea 5 del metro se dejaban conducir a sus domicilios o partían en busca del París nocturno.

22:30. Jacques Levallois, Nicolas Bellanger y un gendarme de uniforme acababan de salir del IML. A unos cincuenta metros de distancia, al abrigo del habitáculo del Peugeot 206, Sharko y Lucie podían ver perfectamente los puntos rojos de los cigarrillos que flotaban en el aire como luciérnagas.

—Están con un gendarme de la Sección de Investigación —murmuró Sharko—. Eran ellos quienes investigaban el asesinato de Fontainebleau, y nos entrometimos en su caso. Se ha debido de armar un buen follón.

A la luz de las farolas, los tres hombres conversaban, bostezaban, iban y venían, aparentemente muy nerviosos. Al cabo de cinco minutos, subieron a sus respectivos vehículos y se marcharon. Los dos ex policías se agacharon cuando los coches pasaron al lado del suyo. Se miraron con complicidad, como dos adolescentes escondidos para que no los pillaran.

—Hay que ver las cosas que me obligas a hacer —resopló el veterano policía—. Contigo es como si viviera una segunda juventud.

Lucie manipulaba su teléfono móvil, inquieta. Una hora antes había llamado a Lille, pero Juliette ya dormía y su madre le había contestado con cajas destempladas, furiosa por su larga ausencia.

Esperaron aún un poco, salieron del coche y avanzaron por la calle oscura. Sharko llevaba una bolsa en bandolera en la que ocultaba las tres páginas escritas por Daniel con tinta roja. El Instituto se erguía ante ellos, como una Moby Dick que engullía todos los cadáveres a diez kilómetros a la redonda. La puerta central se abría como unas fauces dispuestas a devorarlo a uno y arrastrarlo a un estómago lleno de fiambres de todo tipo: accidentados, suicidas, asesinados. Lucie detuvo de repente sus pasos. Con los puños pegados a las caderas, se había quedado inmóvil frente al austero edificio. El comisario volvió junto a ella.

—¿Estás segura de poder hacerlo? Hace rato que no has dicho palabra. Si aún te resulta doloroso entrar en un IML, dímelo.

Lucie inspiró profundamente. Era sin duda allí y en aquel momento cuando debía alejar de su cabeza las viejas imágenes y superar su sufrimiento de madre. Se puso de nuevo a andar.

—Adelante.

—Quédate a mi lado. Y no digas nada.

Nada más cruzar el umbral, la temperatura descendió. Los gruesos muros de ladrillo rojo no dejaban que nada se filtrara, y menos aún alguna esperanza. Sharko se sintió aliviado al reconocer al vigilante nocturno con el que últimamente se había cruzado a menudo. Así no se vería obligado a utilizar aquel ridículo carnet de policía que Lucie le había fabricado en unos minutos.

—Buenas noches —dijo con voz neutra—. La doble autopsia… ¿sabe en qué sala es?

El hombre echó un vistazo a Lucie y asintió sin hacer preguntas.

—La 2.

—Gracias.

Uno al lado del otro, los dos ex policías se hundieron en los túneles de sombra tenuemente iluminados. El edificio era inmenso y el trayecto interminable. Las suelas chirriaban y un olor a carne echada a perder flotaba entre nubes de amoniaco. Caminar por un IML en plena noche era profundamente dramático. Cuando Lucie distinguió el pequeño recuadro de luz, a través de la ventana de la compuerta, se sintió súbitamente transportada un año atrás, arrastrada por un gigantesco torbellino negro. Aquel pálpito amarillo le recordó repentinamente la habitación que había visto de noche, en la primera planta de la casa de Carnot, cuando llegó allí con las fuerzas de la policía. Lucie, con todo detalle, se vio avanzar por la vivienda y seguir a los hombres que derribaron la puerta entre gritos. Recordaba el olor a azufre en las habitaciones, como el de las cerillas al encenderlas. Vio a Grégory Carnot inmovilizado en el suelo por los policías mientras ella corría por las escaleras, sin aliento y entre los gritos. Ella…

De repente, oyó resonar una voz dentro de su oreja. Y sintió unas bofetadas en las mejillas.

—¡Eh, Lucie, Lucie! ¡Contrólate!

Lucie sacudió la cabeza. Se dio cuenta de que estaba apoyada contra la pared y se sostenía la frente con las manos.

—Dis… discúlpame… Acaba… acaba de pasarme algo muy extraño en la cabeza. Me he visto entrando en casa de Carnot y yendo en busca de Juliette.

Sharko la miraba en silencio, incitándola a seguir hablando.

—Lo más raro es que no tengo ningún recuerdo de haber entrado en la casa.

—¿Qué pasó exactamente aquella noche?

Sus ojos se enturbiaron.

—Los hombres entraron en casa de Carnot y yo llegué un poco después con un segundo equipo. Me dijeron que me quedara abajo y me impidieron entrar. Fueron los segundos más largos de mi vida. Luego uno de los policías apareció en el umbral con Juliette en brazos. La dejó en el suelo y ella se abalanzó sobre mí llorando.

Lucie se llevó las manos a las sienes, con los ojos entornados.

—Es muy curioso. Tengo… Tengo la sensación de haber vivido dos realidades diferentes. Fue muy traumático.

Sharko la cogió delicadamente de la muñeca.

—Ven. Te acompañaré al coche.

Ella se resistió.

—No, ya estoy bien. Deja que vaya contigo.

—¿Por qué te torturas de esta manera? Estás muy pálida. Iré yo solo y luego te lo explicaré.

—No, no, por favor.

Resignado ante tal determinación, Sharko le soltó la muñeca. Sabía que seguiría hasta quedarse sin fuerzas, hasta el límite del sufrimiento e incluso hasta el fin del mundo para tocar con su dedo la verdad. La adelantó y entró el primero en la sala.

Paul Chénaix se hallaba entre dos mesas de disección y limpiaba el suelo con una manguera. Otro forense al que el comisario ya había visto dos o tres veces pegaba etiquetas en los tubos y las cajas de las muestras. Indiferente, los saludó con una inclinación del mentón y un «buenas noches» fatigado. Después de más de tres horas de autopsia, por lo menos, ambos médicos debían de estar extenuados.

Chénaix interrumpió la limpieza, sorprendido, e incluso miró su reloj.

—¿Franck? Tu jefe me ha dicho que esta noche no estabas disponible. —Dirigió una mirada a Lucie—. Hay sitios más románticos para ir de visita. No parece sentirse bien, señorita.

Febrilmente, Lucie avanzó y le tendió la mano.

—Me encuentro bien, Soy…

—Una amiga y colega de Lille —la interrumpió Sharko.

—¿Una colega de Lille?

Una fina sonrisa se dibujó sobre su perilla perfectamente esculpida.

—Mi primera esposa vivía en Lille. Es una ciudad que conozco bien.

Sharko cambió inmediatamente de tema sin dar a Lucie oportunidad de responder.

—Me gustaría que me hablaras de los elementos esenciales de las autopsias de los Lambert.

—¿Por qué no se lo preguntas a tus colegas? Acaban de salir.

Sharko reflexionó rápidamente. Bellanger no había hecho correr la noticia de su cese.

—Y ya estarán en sus casas con sus mujeres y sus hijos —dijo el comisario—. A ti no te llevará más que unos minutos, tú sabes ir al grano. Voy a trabajar en el caso por mi cuenta esta noche. Es importante.

Chénaix dejó la manguera a presión y se dirigió a su colega.

—Voy a la morgue, ahora vuelvo.

Con sus ropas aún manchadas de sangre, se dirigió hacia una de las repisas.

—Y me llevo esto.

Cogió un tarro lleno de un líquido translúcido y ligeramente amarillento. Sharko entornó los ojos: el recipiente contenía algo que parecía un cerebro humano.

El doctor Chénaix los precedió por el pasillo. Al bajar las escaleras, murmuró al oído de Sharko:

—¿Puedo hablar delante de ella?

Sharko le puso una mano en el hombro, como a un amigo.

—Tienes que hacer algo por mí, Paul. No decir palabra de nuestra visita. Por culpa de un vicio de procedimiento me han apartado del caso, no quería decírtelo delante del otro forense.

Paul Chénaix frunció el ceño.

—En tal caso me pones en una situación comprometida. Existe el secreto de sumario y…

—Lo sé. Pero si llegaran a interrogarte sobre esto, di simplemente que te mentí. Asumiré las consecuencias.

Un breve silencio.

—Muy bien.

Chénaix no hizo más preguntas, todos sabían que era mejor así. Llegaron al sótano. El forense le dio a un interruptor. Fluorescentes que crepitaban y luces mortecinas. Ni una sola ventana. Centenares de cajones metálicos, alineados vertical y horizontalmente. Una verdadera biblioteca macabra. En un rincón, había unas bolsas con ropa y zapatos con las que probablemente no sabían qué hacer y que pronto irían a parar a la incineradora. Lucie, algo apartada, se cruzó de brazos y se frotó los hombros. Tenía frío.

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