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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

Graceling (30 page)

BOOK: Graceling
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—Entonces, dímelo. Cuéntame lo que sabes.

—Bien, Cinérea ha muerto, eso no hace falta que te lo diga. Ha muerto porque intentó huir de Leck con Gramilla. Y ya hemos visto cómo ha sido castigada por proteger a su hija. —Katsa percibió su amargura y recordó que Cinérea no era una desconocida para él, puesto que había presenciado el asesinato de un familiar—. Creo que tenías razón respecto a Gramilla. Estoy casi seguro de saber lo que Cinérea deseaba cuando corría hacia mí.

—¿Y qué quería?

—Que encontrara a Gramilla y la protegiera. Yo... No sé exactamente qué quiere hacerle Leck, pero me parece que Gramilla se esconde en el bosque, como nosotros.

—Pues tenemos que encontrarla antes de que den con ella los soldados.

—Sí, pero hay algo más que debes saber, Katsa. Los dos, tú y yo, corremos un gran peligro porque el rey monmardo nos vio y nos reconoció. Leck nos vio...

Se calló, pero ya daba igual. Katsa entendió de repente lo que el rey había visto. Había visto que huían si bien no deberían haber tenido la más ligera idea del peligro en el que se encontraban, y la había visto a ella taparse los oídos, aunque no tendrían por qué haber sospechado del poder de sus palabras.

—Ignora hasta qué punto sé la verdad sobre él —añadió Po—. Pero sí se ha dado cuenta de que su gracia no surte efecto conmigo. De modo que soy una amenaza para él y me quiere muerto. Y a ti te quiere viva.

—Pero nos disparaban a los dos...

—Yo oí la orden, Katsa. Las flechas iban dirigidas hacia mí.

—Tendríamos que haber luchado. Podríamos haber vencido a esos soldados. Hemos de encontrarlo y acabar con él.

—No, Katsa. Sabes que no puedes estar en su presencia.

—Pero puedo taparme los oídos de alguna forma.

—Es imposible que cierres el paso a todos los sonidos; además, con tal de que hable más alto... Gritará y lo oirás, porque no olvides que tienes un oído finísimo, y sus palabras no son menos peligrosas por el hecho de llegarte amortiguadas. Hasta lo que digan los soldados es peligroso, Katsa. Volverías a sentirte confusa y tendríamos que huir...

—No permitiré que haga lo mismo conmigo otra vez, Po...

—Katsa. —En la voz del hombre había un timbre de certidumbre, y la joven no quería escuchar lo que iba a decirle—. Sólo pronunció unas pocas palabras y te dominó; unas pocas palabras que borraron de golpe todo lo que acababas de ver. Te necesita, Katsa, quiere tu gracia. Y no puedo protegerte.

No soportaba su razonamiento porque era verdad. Leck podría hacer con ella lo que quisiera, incluso convertirla en un monstruo, si así lo deseaba.

—¿Dónde está ahora?

—No lo sé. Cerca, no. Pero probablemente anda por el bosque buscándonos a nosotros o a Gramilla.

—¿Será difícil eludirlo?

—No creo. Mi gracia me advertirá si se halla cerca, y así podremos correr y ocultarnos.

Una idea espantosa la dejó sin respiración. ¿Y si Leck intentaba ponerla en contra de Po? Sacó la daga que llevaba en el cinturón y se la tendió. Po le sostuvo la mirada con expresión serena, conociendo su intención, y le dijo:

—No creo que ocurra.

—Bien, pero quédatela de todos modos.

Po hizo una mueca, pero no discutió y se guardó la daga en su propio cinturón. Katsa sacó el cuchillo que escondía en una bota y se lo pasó, así como el arco, y lo ayudó a ceñirse la aljaba a la espalda.

—Poco podemos hacer respecto a mis manos y a mis pies, pero al menos estoy desarmada. Tienes una probabilidad contra mí, Po, con un arma en cada mano y yo con ninguna.

—No se llegará a eso.

No, era probable que las cosas no llegaran a tal extremo, pero más valía estar preparados por si acaso. Katsa observó el rostro de Po, los ojos, que emitían un leve brillo; sus ojos cansados, sus ojos amados. Tendría más probabilidades de defenderse si ella llevaba las manos atadas y se planteó esa posibilidad.

—Estás rozando el límite de lo absurdo —dijo él.

—Sin embargo, deberíamos intentarlo en los entrenamientos —propuso ella con una mueca socarrona.

—Accederé a hacer la prueba en otro momento, cuando todo esto haya quedado atrás —aceptó Po esbozando un remedo de sonrisa.

—Bien. Ahora encontremos a tu prima —dijo la joven.

Capítulo 24

N
o fue fácil para Katsa caminar por el bosque sin tomar ninguna decisión, mientras Po indicaba hacia dónde ir y determinaba cuándo y dónde esconderse, o detenerse en seco al percibir cosas que ella no veía ni oía. Su gracia era invaluable, lo sabía, pero jamás se había sentido así, tan desvalida como una criatura.

—Recobró la esperanza al verme —Po hablaba deprisa, mientras corrían entre los árboles—. Me refiero a Cinérea. Al verme, el corazón le rebosó de esperanza, pensando en Gramilla.

Esa esperanza era la que ahora dirigía sus pasos. Cinérea deseó con tanta intensidad que Po encontrara a la niña que le legó una percepción del lugar donde creía que la chiquilla estaría, un lugar especial que Gramilla y ella conocían de los paseos a caballo que compartieron. Ese lugar se hallaba al sur del camino del desfiladero de montaña, en una hondonada por la que discurría un arroyo.

—Tengo cierta idea de cómo es ese sitio, pero no sé con exactitud dónde está, ni si mi prima se quedará allí una vez que descubra que la busca todo un ejército —explicó Po.

—Al menos sabemos por dónde empezar —lo animó Katsa—. Si se ha marchado, no puede haber ido muy lejos.

Avanzaron apresurados por el bosque. Había dejado de nevar y el agua goteaba de las agujas de los pinos y corría por el cauce de los arroyos. Pasaron por zonas de barro pisoteado por los soldados que los perseguían.

—Si tu prima ha dejado un rastro tan marcado, a estas alturas ya la habrán encontrado —comentó Katsa.

—Confiemos en que haya heredado parte de la astucia de su padre.

En más de una ocasión, un soldado se aproximó demasiado a donde ellos se hallaban, y Po se desvió para dar un rodeo y esquivarlo. Una de esas veces, al intentar evitar a un soldado, casi se dieron de bruces con otro. Treparon a un árbol, y Po encajó una flecha en el arco, pero el tipo no quitó la vista del suelo.

—Princesa Gramilla —llamó el hombre—. ¡Vamos, princesa, su padre está muy preocupado por usted!

El soldado siguió adelante y se perdió de vista. Dejaron pasar varios minutos para que Katsa fuera capaz de bajar del árbol. Había oído las palabras del hombre incluso tapándose los oídos con las manos, y a pesar de que luchó contra su efecto, le ofuscaron la mente. Permaneció sentada en la rama, temblorosa, mientras Po la asía por la barbilla y la miraba a los ojos al tiempo que le hablaba para sacarla de su estado de confusión.

—Ya, ya tengo la mente clara —dijo la joven por fin.

Bajaron del árbol y se desplazaron con rapidez, procurando en todo momento no dejar rastro de su paso. Cuanto más se acercaban a la linde del bosque, mayores eran las dificultades. Por doquier había soldados reunidos en grupos que se desplazaban en todas direcciones. Po y Katsa corrían trechos cortos cuando él opinaba que era seguro hacerlo, y a continuación se escondían.

Una vez Po la asió del brazo y la hizo retroceder para regresar por donde habían llegado, hasta que encontraron una roca grande cubierta de musgo y se agazaparon detrás; Po, a quien le resplandecían los ojos, se concentró al máximo y le tapó los oídos a Katsa con las manos. Encajada entre la roca y el lenita, a quien el corazón le latía desbocado, Katsa comprendió que en esa ocasión no se escondían de unos simples soldados. Aguardaron lo que le pareció un rato interminable, y por fin Po la cogió por la muñeca y le hizo una seña para que lo siguiera. Se alejaron a hurtadillas y tomaron una ruta distinta, una que ensanchaba la distancia entre ellos y el rey monmardo.

Cuando se hallaron tan cerca de la linde del bosque como Po consideró seguro, se desviaron hacia el sur; esperaban que Gramilla hubiera seguido esa dirección. El lenita se detuvo al cruzárseles en el camino un arroyo que borbotaba; se puso en cuclillas y escuchó con atención. Katsa se quedó a su lado y lo observó a la espera de que percibiera alguna señal procedente del bosque o del recuerdo de la esperanza de Cinérea.

—No hay nada —admitió por fin Po—. No sé si éste es el arroyo que buscamos.

Katsa se agachó a su lado y razonó:

—Si los soldados no han encontrado aún a la niña, quiere decir que no ha dejado un rastro evidente a pesar de la nieve y del barro, ni ha debido de perder la presencia de ánimo y habrá caminado por el arroyo. Todas las corrientes de agua de este bosque fluyen de la montaña hacia una cañada, así que tiene que haber comprendido que debía ir hacia el oeste, lejos de los valles; a no ser que haya algo que indique que no conviene seguir este arroyo. Si no damos con ella, podemos continuar hacia el sur y buscar en el próximo arroyo que encontremos.

—Es una opción casi a la desesperada —comentó él; pese a ello, se puso de pie y siguieron la corriente hacia el oeste.

Pero cuando Katsa encontró un mechón enredado de cabello largo y oscuro enganchado en una rama, que se partió al darle un golpe con el vientre, llamó a Po mentalmente. Sostuvo el enredo de pelo para que lo viera antes de guardárselo en la manga, y disfrutó al observar la expresión algo más animada que puso él. En un punto en el que el arroyo torcía en un recodo pronunciado y penetraba en una pequeña hoyada cubierta de hierba y helechos, Po dio el alto y se detuvo.

—Reconozco este sitio. Aquí es.

—¿Está tu prima?

—No —respondió él, tras permanecer en silencio unos segundos—. Pero caminemos corriente arriba, deprisa. Me temo que los soldados nos vienen pisando los talones.

Apenas unos minutos después, se volvió, reflejando cierto alivio en el fatigado semblante, y musitó:

—Ahora la percibo.

Salió del arroyo, seguido por Katsa. Caminó sorteando árboles hasta llegar al tronco caído de un árbol muerto, y lo observó un momento. Después, fue hacia uno de los extremos, se agachó y se asomó al tronco hueco.

—Gramilla —dijo—, soy tu primo Po, hijo de Ror. Hemos venido para protegerte.

No hubo respuesta, y él siguió hablando con suavidad.

—No vamos a hacerte daño, prima; estamos aquí para ayudarte. ¿Tienes hambre? Llevamos comida en la bolsa.

Tampoco hubo respuesta desde el interior del tronco hueco. Po se puso de pie y le comentó en voz baja a Katsa:

—Yo le doy miedo. Debes intentarlo tú.

—¿Y crees que a mi me tendrá menos miedo? —rezongó la joven.

—Me tiene miedo porque soy un hombre. Pero ten cuidado porque tiene un cuchillo y está dispuesta a utilizarlo.

—¡Bien hecho!

Katsa se arrodilló delante del hueco y se asomó. Apenas distinguía a la muchachita que estaba dentro hecha un ovillo, jadeante, aterrada, aferrando el cuchillo con las manos crispadas.

—Princesa Gramilla, soy lady Katsa, de Terramedia. He venido con Po para ayudarte. Debes confiar en nosotros, Gramilla. Los dos estamos dotados para la lucha y podemos mantenerte a salvo de tu padre.

—Dile que sabemos lo de la gracia de Leck —susurró Po.

—Sabemos que tu padre va tras de ti y estamos enterados de que está dotado por la gracia. Somos capaces de mantenerte a salvo, Gramilla.

Katsa esperó alguna reacción por parte de la chiquilla, pero no dio señales de vida. Cruzó una mirada con Po, y, haciendo un gesto de impotencia, preguntó:

—¿Crees que podríamos partir el tronco?

Pero en ese momento sonó una vocecilla temblorosa desde allí dentro:

—¿Dónde está mi madre?

Pasaron unos instantes sin que Katsa ni Po supieran qué hacer. Al fin él, pesaroso, asintió con la cabeza, y Katsa dijo desde el agujero del tronco:

—Tu madre ha muerto, Gramilla.

La joven esperaba oír gritos y sollozos, pero en cambio se produjo un silencio; poco después la chiquilla hablaba de nuevo, esta vez con un hilo de voz:

—¿La mató el rey?

—Sí —contestó Katsa. Hubo otro silencio, y Katsa esperó.

—Los soldados se acercan —murmuró Po—. Están a pocos minutos de distancia.

La joven no quería enfrentarse a esos soldados que portaban en la boca el veneno de Leck; y quizá no hubiera necesidad de hacerles frente si conseguían que la chiquilla saliera.

—Veo el cuchillo, princesa Gramilla —dijo—. ¿Sabes utilizarlo? Incluso una niña puede hacer mucho daño con un cuchillo. Yo podría enseñarte cómo.

Po se agachó y la tocó en el hombro.

—Gracias, Katsa —susurró.

Volvió a erguirse enseguida y se internó algunos pasos en la fronda para echar ojeadas alrededor y escuchar cualquier cosa que su gracia le transmitiera. Katsa entendió entonces la razón de que le diera las gracias, porque la chiquilla había empezado a gatear para salir del árbol muerto. En la penumbra del tronco hueco, asomó primero el rostro y después las manos y los hombros. Tenía los ojos grises y el cabello oscuro, como su madre; unos ojos desorbitados en el semblante surcado por las lágrimas; los dientes le castañeteaban, mientras que las manos aferraban el cuchillo, que era más largo que su antebrazo. Acabó de salir del tronco, y Katsa la levantó y le tocó las mejillas y la frente. La pequeña tiritaba de frío. La falda estaba tan mojada que se le pegaba a las piernas, y tenía las botas empapadas; además, no llevaba ninguna prenda de abrigo, ni tapabocas ni guantes.

—¡Cielos benditos, estás helada! —exclamó Katsa. Se quitó la chaqueta y se la metió a la pequeña por la cabeza; intentó pasar los brazos de la cría por las mangas, pero Gramilla no aflojó los dedos que sujetaban el cuchillo—. Suéltalo un momento, pequeña, sólo un instante. Deprisa, porque se acercan los soldados. —Cogió el arma de las manos de la niña y le ciñó la prenda de abrigo, tras lo cual le tendió de nuevo el arma—. ¿Puedes caminar, Gramilla? La chiquilla no respondió; se tambaleó, desenfocada la vista.

—Podemos llevarla en brazos —sugirió Po, que había reaparecido—. Hemos de irnos. —Espera, tiene demasiado frío.

—Nos vamos ya, ahora mismo, Katsa.

—Dame tu chaqueta.

Po soltó las bolsas, el arco y la aljaba, se sacó la prenda de abrigo con celeridad y se la lanzó a Katsa. La joven se la puso a la niña y forcejeó de nuevo con los dedos de las manos. Le echó la capucha por la cabeza y se la ató bien ajustada. Gramilla parecía un saco de patatas; un saco pequeño y tembloroso con la mirada ausente y un cuchillo en la mano. Po se la cargó al hombro, y Katsa y él recogieron sus pertenencias.

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